El médico y escritor realista ruso, el más grande exponente del cuento breve a nivel mundial, ha sido hasta el día de hoy el principal referente para destacados autores que han seguido su legado.
Nacido en 1860 en Taganrog, Antón Chéjov fue un escritor ruso famoso por sus relatos, ensayos, obras de teatro y, sobre todo, una gran cantidad de cuentos cortos, género del que es considerado un maestro. Médico de profesión, durante toda su vida combinó la gran pasión que sentía por la literatura con la medicina. Su primer libro de relatos llamado «Cuentos de Melpómene«, obtuvo el Premio Pushkin, lo que significó el primero de sus triunfos como autor. Sus obras de teatro «La gaviota«, «Tío Vania«, «Las tres hermanas» y «El jardín de los cerezos«, también fueron exitosas.
Antón Chéjov comenzó a escribir por motivos económicos para ayudar a su familia. Sus primeros textos fueron relatos cortos que ridiculizaban el tipo de vida de la sociedad rusa y que se publicaron en algunos semanarios. A los pocos años, este autor logró cierta popularidad y colaboró en varios periódicos de renombre en su país.
A nivel internacional, Chéjov sólo se hizo popular cuando a fines de la Primera Guerra Mundial se tradujeron sus obras al inglés de la mano de Constance Garnett. Después de eso fue evidente su influencia en autores como James Joyce, Tennessee Williams, Arthur Miller o Raymond Carver, por mencionar algunos escritores que siguieron su huella.
Me quiero detener en dos de sus famosos cuentos: “La muerte de un funcionario público” y “Tristeza”. El primero de ellos, escrito en 1883 cuenta lo que le sucede a un funcionario ruso cuando estornuda en la ópera y salpica a un importante consejero de Estado. Desde ese momento su vida se convierte en un martirio porque no puede asumir o comprender su error, a pesar de que se disculpa varias veces con la alta autoridad en distintas oportunidades. Hay en este personaje un dejo de sometimiento e inseguridad que termina colmando al consejero de Estado. Esa sensación de arbitrariedad y de culpa es propia de los subordinados a regímenes jerárquicos como era la Rusia de ese entonces. El desenlace es realmente fatal –tal como lo demuestra el título del cuento- y demuestra la habilidad de Chéjov para retratar situaciones sociales que, sin ser necesariamente complejas, pueden llegar a serlo.
“Tristeza”, publicado en la Gazeta de San Petersburgo en 1885, narra lo que le sucede a un cochero al que se le ha muerto su hijo. La soledad y la desazón lo llevan a compartir su sufrimiento con las personas que acarrea en su medio de transporte. Nadie se interesa demasiado en su dolor en medio del frío y la nieve. El pobre hombre termina conversando con su caballo. Es interesante ver cómo en este cuento, al igual que en “La muerte de un funcionario público”, Chejov se relaciona con la pérdida, con la ausencia. En breves líneas es capaz de penetrar en el tormento de los personajes. Existe mucha compasión en sus textos, vulnerabilidad y la desesperanza del que cree luchar por causas justas y no es escuchado. Chéjov tiene la gracia de dejar abiertas las interrogantes y no contarlo todo cómo se usaba en la literatura de ese entonces. Siempre dijo que esa era la responsabilidad del lector. “El deber de un escritor es simplemente contar la historia, plantear la pregunta y no necesariamente resolver la respuesta”, dijo el autor ruso sobre el arte de escribir.
A pesar de ser uno de los máximos exponentes de una narrativa sencilla, lejos de lo burdo o lo banal, Chéjov tuvo un final que podría haber sido digno de un cuento de terror. Después de que el autor falleciera de tuberculosis en 1904, en la localidad alemana de Badenweiler, fue necesario trasladar su cuerpo sin vida a Moscú en un tren refrigerado de ostras, asunto que su amigo cercano, el escritor Máximo Gorki, lamentó en extremo: “No era lo que Antón se merecía”, sentenció.