El australiano Peter Weir filmó en 1975 una película sobre unas adolescentes que van de picnic a Hanging Rock y desaparecen. La cinta, inspirada en una conocida novela, plantea un enigma que, asimilado con otras situaciones mundiales, conmovió a miles de cinéfilos.
Ambientada en 1900, “El misterio de las Rocas Colgantes” narra el picnic que un grupo de adolescentes del colegio femenino Appleyard realizan junto a dos profesoras en Hanging Rock, un lugar rocoso y de origen volcánico, donde van a celebrar el Día de San Valentín. Sorpresivamente, cuando los relojes marcan las 12 se detienen y un grupo de las niñas junto a una profesora deciden ir de excursión hacia las rocas. Todas desparecen, menos una de ellas que es encontrada después de varios días de búsqueda. Cuando es interrogada por la policía, revela que no recuerda nada.
Vi la película en el Cine Arte Normandie, en los años 80, y pensé que la historia se basaba en hechos reales ocurridos en el colegio Appleyard en Woodend, Australia, porque de esta forma se presentaba la historia en el filme.
Con el tiempo supe que no era así. Joan Lindsay (1896 – 1984)escribió en dos semanas la novela que fue publicada en 1967 y nunca se encargó de aclarar si los hechos fueron verdad o no. Por otra parte, en 1980 la escritora Yvonne Rousseau publicó “The murders of Hanging Rock” (“Los asesinatos de las Rocas Colgantes”), donde se registra que en 1900 no existía tal colegio y tampoco datos periodísticos de lo que sucedió. En todo caso el libro de Lindsay fue un éxito en Australia porque según los lectores reflejaba su propia historia en donde los europeos, al ser invasores, eran subyugados por las propias fuerzas de la naturaleza. En Chile, en plenos años 80, el tema de la desaparición de las niñas fue visto como el discurso velado de lo que sucede con los que no regresan, los que por motivos incomprensibles son alejados del resto y no vuelven sin explicación alguna.
La película de Weir, notablemente filmada y con la música sobrecogedora de Bruce Smeathon y George Sampier, tiene también otras interpretaciones como el de mujeres jóvenes que desaparecen vestidas de blanco, en el Día de San Valentín, símbolo del amor y la fertilidad. Vírgenes que se esconden en rocas llenas de recovecos que cumplen con expresar un sentido fálico que atrapa a las niñas. También está Miranda (Anne Lambert) entre las adolescentes, lo más parecido a una venus de Boticelli, seductora y hermosa que cautiva a hombres y mujeres. En una parte de la película le confiesa a una de sus compañeras que ella no permanecerá mucho tiempo en el internado. Miranda simboliza la belleza, lo oculto, lo prohibido, la sensación de que este misterio siempre tuvo un destino, una pasión inevitable.
Hay dos escenas notables en la película: cuando las protagonistas llegan a Hanging Rock y se aprecia un paisaje agreste, coronado por rocas, un grupo de mujeres inmaculadas, sentadas, conversando y comiendo. Resalta la belleza renacentista de Miranda, la preocupación del cochero porque el reloj se paró a las 12 y el primerísimo primer plano de hormigas comiéndose los restos de comida que ha caído al suelo. La segunda de ellas es cuando las mujeres deciden subir a las rocas y se muestra la magnificencia de la naturaleza, con inmensas formaciones volcánicas, donde las adolescentes se expresan libremente y se acuestan en el suelo, mirando el firmamento. La desaparición finalmente puede interpretarse como una búsqueda, un viaje al interior del despertar sexual, una metáfora hacia el descubrimiento de la vida misma.
La cinta, con su romanticismo victoriano, su poesía e imágenes inolvidables, marcó la cinematografía australiana de los años 70, dejando el sendero despejado para el resto de los cineastas de ese país. Para Peter Weir significó mostrar un talento especial que una década más tarde lo llevó a filmar en Estados Unidos películas tan destacables como “Testigo en peligro” (1985) y “La sociedad de los poetas muertos” (1989).
“El Misterio de las Rocas Colgantes” obtuvo el premio BAFTA a la mejor fotografía en 1977, entre otros galardones, y fue un éxito de taquilla especialmente en Australia. Cuando a Weir le preguntaron por la recepción de la cinta se limitó a decir: “Un distribuidor tiró su taza de café contra la pantalla porque había perdido dos horas de su vida viendo un misterio que no tenía una maldita solución”. Al parecer al hombre no le gustaban los finales abiertos. Nadie es perfecto.