Mis ya lejanas visitas a Cuba acumularon sensaciones encontradas, manteniéndose como única constante invariable la calidez de su gente y aquella generosa disposición a conversar libremente de sus vidas, alegrías y penas cotidianas. Eran tiempos contradictorios, muy diferentes en sus consecuencias para cubanos y cubanas, los previos y posteriores al fin de la Unión Soviética con la consecuente ruptura de aquella suerte de cordón umbilical, haciendo más patente el persistente e implacable cerco económico del hostil vecino del Norte, apenas aminorado transitoriamente durante el gobierno de Obama.
El mundo cambió radicalmente junto con un nuevo (des)orden económico y geopolítico que tras largas décadas nos instala al borde de una tercera guerra mundial, con brutales epicentros sangrientos a ojos vista en Gaza y Ucrania, ante la estéril confusión de los líderes occidentales, convenientes dividendos para los grandes consorcios del armamento y la consolidación del creciente poder chino. En este escenario descrito tan superficialmente, Cuba no es factor y desvanece en el abandono, aislamiento y miseria de su población, literalmente hambrienta.
La épica de aquella revolución de hace 65 años, con las difundidas huellas y legado de Fidel Castro, el Ché Guevara y finalmente Raúl Castro, que aparece ahora solo como un recuerdo del pasado en la reciente conmemoración de los Órganos de la Seguridad del Estado (OSE), acompañando al hoy desdibujado presidente Miguel Díaz – Canel. Valga entonces la nostalgia asociada a la letra de Carlos Puebla en la clásica canción de “Cuba que linda es Cuba”, para no abundar en lo que han dejado los insuperables Pablo Milanés, que partió triste en noviembre del 2022 y Silvio Rodríguez que advierte del cansancio acumulado de un pueblo “que no es bobo”.
Entre las voces esenciales para asumir el drama cubano y sus contradicciones inocultables, más allá de posturas maniqueas, resalta la del genio literario Leonardo Padura, autor de una extensa y premiada obra, escrita desde los orígenes históricos y culturales de aquel pueblo, difundida internacionalmente con independencia y autonomía de cualquier censura estéril.
Escribo estas líneas desde la parcialidad de un lector que tuvo la suerte de conocer a Padura en una de sus visitas a Chile y conversar extensamente, como suelen hacerlo los cubanos y cubanas en la misma isla. Entonces me contó de las condicionantes esenciales incidentes en su apreciada narrativa, tantas de ellas protagonizadas por el incisivo detective Mario Conde.
Más recientemente Leonardo Padura, en su novela “Como polvo en el viento” necesitó liberarse de las andanzas de Conde, asumiendo el fenómeno de aquel exilio sin retorno que emergió desde la recordada crisis de los balseros el año 1994. Padura escapa de las lecturas simplistas sobre el acontecer dramático en la isla. Más de alguna vez la ha descrito como un purgatorio, distante del cielo y del infierno que postulan otros.
Con todo, resiente los efectos de un exilio creciente sin retorno porque, más allá de cualquier acomodo posible, siempre será dramática la lejanía obligada del origen esencial.
Desde aquella conversación con Padura, demasiada agua ha corrido bajo el puente de la isla y pareciera desbordarse desgarradoramente en su más reciente referencia a esta ola migratoria, la más numerosa de la historia, en una columna publicada a fines de febrero 2024 en El País de España.
Ya no se trata de los hijos o nietos de sus cercanos sino de aquellos amigos de toda una vida que, pasados tantos años de experiencias compartidas, le comunican la partida ineludible. Y así, resiente el anuncio de Eduardo, licenciado en Geografía, brillante profesional que ha malvendido su casa y tiene pasajes comprados. También de Kike, de múltiples oficios, que, a sus 78 años cumplidos, partió a España. Y, otra amiga del barrio, Esperanza, compañera de estudios y novia de años mozos, que parte ahora en busca de su hija y dos nietos que todavía no conoce.
Pasa el tiempo y como polvo en el viento ya son muchos los que se dispersan lejos, llevándose pedazos de una memoria compartida y porque como dijo Milan Kundera, “nadie se va del sitio en que es feliz”. Claro, pasan los años y agobia el cansancio de vivir de las ayudas económicas de familiares y amigos ya radicados en el extranjero. Se continuarán discutiendo las razones y responsabilidades históricas de este masivo éxodo, pero los que parten prefieren “la distancia y vivir todos los dramas que implica un exilio que permanecer en lo propio esperando el porvenir luminoso que no enciende, que nunca llega”.
Padura intenta asumir el agote de la esperanza, pero no deja de confiar en los sentimientos de aquellos cercanos y “las revueltas de una memoria afectiva que los haga evocar con cariño las muchas coladas de café que les hice aquí, en mi casa de Mantilla”.
El tiempo pasa y Leonardo Padura ha vuelto a las andanzas de Conde con “Personas decentes” una nueva y cautivadora novela habanera del investigador incansable. Claro que pasan los años para el autor y también para el protagonista, asumiendo que ahora todos tenemos más pasado que futuro. Algo que no lo desanima, recordando a su madre que, cumpliendo los 95 años, repetía una frase española: “Para lo que queda en el convento igual me cago adentro”. Que así sea…
*Publicado originalmente en www.offtherecordonline.cl
4 comments
Fernando, que placer leerte, gracias por regalarme La Nueva Mirada a la que quisiera suscribirme con todas sus letras. Increíble como has surfeado la vida, me anima y me acompaña.
Interesante reflexión y buena pluma…
quiero suscribirme pero no tengo website
Muy interesante y sugerente el artículo Fernando. Felicitaciones