El Presidente argentino Javier Milei desde la época de la campaña anunció que de ser electo se acabarían los recursos públicos para financiar entes estatales que no se justifiquen, rentabilicen o produzcan un bienestar económico cuantificable. Entonces abrió fuego contra el aporte del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y trabajos como los del funcionario y doctor en Letras, Facundo Saxe, “Memoria queer e historieta anal: cuando el cómic nos abre el culo (y nos gusta)” acerca de la homosexualidad de Batman y Robin; y en los poco más de 130 días de mandato eliminó el Ministerio de Ciencia y Tecnología, la agencia nacional de noticias TELAM, cerró temporalmente -para su drástica reducción- el Instituto de Nacional de Cine y Artes Audiovisuales INCAA y cortó el financiamiento público para la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
El valor económico de la cultura
La figura de Milei como jefe del Gobierno Transandino explota una simbología de bestialidad animal que -en referencia a su carácter beligerante y lenguaraz, junto con su peinado y melena de león y sus perros-, traspasa a su acción política como ansioso, despiadado y drástico tomador de decisiones desde la ideología libertaria a ultranza.
Entenderlo entonces pasa por el prisma abstracto con el que mira a la sociedad en su conjunto: la profunda crisis del modelo kirchnerista asociada a prebendas de un Estado añejo y deficitario que está cooptado por una casta parasitaria, la escasez natural de bienes, la rentabilidad y la generación de valor asociada al dinero o a recursos económicos como fin último, el egoísmo como condición humana natural de interacción social y sobrevivencia individual, por tanto la carencia de toda alteridad y solidaridad que implique limitar esta acción humana y sus logros.
En este eje se juega su aproximación a la sociedad argentina y su cultura. Ambas deben ser medidas y entendidas desde la propia visión ideológica de Milei. Un prisma que formó parte de su oferta electoral y que democráticamente obtuvo el triunfo en las urnas, cuestión que ahora comienza a visibilizar una arista cada vez más incómoda en un país cuya historia e inserción en el mundo se debe en gran parte no solo a la exportación de soya o de carne, sino a la creación literaria, cinematográfica y a las artes en general.
Francella, Darín y Magoya
La polarización generada por los recortes presupuestarios de Milei tuvo su correlato hace poco más de un mes entre dos de los más reconocidos actores argentinos, Guillermo Francella y Ricardo Darín, protagonistas ambos del film El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, ganador de un Oscar como mejor película extranjera el año 2010.
Francella, al ser consultado en un programa radial por los cien primeros días del nuevo Gobierno, dijo esperar que ojalá se materialicen las medidas que permitan a Argentina salir de la crisis y mejorar la vida de las personas (algo que aún estaba en veremos). No obstante, no declararse abiertamente a favor de Milei, sus palabras se interpretaron como un aval a los recortes anunciados por el Mandatario hacia el financiamiento estatal de la cultura, cuestión que generó la dura réplica de Darín y de actrices y realizadoras reconocidas internacionalmente.
Lo cierto es que llegado el 22 de abril, se hizo público el decreto que cerró temporalmente el INCAA para su reformulación, con el inmediato despido de centenares de funcionarios y el corte del financiamiento para actividades claves de fomento a la realización, formación, capacitación, difusión y exhibición del cine argentino, cuestión que también abarcó el término de recursos para Festival Internacional de Cine de Mar del Plata -uno de los más importantes de América Latina-, y de los programas de proyección de películas en recintos carcelarios, así como el apoyo a la inclusión de minorías socioculturales.
Al repasar la historia del cine trasandino, es necesario remontarse a sus décadas de oro entre los años 40 y 50 del siglo XX, así como el repaso de sus dos premios Oscar con el film de Campanella y con La historia oficial en 1986, de Luis Puenzo. En total han sido ocho veces que producciones argentinas han postulado a una de estas estatuillas, y nombres como estos junto con Lucrecia Martel y Pablo Trapero, entre muchos, han obtenido reconocimiento mundial.
Por eso, justificar el cierre de esta entidad pública de fomento del cine -cuya creación legal data de 1968-, por el fracaso de taquilla de algunos filmes alternativos, es desconocer el papel que el Estado ha desempeñado promoviendo y financiando esta exitosa industria creativa, que ha incubado también nuevos discursos y representaciones culturales. Una decisión que deja su futuro y destino en manos de Magoya, un símil de “Moya” en Chile, cuando coloquialmente se quiere resaltar que algo queda en tierra de nadie y nadie se hace cargo.
El futuro complejo del nuevo rey león
Así como la imagen de Milei se asocia a este felino de gran tamaño y a una performance ruda y desenfadada, la reacción a este modo de hacer política también está configurando una acción social de protesta que -cual efecto espejo-, sube el tono de su crítica y de sus movilizaciones.
La aplicación de recortes presupuestarios de su programa en los primeros cinco meses de gobierno a las entidades antes mencionadas, así como a las universidades públicas y ahora a la Feria del Libro de Buenos Aires, junto con activar la protesta social está normalizando un clima de críticas que emergen no del descontento de parte de una nación, sino de una sociedad que a través de tiempo consolidó un imaginario y una identidad colectiva asociada profundamente a la creación cultural. Argentina no es un supermercado ni un mall, sino una sumatoria de barrios, de lugares, de clubes, de gentes que con los años consolidaron un modo de vivir y de convivir, que no solo refiere al fútbol, el tango o a sus carnes, pastas y pizzas, sino a lenguajes de una humanidad universal. Y eso, lamentablemente para Javier Milei, le puede costar caro pese a que no tiene precio.
1 comment
Será que para dialogar con perfiles de este tipo, hay que hacer el trabajo de traspasar este impacto a números? Hacer el trabajo de seguir el efecto mariposa de la cultura que en algún punto se expresará en su idioma numérico? Milei me deja siempre con más y más preguntas.