Me pregunto por la relevancia de nuestra educación. Si no educa para no sufrir con esta clase de emociones, ¿qué busca? Y lo peor es que ayuda a producirlas, según sospecho.
Interrogo a tres jóvenes que egresan este año de psicología en universidades de alta gama. Una teme tanto al qué dirán que se siente esclava de los demás. Otra, teme que sus capacidades y talentos no son suficientes. La tercera teme tomar malas decisiones (en el amor, el trabajo, la carrera), en vista de lo impredecible que es el mundo. Las tres temen que sus temores son inevitables. Incorregibles… Tomen nota, estudiaron psicología. Y, cáchense, en universidades re – que – te top. Junten rabia si quieren, además very caras.
Me pregunto por la relevancia de nuestra educación. Si no educa para no sufrir con esta clase de emociones, ¿qué busca? Y lo peor es que ayuda a producirlas, según sospecho.
Todas nuestras profesiones preparan para actuar competentemente en un mundo de cosas y hechos. De lo que es posible tener información. Con formulaciones matemáticas y estadísticas aprendidas creamos protocolos y procedimientos que permiten asegurar el futuro. Porque de eso se trata: de controlar lo que ocurrirá. Cumplir metas de pacientes atendidos y “sanados”, asegurar que el ejecutivo seleccionado cumplirá con las expectativas, garantizar que el beneficiario de subsidios sociales municipales sea al que harán la diferencia esperada.
Sin embargo, no vivimos hoy en un mundo de cosas y datos. Más bien en un devenir de relaciones, narrativas y disposiciones afectivas grupales. No hay manera de perder el miedo a qué dirán los demás informándonos de sus opiniones. Por el contrario. No tiene vuelta tratar de corregir nuestra baja autoestima cubicando objetivamente nuestras competencias y credenciales. Es contraproducente. Ni modo que podamos perderle el miedo al futuro mejorando nuestra capacidad de predicción. Es para peor. Convertir el futuro, nuestras relaciones y nuestro yo en datos, y controlarlos con protocolos y procedimientos, no se vale. ¿A quién no le ha costado más de un fracaso el empeño? El miedo seguramente es producto de la incompetencia que produce la adicción a la información que hemos adquirido al educarnos. Comer y defecar datos, el script sacralizado; nuestra única tabla de salvación.
¿Una educación para establecer relaciones? ¿Para crear nuestro yo, quiénes somos? ¿Para cultivar serenidad para navegar los mares procelosos (Salgari) del presente? Poco y nada que ver con datos: narrativas. ¿Educación para actuar en un mundo de narrativas, cuidarlas y crearlas? Sí. ¿Qué otra cosa? Dejar que las máquinas coman y defequen números. Nosotros, a crear nuestra vida. Por favor, que alguien esté a la altura y nos eduque.