Extremas derechas: 50 tonos de pardo y un deseo de transgresión

por La Nueva Mirada

Por Joseph Confavreux/ Ellen Salvi (Nueva Sociedad)

Las extremas derechas constituyen un mundo heterogéneo, que pone en tensión los marcos analíticos progresistas y se postula como el instrumento para enfrentar el statu quo. El «No pasarán» parece hoy insuficiente para frenar a estos movimientos. ¿Por dónde podría comenzar el rearme progresista en este contexto de gran confusión política e ideológica?

Las manifestaciones y señales enviadas por la extrema derecha en los últimos tiempos pueden parecer heterogéneas, con 50 tonos de pardo que no forman un patrón ni un conjunto coherente. Incluso cuando se trata de rechazar a los extranjeros, la otredad o a los inmigrantes –uno de los temas tradicionales de la extrema derecha–, el discurso difiere de una organización a otra y de un país a otro. Mientras que la mayoría de las organizaciones de extrema derecha rechazan con firmeza la acusación de racismo, la desvían centrándose en la estigmatización del islam o la reformulan en términos de diferencias «culturales»; algunas de ellas, en particular los libertarios3, no hacen de la «preferencia nacional», el cierre de fronteras o la homogeneidad étnica un componente esencial de su doctrina, o al menos no lo exhiben como tal.

Una dinámica global

En su discurso de investidura, el actual presidente argentino, Javier Milei, autoproclamado libertario, hizo una lectura decadentista de la historia del país. Y su referente teórico, el economista estadounidense Murray Rothbard (1926-1995), se ha apasionado por la genética para justificar las desigualdades sociales sobre la base de disposiciones biológicas y «étnicas». A pesar de su heterogeneidad, la extrema derecha mundial es tan dinámica que puede dar la impresión de una ola parda que combina diferentes elementos, doctrinas, corpus, modos de acción y espacios políticos, pero que irrumpe como un tsunami desde Hungría, Rusia, Argentina o Israel hasta la India, Estados Unidos o los Países Bajos.

Fuera de las urnas o dentro de los recintos electorales, la amplitud del espectro ideológico de la extrema derecha es realmente asombrosa. Esto se ve exacerbado por la propensión de un amplio sector de la derecha tradicional, e incluso de numerosos representantes y votantes de una democracia liberal degradada, a unirse alrededor de las ideas de la extrema derecha y, a veces, también en torno de sus candidatos más desmesurados. Es lo que ocurrió con el Partido Republicano en eeuu alrededor de Donald Trump en 2016, y lo que puede volver a ocurrir en 2024. Es también lo que sucedió con el electorado argentino que en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2023 votó por la derecha presentable del partido del ex-presidente Mauricio Macri y, en la segunda vuelta, se sumó casi de manera unánime al candidato que extrae su doctrina de una fracción del corpus libertario estadounidense y que, según una de sus biografías, consulta a su perro muerto y clonado como a un oráculo4.

Así pues, la estupefacción es legítima y debemos dar la voz de alarma ante la posibilidad de que ocurra lo peor, ya se trate de la catástrofe ecológica anunciada, de la exacerbación de las divisiones raciales o de las infinitas consecuencias de la puesta en tela de juicio de lo que queda del Estado de Bienestar y de los principios fundamentales del Estado de derecho, aunque todo ello ya haya sido dañado por las políticas «sistémicas» aplicadas durante las últimas décadas.

Tres errores ante la nueva extrema derecha

Ciertamente, dar la voz de alarma puede parecerse al grito de «¡No pasarán!», cuya eficacia ha sido ampliamente desmentida por la historia política y electoral. Sin embargo, sigue siendo preferible a la tendencia contraria, que se niega a preocuparse en absoluto, apoyándose en razonamientos unilaterales o incluso falaces. Sí, hay contraejemplos, como el de Polonia, donde el centro liberal pudo derrotar recientemente a la derecha radical del pis; o el de Brasil, donde la izquierda de Luiz Inácio Lula da Silva recuperó, mediante una amplia coalición, el poder frente a Jair Bolsonaro; o el de España, donde la alianza entre la derecha tradicional y la extrema derecha de Vox fue contrarrestada por una alianza entre la socialdemocracia y la izquierda radical, abierta a nacionalistas vascos y catalanes.

Se trata de un recordatorio importante porque dar por sentada la idea de que la extrema derecha va a tomar inevitablemente el poder en todas partes del mundo. Pero no es suficiente. El ejemplo de Joe Biden, que debió renunciar a su candidatura ante el riesgo de una derrota a manos de Trump, muestra que la mayoría de estas victorias contra la extrema derecha o contra las alianzas entre la derecha y la extrema derecha se han ganado en el filo de la navaja electoral. Y no han ido acompañadas de una política susceptible de constituir un antídoto suficiente contra las amenazas contemporáneas.

Otra línea de razonamiento que se suele utilizar es que, en el fondo, la mayoría de los líderes de esas derechas que se presentan como alternativas no son más que payasos que llegaron al poder por accidente. Son personajes de cuya capilaridad podemos seguir burlándonos, colgando montajes en las redes sociales con imágenes en paralelo del cabello de Trump, Milei y Wilders.

Sin embargo, la vertiginosa probabilidad de que Trump pueda recuperar la Casa Blanca en 2024 debería, por sí misma, alejarnos de la creencia en una sucesión de procesos electorales fallidos.Porque nos impide ver la continuidad –y la fuerza creciente– de la amenaza a la democracia y nos lleva a sorprendernos en cada votación de que las encuestas se equivoquen y ganen en las urnas personas que encarnan una racionalidad alejada de la «decencia común» (common decency) (ahora muy difícil de encontrar). Un tercer argumento presupone que las organizaciones políticas y su corpus ideológico son estructuralmente estancos. Se niega a ver el momento particular que representan estos casos de «fusiones de derecha», estudiados en Francia por la politóloga Florence Haegel5, así como la penetración más general de las ideas de extrema derecha en toda una parte del campo político que sigue convencida de que está construyendo una barrera mientras que, en la realidad, actúa como un trampolín. En Francia, el vocabulario y las propuestas de Reagrupamiento Nacional (rn) ya han calado ampliamente en el espectro político convencional, como lo demuestra la aprobación en diciembre de 2023 de la Ley de Inmigración, que introduce una forma de «preferencia nacional» en la asignación de determinadas prestaciones sociales. Con 88 diputados cada vez más «normalizados», el partido de Marine Le Pen es considerado ahora por los ministros de Emmanuel Macron como «mucho más republicano» que algunos representantes de la izquierda.

Líneas de tensión

Para salir de la conmoción y de la angustia del tsunami pardo sin caer en la ingenuidad, hay que tener en cuenta que estamos efectivamente ante una marejada que arrasa nuestros fundamentos democráticos y sociales, pero que ello no significa que sea una apisonadora irresistible.

En primer lugar, porque la extrema derecha no es homogénea, como hemos dicho, aunque haya articulaciones entre sus diferentes componentes, a veces reivindicadas abiertamente y mostradas a la luz pública, a veces clandestinas, y que, por lo tanto, es necesario desbrozar si queremos enfrentarla. En segundo lugar, porque una de las principales razones de su éxito –el hecho de que parte de estas derechas responden a un deseo de transgresión– no es tenida en cuenta lo suficiente por quienes buscan combatirla.

El libro pionero ¿La rebeldía se volvió de derecha?6, del ensayista y periodista argentino Pablo Stefanoni, permite comprender que el carácter heterogéneo de esta extrema derecha no excluye las convergencias que alimentan su ascenso al poder. En él, se constata la existencia de al menos «tres líneas de tensión entre las distintas sensibilidades de la nueva derecha radical». La primera es «la tensión entre estatismo y antiestatismo, que afecta por igual a libertarios y neorreaccionarios, pasando por diversas combinaciones intermedias». La segunda es la que enfrenta «occidentalismo y antioccidentalismo», en la medida en que «un ala de la Alt-Right busca proteger a Occidente de sus enemigos –es culturalmente cristiana, a menudo pro-Israel y combate el ‘peligro’ islámico–, mientras que otra es ‘antisemita’ y más o menos neopagana» y culpa «al propio Occidente, y a la sociedad industrial que ha creado, de los problemas del mundo actual». «En esta última sensibilidad se enraízan tendencias como el ecofascismo y diversas utopías primitivistas», escribe Stefanoni. La tercera tensión es geopolítica: Matteo Salvini, Marine Le Pen y Viktor Orbán se mantienen cercanos a Rusia, mientras que Vox en España, Chega en Portugal y Hermanos de Italia, la agrupación de Meloni, son claramente atlantistas. Sin embargo, prosigue el ensayista, «aunque estas grietas son a menudo pronunciadas, encontramos muchas veces que estos mundos conviven en los mismos espacios, donde se enfrentan, discuten, se insultan y también coinciden».

Circulación y genealogía de las ideas

En términos prácticos, este movimiento de pinzas significa que debemos evitar confundirlo todo si queremos discernir las razones que favorecen el triunfo –o eventualmente derrota– de estas derechas duras y, al mismo tiempo, tomar la medida de lo que las conecta. Esto requiere que identifiquemos los movimientos y genealogías que existen entre ellas, incluso si los contextos nacionales son, por supuesto, siempre específicos.

La elección de Milei en Argentina es un ejemplo elocuente. Su crecimiento como figura política es un producto puro del sistema político y de la crisis económica que vive el país sudamericano: ha logrado encarnar a la vez el rechazo visceral del peronismo que gobernó Argentina durante décadas y una supuesta respuesta a una inflación de más de 100% anual, y parece impensable que pueda ser «exportado» a otras latitudes7. Por otro lado, cabe destacar que hizo campaña importando a un país históricamente estatista el pensamiento libertario –en su versión marginal encarnada por Rothbard–. Cierta circulación de temáticas de extrema derecha ya está bien identificada, como la del «gran reemplazo», que afirma que existe una elite «globalista» que fomenta la desaparición de las poblaciones blancas de los países occidentales y su cultura, en favor de poblaciones inmigrantes racializadas (no blancas).

Este vocabulario, acuñado por el escritor francés Renaud Camus, que profesa su homosexualidad y ha sido publicado durante mucho tiempo por pol, una editorial de literatura innovadora, se ha extendido por todo el mundo, sin duda porque cristaliza la obsesión demográfica y racial presente en la mayoría de la derecha dura. Pero también en este caso adopta formas diferentes según los contextos nacionales.

Mientras que figuras de la derecha tradicional francesas como Valérie Pécresse y Éric Ciotti han hecho suyo este vocabulario, algunos miembros de esta familia política siguen mostrándose reticentes a utilizarlo, aunque citen largo y tendido en entrevistas ciertos pasajes de los trabajos del encuestador Jérôme Fourquet para expresar su preocupación por el aumento del número de nombres de pila arabomulsulmanes dados a los bebés nacidos en Francia. El ministro italiano de Agricultura y cuñado de Meloni, Francesco Lollobrigida, declaró públicamente: «No podemos resignarnos a la idea de la sustitución étnica: los italianos tienen menos hijos, pues sustituyámoslos por otros. Ese no es el camino»8.La natalidad, que siempre se ve como un espejo de la inmigración, es uno de los temas más comunes de la extrema derecha mundial y se extiende hasta la derecha centrista. 

Payton Gendron, el militante de extrema derecha que mató a diez personas en Buffalo (eeuu) en mayo de 2022, y Brenton Tarrant, que mató a 51 personas en 2019 en dos mezquitas en la ciudad de Christchurch (Nueva Zelanda), ofrecieron una versión terrorista del «gran reemplazo», uno de los principales argumentos de los «manifiestos» difundidos en el momento de sus matanzas.

En cuanto al senador republicano de Ohio J.D. Vance, autoproclamado trumpista de clase obrera y elegido como candidato a vicepresidente de Trump, acentuó la dimensión conspirativa ya presente en la versión original del «gran reemplazo», supuestamente organizado por las dirigencias liberales contra la gente «de bien», al acusar a Biden de querer matar a los votantes de Trump mediante una «epidemia» de consumo de fentanilo –una droga que, en efecto, está haciendo un daño considerable entre los hombres blancos de clase obrera, que constituyen una gran proporción del electorado trumpista9–.

«Desdemonización»

Ciertas genealogías se esconden cuidadosamente bajo la alfombra, sobre todo en el caso de los partidos que intentan llegar al poder mediante las urnas haciéndose más respetables o «desdemonizándose», aunque este último término puede ser engañoso. Según Caterina Froio, especialista en extrema derecha y profesora en Sciences Po, París, transmite la idea de una «forma de moderación de estos partidos populistas de derecha radical». En su opinión, sería más exacto hablar de la «normalización de las ideas de estos partidos, que han adquirido un papel cada vez más central y pueden incluso participar en gobiernos, o incluso dirigirlos». Pero la consecuencia de este proceso no es la moderación de estos partidos, sino la radicalización de los partidos de derechas [conservadoras] con los que gobiernan»10.

En Italia, este movimiento se remonta al siglo pasado. Se ha nutrido pacientemente de los renunciamientos de los partidos políticos tradicionales y de la inconsciencia de los medios mainstream. Por ejemplo, los grandes medios de comunicación han difundido ampliamente las opiniones del historiador Renzo De Felice, autor de una biografía de Benito Mussolini –aún inacabada al momento de su muerte, en 1996– según la cual el dictador fascista «se sacrificó» para salvar a Italia. Los presentadores de éxito también han ensalzado durante años la pasión del Duce por el jazz estadounidense.

Gracias sobre todo a los medios de comunicación del multimillonario Vincent Bolloré, pero no solo a eso, Éric Zemmour ha podido repetir su «tesis del escudo y la espada» –una tesis revisionista que presenta a Charles de Gaulle y Philippe Pétain, el jefe de Estado títere del nazismo en la Francia ocupada, como tácitamente concertados para defender a Francia– y Marine Le Pen no ha dejado de hablar de su amor por los gatos, lo que la vuelve más «simpática» a los ojos de parte del electorado.

Reagrupamiento Nacional (rn) es el arquetipo de esta voluntad de limpiar el propio nombre por todos los medios, negando u ocultando ciertas conexiones e historias consideradas demasiado embarazosas. Por ejemplo, el joven presidente de rn, Jordan Bardella (28 años), afirma en todas las plataformas que el fundador de su agrupación, Jean-Marie Le Pen, que registró los estatutos del movimiento en 1972 junto con un antiguo Waffen-ss, «no era antisemita». El partido se esfuerza también por ocultar el papel que siguen desempeñando en su seno los identitarios y la neofascista «conexión Gud» encarnada por Frédéric Chatillon, de quien varias investigaciones periodísticas han demostrado que sigue siendo central en el aparato, aunque esté instalado en Roma desde hace varios años, donde mantiene estrechos vínculos con grupos ultras como CasaPound11. Périne Schir, investigadora de la Universidad George Washington, ha destacado recientemente la influencia de la Nueva Derecha en Bardella12. En los últimos 25 años, esta corriente de pensamiento, defendida en particular por el Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne [Grupo de Investigación y Estudio sobre la Civilización Europea] (Grece) e ideólogos como Jean-Yves Le Gallou y Alain de Benoist, había tendido a extenderse en el seno de los partidos del Movimiento Nacional Republicano, de Bruno Mégret, y Reconquista, de Zemmour. Pero se ha reinventado a través de nuevas estructuras como el Observatoire du Journalisme [Observatorio de Periodismo], el Institut Iliade y la Nouvelle Librairie, para influir en la joven guardia de rn, sobre todo desde la entrada de Bardella en el Parlamento Europeo.

Del eje eeuu-Rusia al mito del Extremo Norte

Por último, existe otro tipo de circulaciones, a menudo más difíciles de identificar porque operan bajo el radar o conducen a puentes que resultan, a primera vista, sorprendentes. El reciente libro de los sociólogos Kristina Stoeckl y Dmitry Uzlaner, The Moralist International: Russia in the Global Culture Wars [La internacional moralista: Rusia en la guerra cultural global]13, explora la genealogía de un discurso común entre la derecha cristiana estadounidense y la Iglesia ortodoxa rusa. Rastrea los orígenes y las razones de la similitud entre la retórica del Kremlin y la de las extremas derechas estadounidense y europea sobre los valores tradicionales, la familia, el aborto y la «decadencia de Occidente». El libro explora cómo la extrema derecha cristiana estadounidense exportó sus ideas a Rusia en la década de 1990 mediante la fundación del Congreso Mundial de Familias (wcf, por sus siglas en inglés), una organización alojada en el think tank conservador Centro Howard para la Familia, la Religión y la Sociedad, que desde entonces se ha convertido en la Organización Internacional para la Familia.

En la misma línea, podríamos mencionar la forma en que el «mito borealista» es movilizado regularmente por la extrema derecha europea para justificar sus desvaríos racializantes. En un artículo de la Revue du Crieur, Lionel Cordier mostró que esta utopía del Extremo Norte, que sirve de catalizador para la promoción de la blancura, puede encontrarse en varios países europeos con tradiciones políticas e historias coloniales distintas14. En los Países Bajos, el nacionalista Thierry Baudet, líder del partido de derecha radical Foro para la Democracia (FVD, por sus siglas en neerlandés), dijo durante su discurso de victoria en las elecciones provinciales y senatoriales de marzo de 2019 que, «como todos los demás países de nuestro mundo boreal, estamos siendo destruidos por las personas que deberían protegernos»15.

En Francia, la referencia ha sido utilizada en varias ocasiones por Jean-Marie Le Pen, inspirado a su vez por el teórico de extrema derecha Dominique Venner, que elogió repetidamente la «Europa boreal». «Más allá del Norte al que pretende referirse, la expresión se ha convertido en un nombre en clave, un terreno fértil para las fantasías más desenfrenadas de la extrema derecha europea», escribe Cordier.

Hay, por tanto, temas comunes a la extrema derecha mundial, que incluso se formalizan en grandes cónclaves, como la conferencia nacional conservadora celebrada en Roma en febrero de 2020, que reunió a la futura primera ministra italiana Giorgia Meloni, al fundador y presidente del partido español Vox Santiago Abascal, a Marion Maréchal-Le Pen y al primer ministro húngaro Viktor Orbán. Otros temas estructuran la derecha radical de forma heterogénea según la geografía y la historia nacional, y circulan de forma menos monolítica. La defensa de la familia tradicional y la oposición a las políticas lgbti+ no están ausentes de ninguno de los movimientos de extrema derecha del mundo, pero no tienen la misma importancia en Italia, eeuu o Brasil, sobre todo por el peso de las iglesias católica y evangélica, que en Argentina o incluso Francia, donde rn mantiene cierta ambigüedad sobre estas cuestiones.

Como corolario, la mayor parte de la extrema derecha mundial está marcada por un masculinismo asumido, pero esto no es sistemático. Muchos movimientos –sobre todo los que han cedido el liderazgo a las mujeres– pretenden ser feministas o, como mínimo, garantizar los derechos de las mujeres cuando llegan al poder, ignorando al mismo tiempo los elementos estructurales, en particular el derecho al aborto. Sin embargo, incluso en este caso, la estrategia ofensiva de Meloni para reducir drásticamente el acceso al aborto tiene en Francia a una Marine Le Pen más ambigua al respecto16.

De manera similar, todas las extremas derechas muestran formas de reforzar la identidad que implican invocaciones a la cultura y la tradición, pero no todas se centran en los mismos objetos. El «gastronacionalismo» que Meloni ha situado en el centro de su política no tiene equivalente en ninguna otra parte del mundo. También existen otras diferencias fundamentales, sobre todo en materia de ecología, una temática que toda la extrema derecha intenta retomar, pero de forma dispersa, aunque la mayoría comparta el rechazo de la llamada ecología «punitivista». Si la defensa de una «tradición» alimentaria italiana ha bloqueado los avances europeos en materia de nutriscore y, de hecho, ha servido para defender un modelo de agricultura industrial, una parte de la derecha radical impulsa la noción de «límites» biológicos y ecológicos, ya sea en su oposición a la reproducción médicamente asistida, en su crítica al crecimiento o en su defensa de una agricultura «sana», en el doble sentido del término, a la vez arraigada en el territorio y más respetuosa de la naturaleza.

Otra racionalidad

Una de las prioridades del progresismo es identificar estos flujos, estos pasajes, estas metabolizaciones y estos temas de fondo. Pero hay un límite a lo que podemos hacer, más allá de la imposibilidad de cartografiar definitivamente las 50 tonalidades de pardo que nos rodean, ya que estas cambian y se recomponen constantemente. Este límite reside en el hecho de que estas extremas derechas, aunque en grados diversos, están sometidas a una racionalidad diferente de la que durante mucho tiempo ha organizado el campo político en torno de una dialéctica principal entre progreso y reacción, o revolución y reacción. Esta «alter-racionalidad» permite a los reaccionarios y a los nostálgicos de un viejo orden mítico presentarse como los últimos o los nuevos revolucionarios. La mayoría de los actores en este campo, sean cuales fueren las estrategias desplegadas para lograr respetabilidad, son «ingenieros del caos», por utilizar el título de un libro del ensayista Giuliano da Empoli17. En 2018, Da Empoli describía la labor de los spin doctors [propagandistas], ideólogos, científicos y expertos en big data que han permitido la llegada al poder de líderes «disruptivos», transformando sus aparentes carencias en cualidades para quienes apoyan sus campañas y discursos: la inexperiencia como prueba de que no forman parte de la elite; las noticias falsas como prueba de su libertad de pensamiento; las rupturas geopolíticas como prueba de independencia, etc.

Estos personajes e ideas responden, en parte, a un deseo de transgresión que parece haber sustituido a la esperanza de cambio, ya sea reformista o revolucionario, en una época marcada por un futuro bloqueado por las encrucijadas ecológicas y el acceso desigual a los recursos disponibles.

Por supuesto, muchos votantes apoyan sinceramente los programas e ideologías de los partidos de extrema derecha, en particular sus estereotipos y agendas racistas. Los hay en todos los sectores de la sociedad, y en particular en las clases privilegiadas, que votan a estos partidos tanto como las clases trabajadoras, mucho más estigmatizadas por hacerlo. Esto no excluye la hipótesis de que, para llegar al poder, la extrema derecha debe reunir –y parece estar en vías de conseguirlo– a un electorado socialmente amplio y diverso que suscriba sus ideas, y a un ejército de desclasados que consideran que no tienen nada que perder intentando un experimento «alternativo», por desastroso que sea, incluso para sus propios intereses. Este deseo de transgresión está desigualmente distribuido en las sociedades. Quienes aún viven en un mundo relativamente protegido y estable están sin duda más preocupados por las amenazas a las libertades públicas o al futuro de sus hijos que ciertas categorías de la población, que probablemente consideran que tienen poco que perder con un cambio político radical, en la medida en que su margen de maniobra personal ya está limitado por condiciones socioeconómicas muy deterioradas y un futuro incierto. Sin embargo, incluso cuando se oponen en las urnas –yendo a votar o absteniéndose–, estos grupos sociales tienen un enemigo común cuya apariencia camaleónica sigue ocultando demasiado la amenaza: la cooptación por un poder desigualitario y ultraliberal de figuras políticas transgresoras utilizadas para perpetuar o incluso acentuar un sistema económico, social y ecológico ampliamente reconocido como insostenible.

También en este caso, lo ocurrido en Argentina es interesante en la medida en que es muy probable que el programa libertario de Milei, obligado a gobernar con la derecha clásica, se traduzca sobre todo en una radicalización del ultraliberalismo y del neoliberalismo autoritario. Entre las primeras medidas del nuevo presidente están las privatizaciones, en el corazón del modelo ultraliberal, y restricciones al derecho de protesta, en el corazón de las tendencias antidemocráticas del mal llamado neoliberalismo. Pero las elecciones argentinas también mostraron hasta qué punto puede existir el deseo de «saltar al vacío», incluso entre un electorado muy consciente de que puede salir perdiendo. A quienes piensan que tienen poco que perder abrazando políticas que en realidad aumentarán su vulnerabilidad, hay que proponerles, por supuesto, otros tipos de ruptura política y social con el pasado, como supieron hacerlo las izquierdas transformadoras desde al menos el siglo xix.

Reapropiarse del deseo de ruptura

Pero hay que decir que el deseo de ruptura, de cambio radical, de rebelión e incluso de revolución parece haber sido captado en gran medida por las derechas llamadas alternativas, y que contrarrestarlas significa sin duda arrancarles los afectos mismos capaces de mover las condiciones de posibilidad. La cuestión es cómo hacerlo sin utilizar los mismos métodos ni las mismas temáticas.

¿Cómo contrarrestar el masculinismo, el extractivismo, el productivismo, la xenofobia y el individualismo con el feminismo, el cuidado de las personas, los animales y el planeta, la hospitalidad y lo colectivo? Estos afectos pueden ganar terreno a escala local, pero les cuesta llegar a escalas mayores, lo que los condena a seguir siendo archipiélagos, semillas o experimentos deseables pero demasiado embrionarios para frenar la carrera hacia el abismo.

Entonces, ¿debemos confiar en figuras antisistema que juegan en el mismo registro que las figuras de extrema derecha que hoy están en auge? La experiencia de Beppe Grillo en Italia –donde Caterina Froio explica que «si observamos las transformaciones y la evolución de la extrema derecha desde la posguerra hasta nuestros días, podemos ver que este país ha sido una incubadora de tendencias que pueden encontrarse en otros lugares de Europa»– no puede considerarse una fórmula deseable, en la medida en que el Movimiento Cinco Estrellas ha sabido captar ciertamente una parte de la frustración política y electoral dirigida hasta ahora hacia la extrema derecha, pero también ha contribuido a normalizarla gobernando con ella y haciendo suyos algunos de sus temas, en particular la inmigración.

En cuanto a la estrategia de conflicto en todos los frentes del dirigente de izquierda francés Jean-Luc Mélenchon, aunque este tenga el mérito de haber hecho estallar el compromiso liberal del progresismo y de volver a situar la radicalidad en el corazón de la izquierda, muestra también sus límites. Si es difícil comprender, desde el punto de vista de la racionalidad política clásica, la fuerza de atracción del mesianismo judío o de los evangélicos cristianos para quienes el apocalipsis es un horizonte buscado y deseado, parece faltar una forma de respuesta, en el campo de la justicia y de la igualdad, a esta promesa de un big bang de extrema derecha que a menudo parece ocupar el lugar de la esperanza en un mañana más luminoso.

La batalla solo puede ser multidimensional, electoral y «antisistema», local e internacional, mediática e íntima, inédita y portadora de la memoria de luchas y victorias. Pero no puede prescindir de conocer de cerca las trayectorias, el corpus, los golpes de fuerza, la retórica, los métodos, los trucos y las políticas de alianza del adversario. No para imitarlos, sino para desmontar sus resortes, revertir sus éxitos y repatriar para el lado del progresismo el proyecto de cambio radical de la sociedad.

  1. Ver Laura Raim: «La derecha ‘alternativa’ que agita a Estados Unidos» en Nueva Sociedad No 267, 1-2/2017, disponible en nuso.org.
  2. Christian Raimo: «Jeunes, italiens, fascistes et branchés. Le renouveau d’une idéologie haineuse» en Revue du Crieur No 10, 2/2018.
  3. Romaric Godin: «Le libertarianisme, nouveau levier de l’extrême droite?» en Mediapart, 20/11/2023.
  4. Juan Luis González: El loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política argentina, Planeta, Buenos Aires, 2023.
  5. Lucie Delaporte: «La déroute de lr signe ‘l’échec de sa stratégie’ face à l’extrême droite», entrevista en Mediapart, 6/6/2019.
  6. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2021.
  7. No obstante, como se ha visto recientemente, Milei ha logrado una fuerte irradiación entre los adherentes al partido Vox en España [n. del e.].
  8. «Ministro italiano dice que no se puede ceder ‘ante la sustitución étnica’» en Swissinfo, 18/4/2023.
  9. Patria Neves: «Dans l’Ohio, la victoire d’un jeune loup trumpiste» en Mediapart, 9/11/2022.
  10. J. Confavreux: «Italie: ce qui change (ou pas) dans un pays dirigé par l’extrême droite» en Mediapart, 5/5/2023.
  11. CasaPound es un movimiento político nacionalista-revolucionario y neofascista. Nacido en la década de 2000 como un centro social y cultural de extrema derecha basado en la ocupación militante de un edificio en el barrio Esquilino de Roma, ha adoptado el nombre del poeta estadounidense Ezra Pound, quien fue un abierto partidario de Mussolini y vivió en Pisa durante la Segunda Guerra Mundial. CasaPound es, junto con Forza Nuova [Fuerza Nueva], uno de los dos principales movimientos activistas de la derecha radical presentes en toda Italia (y en feroz competencia entre sí) [N. del E.].
  12. Marine Turchi: «Sous la présidence Bardella, la Nouvelle Droite retrouve un rôle de premier plan au rn» en Mediapart, 18/12/2023.
  13. Fordham UP, Fordham, 2022.
  14. L. Cordier: «En finir avec l’illusion boréale. Utopie du Grand Nord et promotion de la blanchité» en Revue du Crieur No 14, 3/2019.
  15. Ibíd.
  16. En enero de 2024, Le Pen, como diputada, votó a favor de la constitucionalización del derecho al aborto [n. del e.].
  17. G. da Empoli: Los ingenieros del caos, Oberon, Madrid, 2019.

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