Actualizando el análisis de la victoria de Trump

por Gonzalo Martner

Interpretar las causas de la popularidad persistente de un personaje como Donald Trump en el electorado de Estados Unidos, así como la caída de la votación demócrata en un contexto de dificultad universal de los gobiernos desde la pandemia de Covid 19 para reelegirse (con las notorias excepciones de Suiza, España y México) y de debilitamiento de las democracias, será materia de estudios y controversias por bastante tiempo. 

La caída de los demócratas 

La victoria de Donald Trump en el colegio electoral y en el voto popular, en este caso por un 49,85% contra 48,25% de Kamala Harris, se explica en primera instancia por el hecho que más de un 70% de la población de Estados Unidos se declaró insatisfecha o muy insatisfecha en el momento de votar.  Nunca en la historia de Estados Unidos un partido ha ganado la reelección cuando la aprobación del presidente de sus filas es baja (40%) y cuando tantas personas consideran que el país va en la dirección equivocada bajo su liderazgo. El 5 de noviembre de 2024 no fue la excepción. 

Trump obtuvo 76,9 millones de votos, menos que los 81,3 millones obtenidos por Joseph Biden en 2020, mientras Harris sumó solo 74,5 millones, con 4 millones de votantes habilitados adicionales. Trump aumentó en 2,8 millones sus 74,2 millones de votos de 2020, mientras Harris sufrió una caída de unos 6,8 millones de votos en comparación a Biden cuatro años antes. Harris superó por 8 millones los 65,8 millones de sufragios obtenidos por Hillary Clinton en 2016, año en el que Trump obtuvo solo 63,0 millones de votos, aunque ganó el colegio electoral. Solo dos presidentes ganaron el colegio electoral mientras perdían el voto popular: el segundo presidente Bush en 2000 y Trump en 2016.

La doble victoria en el voto popular y en el colegio electoral consagraron la legitimidad de la segunda elección de Trump, junto a la conquista por los republicanos de la mayoría del Senado y la retención de la Cámara de Representantes. Pero la diferencia de 1,6% del voto popular a favor de Trump no es una marea: Lyndon Johnson obtuvo en 1964 una ventaja de 22,6%, Richard Nixon en 1972 una de 23,2% y Ronald Reagan en 1984 una de 18,2%. Aunque es la primera vez en 20 años que un republicano gana el voto popular, la victoria de Trump es menor que la de todos los presidentes ganadores desde 1888, excepto la de John Kennedy en 1960 y la de Richard Nixon en 1968. Por otro lado, el margen de Trump en los tres estados clave de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania fue mayor que el que logró en 2016, pero ligeramente menor que el que Joe Biden logró en su estrecha victoria de 2020 en esos estados. 

Las encuestas a pie de urna mostraron una persistencia de la polarización del voto por segmentos del electorado. Los demócratas deben evaluar por qué en 2020 Biden perdió por 4 puntos porcentuales entre los votantes sin título universitario, mientras Harris lo hizo en 2024 por 14 puntos. Y por qué Harris disminuyó respecto a Biden en unos 4 puntos entre las mujeres, 13 entre los votantes latinos, 2 entre los votantes afroamericanos y 6 entre los menores de 30 años. En las últimas seis elecciones presidenciales, los demócratas ganaron cuando capturaron el 60% del voto juvenil con Barack Obama en 2008 y 2012 y con Biden en 2020.  Entre los jóvenes jugó un rol la falta de intervención del gobierno de Biden para impedir las masacres de civiles palestinos y libaneses por el gobierno de Israel. 

Según estimaciones de The New York Times, Trump logró desde 2016 mayores avances entre los votantes negros, hispanos, asiáticos y jóvenes que entre los votantes blancos sin título universitario. Su avance se produjo primero en la clase trabajadora blanca del norte, luego en 2020 entre los votantes hispanos y asiáticos, mientras en 2024 entre los votantes jóvenes y, en menor medida, los votantes negros. 

Harris fue afectada, en la contingencia, por su falta de distancia con la impopular presidencia de Biden, ya con una edad avanzada, y de explicación sobre cómo su administración sería diferente, detallando pocas propuestas y centrando su discurso en los derechos de la mujer, la personalidad de Trump y sus amenazas a la democracia, lo que hizo sentido a una parte importante del electorado, pero no a la mayoría. El rechazo a Biden terminó extendiéndose a una persona que, como Kamala Harris, encarnaba el «sueño americano» por su origen de clase media y raíces afro- asiáticas. Pero se trataba de la vicepresidenta, por lo que recayó inevitablemente sobre ella la impopularidad del gobierno. 

Esto facilitó la elección por segunda vez de un personaje cuya agresividad fue vista por la mayoría de los votantes como una virtud para «mejorar la economía» y «poner orden» en lo interno y externo. Trump ha terminado por superar ante el electorado la desventaja de una vida marcada por escándalos, dos juicios políticos, cuatro imputaciones penales, múltiples sentencias civiles y una condena por 34 cargos por delitos de falsificación. Intentó, además, subvertir mediante la violencia el resultado de la elección de 2020 y no fue apoyado, por considerarlo un peligro, por la mitad de quienes fueron parte de su gabinete cuando fue presidente entre 2016 y 2020.  Como señala The New York Times, Trump «demostró que más estadounidenses estaban de acuerdo con su visión de una nación distópica en crisis y estaban dispuestos a aceptar a un delincuente condenado como su líder, en lugar de considerarlo la amenaza fascista e inclinada al autoritarismo que sus oponentes describían«.

En la mirada más larga, Nate Cohn subraya que «durante un siglo, los demócratas fueron considerados el «partido del pueblo», el partido opuesto a los intereses poderosos y a favor del cambio. Estas ideas atrajeron a millones de votantes de clase trabajadora hacia los demócratas. Donald Trump dio la vuelta a todo esto. Su discurso populista privó a los demócratas de su papel tradicional en la política estadounidense, debilitando gradualmente sus vínculos con los votantes de clase trabajadora, así como con los no blancos y los jóvenes. Trump se postuló contra el “establishment” y prometió “drenar el pantano”. Criticó un sistema “amañado” y afirmó que una élite global privilegiaba sus valores e intereses por encima de los estadounidenses comunes. Se comprometió a poner a “America First” y proteger los empleos estadounidenses». Entre tanto, «durante las dos décadas previas, los demócratas adoptaron posiciones centristas y favorables a las empresas en temas clave. Hillary Clinton apoyó el tratado NAFTA (promovido por su esposo) y el acuerdo de Asociación Transpacífico, además de haber respaldado inicialmente la invasión de Irak en 2003. Estas posturas dividieron al Partido Demócrata durante las primarias de 2016 y facilitaron que Trump los retratara como el partido de las élites y el sistema amañado”. Concluye Cohn: «los demócratas se convirtieron en el partido de las instituciones, del aparato de seguridad nacional, de las normas y, en última instancia, del statu quo, no del cambio». 

La reacción masculinista y contra los inmigrantes

En palabras de Patrick Sabatier, Trump logró interpretar el temor de los que «no conciben otra ‘lucha de clases’ que la que pueda preservar, o aumentar, el ‘poder adquisitivo’ que es su carta de presentación a la ‘sociedad de consumo’ del país más rico que la humanidad haya conocido. No los motivan tanto los fines de mes, aunque sean más difíciles, ni las desigualdades, sino el gran temor del fin del mundo, su mundo. Aunque estén frustrados porque el sueño americano no tenga, para la mayoría de ellos, nada en común con su realidad cotidiana, y que sospechen que es una gran ilusión, aún desean creer en él. Para ellos es una cuestión de identidad (ciudadanos del imperio más poderoso de la historia), de economía (accionistas de una sociedad de consumo que gran parte de la humanidad solo puede soñar), y de cultura (miembros de una tribu que tiene a «Dios a su lado» mientras obedezca a los valores de la religión cristiana). Aterrados por el posible colapso de este mundo, han apoyado a quien les promete preservarlo tras los muros que les protegerán de las amenazas que hacen pesar las mutaciones del planeta: el cambio climático, la evolución demográfica, los desplazamientos de población, el agotamiento de los recursos, las reivindicaciones de igualdad de las minorías, sin hablar de las de las mujeres«.

Influyó en la consolidación de un clima social y cultural a favor de Trump la orquestación por la ultraderecha de una «masculinidad hegemónica«, que reivindicó contra viento y marea el modelo del hombre fuerte en las jerarquías de poder y estatus y cuya dominación se entiende como el orden natural y lo mejor para todos. Esta voluntad de dominación no solo se expresa respecto a las mujeres sino que se extiende a todos los grupos con menos poder y hacia la hostilidad con las minorías étnicas y la diversidad sexual. En palabras de Elizabeth Spiers, Trump «ofreció una visión regresiva de la masculinidad, en la que el poder sobre las mujeres se considera un derecho de nacimiento. Que esto atrajera especialmente a los hombres blancos no es una coincidencia, ya que se entrelaza con otros tipos de privilegio, incluyendo la idea de que los blancos son superiores a otras razas y más calificados para ocupar cargos de poder, y que los logros de mujeres y minorías se deben injustamente a programas de diversidad, acción afirmativa y ayudas gubernamentales. Para hombres insatisfechos con su estatus, esta perspectiva ofrece un grupo al cual culpar, algo que parece más tangible que responsabilizar problemas sistémicos como la creciente desigualdad económica y los desafíos de adaptarse a los cambios tecnológicos y culturales«. La mayor incidencia de este conservadurismo cultural se produjo entre el grupo más afectado por la globalización desigual del último medio siglo, aquel de los hombres blancos sin educación superior (su voto por Trump fue de 66%), que resiente una pérdida progresiva de su rol tradicional, lo que se extendió a los hombres latinos (su voto por Trump fue de 55%) e incluso a una parte de los afroamericanos (un 21% votó por el republicano). 

En esta elección, se dio rienda suelta, además, al racismo y la xenofobia. Trump y su desparpajo tuvieron éxito en trasladar una supuesta responsabilidad de los demócratas en haber «permitido la invasión» de Estados Unidos por delincuentes asimilados a la inmigración. El 40% de los votantes es partidario de la expulsión de los inmigrantes indocumentados, queson ahora amenazados por deportaciones masivas, en circunstancias que no solo no dañaron la economía ni se comieron perros y gatos, sino que han sido un factor importante de su desempeño a lo largo de la historia norteamericana, incluyendo la etapa más reciente.

La importancia de la economía

En la pérdida de voto demócrata hay aspectos, más allá de los socio- culturales, que tienen que ver específicamente con los conflictos de interés en la economía. Debido a las decisiones del Congreso, algunos beneficios que redujeron la desigualdad bajo Trump desaparecieron en la administración Biden. Las ambiciones de la campaña de Biden de expandir históricamente la red de seguridad social nunca se concretaron por falta de mayoría en el Congreso y quedaron relegadas en la campaña de Harris, en la que solo sobrevivieron el crédito fiscal por hijos y una modesta expansión de los beneficios de Medicare, el seguro gratuito para las personas de más edad, y medidas para facilitar el acceso a la vivienda y vigilar aumentos de precios. En palabras de John Della Volpe, de la Universidad de Harvard, «la ansiedad económica nunca desapareció: la era de Trump se percibía como más segura financieramente, mientras que un futuro con Harris parecía incierto. Cuando las mujeres jóvenes tomaron finalmente su decisión en las últimas semanas de la campaña, muchas eligieron a regañadientes su estabilidad económica por encima de los derechos reproductivos«.

David Wallace-Wells señala que «Harris propuso un plan nacional de cuidado para personas mayores sorprendentemente ambicioso, pero no pareció tener un efecto significativo en la contienda. Presentó créditos fiscales para compradores de vivienda por primera vez y destacó la necesidad de construir más viviendas. También sugirió controles de precios para limitar la inflación, aunque luego retiró la propuesta. En un momento de descontento vago pero generalizado, es difícil ganar cuando uno se parece al símbolo del sistema y se presenta como su defensor». La incógnita es si el resultado hubiera sido diferente con un programa demócrata que comprometiera, como señala Naomi Klein, «un sistema de salud pública similar al que existe en la mayoría de los países industrializados, eliminar las deudas estudiantiles, que han alcanzado un nivel astronómico en Estados Unidos, y hacer de la vivienda un derecho fundamental. La campaña de Kamala Harris fue financiada por algunos de los individuos más ricos del planeta, quienes no quieren otorgar un salario decente a todos sus empleados ni pagar más impuestos para financiar un sistema de salud pública«.

El avance del trumpismo en el mundo del trabajo y su consolidación en los espacios rurales se vio favorecido por el hecho que una parte de la elite demócrata mantiene un vínculo estrecho con el mundo financiero y tecnológico rentista, que la aleja de toda plataforma política que recoja con consistencia y continuidad las aspiraciones de los trabajadores no calificados y precarios, que han terminado por encontrar refugio en la demagogia anti-elite de la extrema derecha. 

Aunque el presidente Biden había conducido con bastante éxito la recuperación de la pandemia de Covid-19, se vio confrontado a una inflación por las interrupciones en las cadenas de suministro, agravada por un aumento de la demanda de bienes sujetos a comercio internacional y por la guerra de Ucrania. Se produjo una percepción de pérdida de ingresos respecto a la era Trump que golpeó a los hogares y volvió impopular al presidente, lo que precipitó su retiro tardío de la carrera presidencial. No fueron suficientes la creación de 16 millones de empleos, el control progresivo de la inflación y la expansión de la inversión en infraestructuras y tecnología verde, además de la defensa de los derechos de la mujer. El brote de inflación dejó los precios en un umbral más alto y alimentó el descontento y la percepción de pérdida de ingresos, a pesar de la recuperación y aumento del salario real promedio y uno de los más bajos desempleos en el último medio siglo. 

Pero si se va más atrás, se fue creando en las últimas décadas una inestabilidad estructural en las posiciones sociales subordinadas, un deterioro de sus condiciones de vida y un incremento de las muertes por drogas, alcohol y suicidios, con una inusitada disminución de la esperanza de vida promedio en Estados Unidos. La radicalización de una parte de la población trabajadora hacia la ultraderecha refleja una reacción de desesperanza de más largo plazo frente a la globalización y los cambios tecnológicos que se remontan a los años 1970, cuando se inició el debilitamiento del peso de los trabajadores industriales de la posguerra y el fin de sus ingresos ascendentes y carreras más o menos estables (el llamado «fordismo«). Según los datos del Bureau of Labor Statistics, los trabajadores del sector privado con empleos manuales (blue-collar) en promedio ganaban más en 1972, ajustado por inflación, que en la actualidad. El bajo desempleo, el buen crecimiento del PIB, la inflación desacelerada y la bolsa en auge se acompañaron de un récord de personas sin hogar y aumentos en los desalojos, una disminución en el ingreso familiar medio y un incremento en la inseguridad alimentaria y la pobreza desde 2021, especialmente infantil. 

Para el reciente premio Nobel Daron Acemoglu, «esta no es una victoria de Trump. Son los demócratas quienes han perdido esta elección. Los demócratas dejaron de ser el partido de los trabajadores hace mucho tiempo (…). La transformación es realmente sorprendente, como he argumentado antes: ahora son los altamente educados, y no los trabajadores manuales, quienes votan por los demócratas. Si el centro-izquierda no se vuelve más pro-trabajador, él y la democracia sufrirán.» Este economista escribió en 2023 que «los partidarios de Trump tienen quejas legítimas… Los ingresos reales (ajustados por inflación) de los hombres con solo un diploma de escuela secundaria o menos han disminuido desde 1980… Mientras tanto, los ingresos de los estadounidenses con títulos universitarios y habilidades especializadas (como programación) han aumentado rápidamente… Las razones de esta transformación del mercado laboral están arraigadas en tendencias económicas que los políticos del establishment y los medios vendieron como beneficiosas para los trabajadores. La globalización, que se suponía elevaría a todos, ha dejado a muchos varados. La automatización, que supuestamente haría la manufactura estadounidense más competitiva y ayudaría a los trabajadores, es el principal factor en la disminución de los ingresos de los trabajadores sin título universitario. Mientras tanto, los sindicatos, las leyes de salario mínimo y las normas de protección para trabajadores de bajos salarios se han debilitado.«

El ex subsecretario del Tesoro y economista de la Universidad de California-Berkeley, Brad DeLong, replica respecto a la automatización que «el debilitamiento de los sindicatos, salarios mínimos más bajos en términos relativos y la demanda limitada juegan roles mucho más importantes, incluso cuando limitamos nuestra atención a los salarios relativos (ya que los ingresos absolutos no han disminuido)» y que «siempre he visto los aranceles, las barreras no arancelarias y las garantías de empleo como medidas que, salvo en casos muy especiales y delicados, producen pocos beneficios distributivos a cambio de grandes pérdidas en productividad total«, mientras logran redistribuciones las «políticas de transferencias como el EITC (crédito tributario a los bajos ingresos), la Seguridad Social, Medicare y Medicaid (seguros médicos para los pobres y los mayores)» junto «a impuestos sobre la renta personal, corporativa y la riqueza que sean fuertemente progresivos y altos»

Las consecuencias para el futuro

Este será el debate futuro más candente entre los demócratas. Ya en 2023, Kuziemko, Longuet y Naidumostraban en un estudio que «los estadounidenses con menos educación demandan preferentemente políticas de ‘pre-distribución’ (como una garantía de empleo federal, salarios mínimos más altos, proteccionismo y sindicatos más fuertes), mientras que los estadounidenses con más educación prefieren la redistribución (impuestos y transferencias)…La oferta de políticas de pre-distribución de los demócratas ha disminuido desde los años 70, vinculado al surgimiento de una facción del partido, los ‘New Democrats’, quienes buscan atraer a votantes más educados y son explícitamente escépticos sobre la pre-distribución…Los estadounidenses con menos educación comenzaron a abandonar el Partido Demócrata en los años 70, después de décadas de ser su base. Aproximadamente la mitad del cambio total puede explicarse por su cambio de opinión sobre las políticas económicas«. 

El peso respectivo de los regímenes de distribución ex ante que inciden en las remuneraciones del capital y del trabajo a través de las políticas laborales y de empleo y también las de educación y salud, y de los regímenes de redistribución de ingresos ex post (a través del sistema de tributos-transferencias con impuestos a la propiedad y a la renta progresivos e impuestos al consumo con tasas diferenciadas dirigidos a suplementar los ingresos de los grupos sociales de menores rentas), ha sido calculado de manera exhaustiva por Blanchet, Chancel y Gethin (2022) para Estados Unidos y Europa. Su conclusión es que en Estados Unidos se redistribuye proporcionalmente más ex post, pero que la distribución primaria del ingreso ex ante es menos desigual en Europa para los trabajadores, con el resultado de una mejor distribución agregada de los ingresos en los países europeos y más tiempo libre. Esta reflexión sobre las alternativas al neoliberalismo es relevante para la reelaboración de las plataformas progresistas en Europa y América Latina.

Si la democracia estadounidense evidenciaba múltiples falencias, empezando por la ausencia de elección directa del presidente por el voto popular, el peso del dinero en las elecciones y de los lobbies corporativos en el ejercicio del gobierno, ahora se verán acentuadas por un segundo período de Trump con pleno control de la Corte Suprema, del Senado y de la Cámara de Representantes. Los derechos, como ya se ha visto con las mujeres y el aborto, retrocederán. Estados Unidos hacía gala de basar la legitimidad de su conducta internacional imperial en una supuesta expansión de la democracia y los derechos de la ciudadanía. En América Latina, las intervenciones norteamericanas han sido tradicionalmente para promover dictaduras cercanas a sus intereses, con pocas excepciones, desmintiendo la idea de un imperio «promotor de la libertad«. En Chile entre 1970-73 se produjo una agresión norteamericana encubierta para derribar el gobierno elegido por el pueblo. En el siglo XXI, las invasiones a Afganistán e Irak no hicieron más que terminar de confirmar los desastres de esa conducta imperial. 

Trump acentuará una visión internacional basada en el nacionalismo y el mercantilismo. Los instintos autocráticos de Trump harán ahora que se incline por un estilo de gobierno vertical y por alianzas con personajes autoritarios semejantes a él en el mundo, como Putin, Orban o Milei, aunque está menos dispuesto a pagar los costos de las guerras imperiales que favorecen los intereses del complejo militar-industrial. A menos que Trump busque iniciar su segundo período estabilizando los focos de guerra en Ucrania y Medio Oriente, la sobrevivencia será todavía más ruda para los pueblos que sufren los conflictos étnico-religiosos y las violencias integristas o los que se encuentran atrapados en las luchas militares violentas en que intervienen los bloques que se disputan la hegemonía mundial.

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