Desde los años 1970, sucesivas generaciones en el mundo occidental han descubierto y redescubierto a Aleksandra Kollontái, la revolucionaria rusa, la marxista, la ministra feminista, la «mujer sexualmente emancipada», reconociendo en ella a la pionera de sus propias luchas. Tanto en la Unión Soviética como en la Rusia contemporánea, se la destaca siempre como la primera mujer diplomática, aquella que trabajó 30 años al servicio de su patria, pero se olvida su importante rol como pionera del feminismo contemporáneo.
Aleksandra «Shura» Mijáilovna Kollontái o Kolontái, nació en marzo de 1872, en San Petersburgo, en el seno de una familia aristocrática rusa de origen ucraniano. Su padre era un general al servicio del Zar y su madre provenía de una familia de campesinos fineses que se había enriquecido en la industria maderera. Eran los tiempos en que Finlandia formaba parte del Imperio Ruso.
Aleksandra se interesó desde muy joven en el marxismo y en la cuestión social -y, en contra de los deseos de su madre que pensaba que el lugar de la mujer era su casa y no necesitaba estudiar- estudió Historia del Trabajo en Zurich y en 1899 se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Durante el régimen zarista publicó el artículo Finlandia y el socialismo, por el cual tuvo que partir al exilio, pero participó activamente en los acontecimientos revolucionarios de 1905, como Lenin y muchos otros que se habían visto forzados a salir del país por sus ideas.
Luego del triunfo de la Revolución de octubre de 1917, regresó a Rusia donde fue elegida miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado y se convirtió en la primera mujer ministro de un gobierno y, en los años posteriores, en la primera mujer embajadora de la historia. Entre miles de militantes, solo un puñado de mujeres, como Angelica Balabanova, Nadezhda Krúpskaya, Elena Stásova, Inessa Armand, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin lograron destacarse en los tiempos posteriores a 1917. Aleksandra Kollontái, llego a ser la número 5 de la nomenclatura, inmediatamente después de Lenin, Zinóviev, Trotsky y Lunacharsky. Pero, sobre lo anterior y también sobre sus grandes dotes de escritora, diplomática y política que pudo sobrevivir a los fuertes ataques que recibió por su origen aristocrático o sus convicciones (junto a Stalin fue la única sobreviviente del Comité Central de octubre de 1917, quizás por haber optado por la vida diplomática), debería destacarse su inmenso aporte teórico y práctico a la lucha inseparable por el socialismo y la igualdad de la mujer que, en parte podemos ver plasmados en La emancipación de la mujer, Sociedad y maternidad y La clase obrera y la nueva moral. Todas obras de muy difícil acceso hoy en día, pero publicadas durante la década del veinte, en los albores del siglo XX, pilares para el feminismo moderno.
“El lápiz labial y el rubor no impiden ser una buena comunista”, Aleksandra Kollontái
En la década de los noventa, la editorial Les Prouesses (Francia)publicó traducciones inéditas o revisadas de cuatro ficciones publicadas por Kollontái a mediados de los años ‘20: El amor de tres generaciones, Hermanas, Oído en un tren, Treinta y dos páginas, completadas por Lo que la Revolución de Octubre ha dado a las mujeres occidentales en 1927. Obras donde combina una impresionante cultura histórica, literaria y filosófica con una pedagogía impecable y que permiten acercarse a sus temáticas, modernamente feministas, que abordan aristas inusuales en la literatura femenina de principios de siglo.
Cuando Aleksandra, con 45 años llegó a Petrogrado en la primavera de 1917, ya había vivido varias vidas: una infancia y una juventud en un ambiente aristocrático y liberal que le había permitido dominar varios idiomas como el ruso, francés, alemán, inglés y noruego, aprendido con niñeras particulares y también el manejo del finlandés, utilizado para hablar con los campesinos del campo familiar; conservaba y mantuvo hasta el final de su vida, el apellido de su primer marido, Vladimir Kollontái, quien fue el padre de su único hijo: Mijail. Pero esas vidas no fueron las únicas y estaba destinada a vivir muchas más en su carrera de diplomática, como embajadora en México (donde se relacionó con Diego Rivera, Frida Khalo y Tina Modotti, entre otros), Noruega, Suecia y la Sociedad de Naciones.
Impulsó la modificación de las leyes que establecían la subordinación de la mujer al varón, defendió el derecho femenino al voto y la premisa de «a igual trabajo igual salario» de las mujeres en las mismas condiciones que los hombres. Luchó por el derecho al divorcio, la creación de guarderías y hogares para menores, y la protección de la maternidad.
A pesar de sus fracasos, lo poco que logró en materia de emancipación económica y social de las mujeres hicieron que Kollontái estuviera orgullosa de sus acciones. Pero su intención de que la sexualidad y la pareja evolucionaran hacia una nueva «moral comunista» fue un fracaso, tanto político como personal. Hubo que esperar a los feminismos de fines del siglo XX y del siglo XXI para que su reflexión profundamente original, que integraba la dimensión privada, el sexo y el amor en el proyecto colectivista y materialista del socialismo marxista, se leyera y discutiera, tras haber sido rechazada y olvidada. Sus temas claves fueron la lucha por los derechos, el combate interno de la mujer para romper con el pasado y convertirse finalmente en una «individualidad en sí misma» y salir de las «virtudes» estereotipadas que son la pasividad o la bondad, para liberarse de la carga de las tareas domésticas educativas y emanciparse de la dominación masculina y trabajar fuera del hogar.
“La separación de la cocina y el matrimonio ha sido tan importante como la de la Iglesia y el Estado”. Aleksandra Kollontái, 1921
A través de sus intervenciones políticas (en la Internacional Socialista en 1907, en el Congreso Panruso de Mujeres en 1908) y sus escritos, afirmó que la cuestión de los derechos de las mujeres no puede tratarse independientemente de la cuestión social. Junto con Clara Zetkin, ingresó en la secretaría de la Internacional Socialista de Mujeres creada en 1907 y contribuyó al nacimiento del Día internacional de las obreras (luego de las mujeres), cada 8 de marzo.
Al mismo tiempo, en la pluma de Aleksandra Kollontái, la figura de las mujeres soviéticas jugaba con temas provocadores y escandalosos para la época como las relaciones con hombres mayores o mucho más jóvenes, una madre y su hija compartiendo amante, triángulos amorosos ( en uno de ellos describe a un líder revolucionario que ha emigrado y que engaña a su deslavada compañera con una militante más joven donde muchos han visto una clara referencia al trío formado por Lenin, Nadezhda Krúpskaya e Inessa Armand).
Junto a lo anterior, el celibato, maternidad en solitario y la sororidad se presentan como elecciones venturosas, aunque Aleksandra nunca dejó de abordar las dificultades materiales y la soledad de la mujer liberada. Rompió todos los tabúes literarios respecto a la mujer y como autora de relatos breves y novelas cortas, la podemos ubicar entre, Stefan Zweig y Colette, con sus personajes entrañables captados en el momento de sus elecciones y sus dramas.
Kollontái, “sexualmente emancipada” para esos tiempos, tuvo parejas y compañeros de lucha mucho más jóvenes que ella como su segundo marido, Pavel Dybenko (nacido en 1889 y 17 años menor), Aleksandre Chliapnikov (nacido en 1885, 13 años menor) y al militante francés Marcel Body (nacido en 1894, es decir, 12 años menor). Una verdadera audacia para mujeres de ayer y de hoy, aunque visto con naturalidad para los hombres.
Alexandra manejó inteligentemente los estereotipos de género, alternando entre vestidos elegantes y vestimenta proletaria (no se presentó frente al rey de Noruega con chaqueta de cuero a lo mujik, sino con capa de visón que dejaba ver a cada paso un vestido que olía a Rue de la Paixs, entre cabello corto y sombreros de plumas… Eso hizo que su imagen fuera reducida a apodos irónicos y misóginos: «Jaurès con polleras», «valkiria de la revolución», «Kollontaïette», y otros… y quizás por eso, muchos prefirieron olvidarla porque no calzaba con la imagen de “mujer proletaria”.
Aleksandra Kollontái fue condecorada en 1933, por primera vez, con la Orden de Lenin por su «trabajo con las mujeres” y murió en Moscú en 1952, en un discreto olvido. Pero, posteriormente, un asteroide descubierto en 1966 por la astrónoma Ljudmila Černych fue dedicado a Aleksandra Kollontáj y un pueblo de la provincia de Kaluga y calles de San Petersburgo, Novošachtinsk, Dnipropetrovsk, Nikolaev y Jarkov llevan su nombre.
El año 1982, Rosa von Praunheim, realizó la película Red Love, basada en una novela corta de Kollontai y Aleksandra fue el tema central de una película de 1994 para televisión: A wave of passion: The life of Aleksandra Kollontái.
Y mucho antes, el año 1939, Greta Garbo interpretó a Ninotchka, una diplomática soviética de la década de 1930 con opiniones poco convencionales sobre la sexualidad, probablemente inspiradas en Kollontai,
Más recientemente, en 2017, cuatro cantautores catalanes crearon el grupo Les Kol·lontai para participar en el festival BarnaSants, coincidiendo con el centenario de la Revolución Soviética.
Espero que esta no sea la última vez que hablemos de esta increíble mujer que rompió barreras y nos dio un camino a seguir porque es un olvido imperdonable que no conozcamos más de su pensamiento y su originalidad.
“Si conseguimos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, el absorbente y exigente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad, lo mismo que el deseo egoísta de ‘unirse para siempre al ser amado’; si logramos que desaparezca la fatalidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su ‘yo’, no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros preciosos elementos para el amor”. Aleksandra Kollantái.
1 comment
Me encantó tu crónica, muy bien fundamentada y, a mi juicio,muy completa.
No conocía a esta mujer, valiente y tan avanzada para su época.
Tu escrito ha logrado que me interese en indagar más sobre ella. Gracias.