Cual presagio apocalíptico de descenso al infierno y en medio de un nuevo Halloween importado con la globalización hace unas décadas, la política local y mundial muestra sus implacables signos de complejidad, decadencia y debilitamiento de las otrora democracias informadas -mutadas en “democracias tik-tok” de gobernantes travestidos en influencers locuaces o deslenguados (en TV y redes como x, whatsapp, telegram o signal), absortos por una inmediatez narcisista y ególatra-, donde no importan las promesas incumplidas, los logros reales, ni los errores; sino el minuto de visibilización mediática de la prédica de autodefensa, siempre al vaivén de las encuestas y ciclos electorales de implacable alternancia en el poder.
Monsálvese quién pueda
Dando cuenta de la tozudez propia de quien nada pierde -porque haga lo que haga al menos uno de cada cuatro ciudadanos le es incondicional y lo apoyará siempre por sostener una relación de fans o barra brava-, el Gobierno sella su obsolescencia y simbólico final, pese a quedar aún poco más de 16 meses de gestión. Todo, en medio de las denuncias de violación contra el exsubsecretario del Interior Manuel Monsalve y las controversias desatadas desde allí. Un funcionario cabeza de la seguridad ciudadana del país, a quien, en vez de pedirle inmediatamente apartarse de su cargo, se le mantuvo dos días más haciendo uso de las policías, alertándosele de las acciones de la fiscalía en su domicilio e incluso yendo él mismo a defender el presupuesto de su repartición para el 2025. ¿Cuestión de ausencia de sentido común, o no?
Un caso imbricado y límite en lo que respecta a sus efectos en el resto de la población y que con seguridad asienta la derrota del oficialismo en la próxima contienda presidencial a manos de Evelyn Matthei. Basta para ello desprenderse de apegos ideológicos y observar que el próximo año se viene con una macroeconomía que no logra regularizar su comportamiento y una microeconomía que incluso con baja inflación, asiste a una fuerte alza de servicios básicos en rangos irrisorios como sucederá con la electricidad, que impactará también en los procesos productivos y, ergo, en los precios de alimentos, transporte y bienes en general. Marcos de análisis que exigen también simplificar las miradas desde ópticas de vida cotidiana de la ciudadanía votante. La que construye sus propios relatos de sentido por lo que ve, escucha y percibe bajo sus propias capacidades y credos, donde la primera demanda al sistema político es que se les garantice no morir en un asalto o robo, y poder mantener sus empleos, su capacidad de consumo y satisfacer sus expectativas de vida ojalá mejor que la que tuvieron sus padres.
Y en medio de esta escena, un gabinete que se autodefiende con argumentos pueriles como si sus errores no fueran tales sino solo intentos de enlodar a mujeres por su condición de tales. Retórica que, en vez de darle legitimación en el total de la ciudadanía, nuevamente apela a la barra chica, cual fanaticada de centro de alumnos que ganó ofreciéndolo todo y que no tenía equipos para ejercer el poder porque nunca pensó realmente que triunfaría, pero que se construye, se afirma y existe desde la discursividad de las izquierdas identitarias y de minorías.
Se acuse constitucionalmente o no a la ministra del Interior, Carolina Tohá (superior jerárquica de Monsalve), o renuncie o no, su futuro inmediato como eventual opción presidencial del socialismo democrático se desvaneció como idea antes incluso de la previsible formalización del exsubsecretario. Un factor más que torna complejas las negociaciones de los partidos del oficialismo para resolver cómo enfrentarán y se alinearán en las elecciones del próximo año.
Que el Presidente Gabriel Boric haya descartado cambios ministeriales por ahora no garantiza nada. Solo da cuenta que, si al 15 de noviembre nadie renuncia en su equipo, que se trata de agentes políticos sin valor futuro inmediato ni aspiraciones de postularse a cargos de representación democrática. Solo es una muestra de cohesión de quien se siente llamado a ejercer el poder desde la lealtad de nicho y con un arco de funcionarios de confianza a toda prueba, independiente de cuán bien o mal sean percibidos por la ciudadanía. Un triste y fantasmagórico aquelarre.
¿Y el Halloween en versión original?
El triunfo presidencial de Donald Trump en Estados Unidos -del que gané apuestas igual que las que hice el 2016-, es también un reflejo de múltiples factores que resignifican la política tradicional y los modos en que las élites del progresismo han querido construir un sentido de proyecto país sobre la base de causas que se alejan del sentido común del electorado mayoritario de Estados Unidos.
No sería de otro modo, porque asistimos a una victoria apabullante de un personaje que ya gobernó desde las mentiras, los insultos, las descalificaciones, el racismo, la xenofobia y los juicios en su contra por comportamientos sexuales indebidos y por alentar un alzamiento violento en contra del régimen democrático, desconociendo su anterior derrota frente a Joe Biden.
¿Qué hace entonces a los electores estadounidenses optar por Trump en vez que una mujer representante de grupos raciales postergados históricamente, como los es Kamala Harris? Una primera impresión surge de ser la segunda autoridad de un gobierno percibido como correcto en la macroeconomía, pero que no ha mejorado la capacidad de consumo y de subsistencia material de la ciudadanía. Otro factor es ser parte de la administración encabezada por una persona de avanzada edad y que demostró serios problemas de memoria y de capacidad argumental a la hora de defenderse de los ataques que Trump y sus adherentes. Y un tercer elemento a considerar es que fue la opción de recambio urgente de la primera opción presidencial de los demócratas que fue apostar a la reelección de Biden.
Lo anterior no pudo ser contrarrestado por una espectacularizada campaña de Harris con innumerables apoyos desde actrices y actores de Hollywood ni de famosas estrellas de la música, la televisión local o el mundo de la cultura afín al progresismo.
Otra hipótesis en juego es que en las democracias occidentales contemporáneas estamos presenciando una reconfiguración de los tiempos y expectativas que los electores cada vez más despolitizados le dan a los gobiernos para cumplir con sus promesas, sumado a la pérdida de poder real de la política local frente al poder económico globalizado e hiperconcentrado. Es así como la alternancia en el poder suele ser cada vez más común, tanto en Chile, como en Argentina, Uruguay, Colombia, Brasil, Inglaterra, Italia y Estados Unidos, entre otros, exhibiendo una creciente pérdida de eficacia de las campañas que se instalan desde la retórica política de los conversos y la épica ideológica.
No quiere decir que las ideologías murieron, porque esta nueva discursividad filo populista también se nutre de ellas y expresa marcos de sentido de realidad que siguen alimentándose del capitalismo avanzado o del progresismo que sustituyó a los antiguos estados de bienestar de la socialdemocracia occidental. Otra cosa son los regímenes autoritarios o totalitarios que aún rigen a la mitad del planeta.
Por eso, tanto el disparatado discurso de victoria anticipada de Donal Trump como las acciones y manotazos de una administración Boric cada vez más de salida, si nos remitimos a Chile, son solo caras de un mismo espectáculo. Una fiesta de Halloween político llena de espectros danzantes que se sustituyen, mueren y reviven bajo permanentes ofertas de caramelo o truco.
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Excelente artículo y contrapunto entre gobierno antiapartheid en Chile y elección norteamericana. Dos caras de una misma moneda. Gracias!