La toma de posesión del Presidente Lula fue una larga jornada que transcurrió en medio de una multitudinaria, colorida, emocionada y entusiasta fiesta popular cuyo epicentro fue Brasilia, la capital de la Unión.
Una multitud de más de 300.000 personas se congregó en la Explanada de los Ministerios durante toda la jornada acompañando las ceremonias oficiales, escuchando directamente el segundo discurso del Presidente y asistiendo a un festival musical que convocó a los mejores exponentes de la música popular, particularmente a los de las nuevas generaciones y estilos musicales. Una explosión de alegría y esperanzas de una fracción mayoritaria del pueblo brasileño que celebraba el improbable triunfo de Lula con la sensación de salir de una pesadilla y de reencontrase con el país que había construido y en cuyo futuro podía volver a confiar.
El principal discurso del Presidente fue el pronunciado en la sesión del Congreso de la Republica luego de jurar por la Constitución, junto al Vicepresidente Geraldo Alckmin. Una pieza robusta, que da cuenta de su visión de lo que estaba en juego en la última elección y de la naturaleza de la alianza política que permitió la victoria, de la herencia recibida del Gobierno de Bolsonaro, y de los principales compromisos y lineamientos de su gobierno en distintas áreas, desde el medio ambiente a la economía, la salud, la educación, los derechos de la mujer, el combate al racismo, la cultura y el papel que Brasil aspira a jugar en la región y el mundo. Fueron también numerosas las referencias a los éxitos económicos, sociales y políticos de sus dos gobiernos anteriores.
Para Lula la victoria electoral es básicamente una victoria de la democracia brasileña que venció a un “proyecto autoritario de poder”: “si estamos aquí es gracias a la conciencia política de la sociedad brasileña y al frente democrático que formamos a lo largo de esta histórica campaña electoral”.
Asume que esta alianza es distinta a las que anteriormente lo llevaron al poder, por cuanto va mucho más allá del que fue su domicilio político durante toda su larga trayectoria. El símbolo más expresivo de esta nueva configuración política es la fórmula Lula-Alckmin, quienes compitieron duramente por la presidencia en 2006. Una alianza entre ellos habría sido inimaginable en la política brasileña sin el surgimiento del movimiento político y cultural del bolsonarismo. Durante la campaña y en las ceremonias de toma de posición ha sido evidente la preocupación de Lula por expresar el buen entendimiento, la confianza y la mutua simpatía entre ambos.
Es durísimo el juicio sobre el legado del Gobierno de Bolsonaro, al que no nombra en toda su intervención. Describe como “aterrador” el informe que le fue entregado por su equipo de transición sobre el estado de todas las áreas de la administración. Afirma que “los avances del país desde 1988 (fecha de la aprobación de la actual Constitución) han sido sistemáticamente destruidos”, tanto los derechos de los ciudadanos, como los valores republicanos y democráticos. Por lo tanto “sobre estas terribles ruinas asumo el compromiso, junto al pueblo brasileño, de reconstruir el país y hacer nuevamente un país de todos y para todos”. Paradojalmente, la durísima crítica a la gestión de Bolsonaro es acompañada con la reiteración de la voluntad de gobernar para todos y de la necesidad de la unidad de la nación.
De los múltiples compromisos de Gobierno se destacan principalmente dos. El primero es la prioridad de la dimensión social: “rescatar del hambre a 33 millones y de la pobreza a más de 100 millones de brasileiros”. Para ello las medidas más inmediatas serán el fortalecimiento del programa Bolsa Familia orientado a las más carenciadas, el compromiso de un aumento sostenido del salario mínimo y del conjunto de prestaciones sociales que está vinculadas a su monto, y el anuncio de reformas laborales que corrijan las de la gestión anterior.
La segunda prioridad es la recuperación del crecimiento con un fuerte énfasis en la dinamización del mercado interno, el apoyo a las pequeñas y medianas empresas y la retomada de la industrialización y de la oferta de servicios a un nivel competitivo. La visión es ambiciosa: “Brasil puede y debe figurar en la primera línea de la economía global…. “no tiene sentido importar combustibles, fertilizantes, plataformas de petróleo, microprocesadores, aeronaves y satélites”. Para ello se postula una activa presencia del Estado y una sólida cooperación público-privada. Se renueva una visión desarrollista, sustentable e inclusiva del crecimiento económico, ubicada en las antípodas de las concepciones ultra neoliberales del poderoso ex Ministro de Hacienda Paulo Guedes. Las primeras reacciones a este giro en la política económica han sido positivas en los sectores empresariales mayormente vinculados a la industria y en el mundo sindical, y más reticentes entre los analistas vinculados al sector financiero, temerosos de la anunciada mayor intervención del Estado y particularmente de la banca pública.
En materia de política internacional Lula reiteró que Brasil volverá a ser un actor presente tanto en la región como a nivel global. Anunció la aspiración de que el país asuma un rol de liderazgo en el enfrentamiento a la crisis climática. Da especial énfasis a reimpulsar la integración sudamericana fortaleciendo MERCOSUR y reactivando UNASUR de manera de sostener “un diálogo activo y altivo con los Estados Unidos, la Unión Europea, China y otros actores globales”. Al mismo tiempo, reitera el compromiso con el BRIC y la importancia de las relaciones con el África, continente del cual ocho presidentes acudieron a la toma de posesión.
Luego de la ceremonia y el discurso en el Congreso el Presidente, ya instalado en el palacio de Gobierno, antes de firmar los despachos de los nuevos ministros, firmó una decena de decretos, que revocaron medidas emblemáticas del gobierno anterior y constituían todos compromisos de campaña. Fue así como, entre otras medidas, se suspendieron la flexibilización para la adquisición de armas; el proceso de privatizaciones en Petrobras, Correos y la Empresa Brasileira de Comunicaciones; las medidas que facilitaban la deforestación y la minería ilegal; se restituyó el Fondo Amazonia que permite donaciones internacionales para su preservación y que administran Alemania y Noruega. El mensaje es el de un Gobierno que cumple sus compromisos y actúa con decisión desde el primer día.
Sin duda cumplir las promesas y los objetivos que se ha propuesto el nuevo Gobierno de Lula constituye un inmenso desafío. Las situaciones internas e internacionales son muy diferentes a las del año 2003 cuando inició un mandato que le permitió gobernar durante ocho años con notable éxito, en los cuales millones de ciudadanos salieron de la pobreza, disminuyeron las profundas desigualdades históricas, creció la economía y el prestigio y la presencia internacional del país. Ello le permitió entregar el Gobierno a la candidata que había designado, y contar con más del 80% de aprobación ciudadana.
Todo ello con una oposición política, muchas veces áspera, pero de indiscutible tradición y vocación democrática.
El cuadro hoy día es muy diferente. La crisis económica desatada en 2015, a la que se sumaron los efectos de la pandemia del coronavirus han aumentado los niveles de extrema pobreza y de pobreza, así como las desigualdades. A su vez la economía mundial vive una fase de inestabilidad y alta inflación, crecen las tendencias al proteccionismo y al aumento el peso de las consideraciones geopolíticas en las relaciones económicas globales. Estos procesos y las incertidumbres que acarrean tienen efectos en una economía del tamaño de la brasileña, que se mantiene entre las diez mayores del mundo.
La situación económica es delicada, pero no dramática. El crecimiento de del próximo año se estima en torno al 2%, la inflación ronda el 6%, la cesantía ha disminuido levemente en 2022, pero ha aumentado la informalidad. La deuda externa cayó levemente en el cuatrienio anterior y ronda el 75% del PIB. El mayor problema será el financiamiento de los compromisos sociales asumidos por el Gobierno en diversas áreas y la mantención de los equilibrios macroeconómicos.
Desde el punto de vista político los mayores desafíos serán mantener la cohesión de un Gobierno en el que convive una pluralidad muy amplia de concepciones, valores e intereses y, al mismo tiempo, construir mayorías parlamentarias que le permitan aprobar la legislación necesaria para la implementación de su programa.
La composición del gabinete, de 37 miembros, es una buena síntesis de como Lula ha enfrentado inicialmente ambos desafíos. Se combinan en él, en un equilibrio paradojal, novedades históricas con prácticas consuetudinarias de cooptación de partidos y bancadas parlamentarias con cargos ministeriales y de los otros niveles de la administración. Es el gabinete con más mujeres (11) y negros (5) de la historia. Por primera vez se ha designado a una ministra indígena. La conducción política del Gabinete está en manos principalmente de ministros del PT y muy cercanos al Presidente. De otro lado se han integrado al gabinete todos los partidos que constituyeron la alianza que llevó al triunfo en la primera vuelta electoral y a los dos que apoyaron al Presidente en la segunda y que fueron decisivos para la victoria: el Movimiento Democrático Brasileño, cuya candidata presidencial la Senadora Tebet, es hoy día Ministra de Planificación y Presupuesto y el Partido Democrático Trabalhista, cuyo candidato presidencial fue Ciro Gómez y que hoy ocupa dos ministerios. Pero más allá de esas fuerzas se han integrado al Gabinete seis ministros de partidos que, como tales, apoyaron a Bolsonaro. Son partidos de derecha, clientelares, que han participado en varias, diversas y sucesivas alianzas de gobierno. Uno de ellos, el Partido Social Democrático, que tiene 42 diputados y 10 senadores, fue definido así por su fundador, el ex Alcalde de Sao Paulo, Guillermo Kassab: “no somos un partido de derecha, ni de centro, ni de izquierda”. El otro es el partido Unión Brasil, también de derecha, que eligió 59 diputados y 12 senadores, entre ellos el exjuez Moro, enemigo acérrimo de Lula. Sumadas todas las fuerzas políticas que se han integrado al gabinete y al gobierno, teóricamente le darían mayoría en ambas cámaras del Congreso. La incógnita es cuanta disciplina parlamentaria serán capaces de comprometer fuerzas tan heterogéneas.
Simultáneamente, el Gobierno cuenta en sus inicios con el apoyo de los más importantes movimientos sociales históricamente cercanos al Partido de los Trabajadores – sindicales, sin tierra y sin techo– y con la simpatía de los más recientes movimientos vinculados al feminismo, la lucha contra la discriminación racial y los derechos de los pueblos indígenas, la protección del medio ambiente y los derechos humanos. Varios ministros y ministras tienen vinculaciones directas y estrechas con tales movimientos.
Articular un frente político y social tan amplio y diverso como base de sustentación de un gobierno con objetivos ambiciosos en todos los planos será una tarea mayor del liderazgo de Lula y de las fuerzas políticas y sociales que lo acompañan.
A mi juicio, sin embargo, el mayor desafío, no solo del nuevo Gobierno, sino de la sociedad y la democracia brasileña será lidiar a futuro con la cultura y la política del bolsonarismo. Lo expresó bien el teólogo Frei Betto, poco después del triunfo electoral: “el más complejo desafío (de Lula y su gobierno) será enfrentar la cultura bolsonarista asumida por millones de ciudadanos que alabaron al “mito”, y ahora son testigos de su caída y viven la amargura de la victoria lulista. Esta gente no está organizada, pero es autoritaria, agresiva, violenta. Su propósito es sabotear las instituciones democráticas, propagar fake news y la filosofía del negacionismo, reforzar prejuicios (respecto de las mujeres, los negros, los indígenas y los gays) y anarquizar la cultura” …. “el bolsonarismo no es un sistema filosófico, es una secta religiosa congregada en torno a un líder miliciano”.
Bolsonaro prácticamente desapareció de la escena después de su derrota. Nunca reconoció formalmente el triunfo de Lula, pero firmó todos los decretos que habilitaron la transición y el traspaso del Gobierno, que en Brasil están regulados por ley. Cayó en un mutismo casi absoluto, se silenció en las redes sociales que ha administrado sistemática y eficientemente todos estos años y prácticamente no tuvo una agenda de gobierno durante los dos meses restantes de su mandato. Al mismo tiempo miles de sus seguidores bloquearon caminos en todo el país, y realizaron masivas manifestaciones y campamentos frente a dependencias militares demandando la intervención de las fuerzas armadas para impedir el acceso de Lula al poder.
Dichas manifestaciones fueron defendidas por el Presidente en ejercicio y su entorno inmediato. Se especula sobre las razones del su mutismo. Una versión plausible es que su círculo más cercano esperaba una reacción militar, que de alguna forma lo mantuviera en el poder. La otra, que no contradice la anterior, es que la derrota electoral, la primera en su dilatada trayectoria política, lo sumió en un estado depresivo. Finalmente se produjo la fuga. A dos días del final del término de su Gobierno, y sin aviso previo, partió con destino a Miami, donde permanecerá, según se anunció, hasta finales de enero. El propósito de la huida también es incierto. Lo más probable es que, perdida la inmunidad presidencial, pretenda evaluar el curso posible de los varios procesos que lo inculpan de diferentes delitos y de otros que ya se han anunciado.
El silencio y la desaparición de la escena pública del líder indiscutido ha provocado, sin duda, el desánimo, e incluso la crítica incipiente entre sus seguidores. Pero en cualquier caso el bolsonarismo es una fuerza real y gravitante en la sociedad, con presencia institucional en el gobierno de varios Estados, incluyendo el principal -Sao Paulo- y en el Congreso. Por ello para la suerte del futuro inmediato de la democracia es importante despejar la incógnita de cuál será el rol y la actitud política que asumirá en el fututo su líder natural.