El 16 de mayo recién pasado murió repentinamente Carmen Berenguer. Parálisis, estupor para amigas y amigos; no puede ser, me dije. Hace unos días la había visitado, me pidió que le presentara un libro por salir. Luego me enteré de que, prontamente, saldrían dos libros suyos: “Del bosque los abrojos” y “Hamlet, además el FCE reditará Naciste pintada (1999), uno de los libros más significativos de la transición. Quiero decir que la vitalidad creativa y la cabeza pensante de Carmen Berenguer nos habrían deparado más performances, más textos, más poesía. A sus 82 años estaba en plena producción, pero la guadaña de la muerte corta violenta y radical. Carmen Berenguer ya no está más.
Pensar su obra hoy es pensar un recorrido escritural que, iniciado en dictadura, ha registrado el pulso político y cultural de Chile y América latina. Desde las primeras violencias del conquistador hasta las que hoy no terminan de pasa, su escritura es una densa red de hilos, huecos y nudos que ha tejido un cuerpo textual poblado de signos e imágenes que trazan la memoria de las sucesivas colonizaciones del continente. “América no la inventé yo” dijo en su discurso de recepción del Premio Pablo Neruda en 2008.
Ya en su primer libro autoeditado en dictadura, Bobby Sands desfallece en el muro (1983), elabora poéticamente la resistencia política en el significante del hambre, en diversas dimensiones: de la carencia y necesidad de libertad y sobrevivencia, de lo que puede ser “el estricto rigor del hambre”, en el nombre del revolucionario irlandés que elige dejarse morir (de hambre), antes que rendirse al poder. Desde ese primer texto, Berenguer construyó una poética de las relaciones entre memoria, estética y política. Sus siguientes libros como Huellas de siglo (1986), A media Asta (1988), Sayal de pieles (1993), Naciste pintada (1999), contienen los elementos esenciales de una producción consistente en la rebeldía de escribir desde una mirada aguda y critica de las problemáticas contemporáneas y sus genealogías; hay un origen, las cosas vienen de atrás, se han depositado, como el petróleo, en los estratos más profundos de los imaginarios y la cultura del continente: naturaleza, cuerpos de deseo, cuerpos de violencia, cuerpos de poder, cuerpos individuales, cuerpos de lenguajes y normativas nuevas y viejas son los materiales con que los poderes de América latina han liado hasta hoy la argamasa de su historia; han construido la sociedad y sus ciudades, con discriminaciones que ocultan separan y excluyen razas, género, pueblos y hablas. Disruptiva, Berenguer horada con lengua punzante lo ocultado y blanqueado, “La ONA/ agachadita pegada a la tierra/escuchaba los cascos/La pisotearon/Conjuro la maldición/se fue a morir en el río/ -Tendida en su barca se dejó llevar herida/………SU PUBIS MALVA” (A Media Asta).
Su escritura es memoria y adelanto, hace comparecer una verdad, el lenguaje poético desentraña y disemina tiempos y hablas, “Punk, Punk / War, war. Der Krieg, Der Krieg / Bailecito color obispo / La libertad pechitos al aire / Jeans, sweters de cachemira / Punk artesanal made in Chile/ Punk de paz / La democracia de pelito corto”, escribe en Santiago Punk.
La dictadura chilena, hito en el recorrido de esa historia de violencias, exigió al arte, a la literatura de ese tiempo, repensar cómo decir lo ocurrido, como engarzar en la historia, eso que entonces nos parecía excepción brutal, pero que había estado y sigue estando ahí; había que nombrar, indagar en la lengua, había que inventar las palabras, producir estéticamente los sentidos históricos en nuevas poéticas y nuevas narrativas.
Las escritoras chilenas se pusieron la tarea. Cuál había sido el lugar de lo femenino en esa historia. Escribir, simbolizar ese lugar: nombrar por sí mismas, rechazar ser nombrada por otro en los discursos sociales, en la historia fue el objetivo del Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina realizado en 1987, donde Carmen Berenguer, junto a Diamela Eltit, Soledad Fariña, Eugenia Brito, entre otras escritoras, convocamos a ese pensamiento y relectura. Había que mirar la historia de la literatura. ¿Dónde habían estado las mujeres escritoras? Qué habían escrito. Cómo habían sido leídas; había que interrogar las formas, los géneros literarios, proponer otras estéticas; otros modos de decir, de nombrarse. Fue en ese contexto, con esas preguntas en mente, que las escritoras pensaron su escritura para descubrir ausencias y sentidos no leídos. La poesía tenía sólo padres autoritarios y una madre muerta, no inscrita en la genealogía de la literatura chilena, Gabriela Mistral nunca formó escuela dijo de ella Enrique Lihn. Tal vez, uno de los más importantes hallazgos de ese entonces para la escritura de las mujeres fue redescubrir esa Gabriela Mistral desconocida. Releerla. La obra de Carmen Berenguer procede de esos inicios, uno de los rasgos más sugerentes y atractivos de su poética es reconocer su bastardía y con ello la necesidad de iniciar otro recorrido: experimentar en el lenguaje y las formas, reorganizar la escritura en la página, incorporar el blanco, la verticalidad del verso, el vacío: mezclar géneros, cruzar registros de hablas cultas y populares, callejeras y juveniles. Inaugurar otra tradición.
En 1990 Chile había recuperado la democracia, la sociedad cambiaba vertiginosamente, el neoliberalismo producía otro Chile, otro Santiago. Había que escribirlo, “A mí me quedaba la captura del sonido de este nuevo mundo”, escribió durante la transición.
Sus énfasis primeros agudizan sus posiciones poético- políticas. Desde entonces, Berenguer radicaliza su escritura, teniendo como referencia la contracultura norteamericana, por una parte y por otra las emergencias locales de las resistencias a los mercados, al blanqueamiento dominante. En Mama Marx(2006), escribe: “Son las 7 de la tarde y aquí donde yo vivo de tiempo en tiempo/nuevos locos/se allegan a la plaza Italia porque esta no es una/plaza habitual como las antiguas plazas provincianas y/ coloniales/ donde el revuelo romántico crujía en la enagua casadera. /Aquí torpemente es el cruce que revienta el corte en el tajo/ de la ciudad”. Sus textos se barroquizan, absorben nuevos registros de hablas: callejeras, barriales, marginales, musicales, juveniles en quiebres semánticos y sintácticos, para reiterar con invenciones onomatopeyas y chasquidos de la lengua una palabra intransigente y definitiva, en su crítica a las formas de adscripción a las colonizaciones de la actualidad. Activista cultural y literaria hace de su vida y su casa un centro desde donde sale recorre y escribe Santiago,” Los puentes son los horizontales dibujos y en ellos escribo “, dice en Mama Marx.
Crónicas en transición (2019) escriben el tiempo de gestación de una desesperanza social, piensan la memoria y las afecciones de la vida política y social. Su mirada apunta a producir mapas y gestos de la ciudad, los cambios en los modos de comunicar, los lenguajes visuales; las violencias de un proceso histórico que no consumó su promesa. La escritura se condensa mediada por sus observaciones y percepciones de lo ido, lo irrecuperable, las tensiones de un tiempo en que confiamos e imaginamos la vida de otro modo; la escritura profundiza en las incertezas en la intemperie de lo que quedó sin deseo político transformador; en este sentido Berenguer prevé el estallido social, la revuelta y el grito desesperado de un pueblo que se sintió abandonado.
Desde los inicios de su figuración pública, Carmen Berenguer se constituyó en una figura más prominente que la que le otorgara su rango de poeta. Directora de La SECH, gracias a ella (Sociedad de escritores y escritoras de Chile) animó y reactivó la Revista Simpson 7. Ella y su casa fueron una centralidad político cultural, un bastión del Underground local, abierto a la confluencia de la conversación apasionada. Carmen Berenguer deja un lugar vacío, con ella se fue un tiempo. Callejera, bohemia por naturaleza, a pesar de su salud fragilizada por el asma, que ella combatía prendiendo un cigarro, deja una obra contundente, sus recorridos abarcan la mirada de una poeta que quiso escribirlo todo.