Caudillo vs Coalición

por Jorge A. Bañales

Cuando la elección presidencial en Estados Unidos ha ingresado en su último mes la candidata demócrata Kamala Harris mantiene sobre el republicano Donald Trump una ventaja sostenida pero que permanece dentro del margen de error estadístico.

Show cuadrienal

 El sistema político estadounidense ofrece cada cuatro años un espectáculo que, una y otra vez, se describe como “la elección más importante de una vida entera” entre dos candidatos que, en la recta final, enfatizan más sus diferencias que la explicación de sus promesas.

 El batifondo es necesario para interesar a la ciudadanía y ha logrado aumentar la participación de un 52,8 % de los votantes habilitados en la elección de 1988 entre el republicano George H.W. Bush y el demócrata Michael Dukakis, a un 66,6 % en la de 2020, cuando las opciones eran el demócrata Joe Biden y el republicano Donald Trump.

 En un contexto en el cual, según el Centro Pew, el 33 % de los votantes registrados se identifica como demócrata y el 32 % se dice republicano, la contienda real es por ese 35 % de los ciudadanos que se declaran independientes.

 La proporción de votantes que se identifican como independientes ha crecido de manera sostenida desde un 29 % en 1994 e indica una erosión lenta pero sostenida de la lealtad a uno de los dos partidos que han dominado el escenario político por más de dieciséis décadas.

 El reto, para cualquiera de los dos candidatos, está en entusiasmar a sus simpatizantes para que concurran a votar, lo cual requiere el acento en las propuestas más extremas, y en ganar una tajada del electorado independiente para lo cual han de moderar sus posiciones.

Partidos, chau

El ciclo electoral de 2024 ha dejado al Partido Demócrata y al Partido Republicano casi como entidades fantasmales, de ésas que uno sabe que existen pero no puede probarlo.

 El autoritarismo de Trump ha sometido a la mayoría de los políticos a una obsecuencia nada elegante y ha enviado al ostracismo a la minoría que osó desafiarlo.

 El Partido Republicano, que tradicionalmente ha sido más unido y disciplinado que el Demócrata y por lo tanto más susceptible al caudillismo, ha dejado de operar. Lo que en él sobrevive de consevadurismo inteligente aguarda que una derrota en noviembre le libre de Trump y permita una restauración partidista con la mira en 2028.

 El Partido Demócrata, por su parte, apenas funcionó para darle al presidente Biden una sonrisa de gratitud y un codazo en las costillas para quitarlo de la contienda y sustituirlo con la vicepresidente Kamala Harris.

La denominación de partido para el Demócrata es un poco ambiciosa: lo que ella engloba es una coalición de grupos, grupúsculos, minorías, organizaciones comunitarias, sindicatos y una cohorte de celebridades en el mundo del espectáculo y las artes.

 El Partido Republicano, cuando funcionaba, se atenía a unos principios, pocos pero firmes, como la reducción de impuestos, la fortaleza militar, la reducción de impuestos y la reducción de impuestos. Es la política de America First, aislacionista en lo que hace a política exterior, y cristiana y anti-sindical en lo que se refiere a política doméstica.

 En la era del caudillo, todo ello se aplica, pero en la interpretación trumpiana.

 El Partido Demócrata, en cambio, ha sido por bastante tiempo lo que Harris una y otra vez describe como “la coalición”. En la práctica es un carnaval que suma votos con la adición de más promesas que arrean a segmentos diversos que se dicen “progresistas”. En materia de política internacional, el partido (aunque no siempre sus votantes) considera que Estados Unidos tiene una responsabilidad como policía planetario.

 En la temporada 2024 del show, el reparto de promisiones transcurre con la sonrisa rutilante de Harris.

Trump campeón

Tras casi una década de Trump en la política de Estados Unidos cuesta creer que todavía haya votantes que no se hayan formado una noción clara a favor o en contra del ahora candidato republicano.

SegúnThe New York Times, uno de cada seis votantes permanece indeciso. Un sondeo de la Encuesta Marista para National Public Radio indica que los indecisos son el 3 % de los posibles votantes.

 Este contingente se ha reducido al avanzar la campaña: en julio una encuesta de la cadena NBC News estimó que el 8 % de los posibles votantes seguía sopesando pros y contras de Trump y Harris.

 Pero, hasta ahora, ha sido Trump el que entiende mejor y maneja como un campeón lo que es necesario para ganar votos en este show cuadrienal: hay que estar permanentemente en el centro de la atención.

 No importa si la pirueta atrae repudios o aplausos. Lo que importa es “ser noticia” de manera que no sólo se aumenta la exposición propia, sino que se achica la de la adversaria.

 Así un día Trump dice que los judíos que voten por la candidata demócrata “deberían hacerse revisar la sesera”, receta de salud mental que poco después administró a los católicos que voten por Harris.

 Cuando todavía no se ha acallado la polémica mediática irritada por esas prescripciones, Trump sostuvo que Harris padece una discapacidad mental de nacimiento, lo cual enojó a mucho a quienes sufren esos males.

 Tras cada dislate los medios recurren a expertos y condenan el exabrupto, y algunos aliados de Trump añaden ácido.

 Si bien Trump es un autor prolífico de insultos y mentiras acerca de asuntos diversos y personas que le disgustan, en las semanas recientes ha ido acentuando el enfoque de su arte en la prédica anti-inmigratoria.

 Trump ha calificado a los inmigrantes como alimañas, ha dicho que envenenan la sangre de la nación, ha prometido la mayor deportación en masa que se haya visto en el universo, y ha afirmado que en los indocumentados está el gen de la violencia y el homicidio.

 Durante su debate con Harris en septiembre, Trump repitió la falsía de que los inmigrantes haitianos en la ciudad de Springfield (Ohio) “se comen los gatos, se comen los perros, se comen las mascotas de la gente que allí vive”.

 La mentira sembró temor entre los más de 15.000 inmigrantes haitianos en esa localidad donde hubo amenazas de bombas y expresiones de racismo xenófobo.

 Después que el huracán Helene dejó un surco de devastación y miles de damnificados desde Florida a North Carolina, la representante Marjorie Taylor Greene, republicana de Georgia y una de las estrellitas en el movimiento trumpista, afirmó que “ellos controlan los fenómenos meteorológicos”, implicando que el gobierno de Biden causó el desastre.

 Cuando el Sur no se ha recuperado del daño de Helene y aguarda la arremetida del huracán Milton, Trump añadió astilla a las declaraciones incendiarias de Taylor y otros de sus aliados, afirmando que las autoridades federales, por orden del gobierno de Biden son avaras con su ayuda porque en esa región los republicanos son mayoría.

Las refutaciones, la verificación de hechos, los remilgos de republicanos que no reniegan de Trump, y las expresiones de indignación de los insultados por el candidato le ganan propaganda gratuita.

 

Así las cosas y a menos de un mes del Día de la Elección –aunque ya millones de votantes han depositado su sufragio por adelantado— el promedio de encuestas de la plataforma fivethirtyeight.com muestra que Kamala Harris, con un apoyo del 48,6 % de los posibles votantes mantiene sobre Donald Trump una ventaja de entre 2,5 y 2,8 puntos porcentuales.

 Es la misma distancia que la demócrata ha tenido desde que en julio se convirtió en candidata de su partido, y es una diferencia que permanece estancada en el margen de error estadístico.

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