Columna de Luis Breull. El desguace de la democracia

por Luis Breull

La alineación total de la derecha chilena en torno a la figura de José Antonio Kast se enmarca en un fenómeno universal de doble cara llevado al ámbito local: pragmático al aceptar la única carta que puede defender sus demandas económicas y garantizar el orden social vigente; y teleológico, referido a una visión distópica de futuro progresista frustrado o decadente -anclado en anteriores experiencias socialdemócratas y de izquierda-, donde el sentido de vida y la sobrevivencia de los valores nacionales/tradicionales a defender a toda costa se vuelven urgentes. Ya lo hicieron Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil y lo están impulsando el economista Javier Mileien Argentina y VOX en España, y ahora en Chile el candidato republicano mediante una reñida disputa por alcanzar La Moneda.

¿Una derrota cultural del progresismo?

Si se es riguroso, el concepto de progresismo no refiere a un fenómeno exclusivo de izquierdas o derechas (o en variantes más centristas). Es una tendencia contemporánea de cambio social orientado a la ampliación de libertades individuales, autonomía y derechos civiles, así como condiciones de bienestar y de mayor participación ciudadana, todas dirigidas a generar entornos incrementales de igualdad y de avances democráticos en ámbitos socioculturales.

El progresismo no se ancla a un eje ideológico, sino que cohabitan en su seno socialismos democráticos, socialdemocracias y corrientes afines de corte más liberales. Especialmente en lo que el politólogo italiano Norberto Bobbio describía como tendencia contraria a conservadurismo, ecléctica y no dogmática.

El aborto como derecho, el matrimonio igualitario, las reivindicaciones feministas, la defensa del medio ambiente, la vida sana, el veganismo, el uso de bicicletas en vez de automóviles, las nuevas identidades de género, el cooperativismo, el pacifismo como contracara del armamentismo, los derechos de las minorías y un reformismo pragmático son algunas de sus características, dependiendo del país que se observe.

No obstante, la irrupción del discurso de JAK y su base electoral que rebasa la derecha más dura y se ancla en generaciones sobre 55 años, y especialmente en adultos y adultos mayores de segmentos medios y bajos, reafirma la eficacia de su discurso de senso comune o sentido común (como observamos en otra columna anterior) y la derrota de la retórica progresista y, en cierto modo, también del pensamiento crítico.

Todo esto marca el éxito de su cruzada conservadora y restauradora de un orden anterior, que él define como elegir entre “libertad y comunismo”. Una falsa dicotomía o dialéctica -resucitada de tiempos de Guerra Fría- que pone en jaque las libertades alcanzadas precisamente desde el progresismo cultural llevado al campo de las políticas públicas.

Nuevo populismo neoautoritario

Reafirmando las tesis de Bobbio, el recientemente fallecido expresidente de la Cámara de Diputados, sociólogo y filósofo político Antonio Leal, planteó en algunos de sus escritos que el siglo XXI ha visto reaparecer regímenes populistas con líderes carismáticos que acceden al poder a través de procedimientos legales. Pero que -una vez instalados- dan un giro donde se sirven de la democracia para subordinar instituciones, reducir espacios de libertad y diversidad, y establecer regímenes mesiánicos que restan el valor y los principios de la democracia.

Lo hicieron Chávez y Maduro en Venezuela, lo intentó Trump al desconocer su derrota electoral y alentar a sus partidarios al asalto violento del Capitolio a comienzos de enero de este año, y lo ha demostrado Bolsonaro con sus manifestaciones homófobas y también en el manejo de la pandemia.

Un debate complejo que se ha centrado también en las debilidades propias de la democracia, según dice Leal, por sus diversas formas de corrupción, sus crisis económicas y el resquebrajamiento de su gobernabilidad. Allí radica el desafío de construir barreras de defensa de las democracias –sea cual sea su signo- que impidan el escalamiento de los neopopulismos o movimientos nacional populares, como se les llama en el campo académico político, que terminen reversando las libertades civiles alcanzadas.

Será clave renovar la propia democracia saliendo del encapsulamiento elitista y autorreferencial de la política. Especialmente en su rol de generar subjetividad, de introducirse en las rendijas del sentido común, haciendo que la política se dote de mayor densidad cultural y de una ética pública donde los negocios no dominen a gobernantes, parlamentarios, ni a los políticos ni a la política.

Mano dura, nueva rebeldía y amenaza al periodismo

Posterior a la primera vuelta donde obtuvo la primera mayoría relativa de los votos con su slogan “atrévete”, JAK ha sido catalogado en la prensa internacional como un conservador “ultratodo” y extremo que defiende el ultraliberalismo y la moral pinochetista (La Vanguardia, 23-11-2021).

Ha dicho que aplicará “mano dura” contra las protestas mapuches, el narcotráfico y la delincuencia, la inmigración ilegal (con zanja mediante), el aborto como atentado a la vida y así como considera que Pinochet fue demócrata por realizar el plebiscito de 1988 donde votó Sí, admira a Trump y Bolsonaro, y se acerca a los postulados de VOX en España.

Sin embargo, el candidato insiste que se le “caricaturiza”, aunque hace del miedo una práctica política frecuente, donde resalta la indefensión de los chilenos hoy, que ven amenazada su libertad por los delincuentes y la violencia propiciada desde la izquierda.

Dice que hará “un gobierno de acción y no de observación” para controlar el orden público democrático. Algo que recuerda la denostación de la política tradicional desde el discurso de su inspirador y fundador del gremialismo en la Universidad Católica, el exsenador UDI, Jaime Guzmán.

Para Pablo Stefanoni, periodista y doctor en Historia en la Universidad de Buenos Aires, “la rebeldía se volvió de derechas”, cuestión que da título a su reciente libro que analiza en el web español Publico.es la irrupción de estos nuevos movimientos conservadores, nacionalistas y antiglobalización. Sectores que bajo la premisa de la supremacía mundial de un marxismo cultural que permeó grandes espacios del progresismo como amenaza a los valores tradicionales, se vuelcan en la cruzada ultraconservadora desenfadada: “Hay una pugna con derechas que van surgiendo. Lo que pasó con Vox y el PP también pasa en otros lugares. Kast, en Chile, también salió de la derecha tradicional chilena y hoy se la ha comido”.

A ojos de Stefanoni, el problema se agudiza ya que la política tradicional y también el progresismo se volvieron defensores de una suerte de statu quo que se asocia a la crisis que viven en general las izquierdas en la consolidación de ideas de futuro: “Si el futuro va a ser peor, eso tiende a una posición conservadora para defender lo que hay porque lo que va a venir es el despotismo de los algoritmos, la uberización del mundo o la precariedad. Es una dificultad que no es fácil de resolver para la izquierda”. 

Como contrapartida a las soluciones desde la izquierda, el historiador pone el acento en la forma y fondo del economista argentino Javier Milei, que se hace llamar anarco capitalista -símil libertario a nivel global-, quien eleva el tono de su arenga contra la izquierda y en pro de una nueva derecha enemiga de la socialdemocracia: “Milei es un showman, expresa un tipo de derechas sin complejos, dice que Keynes era un hijo de puta, que el keynesianismo solo sirve para políticos ladrones, que la justicia social es una mierda, etc”. Una radicalidad semejante al discurso de VOX en España, surgido al alero de desencantados del Partido Popular, como Kast y parte de los republicanos lo son respecto de la UDI. Un tono que ha sabido explotar muy bien en Chile el diputado electo por ese partido, Johannes Kaiser, renunciado a su militancia por sus destemplados y sarcásticos discursos en la web.

La Democracia se funda en garantizar libertades. Entre ellas, la libertad de prensa y la libre expresión de ideas. No obstante, cuando asoman discursos de odio, de falacias retóricas, de fake news destinadas a infundir miedo o desinformar, la posición del periodismo se ve interpelada. ¿Qué hacer? Stefanoni plantea no tener respuestas, pero sí cree que el progresismo no ha sabido interpretar ni comunicar qué hay tras esta nueva derecha. No ha funcionado su discurso antifascista ni la premisa respecto que ellos son los que le dan real voz a la gente. Todo mientras las nuevas derechas crecen y escalan con sus mensajes prescindiendo de los grandes medios de comunicación tradicionales y levantando sus propios mecanismos. A su juicio los medios “sí tienen una responsabilidad. Es difícil decir que hay que quitarles el micrófono, pero sí hay que pensar cómo fortalecer la cultura democrática, potenciar la conversación pública”.

Gane quien gane el próximo 19 de diciembre, esta es una ineludible tarea para la casa…

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