Se queja un querido amigo ejecutivo: andamos como máquinas. La agenda llena, todo programado, ahorrando con eficiencia el poco tiempo que hay. Tómate vacaciones, insinúo tontamente. Es igual, responde, tomamos vacaciones como máquinas. Bien programadas, con nutridas actividades de recreación, full equipados, maximizando el disfrute por unidad de tiempo. Corre para allá y para acá, día tras día. Es raro, porque el argumento que justifica el peso de nuestra vida diaria es permitirnos existir plenamente en las vacaciones. Pero no, seguimos programando y corriendo. Nos convertimos en máquinas, asegura. Estamos presionados para optimizar nuestra capacidad de conseguir no sabemos bien qué.
Te tengo controlada, le dijo la cuña a la rueda, sin poder moverse. Sabemos por experiencia propia que controlar es ser controlados, esclavizadas. Nos acoplamos a máquinas de todo tipo para controlar, en un comportamiento maquínico. Ayudados por toda clase de herramientas tecnológicas, programamos, hacemos agendas y calendarios, diseñamos hojas de ruta y ponemos metas para controlar el futuro, para terminar controlados. Se llama management, control de operaciones, sudar la gota gorda para atinarle con los resultados de los planes, para no salirse de lo previsto. Cumplir, cumplir y cumplir recurrentemente, como las máquinas.
Si lo examinamos, el comportamiento maquínico no basta para darle fundamento a nuestra existencia. Sin embargo, en la vida diaria no examinada, es exactamente lo que hace. Convertidas en recurrencias controladas que en sí mismas no van a ninguna parte, como los automóviles, estamos poseídas por la obsesión de ir eficientemente. Capas y capas de hábitos adquiridos, y narrativas sobre narrativas memorizadas, nos acarrean en forma oscura, olvidada, tras el propósito de hacer eficientemente lo que sea que hagamos. Lo que nos cuesta dar una vuelta más larga de lo necesario, o gastar más de lo debido, por el simple afán de hacerlo, demuestra cuán arrastrados afectivamente estamos. Hacerlo es irracional, y no debemos ser irracionales. Obviamente. ¿Aunque qué es racional de cara a la muerte?
No conozco mejor manera de recuperar parte de nuestra humanidad extraviada en la existencia maquínica, que recordar que hemos sido históricamente moldeados en ella. Hacer visible en forma evocadora los hábitos adquiridos y las narrativas memorizadas en nuestro pasado, que nos hacen ser los controladores controlados que somos. Sintonizarnos con la historia que nos moldeó como necesitados de hacer de la vida entera, en lo grande y lo minúsculo, una regularidad que debemos controlar eficientemente, es el camino para liberarnos de esa tiranía sin sentido.
Es curiosa la existencia humana. Somos máquinas. Varela y Maturana las llamaron autopoiéticas, y al mismo tiempo somos historia. Redes de máquinas moldeadas en sus recurrencias pretéritas. En nuestro pasado obtenemos nuestras habilidades y las direcciones de qué hacer con la existencia, quiénes ser y en qué dirección ir, que la autopoiesis no nos da. En tanto que hábitos y narrativas históricos que operan ocultándose, somos arrastrados en esas direcciones en forma opaca, convertidos en automatismos repetitivos… Casi, porque evocándolos para hacerlos visibles, podemos trazar líneas de fuga, para no verlos tanto… para no verlos siempre. Podemos, así, usar las máquinas y las herramientas tecnológicas, poniéndolas en su lugar, sin dejarnos arrastrar en todos los segundos y en todas las visiones por sus afanes maquínicos sin norte.