Recientemente el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) dio a conocer un estudio sobre los niveles de confianza que la industria de la televisión abierta genera en la ciudadanía. Los resultados reafirman la intuición sobre una sociedad que asiste a una profunda crisis de confianza social, pero que en forma particular sitúa a esta industria y sus distintos canales en un bajo estándar de fiabilidad, donde el mejor evaluado resultó ser La Red y dos de los más bajos Televisión Nacional y Canal 13. ¿Cómo se entiende esto?
Un modelo para desarmar
Tanto en su fase cualitativa de focus group o grupos de conversación exploratorios (para levantar información base sobre el problema), como en su posterior encuesta nacional, esta investigación del CNTV resulta clarificadora de las preferencias de la población chilena a la hora de relacionarse confiadamente con los medios de comunicación.
En los primeros lugares de confianza se ubican los medios digitales independientes y la radio, mientras que en último lugar la TV abierta, llamada también generalista o de libre recepción. Es decir, las preferencias van hacia industrias mediales que tienen una opción o definición editorial clara e identificable. Desglosando los componentes o factores que llevan a las personas a confiar más en los medios, la transparencia, la diversidad, el pluralismo y la explicitación de sus líneas editoriales son claves. Así como la forma en que aplican estos criterios en su oferta de contenidos.
No es del caso ahondar exhaustivamente en esta columna en las cifras de la investigación sino en lo que implica el problema que se manifiesta desde sus resultados. Solo en el plano general, al evaluar con una nota de 1 a 10 respecto de los grados de confianza que las personas sienten en la TV abierta, el promedio alcanza solo 4,09 puntos. Es decir, si se aplica una escala de 1 a 7, la nota sería solo de un 2,8. ¿Pésimo, no…?
En particular y acorde a lo que se ha recabado en otros estudios anteriores sobre televisión, los programas que las audiencias consultadas más valoran en términos de confianza son de corte cultural y los eventos deportivos. Dos campos específicos donde el peso de la especulación del control de la agenda informativa o de intereses de sus propietarios no tiene tanta incidencia.
Una debacle sistémica
La confianza social ha sido materia de investigación en el campo de la sociología, la política y la antropología de modo profuso. Y en Chile se viene indagando periódicamente en la opinión pública desde el retorno a la democracia, con un constante deterioro en sus niveles, sea respecto de instituciones, autoridades políticas, gremios, empresarios, grupos organizados que defiendan intereses específicos y las personas en general. Un ambiente que contiene componentes degradatorios, a ratos paranoicos, que dinamitan la posibilidad de confiar en terceras personas.
Se juega en este plano la tensión entre mantención o cambio social, entre aumento de diversidad y niveles de libertad/autonomía versus el mantenimiento/preservación del orden social. Ergo, se vincula así con la percepción de seguridad y riesgo presente, a la luz de la tradición o la historia pasadas.
Como concepto teórico, la confianza encierra una dialéctica compleja, porque no se puede mecanizar la medición de este término en un grupo humano como contraparte de la desconfianza y los grados como se manifiesta este factor. En forma simple, confiar en cierto porcentaje en algo o alguien no implica mecánicamente desconfiar en ello en forma complementaria. Tampoco la significación del término es igual para la gente común respecto de las élites o grupos más ilustrados, si bien todos lo resuelven y aplican a su modo.
Por eso, estudiar la confianza social, en este caso en un medio como la televisión abierta no equivale en forma contraria a despejar los niveles de desconfianza que genera. Ni si la comprensión de términos como pluralismo, diversidad y transparencia son equivalentes en todos los grupos; no obstante, remiten siempre a sus experiencias de vida y expectativas de futuro, junto con retratar la vida social en un contexto determinado.
¿Y ahora qué?
Mientras La Red y en segundo lugar Chilevisión aparecen en la investigación del CNTV con un 20% o más de confianza respecto de la que generan TVN o Canal 13, corresponde despejar qué sigue TV ahora.
El problema que encierra confiar en un canal de hoy se vincula a si se perciben de modo claro la línea editorial y el pluralismo aplicado en la entrega de sus contenidos, sean de información o entretención. Una cuestión que en el caso de La Red se ancla a la información, la actualidad, contingencia, conversación, entrevistas y debates, junto con la emisión de programas culturales en horarios de alta audiencia, donde también se ubica en el tope del ranking.
Otro elemento en juego es la percepción o impresión de los públicos en torno a cuánto puede incidir en la libertad del medio el arco de intereses directos y de negocios en los que participan sus dueños o controladores. En este caso el Estado o los gobiernos de turno para TVN y los múltiples intereses de inversión y participación en sectores de la economía que tiene Andrónico Luksic en Canal 13 (banca, afp, isapres, agricultura, minería, industria, alimentación, transporte, energía, navieras, etc.). Como dato curioso, Mega no se ve tan afectado en la confianza como las otras señales, a pesar de los negocios de Carlos Heller, su dueño, que abarcan el retail, la banca, la crianza de caballos, el transporte, las viñas y el fútbol, entre otros.
En el caso de los rostros de mayor fiabilidad para los públicos consultados por el CNTV y la consultora Brinca encargada del trabajo de campo, Julio César Rodríguez (CHV) y Rodrigo Sepúlveda fueron los más mencionados. Dos periodistas que desde sus propios programas el matinal Mucho Gusto de lunes a viernes y Meganoticias de las mañanas de los sábados y domingos, respectivamente-, interpelan libremente a las autoridades con un sello propio que es valorado por su independencia.
Conocidos los datos de este estudio queda como desafío para toda la industria televisiva revisar sus estándares editoriales y la forma en que sus marcas se han ido instalando en las audiencias. En especial, considerando que no hay grandes diferencias en la baja confianza entre los segmentos adultos o mayores y los más jóvenes (independiente del grado de alfabetización digital y de nuevos medios que ellos tengan). No obstante, sí hay un claro mérito a las estaciones que entregan diversidad de contenidos en horarios de alta audiencia y que se perciben como medios de mayor independencia editorial respecto de los intereses de sus dueños.
No hay que olvidar que toda la industria refiere a una función social honesta y transparente con la ciudadanía y que usufructúa del espectro radioeléctrico -que es público-, antes que un negocio que busca rentabilidad o mediante agendas marcadas por conflictos de interés no explicitados, sean políticos o económicos.