(Disculpe lo largo, es que el estofado está cocido a medias no más)
No hay caso, pensar en la tecnología nos lleva a imaginar artefactos tecnológicos, obviamente la Inteligencia Artificial, la biología genética, los robots trans humanos, no va a ser la locomotora a vapor. Y al anticipar algunos de sus efectos pensamos que debemos controlarlos legalmente. Sin embargo, la tecnología no es en sí misma algo tecnológico, es afán de control convertido en forma de ser histórica. O sea, querer controlar la IA, la biología genética, la robótica y demás es un afán completamente tecnológico. Vale decir, controlar el control, y controlar el control del control, y así… Querer realmente domar la tecnología obliga a inventar una manera de ser no tecnológica, o post tecnológica, no controladora o post controladora, que se apropie plenamente de ella superándola.
La tecnología controla el mundo tratando las cosas y a las personas como esquemas causales explícitos, conexiones formales de input-output, protocolos de ´if-then´, que arrinconan otras maneras de interactuar y relacionarnos con ellas. Responder a causas y razones, por oposición a ser espontáneo, es convertida en la condición de ser algo real. Tiene mucho de monomaníaca esta manera de ser que suprime la libertad del mundo de responder en función de tratos diversos. Como la cultura – la vida cotidiana, la ciencia, la poética, la política, la espiritualidad, la moral –, que resume posibilidades de trato no controlador.
Puede ser. Pero nuestra cultura está permeada hasta los huesos por la tecnología. Consistente en comportamiento orientado por normas tácitas que exigen y permiten alta capacidad interpretativa, podemos constatar que está siendo substituida por reglas explicitas hasta en los rincones más ínfimos, substituyéndonos a nosotros por esquemas de obediencia causal. Reglas de uso de pronombres de género para producir controladamente comportamientos lingüísticos no machistas. Leyes tributarias para crear causalmente una cultura solidaria. Reglas que prohíben expresiones políticamente indebidas. Substitución de la moralidad situada en un contexto por reglas moralistas, de la espiritualidad por protocolos de mindfulness. Procedimientos de creación de contenido cultural que causan likes en los medios sociales digitales. Reglas de cancelación de expresiones que gatillan emociones difíciles de soportar al entenderlas como efectos anímicos causado por aquellas, arrinconando así la libertad que nos asiste de aprender respuestas emocionales diversas ante los hechos a nuestro alrededor.
Y llegamos así a la pedagogía, a aprender. Pocas prácticas culturales más impregnada de la manera de ser tecnológica que ella. La enseñanza de las ciencias, convertida por afanes tecnológicos de control en información de ecuaciones, fórmulas y esquemas conceptuales causales. La enseñanza de la historia entendida como cadenas de causa efecto que producen el devenir de las personas, las sociedades y el mundo. El horror a lo espontáneo, que lo concibe como ignorancia de los esquemas causales que están en juego, que algún día serán conocidos.
Finalmente, no olvidemos el recreo, en lugar de la escuela y la universidad donde seguramente más se aprende. Hoy día, si no me equivoco, lo que importa en ese lugar es evitar el riesgo. Controlar el riesgo físico, el riesgo psicológico de ser maltratada, de ser abusado sexualmente, es obviamente una preocupación de la manera de ser tecnológica que se afana por controlar lo espontáneo, lo riesgoso. La pedagogía actual invade el recreo, ese viejo espacio de libertad magnífica, por tanto, esencialmente riesgoso y cuidado de lejos, por reglas bajo constante vigilancia que maquinizan a los alumnos. Hoy día, por supuesto, hay profesores dedicados a vigilar los recreos blandiendo protocolos precisos.
Así llegamos a un fondo de la cuestión. Al acostumbrarnos a suponer que el riesgo se puede evitar, que todo puede y debe ser controlado, debido a sus fallos inevitables, la tecnología nos convierte en paranoicos por default. Nos aterra lo incierto, que no podemos controlar nuestro futuro cercano y lejano, el de nuestros hijos, el de nuestros proyectos. Nos acoplamos lo más estrechamente que podemos a la tecnología en un capullo protector controlado y sin riesgos. Exactamente lo que produce más ansiedad, y deprime.
Supongo que la izquierda debería querer despabilarse con esto, recuperar y masificar nuestra libertad fundamental de inventar la realidad. La derecha, cierta derecha, quizás soy demasiado prejuicioso, couldn´t care less, como diría el liberal gringo que lleva metido en el corazón.