Tras discutir con su marido y enterarse que él tenía una amante, la autora desapareció dejando un destello de huellas que iban desde sangre a una maleta llena de ropa.
Los primeros días de diciembre del año 1926 un hecho revolucionó a la policía inglesa y a la sociedad. La famosa escritora de novelas policiales, Agatha Christie, había desaparecido y la única pista a seguir era su auto, sangre, una foto de su hija Rosalind y una maleta de ropa escogida con poca precisión.
Sin rastros de la escritora, la prensa hizo eco de su desaparición dando vida a escabrosas teorías que iban desde un secuestro a una estrategia para aumentar su fama. Lo cierto es que durante once días nada se supo de ella y al momento de ser hallada dijo no recordar nada y menos donde estuvo esas casi dos semanas.
Los hechos se desencadenaron cuando su marido, su gran amor, el exmilitar Archibald Christie, le confesó que tenía una amante y que deseaba divorciarse. La escritora no pasaba por un buen momento, pues además de la presión de sacar pronto una nueva novela, su madre –con quien tuvo una estrecha relación pues era la hija menor- acababa de fallecer.
En medio de la vorágine de haber desarmado sola la casa de su madre dejó por mucho tiempo a Archibald, periodo en que él comenzó un romance con la amiga de la pareja, Nancy Neele. Ya a finales de año Agatha se notaba decaída y comentaba constantemente que se encontraba enferma, sin despertar en nadie el interés suficiente como para preguntarle qué le sucedía.

Fue así como el día 3 del último mes del año llevó a Rosalind a casa de su abuela paterna y la dejó sin dar mayores explicaciones. Luego tomó su auto y llegó hasta Londres, en los Almacenes Harrods compró una postal y se la envió a su cuñado contándole que se iría a la costa. Dejó el vehículo – chocado y con sangre, según algunas versiones-, tomó el tren hacia Yorkshire y se quedó en el hotel Swan Hydropathic registrándose como la ciudadana sudafricana Teresa Neele. Ahí estuvo casi dos semanas sin interactuar con nadie.
Fue un músico que trabajaba en el hotel quien la reconoció y avisó a la policía. Rápidamente llegaron a buscarla junto a su marido, a quien la autora dijo reconocer como su hermano; y a Rosalind ni siquiera pudo identificar.
Las preguntas eran muchas y las respuestas escasas. ¿Por qué se anotó en el hotel con un seudónimo cuyo apellido era el del amante de su esposo? ¿Eran tantos sus celos que fue capaz de abandonar a su hija en casa de su suegra?

¿Necesitaba hacer sufrir a Archibald por haberla traicionado, tratándose todo de una venganza?
Lo cierto es que Agatha regresó a su hogar diagnosticada con amnesia disociativa. Durante dos años creyó que podría recuperar su matrimonio, hasta que finalmente en 1928 su marido le pidió el divorcio. Para esa fecha dio una entrevista al Daily Mail y reconoció que su intención fue suicidarse, pero que se arrepintió. Insistió en no recordar detalles de su desaparición y jamás reconoció que los hechos eran una venganza perfecta para su marido infiel.
El historial familiar de Agatha avala una enfermedad mental, pues un tío materno se mató de un disparo; dos primos se suicidaron; y su tía abuela terminó sus días en un hospital psiquiátrico. Si bien, una vez de regreso en casa, la familia buscó ayuda profesional con el neurólogo Donald Elms Core, nunca se llegó a una conclusión de lo acontecido. Lo único seguro es lo que la escritora declaró, que por cierto deja más dudas que certezas…
‘Mi cabeza golpeó algo. Hasta ese momento había sido la señora Christie (…) luego se convirtió en otra persona’. Agatha leyó sobre la desaparición de la Sra. Christie en la prensa y concluyó: ‘Que estaba muerta. La consideré una tontería. Me impresionó mucho mi parecido y se lo comenté a otras personas en el hotel. Nunca se me ocurrió que yo pudiera ser ella, pues estaba completamente segura de quién era’.
(Daily Mail, 16 de febrero de 1928).
De Turquía hacia el amor

En 1928, Agatha Christie emprendió un viaje hacia Oriente que marcaría un giro decisivo en su vida. Recorrió Estambul y luego Bagdad a bordo del mítico Orient Express, experiencia que más tarde llevaría a las letras con el que sería uno de sus libros más célebres: Asesinato en el expreso Oriente (1934).
Ese viaje no solo alimentó su imaginación literaria: también la condujo hacia un nuevo comienzo personal. Durante una expedición arqueológica en Irak, conoció a Max Mallowan, un joven arqueólogo catorce años menor, asistente del renombrado Leonard Woolley. Contra todas las convenciones de su época, Agatha no solo se enamoró, sino que se casó con él ese mismo año. Fue un matrimonio estable y feliz, que perduró hasta su muerte en 1976.
La escritora, ya divorciada de Archibald, se enfrentó a una sociedad que condenaba a las mujeres que tomaban ese camino y más aún si se casaban nuevamente. Apostó por su vocación literaria en un mundo donde el destino de ellas iba desde el salón a la cocina. Pero ella no solo escribió novelas: reescribió las reglas del género policial. En una tradición literaria anglosajona abundante en autoras brillantes, Agatha se alzó como la más prolífica y popular.
Creó personajes que compitieron en agudeza con los mejores detectives masculinos, y los superaron: Miss Marple, con su apariencia frágil y su intuición implacable, resolvía crímenes con una inteligencia que no tenía nada que envidiarle al meticuloso Monsieur Poirot. En palabras de la escritora Liliana Escliar: “Dejó de ser una mujer que escribía, para convertirse en La Dama del Crimen, codo a codo –y tomando la delantera– con los más exitosos autores del género”.
Aun así, Christie supo proteger los rincones íntimos de su biografía. Su legendaria desaparición en diciembre de 1926 sigue siendo un enigma más que sumar a su legado, tan lleno de claves y pistas como sus novelas. Algunos vieron en ese episodio un gesto publicitario. Otros, una huida desesperada del dolor. Para ella, simplemente, fue un vacío.
La escritora que supo describir con precisión quirúrgica las motivaciones humanas detrás del crimen no ofreció jamás respuestas definitivas sobre su propia vida. Escribió una autobiografía, sí, pero incluso ahí mantuvo el velo. Quizás por timidez, quizás por fidelidad al misterio.
Sus mejores amigos imaginarios
Agatha Mary Clarissa Miller nació el 15 de septiembre de 1890 en Wallingford, Inglaterra. Su niñez, según ella misma escribió, fue “muy feliz”, rodeada de mujeres fuertes e independientes, como su madre, quien la educó en casa y a quien atribuyó facultades psíquicas. Esta infancia, entre lo doméstico y lo sobrenatural, entre los juegos en soledad y los relatos de misterio, sembró en ella una imaginación fértil y precoz.
Rechazaba las muñecas y prefería crearse “amigos imaginarios”. A los 11 años, la muerte de su padre sumió a la familia en la ruina, marcando el fin abrupto de esa infancia idealizada. Estudió en París y vivió con su madre en Egipto, un destino elegante entre los británicos acomodados.

Sus primeros textos no fueron bien recibidos, pero persistió. Bajo seudónimos escribió relatos y novelas románticas. Luego, influida por la Primera Guerra Mundial y su trabajo voluntario como enfermera, debutó con El misterioso caso de Styles en 1920. Ahí nació el célebre detective belga Hercule Poirot, junto al capitán Hastings y el inspector Japp.
En 1914 se había casado con Archibald, a quien conoció en una recepción en Devon. Con él tuvo a Rosalind, y por un tiempo fue feliz. Pero la traición con Nancy Neele —y el duro duelo por la muerte de su madre— desataron una crisis personal que culminó en su desaparición de 1926.
Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó en la farmacia del University College de Londres, lo que le permitió aprender sobre venenos, un conocimiento que integró a varias de sus obras. Con los años acumuló reconocimientos: fue nombrada Dama del Imperio Británico y recibió el Grand Master Award de la Asociación de Escritores de Misterio.

Vivió una vida marcada por los contrastes: tímida en público, audaz en sus tramas; discreta en lo privado, famosa en el mundo entero. Fue una pionera que logró transformar el crimen en una forma literaria. Pero sobre todo, fue una mujer que, como sus personajes, supo reinventarse tras la tragedia.
Y aunque jamás explicó del todo aquel capítulo oscuro de su vida, sí dejó una frase que parece escrita para quienes aún buscan entenderla:
El mejor momento para planear un libro es mientras se lava los platos.
Agatha Christie