¿Cuántos hombres han escapado de su condición de seres comunes y corrientes para abrazar el mal y formar sus propias estirpes? No lo sabemos, pero existen extraños caminos de la condición humana, que conducen a algunos hacia las sombras donde sobreviven junto a los más débiles y necesitados.
Desde su aparición en 1899, la novela “El corazón de las tinieblas”, del escritor polaco-británico Joseph Conrad (1857 – 1924) ha dado mucho que hablar por su certero relato sobre el capitán Marlow, quien viaja al Congo en plena colonización belga para enfrentar a Kurtz, un hombre que explota el marfil y se ha transformado en un caudillo en la zona y al que es necesario controlar. Francis Ford Coppola hizo lo propio adaptando el libro a la película “Apocalipsis ahora” (1979) y situándola a fines de los 60 en plena guerra de Vietnam.
Para mi gusto es una de las mejores adaptaciones cinematográficas de un libro que se han hecho, Coppola logró meterse en carne propia en el conflicto del protagonista y vivirlo con una filmación que sufrió bastantes contratiempos. El casting no pudo ser mejor con Martin Sheen como el capitán Willard (en reemplazo de Marlow) y Marlon Brando como el coronel Kurtz, miembro de las fuerzas especiales de Estados Unidos, que se ha vuelto loco y ahora manda sus propias tropas en la neutral Camboya. No quiero adentrarme en la trama de la película o el libro (ambos hay que verlos y leerlos, respectivamente), pero si me gustaría enfocar esta columna en la figura de Kurtz, el hombre que se convierte en un ídolo manipulando al resto, controlando, exigiendo ¿Cuántos Kurtz conocemos? ¿Cuántos hombres han escapado de su condición de seres comunes y corrientes para abrazar el mal y formar sus propias estirpes? No lo sabemos, pero existen extraños caminos de la condición humana, que conducen a algunos hacia las sombras donde sobreviven los más débiles y necesitados.
Es por eso que, en esta historia, aparece Marlow/Willard, el defensor, el justiciero, el jovencito de la película que sin más armas que su propia convicción viaja en la búsqueda del Kurtz mal elemento, hundido en la profundidad de la selva.
El libro y la película son la combinación perfecta de lo que puede llegar a hacer un hombre que huye en medio del conflicto, de la guerra interna, de la desesperación. Con su calva reluciente y su mítica figura de Buda, Marlon Brando crea, con pocos minutos en pantalla, un Kurtz creíble y odiable muy parecido a la propia figura que el actor fue forjando en filmes anteriores como el “El último tango en París”.
Me pasa con “Corazón en las tinieblas” y con “Apocalipsis ahora”, que, aunque están ambientadas en épocas distintas, hay una vigencia plena en ambas obras. Al parecer el mundo vive del eterno retorno, de la violencia, ese afán de dañar, destruir y desarmar al otro. El olor a napalm, al igual que en la cinta protagonizada por Sheen, se respira metafóricamente día a día por las calles de las ciudades chilenas, en los noticiarios, en las páginas de los diarios tendenciosos y amarillentos a más no poder, en los testimonios dados por políticos mentirosos acostumbrados a no decir la verdad nunca, a esconderse bajo ropas elegantes para protegerse a sí mismos y a sus más cercanos. El olor espiritual a sustancia química nos quema, las explosiones nos inundan y es el modelo de personajes parecidos a Kurtz el que parece hacerse grande con guaridas en selvas de cemento y al aire libre.
Conrad denuncia el racismo y la violencia extrema de la colonización de África por los belgas. Coppola se centra en la violencia a través de la guerra, de la muerte directa, del apadrinamiento de los estados para salvar al mundo de su propia destrucción, a pesar de la locura de algunas personas. Muerte, delirio, persecución y nuevamente muerte. Es el viaje el que cuenta, el traslado hacia lo más profundo, la raíz del miedo que se defiende y se combate a toda prueba. No hay mente que no pueda destrozar los impulsos de un individuo. Sólo falta que alguien aprete el botón para que el dolor se active.
Entre tanta desolación, la narrativa de Conrad es reflexiva, humana, de una gran belleza natural y literaria. Coppola rescata todo eso para construir en su película imágenes inolvidables y potentes que, a través de fuertes colores y cámaras lentas, perfectamente reemplazan las palabras del escritor polaco-británico con música y gestos sorprendentes.