Se entera de las últimas cifras económicas, y se descorazona, hace demasiado tiempo que no logramos salir del bajón. Recibe información actual de delitos violentos, y se siente abatida, nada mejora en una situación muy mala. Escucha la entrevista de un miembro de la Corte Suprema de Justicia, y se descorazona, la corrupción ha llegado demasiado alto, por más que el ministro trata de minimizarla. Oye la última entrevista de un alto funcionario de gobierno, y se le hunde el corazón, las autoridades ejecutivas siguen en las nubes sin atinarle. Ve a una importante figura de la oposición en la tele, y se deprime, los opositores siguen sin plantear nada. Nos vamos – Chile – lenta pero persistentemente a la punta del cerro.
Un ejecutivo muy exitoso reclama abatido por la permisología, y la incompetencia general del estado, esperando que alguien la arregle. Un empresario, desalentado de Chile, se manda a cambiar a Paraguay, donde abundan las oportunidades, desde donde sigue enviando posts desalentadores sobre su país de origen. Mira a los pasajeros con talante desanimado que viajan con ella en el metro y se desalienta, algo no está bien con nosotros, no tenemos arreglo. Divisa su imagen en una ventana del carro y se descorazona, una vez más se trata de ella misma, la de siempre. Conversan entre ellos y ellas los desanimados en todos los lugares donde se encuentran, en reuniones sociales, en la tele, en la mesa familiar, en los casinos y restaurantes del trabajo, en las redes, y se pegan el desaliento, hay algo fallido en nosotros, ¿cuándo nos jodimos?

¿Desanimado el agente activo en dificultades? Seguro que no, enrabiado quizás, empeñado en aprender, posiblemente, volviendo al ataque más temprano que tarde, de seguro, re estibando la carga. El exportador de cerezas produce más que nunca. El poeta publica una nueva colección de poemas. El jefe de banda sigue adelante con sus crímenes lleno de entusiasmo. La joven emprendedora sigue empeñada en conseguir capital de riesgo. Hay algo pasivo en el desánimo, un opinar sin preocupación por actuar, un observar desde la distancia, desilusionado con un mundo y unas gentes que no dan su ancho. Una pretensión, que sin hacerse cargo cree tener el deber de rechazar una realidad que no está a su altura. Un desapego indolente que imposta un apego adolorido.
¿Es posible salir del desánimo y no reproducirlo en nuestras conversaciones diarias? Seguro, hacer algo con aquello que nos descorazona. ¿Muy difícil?, ¿no sabemos por dónde empezar? Puede ser, ocurre, pero siempre podemos evitar quejarnos si no vamos a tomar acción. Y no es poco, reclamar adoloridos por lo que nos ocurre, implica – si somos gente seria que habla en serio – que nos importa, y si nos importa hacemos algo al respecto. ¿No lo hacemos?, bueno, por lo menos callemos la quejumbre bajoneada bajoneante. Es una regla ética bien decente no quejarnos de lo que en el fondo no nos importa, aquello por lo que no estamos dispuestos a hacer nada, por lo menos así no contagiamos a las demás con la peste descorazonadora.
Menos pretensión, más humildad, y si se puede, hacerse cargo con más acción que opinión. Si no, chatáp.