“Dios duerme en la piedra”: un western de pesadilla

por Tomás Vio Alliende

Dueño de un particular estilo para narrar, Mike Wilson (1974), escritor chileno-estadounidense- argentino, cuenta en “Dios duerme en la piedra” (2023) la aventura de un vaquero sobreviviente de sí mismo en un mundo apocalíptico. La inmensidad del paisaje es la que reina en esta nueva narración de un escritor compenetrado con un lenguaje, donde cada palabra tiene su espacio bien escogido y meditado. Autor de “Leñador” (2013), para mi gusto su máxima obra, el escritor se mete de lleno en la historia de un cowboy trashumante que sólo cuenta con sus armas, un caballo y se desplaza por lugares abiertos e inhóspitos. El ambiente es lo más parecido a una pesadilla, una escena permanentemente lúgubre donde el hombre se topa con otros humanos extraños y se encuentra con símbolos misteriosos que lo cautivan.

Ambientado en un período que podría ser el siglo XIX, el libro muestra a un vaquero acostumbrado a la adversidad, que se defiende con una privilegiada puntería y que sabe que es el paisaje el que lo domina en las montañas y desfiladeros por los que avanza y lo conducen hacia destinos indeterminados. Se trata de un western de pesadilla, la trasgresión del mundo, el camino marcado por una divinidad que duerme en la piedra y que parece haber abandonado definitivamente al protagonista.

Sin desmerecer sus títulos anteriores, desde “Leñador” en adelante la escritura de Wilson se ha enfocado con certeza en un universo íntimo con protagonistas complejos y solitarios. Es así como aparecen sus obras “Ártico” (2017), “Ciencias ocultas” (2019), “Némesis” (2020), “Un niño llamado gárgola” (2022) antes que “Dios duerme en la piedra”. Su búsqueda atraviesa desiertos emocionales, mundos confusos donde prevalece de manera potente el dominio de la naturaleza, del hombre frente al espectáculo de situarse en medio de la inmensidad que le toca vivir. Las “parrafadas infernales”, en esta y en la mayoría de sus obras -nombre dado por el fallecido crítico literario Juan Manuel Vial a la técnica de Wilson para escribir con mucho punto seguido- tienen mucho que ver con el estado de ánimo del autor, con su entrega a consciencia de textos que exploran y meditan en búsqueda de la trascendencia. En un mundo gobernado cada vez más por la inteligencia artificial y la falta de creatividad, me atrevería a decir que la pluma de Mike Wilson es única en su especie y, escriba lo que escriba, siempre llama la atención. Las descripciones abundan en la narrativa del autor y construyen el panorama obligando a que el lector piense en el devenir de los protagonistas. “¿Qué le pasa al vaquero?” “¿Hacia dónde va?” “¿Qué es lo que realmente busca?”. Son las interrogantes que automáticamente se generan al leer “Dios duerme en la piedra”. Quizás el cowboy tampoco lo sabe y por eso   anota en una libreta el conteo de los cadáveres que va dejando tirados en el camino. Hay una naturaleza sobreprotectora y salvaje que es más grande que él y que lo somete, al igual que Wilson lo manifiesta en “Leñador” con sus agrestes y elaboradas descripciones de los bosques de Yukón. 

Las pesadillas del vaquero son abundantes, especialmente porque debe dormir a la intemperie, pegado a su caballo en noches frías con temor a morir de hipotermia. Todo es extremo en el libro. El rudo protagonista de esta novela no habla y cuenta con un narrador en tercera persona que señala su recorrido y los sueños de este hombre que imagina un planeta desértico y misterioso de muerte y putrefacción donde todo se vuelve negro. El autor no tiene piedad con su pistolero y al inicio del libro contrae la lepra en su brazo. El flagelo lentamente comienza a apoderarse de su cuerpo, modificando su conducta y su resistencia física. Muchos críticos han comparado este libro con la narrativa de Cormac McCarthy. Algo de eso podría haber. Sin embargo, la gracia de Wilson es que siempre escribe manteniendo sus propios códigos, superándose a sí mismo. Si alguien me pregunta si existe un avance entre este libro y “Leñador”, yo podría contestar que sí, que estamos frente a una novela que despliega un escenario brutal, donde el mundo en vez de avanzar se mantiene gobernado por pandemias y guerras. Wilson construye conscientemente o inconscientemente sus textos de acuerdo al signo de los tiempos y eso como lector siempre se agradece. 

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