Decía un corresponsal español en Londres que lo que mejor definía el estado de ánimo de los ciudadanos del Reino Unido era su sensación de orfandad.
Desaparecida, recientemente, esa monarca inglesa que tenía aquella extraña capacidad de estar presente cuando no estaba y estar sin aparecer, los británicos asisten agotados a crisis políticas sucesivas, torpes y aburridas.
El espíritu de fronda que se ha naturalizado en el ecosistema político de los Tories viene de largo. Recordemos que fue David Cameron que en el año 2016 en forma irreflexiva convocó un referéndum para que los ciudadanos se pronunciaran sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea –lo que estaba completamente fuera de su diagnóstico de posibilidades-, pero cuyo resultado fue la aprobación por el 51,9 por ciento de los votantes. Camerón renunció inmediatamente.
Desde entonces, la realidad política británica ha ido de tumbo en tumbo. Y aunque lo más visible ha sido la sucesión de primeros ministros y sus gobiernos (el de esta semana será el quinto o quinta primera ministra en seis años) los ingleses empiezan a hartarse de la falta de liderazgo de los políticos conservadores. La acritud de la prensa con la situación es expresiva: Letttuce thank you, en alusión a que Liz Truss duraría menos que una lechuga; o como dijo The Economist Gran Britalia, enfureciendo de paso a los italianos en tanto que el medio considera que su realidad política empieza a aparecerse a Italia por su inestabilidad política.
Pero, quizás, el mejor resumen de la situación lo hizo el ex ministro de la Oficina del Gabinete, Sir David Lidington, que en un artículo de opinión para The Guardian, expresó sin ambages: “En las últimas semanas nos hemos mostrado incompetentes, tontos y obsesionados con las perspectivas de nuestro partido en el mismo momento en que millones de hogares están muy preocupados por cómo pagar sus facturas de alimentos, combustible y vivienda”, …“Incluso aquellos que tienen la suerte de tener un ingreso decente y una hipoteca pagada se preocupan por aquellos que no los tienen”.
Retrucando la pregunta de la novela de la novela de Vargas Llosa, “Conversaciones en La Catedral”: “¿Cuándo se jodió el Albión”?las respuestas no parecen fáciles, pero, al menos, podemos intentar un camino a la reflexión sobre el punto. En primer lugar, creo necesario tocar un aspecto que me obsesiona desde hace tiempo: cómo en un momento de la historia los pueblos se extravían porque se instalan en su inconsciente colectivo ideas que de tanto proclamarse y hacerse objeto de sí mismas acaban por convertirse en cegueras fatales, que los desapegan de la realidad cambiante, especialmente, en los tiempos modernos. Y basta con observar que después de la renuncia de Cameron, Theresa May no consigue lo que parecía fácil: un acuerdo de divorcio con la Unión Europea en las condiciones más favorables para los británicos y por ello, luego de un forcejeo con parlamentarios de su propio partido, la ministra dimite en Julio del 2019. ¿Y por qué a la ministra le fue tan mal? Por una razón simple, porque no era cierto que los europeos se dividieran en el proceso, y por otra igualmente simple. Tampoco sentirían temor de las reacciones económicas de los ingleses. A éstos parecía que se les había olvidado no solo la fortaleza de la economía de la unión -que ya era la segunda en PIB mundial-, sino que la isla ya no era un imperio.
Pero falta, en este análisis, un pequeño detalle: el Brexit se pavimentó sobre una campaña que desembozadamente utilizó la mentira como herramienta privilegiada. Los chilenos sabemos muy bien de que se trata, pero es conveniente no olvidar que vivimos una época en que la lucha por las ideas no se hace entre lo que piensan unos grupos conforme a sus intereses y otros con iguales legitimidades.
Ahora la mentira es una industria poderosa, moderna y poderosamente equipada con los mejores recursos derivados de la inteligencia artificial para sembrar con deleite de artesano ideas y complejos rizomas de ideas para conseguir movilizar interpretaciones útiles a los intereses de los poderes fácticos.
Todos recuerdan a Nigel Farage el más conocido de los líderes eurófobos que reconocía con frío cinismo que el argumento fundamental de los partidarios de abandonar la Unión Europea cuando afirmaban impúdicamente que la Unión Europea importaba un costo a los británicos de trescientos cincuenta millones de libras a la semana y que estos recursos se destinarían a al Sistema Nacional de Salud si ganaba el Brexit era mentira. Una mentira dolosa. Incluso cuando aparecieron las evidencias del falseamiento de los datos los brexiters siguieron repitiéndolo, y consiguieron la victoria.
Retrucando la célebre sentencia del célebre guerrillero diríamos que en la actualidad cuando la lucha es por el poder se miente o se muere, si es verdadera.
La persistencia de las ideas autonomistas y nostálgicas fecundaron en Tories, fanáticos, inescrupulosos y ramplones: Boris Johnson fue su mejor ejemplo y su encarnación más patética. Obtiene una gran victoria ese mismo año en comicios anticipados. A partir de allí todo es el contraste de las destempladas declaraciones de Johnson y los porfiados hechos que terminan por imponerse: el rendimiento de los bonos de Gran Bretaña caen a mínimos históricos; la libra esterlina, caballito de batalla en la lucha por la victoria del brexit, cayó también dramáticamente y el empleo no se recuperó con la salida de la isla de la Unión como se había afirmado, pero sí provocó déficit en los recursos humanos de amplios sectores de la economía y los servicios públicos como la salud, que gozaba de gran prestigio entre el pueblo británico empieza a resentirse. La Isla aislada de sus socios naturales en un mundo cada vez más interrelacionado ha perdido su ventaja mayor: desplegarse como potencia económica desde y con Europa.
Cuando el COVID se manifestó como una pandemia imparable y devastadora los británicos que ya no tenían un aliado atlantista que fuera su homólogo estadounidense como antaño sino un negacionista obtuso como Trump, no podía participar de las conversaciones europeas que hablaban de controlar la demanda efectiva para asegurar precios ventajosos y la oferta de vacunas, aunque contaron rápidamente con una, al mismo tiempo que Alemania, perteneciente a la Unión. Perdieron la posibilidad de coordinarse con países y pueblos con los que estaban en contacto geográfico, económico y cultural.
Según una biógrafa de la Reina Isabel II, la monarca intuía que el desvarío del Brexit era un desastre. Y en su mirada, tradicionalista y nostálgica, observaba con preocupación los movimientos centrífugos de su otrora imperio: el más preocupante, sin duda, el triunfo en las elecciones del 2021, del partido por la independencia de Escocia que tiene en su programa la realización de un referéndum para la secesión dese país. Algo así como: “Ya que tanto os gustan los Brexit, nosotros también queremos uno”. Porque los escoceses si bien no quieren ser parte de la Isla, en modo alguno, estar fuera de la Unión Europea. Y así, en poco tiempo, podría ocurrir que el reino unido tenga poco que unir.
Una inflación galopante viene, ahora, a poner la guinda de la torta. Con dos dígitos y cifras que superan las de las últimos cuarenta décadas el Banco Central Británico tomó nota con el ceño fruncido. Y cuando en un descomunal propósito la primera ministra se le ocurrió bajar los impuestos a los más ricos, y prometer al mismo tiempo mejorar las prestaciones de la Seguridad Social los mercados no le creyeron. Y todo se desplomó. Las correcciones y perdones de última hora no bastaron y la ministra tuvo que dimitir después de menos de dos meses en el cargo.
Cuando los conservadores ingleses eligen, por fin, al sucesor de la Liz Truss, un indio inmensamente rico y aristocrático, Rishi Sunak, el pueblo británico quiere que los conservadores se vayan. Al menos eso dicen las encuestas que le dan a los laboristas en una elección general más de veinte puntos de ventaja sobre el partido conservador. Demasiado. Y aunque la ley les permitiría en principio continuar hasta el 2025, ya pocos los quieren.
Porque si es cierto que la mentira se naturaliza en la política, no es menos cierto que la mentira todo lo puede menos sostenerse en el tiempo. Tarde o temprano la verdad sale a la luz y cuando ello ocurre los pueblos resentidos y enfadados pasan la cuenta.
Todo se paga en la vida. Y todo indica también que en los tiempos actuales el pueblo ya no tiene la interpretación de que el pacto social de JJ Rousseau, se asemeja a una relación entre cónyuges, dispuestos a perdonarse para seguir viviendo juntos, sino más bien, su actitud es la de los amantes: cuando aparece la frustración y el resentimiento, no hay segundas oportunidades.