El Arca de Manuel y el quinto punto cardinal

por Felipe de la Parra Vial

“Sobre la urbe cae interminablemente agua del cielo. / Todo está desierto. / Los anuncios de neón anuncian nada a nadie.”

Los dioses están ausentes. Los poetas no se rinden. Cantan. La hora novena, la primera del día, oscurece el sol y las tinieblas se extienden sobre la Tierra. La rosa mística llora y se convierte en piedra.

Manuel Silva Acevedo, Premio Nacional de Literatura 2016, canta. Sale del silencio en busca de la palabra perdida. Una escritora-matemática, chilena, María Isabel Mordojovich y una poeta francesa, Ana Luna Fédéle, encantan a Manuel Silva Acevedo en la distancia y lo convencen a reeditar el Día Quinto, en español y francés; se confabulan en el idioma de la belleza y convierten la palabra originaria en un eco de 11.628 km. en un rezo parecido al susurro. La distancia de la canción entre Grenoble con Santiago.

“Repentinamente la lluvia arrecia con furor / y arrastra desperdicios calle abajo. / Sílaba tras sílaba, el agua y el lodo desleen / las últimas cuartillas manuscritas / barridas por el vendaval que las arremolina.”

¡Viene el Diluvio!

Entonces, Manuel construye un Arca de cien páginas de papel. Presenta un recurso de amparo por los habitantes de la selva y el desierto, por las aguas y los bosques, por mar y cielo. Sale a navegar en un diluvio del país ocupado por las sombras. Del Chile sitiado por la codicia, la cobardía anónima y la complicidad pasiva. Su voz no quiere imitar a las máquinas. Canta graznido, gorjeo, trino, y bramido. Borra de la lista el aullido del dolor.

Se encamina al Día Quinto y se reúne en el Quinto Punto Cardinal. Al sur del olvido, al occidente del atardecer, al norte de los desiertos y al oriente donde siempre amanece, para quedarse, definitivamente, en el quinto punto cardinal de la defensa de la Vida y de la Tierra. Canta.

Es así como se explica en las páginas del Arca de Manuel, el Día Quinto. Toma en sus manos al Zarapito Boreal “tierno y palpitante, dulce e inocente” para que reviva entre nosotros. Me enseña a escuchar el tuc-tuc-tuc del Tuco-Tuco de la Isla Riesco para que no olvide el secreto de los túneles donde esconderse. Me recuerda a la primera mamífera de Chile, la Comadrejita trompuda, propietaria del secreto de los bosques australes.

Y para qué decir, ¡Ay! por el querido Quirquincho de la Puna, tal vez, el más antiguo poblador de la tierra americana, la olla de la cena de los primeros habitantes, que dice “todos pretenden arrebatarme mi abollada coraza / de viejo guerrero”, chamanes, cocineros, músicos, todos, y yo, quirquincho, sigo cantando, vivo, a pesar de sobrevivir de charango, el mismo de sus cuerdas perseguidas por las dictaduras. Eso explica también por qué Manuel pretende hermanar al ladino Zorro Culpeo de Tierra del Fuego con el chileno arrogante de fusil y cuentero para que sobreviva y engalane el cuento de los niños chilenos. Te aplaudo, poeta.

Por eso, cuando nos devuelve a la Guiña, nos alegramos a reconocerla en tu verso que dice “te enternecería la soledad íntima y pueril / de este gato salvaje y juguetón, / ufano de su libertad por la que ha pagado tantas veces / el precio de su vida”.

Me gustas Manuel cuando me invitas a volar como Rayadito de Más afuera que se empecina “con férrea voluntad de trapecista / en pasarse y pasarse de la raya, / de nube en roca, de copa en rama, / con vuelo rasante y temerario.”

¿Quién no enamora a la novia, a imagen y semejanza del Picaflor de Juan Fernández?… “arrebatado por la gratuidad de la alegría, / encendido de pasión y electrizado por el glamour / de las flores”. Tan distinto al holocausto del Huillín o la Nutria del río y de la Chinchilla, en su fatal destino, de condena a ser detenidos y desaparecidos de la faz de la tierra por la vanidad y el negocio desmedidos.

Y por su parte, el Huemul, perseguido, se esconde… correlé-correlá, que te van a matar. A diferencia del Halcón peregrino, que vuela libre en voz de Manuel, que le da alas… “cuando raudo recorres el límpido trazado del horizonte /…súbditos de un reino secreto”.

Hasta el último atardecer de la melancolía que surcan los estanques, los ríos, donde el Cisne Coscorobadesnuda la belleza impregnada por “el ánimo de lasitud y el cuerpo / parece deshuesarse”.

Hasta aquí el límite de la desesperanza. ¡Lleguen hasta la última estación del libro, hasta sus últimas páginas! Manuel Silva Acevedo recobra la palabra perdida en la Hora Sexta o la última del día. La Estrella Resplandeciente reaparece en todo su esplendor. La luz disipa las tinieblas y los bosques, los mares y los animales escriben el Libro de la Naturaleza. “Un día sabrás que la vida comenzó / con un árbol plantado en medio del jardín… Ya verás como las horas más felices de la juventud / se mecen al arrullo de las ramas umbrías del tilo, / mientras haces el amor sobre un tapiz / de hojas de quillay, / bajo un dosel frondoso de peumos, boldos y maitenes, / y los besos de tu amada se confunden / con el perfume inolvidable del espino”.

Las cárceles de la devastación y el exterminio de nuestros hermanos menores, del terramicidio de los mares y bosques, cierran sus puertas y se quedan como sitios de memoria. El diluvio divide las aguas y termina olvidado en algún desierto ante los ojos del lector. La canción protesta del poeta la cantan los jóvenes en estas nuevas páginas del Día Quinto.

“Soy el trueno que pugna en el seno de la peña / Soy la sangre que bulle en todo el cuerpo / Soy el silencio que nutre y apacienta el corazón / Soy el alma de la Tierra como la brasa entre las cenizas”.

Gracias por la poesía, Maestro Manuel Silva Acevedo.

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2 comments

Reynaldo Lacamara octubre 24, 2024 - 12:33 pm

Qué excelente apreciación de la poética de Manuel Silva Acevedo. Poesía a la Poesía

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Ricardo Stuardo Fuentealba octubre 24, 2024 - 5:38 pm

Cuando ensueña Manuel canta Felipe. Cuando envuelve de cielos y volatiles Manuel, Felipe retoza con las imágenes que se escurren al otro creador. Cuando Manuel escribe, Felipe prepara su propio vuelo.

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