El arte de reescribir la historia.

por Karen Punaro Majluf

Siempre hay subjetividad al relatar la historia al depender de cómo el autor articula y selecciona las palabras con las cuales se refiere o describe los hechos, porque el sesgo de selección del escritor implica la posterior interpretación de las mismas palabras en el lector.

Fue en 1944 cuando Carmen Laforet obtuvo el premio Nadal por su novela titulada Nada, que cuenta la historia de “Andrea”, una joven que llega a Barcelona a estudiar literatura mientras debe vivir en casa de sus familiares. Esta obra – que pertenece al realismo y tiene un claro matiz psicológico- muestra la vida del español al poco tiempo del fin de la Guerra Civil, haciendo una descripción detallada de los aspectos internos de los personajes que se enmarcan a la perfección en una sociedad destruida…

Mas, vale preguntarse, ¿sucedieron así los hechos? La perspectiva de “Andrea” es clara y denota desesperanza, pobreza y hambre; es la realidad presentada desde el interior de un personaje. Sin embargo, a mediados del siglo XX, la novela realista pasa a ser cuestionada por la Nueva Novela Histórica que viene de la mano de un profundo cambio de signo ideológico, período que coincide con la instauración sucesiva de una serie de dictaduras latinoamericanas.

Se da así una relectura del pasado en medio de diferentes fenómenos sociales, donde “destacan los… ‘descubrimientos’ y los diversos procesos de temprana apropiación europea del continente… el quiebre finisecular de la llustración y la gesta independentista… los regímenes dictatoriales de diverso signo… y… los procesos revolucionarios, en especial el mexicano”, explica Carlos Pacheco en La historia en la ficción hispanoamericana contemporánea.

Una de las características relevantes de la Nueva Novela Histórica es que la realidad que se narra no necesariamente refiere a un hecho destacado, sino que debe sobresalir la “conciencia histórica… es decir una reevaluación o problematización del pasado desde el presente”, continúa Pacheco.

El joven Rivas

“Martín Rivas” llegó a casa de “Don Dámaso Encina” en busca de hospedaje mientras cursaba Derecho en la universidad. Eran tiempos de revuelta política –y un intento de golpe de estado- entre liberales y conservadores, tras la elección de Manuel Montt (previo a la fundación del Partido Radical, que será clave en el desarrollo y expansión del Estado en sus roles educador y productivo hasta fines de 1958).

La novela, escrita por Alberto Blest Gana (1862), se ambienta en el Santiago de 1850 –a 40 años de la formación de la Primera Junta de Gobierno, que abrirá la senda de la Independencia de España- y desde una perspectiva realista muestra a la alta sociedad, las clases populares, a los estudiantes exaltados reunidos en La Sociedad de la Igualdad y el amor entre un muchacho pobre y una joven de familia aristócrata.

Las características que encontramos en Martín Rivas son las que enmarcan el realismo y -tal como explica Pacheco-, estas obras cuentan con “un muy alto grado de confianza epistemológica en la disciplina historiográfica… Una concepción reductiva de lo histórico… limitado a la esfera pública de la política nacional” y un discurso que funcionó como bastión del desarrollo de la identidad propia.

Tipologías que Jorge Luis Borges pone en cuestión, para quien “la literatura realista es tan ‘convencional’, tan ‘artificial’, tan ‘ficticia’, como la fantástica”, comenta Emir Rodríguez en Borges: una teoría de la literatura fantástica.

El autor argentino plantea que la literatura fantástica “se vale de ficciones no para evadirse de la realidad, sino para expresar una visión mas honda y compleja de la realidad”, señala Rodríguez.

Así mismo, Ricardo Piglia, en Respiración Artificial, dice “¿cómo narrar los hechos reales?… Por supuesto tenemos que hablar. Hay otras versiones que tendrás que conocer”. Esto supone la responsabilidad que tiene la literatura a la hora de cuestionar el lenguaje que remite a procesos y luchas de poder. Al igual, Haydn White, en Texto teórico como artefacto literario y otros escritos, explica que el relato histórico hace uso de la imaginación, al afirmar que “son ficciones vervales cuyos contenidos son tanto inventados como encontrados”, pues el autor elige personajes y adopta perspectivas.

Los hechos y el punto de vista

La historia es un punto de vista. Los hechos de una comunidad, un país en este caso, son fenómenos aislados donde creemos leer una intención”, escribe Jorge Baradit en Historia secreta de Chile.

El escritor chileno ha revolucionado la escena nacional con su saga de libros, donde replantea el rol de los héroes patrios –Bernardo O’Higgins, Arturo Prat, Manuel Rodríguez, entre otros- dejándolos como mortales comunes que no deberían ocupar un lugar en el podio.

Cuestionamiento similar que se puede encontrar a la figura de Cristóbal Colón en El arpa y la Sombra (1978), novela con que Alejo Carpentier puso en entredicho la figura heroica y correcta del Almirante –conocida a través de los textos de Fray Bartolomé de las Casas-.

En tres capítulos –El Arpa, La Mano y La Sombra- el autor cubano narra la “aventura” de canonizar a Colón, donde en la segunda parte es el mismo conquistador quien habla de sus viajes a América en su lecho de muerte.

La imagen que se tiene de Colón, por Bartolomé de las Casas, es de un visionario que comprendió las “Indias” como una región a conquistar, por un lado, para llevar oro a los Reyes Católicos, y por otro como una forma de evangelizar a “los salvajes”. El autor hace hincapié en la figura heroica del Almirante y en las bondades de la tierra nueva.

Con ironía magistral, Borges critica la imagen de De las Casas en Historia universal de la infamia:

“En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas”. (p17)

Comentando además que, si no fuera por él tanto el blues –como los “quinientos mil muertos de la Guerra de Secesión”, entre muchas otras situaciones históricas- no hubiesen sucedido.

Pero ¿qué pasa con la imagen de Colón en el texto de Carpentier? El Almirante aparece como un hombre obsesivo e insistente, capaz de esperar años con tal de encontrar financiamiento para su cometido que era llegar a las “Indias”. En un relato en primera persona, se demuestra como un hombre mentiroso, ambicioso, sin escrúpulos (se casó con su primera esposa por interés, no tuvo reparos en mantener amoríos con la Reina Isabel la Católica, sumando un segundo hijo con una mujer con la que nunca contrajo matrimonio) y fantasioso.

Había que describir esa tierra nueva. Pero al tratar de hacerlo, me hallé ante la perplejidad de quien tiene que nombrar cosas totalmente distintas a todas las conocidas

Así Colón comenzó una faena de comparar América con Europa –aún cuando no hayase similitudes- para, por un lado, entusiasmar a los Reyes, y por otro, para demostrar que había llegado a las “Indias”. El problema; el oro no estaba en abundancia, “se pierde en el hueco de una muela, no valía la pena haber gastado dos millones de maravedís” le dijo Su Majestad, molesta, al Almirante.

Otro punto importante que deja en evidencia Carpentier es la ferocidad con que se trató a los indígenas americanos, los cuales fueron cautivados por Colón y llevados como trofeo a la Corte. De los que llegaron vivos, las condiciones inhumanas permiten hablar de maldad, tortura y vejaciones.

Se habían soltado en ralea de oro por toda la Española, apaleando indios, incendiando sus aldeas, hiriendo, matando, torturando, para acabar de saber donde… estaba la maldita mina invisible que yo mismo buscaba –sin hablar de las cien mujeres y mozas violadas en todas las expediciones – “

La objetividad no existe

En periodismo existen tres formas de presentar la noticia: informativo, opinión e interpretativo. Estos dos últimos estilos carecen de objetividad, pues el autor busca fuentes y entrevistados que apoyen su punto de vista. Sin embargo, erróneamente, se ha pensado que el informar es una manera objetiva de dar a conocer la noticia. Y digo errónea, pues aún cuando el hecho sea uno –por ejemplo, un incendio-, las palabras, entrevistados, imágenes y características las escoge el autor y eso ya lo hace subjetivo.

Así mismo fueron escritor los textos de Bartolomé de las Casas –Diario de a bordo– para mostrar a Colón o Naufragio de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Y es que siempre hay subjetividad al relatar la historia al depender de cómo el autor articula y selecciona las palabras con las cuales se refiere o describe los hechos, porque el sesgo de selección del escritor implica la posterior interpretación de las mismas palabras en el lector. Es un proceso subjetivo que va más allá de la univocidad del significado que pueda tener el término.

En cuanto a la Nueva Novela Histórica, Pacheco afirma que “más que recontar nuestro pasado se han dedicado a… reinventarlo, mediante atrevidos enfoques y estrategias narrativas” con un fin de dar a conocer otro punto de vista que, finalmente, cambiará la visión del lector.

Se trata de proponer versiones alternativas a los hechos y/o figuras del pasado –no siempre basándose en los héroes, sino que en personajes menores- al deconstruir “las concepciones dominantes… que logra poner en tela de juicio, por medio de la reflexión metaficcional, algunas viejas certezas acerca del conocimiento del pasado y de la legitimidad de las vías… aceptadas para acceder a él”.

Cobran así mayor sentido las palabras de Fernando Aínsa en Tensión utópica e imaginario subversivo en Hispanoamérica, quien plantea que “el despertar de la conciencia psicológica puede vincularse a… la capacidad de descubrir ‘otras’ realidades que la propia, a que la reflexión ‘dualista’ de la utopía lleva inevitablemente… descubrimiento de la ‘alteridad’ a partir de la ‘distanciación’ provocada por la reflexión sobre una sociedad ideal desde los moldes de una sociedad diferente”.

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