El ascenso al pueblo de Víctor Jara.

por Felipe de la Parra Vial

Fotos: Gentileza Teatro Nacional chileno

Al final de la función estalló un aplauso de las más de cuatrocientas personas que había en la sala. La aclamación del público duró un cuarto de hora, aproximadamente.

Todos saltaron de sus butacas, las mismas de 1954, y se pusieron de pie. Aplaudían por la alegría. Luego la gente gritaba y la algarabía resultó mágica. Era la última función del homenaje a la cantata “La Población” de Víctor Jara. Los actores y las actrices no sabían qué hacer. Los músicos no escondían su emoción. Era una epifanía.

Parecía otro Chile.

La legendaria sala del Antonio Varas del Teatro Nacional Chileno nos traía una vez más, en ese instante, su reconocido prestigio de ser la compañía teatral más antigua del país que ha funcionado 91 años y que nunca lo ha perdido, gracias a los trabajadores del teatro. El mismo teatro de todos, que el Estado tiene abandonado, sin cuerpo estable y sin poder diseñar su propia programación de los grandes dramaturgos universales junto a la de los chilenos.

El fantasma de Víctor Jara recorría los pasillos del teatro con su guitarra al hombro.

Afuera, a pasos de La Moneda, el país seguía con sus problemas de seguridad, las paupérrimas pensiones eran las mismas y los políticos no lograban ponerse de acuerdo en abrir camino para un nuevo pacto social. El presidente no estaba en el teatro. No vi a la ministra de Cultura. Solo alcancé a divisar a la diputada Emilia Schneider, que estaba muy contenta.

Era el sábado 15 de octubre y se celebraba la tercera y última función del Homenaje a los 50 años del álbum “La Población” del icónico sello disquero Dicap, donde Víctor Jara escribió y cantó este concierto dramatizado. Solo había tenido una función en 1972 en el Teatro Grand Palace, en voces de su cantautor, la gran Isabel Parra, los grupos Huamarí y Amaranto, con aportes de Alejandro Sieveking, Bélgica Castro y Pedro Yáñez. Ahora, cincuenta años después, tenía tres nuevas funciones y una nueva generación de artistas.

Esta obra nació de una coproducción del Teatro Nacional Chileno y del Departamento de Música de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, en las Jornadas “Ensayando (im)posibles” de la universidad laica. En la inauguración estuvieron encabezadas por la rectora Rosa Devés, su decano Fernando Carrasco -protagonista en el primer concierto de La Población- y el profesor Fernando Gaspar. En la trastienda, los magos organizadores: Cristian Keim, director del Teatro Nacional Chileno y sus nobles maestros Claudio Martínez y Jorge Rodríguez.

“La población” de Víctor Jara relata musical y teatralmente la toma de la Población “Herminda de la victoria”, del sector poniente de Santiago. Su canción más conocida es, sin duda, “Luchín”, el retrato doloroso y lleno de futuro de un niño de población.

La obra, desgraciadamente, no ha perdido vigencia en un Chile que le faltan, todavía, un millón de viviendas. Su música y textos guardan los secretos de la poética aristotélica, la magia teatral de Jara con sus “tempos”, que generan una dinámica que culmina con la organización y marcha de los pobladores. Nadie se puede restar a una épica que nos enseña que se puede soñar, hacer. Y dónde.

Nos recuerda el valor de la vivienda para los chilenos y del sueño de la casa propia de los desposeídos, como herencia para sus hijos. De hecho, la primera canción que abre la cantata es “Lo único que tengo”. ¡Qué hermoso habría sido que los convencionales hubiesen escuchado esta canción, aquellos que no quisieron apellidar a la “vivienda” como “propia”!

“Son mis manos son lo único que tengo”, canta Víctor Jara.

La obra devela el secreto del hacer cultural, de lo que hay que aprender: ascender al pueblo.

“Panem et circense”

La Sátira X del poeta Juvenal, escrita hace 100 años antes de la era vulgar – “Pan y Circo”- ha sido usada de manera populista, con claras intenciones de distracción al pueblo que sufre las desdichas y el padecimiento de una vida pobre materialmente. La unión del pan y del circo ha sido un instrumento para ganar el poder político para algunos.

Sin embargo, la obra original “Panem et circense” tiene el sentido contrario, porque pone en el centro el valor de las Artes en la construcción de un verdadero Estado democrático.

Es cierto, que muchos han entendido que la cultura es solo programas de televisión de viajes, divinas comidas o un festival pasajero, evitando la reflexión, el sueño y la perspectiva de un país cultural.

Las Culturas, las Artes y Patrimonio en Chile son la última preocupación de los preguntadónicos, partidirísticos, disimuládicos y muy malúlicos, que deciden los presupuestos para el país -gobernantes y opositores- y que “muestran la hilacha” en voz de doña Violeta.

La propuesta de Hacienda para Cultura limita al norte de la miseria. Solo asignó un 0,44 % del presupuesto y hace difícil, improbable, siquiera que llegue a 1% prometido en el programa presidencial en un futuro mediato. Ni pensar en el 3% que recomienda la Unesco. El argumento de siempre es que piensan en “el pan”, como si las Artes y el Patrimonio no fueran el alimento para las almas del pueblo, de su gente.

La ministra Brodsky ha salido a defender lo indefendible, que nos hace recordar el pasado cercano, cuando la cultura sufría la “pandética” de la pandemia y el olvido.

Salir a defender 3 décimas de un aumento presupuestario de fantastillones y argumentar que es el “mayor presupuesto de la historia en Cultura”, es pensar que los chilenos tenemos “flojérica en los zapáticos”.  La invito a leer la historia del Gobierno de don Pedro Aguirre Cerda que asignó su hacienda para revertir el analfabetismo de un 70% a un 30% en cuatro años; a crear la Orquesta Sinfónica, el Teatro Experimental, las escuelas de economía, periodismo y las de verano con la Margot Loyola y Violeta Parra; a apoyar a la generación literaria del 38, entre otros. Aguirre Cerda entendía que había que construir un Estado Cultural.

Por eso, es bueno saber que suceden cosas arriba de nuestros escenarios como la cantata “La Población” de Víctor Jara, que nos enseña y levanta a un Chile de sus asientos, eufóricos y maravillados.

La primera obra que Víctor Jara dirigió en el Antonio Varas, en 1959, fue “Parecido a la felicidad” de Sieveking. Esa noche de “La Población” fue parecido a la felicidad para las Artes. En la función del sábado pasado, el público -entre los cuales divisé a miembros del Colegio de Arquitectos- aplaudían con sus dos manos: las izquierdas y las derechas.

Era el circense” que se necesita en un país que tiene nubes en el horizonte y que precisa canciones, obras plásticas y teatro para salir adelante en un pacto social que todos queremos.

Para décimas, dejemos mejor que cante la Violeta.

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1 comment

Sergio Garrido octubre 25, 2022 - 9:29 am

Que análisis más claro y necesario, la «kultura» para mucho es una palabra vacía, carente de sustancia y esa sustancia es el aporte en dinero que un país hace para decir que es importante… Como dicen las cajitas de los locales al paso de comidas… » que suenen sus aplausos y gracias»… Un abrazo.

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