El Clandestino

por Jorge Ragal

La puerta es discreta como la de una botica de barrio.

No hay un número visible y tampoco una campana.

Se abre tarde y no tiene un portero de uniforme.

Recibe a las musas de pintores y escritores.

A un grupo de viejos anarquistas.

A los vecinos de una burguesía decadente.

A los marinos de un barco que naufragó hace años.

También recibe a los hombres sin dios ni ley.

Por cierto, hay que ingresar con un santo y seña.

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