Si es cierto que cada época tiene sus cegueras y, de consiguiente, sus cegadores, o sea los que ciegan a los demás, creo que podríamos afirmar con énfasis que estamos viviendo en la época de las cegueras cognitivas provenientes de la economía. Y, no solo, porque sean simplemente cegueras es decir se nos presenten como un modo que nos impide observar la realidad.
Uno de los fundadores de la sociología moderna, escribió algo que a mi juicio no puede estar más vigente:
“Además de hombres la sociedad consagras cosas, y sobre todo ideas. Basta con que una creencia sea unánimemente compartida por un pueblo para que (…) quede prohibido ya tocarla, es decir, negarla o incluso ponerla en duda. Ahora bien, la prohibición de la crítica es como cualquier otra prohibición, y prueba que nos encontramos ante algo sagrado. Incluso, hoy, por grande que sea la libertad que nos concedemos recíprocamente, un hombre que negase totalmente el progreso, que ultrajara el ideal moderno con el que están comprometidas las sociedades modernas, parecería un sacrílego. Hay al menos un principio que hasta los pueblos más adictos al libre examen tienden a colocar por encima de toda réplica y a considerar como intangible: el propio principio del libre examen (Emile Durkheim: las formas elementales de la vida religiosa”, Alianza Editorial, Madrid, 1993.)
Convengamos que, aunque es propio de las visiones, -cuando se convierten en hegemónicas- casi por razones ontológicas, el de presentarse como una interpretación correcta, los economistas neoliberales en Chile, (cuya opinión es la única que se conoce) han conseguido convencernos a todos que hay un solo modo de entender la economía: El de la economía que desde las normas no vinculantes pero siempre atendidas del consenso de Washington, prescribe que hay dos formas y solo dos formas de entender gestión económica de los gobiernos: la responsable, seria, y por ello a la postre exitosa, y la populista. Esta última viene a ser la forma actual de la expresión de los demagogos que conceden beneficios al pueblo que no están respaldados por los números. Y los números ya se sabe. No mienten. No tienen ideología. Porque son eso: Números.
En pocos países como el nuestro hay tantos comentaristas mañaneros (solo economistas neoliberales) que son número fijo en los programas de televisión para decir casi siempre lo mismo: El crecimiento del PIB; que si la economía se recalienta porque la gente empieza a comprar demasiado; que si baja la inversión; que si los tipos de interés deben subir para que el dinero al ser caro escasee, que trabajamos poco y mal; que hay que devaluar la moneda; y claro, como no, lo más importante: el estado gasta demasiado, o sea, muchos profesores y enfermeras, funcionarios y sueldos estatales. Y muchos mili…. No eso no. (no te me vayas por el camino equivocado Juanito).
Y si bien es cierto que, los ministros de Hacienda son importantes en todas partes, en Chile es como el gran vicario y representante de dios en la tierra. Esto se extiende al Banco Central y los banqueros en general.
El celebrado apotegma de Bill Clinton “is the economy stupid”, aquí, traducido a ideología chilensis, es recitado verbal y mentalmente como un sura del Sagrado Corán: Es la economía estúpido (una aventurada traducción a la mano). ¿Cuál economía? “La economía, la única economía estúpido”, escuchamos a nuestras espaldas.
Y como somos un país clásico e inglés (más que el decaído imperio ultramarino) todavía citamos economistas premios nóveles de hace medio siglo. No como los perdidos europeos de El País, Le monde, Tagesspiegel o el Corriere Della Sera, que citan los comentarios de Paul Krugman. Vaya desacierto.
Y como los dogmas tienen sus dogmitas y las visiones tienen sus apotegmas, cuando se caen unos se caen también los otros: son como esas torres de palillos cuando el infortunado mueve el palillo que parece guardar el equilibrio general y …
Pues bien, y para que se vayan de vacaciones con ganas de reflexionar sobre nuestras cegueras cognitiva vaya con todo cariño, y sobre todo, pero con respeto un molesto, inoportuno y díscolo apotegma que desploma: ese que afirma que si se incrementan los salarios se reducen los beneficios de los empresarios por lo que se desalienta la inversión y la falta de proyectos lleva a que se incremente el desempleo. A ese mal se agregaría este otro: si los trabajadores incrementan sus salarios compran más y por ello aumenta la inflación que (esto lo dicen casi siempre con los ojos en blanco) se produce el peor de los impuestos para los pobres. Punto y pelota.
Pues bien, los números (¡ahh otra vez los números!) vienen a contradecir este apotegma: España se encuentra creciendo sostenidamente durante todo el año 2022, probablemente por encima del cinco por ciento y con una creación de empleo histórica: 471.000 ocupados más.
Los populistas españoles tienen a la economía de su país en el cuarto lugar de Europa y la catorce del mundo con un PIB de 1,2 billones de euros. Según la revista Forbes Global 2000, setenta de las cien mayores empresas del mundo se encuentran trabajando en España y más de catorce mil empresas extranjeras tienen residencia en esta parte de la península ibérica.
Recordemos, además, que la economía española viene creciendo en los dos últimos años a un ritmo cercano al cinco por ciento y que ello lo hizo tras la brutal caída de la producción del 2020 por la pandemia, que ascendió a un 10,8 por ciento como resultado del parón que impuso el coronavirus.
Pero lo más importante, a mi juicio, es que esto se hizo siguiendo el camino equivocado para nuestros economistas neoliberales criollos: Con efectos al 1 de enero del año recién pasado el consejo de ministros de España aprobó una subida del Salario Mínimo Interprofesional hasta alcanzar los 1000 euros brutos ($ 883.262 pesos chilenos) en catorce pagas. Este acuerdo se logró entre el gobierno, los empresarios y (¡horror de horrores!) los sindicatos españoles UGT y CCOO. Esto supuso que el salario mínimo para cualquier actividad quedó fijado en 33,33 euros al día ($ 29.438 pesos chilenos). De este modo, el salario asistió a un incremento de un 33,5%, pasando de 735 euros a 1.000.
El impacto negativo en el empleo no llegó, como esperaría un economista responsable y serio. De hecho, en ese mismo momento el sector de los autónomos registró 105.000 mil trabajadores más, el agrario se incrementó en 58.000 y el de los empleados del hogar se mantuvo estable.
Según los datos oficiales este último año el número de ocupados experimentó un incremento de 514.700 personas, lo que representó un crecimiento del 2, 57 por ciento. Esta evolución positiva mantuvo su tendencia en el tercer trimestre del 2022, con un aumento de 77.700 personas ocupadas, o sea, un 0,38 por ciento más que el trimestre anterior.
Aclaremos, sin embargo, que no es propiamente de España el invento. Más bien es de Alemania. Si. Es allí donde desde hace ya un tiempo se empezaron a develar estas espantosas cegueras y acaso por eso es el país que mejor ha soportado, y empieza a superar los peores momentos de la crisis. Pero la explicación tiene su reflexión económica y no tan lejos de las variables más clásicas, como me lo explica mi economista amigo, de cuyo nombre no debo acordarme.
Para empezar, debe considerarse que las empresas deben considerar cuatro factores que determinan la viabilidad de sus productos y servicios: 1.- La remuneración del capital; 2.- el salario de los trabajadores; 3.- el pago de los impuestos y 4.- los costos de producción. Es la suma de esos cuatro factores los que determinan el gasto. Obviamente el costo de los salarios va a repercutir en la utilidad del capital, pero ¿Cuánta es esa utilidad? Porque damas y caballeros si las utilidades de las empresas son muy grandes -y eso ocurre por la estructura monopólica del capital- un incremento del costo salarial viene a ser “que le hace el agua al pescado”. Y como los niveles de distribución del ingreso en el mundo ha empeorado tanto, a nadie le preocupa realmente que se reduzca un poco ese nivel de beneficios. Pero no es por ahí por donde salieron los alemanes: consideraron que el aumento de los salarios y para que eso no repercuta sensiblemente en los márgenes de los negocios constituía el mejor incentivo para aumentar la productividad. Pero claro afectar la productividad pasa por inventar, innovar, e introducir tecnologías. Si para Steve Jobs cuidar las utilidades de Apple, en su visión, hubiese pasado por pagar mal a los programadores en vez de movilizar las mejoras tecnológicas, probablemente ni IPod, ni IPad, ni iPhone 1,2,3,4,5,6…hasta llegar al 12.
Además, -me explica mi amigo secreto-, hay un factor que se considera poco, especialmente por los ministros de Hacienda: el incremento de los salarios es el mejor modo de distribuir el ingreso con el menor costo del estado, pues este no debe echar mano a los fondos públicos para superar las brechas de la pobreza. Si a esto agregamos los efectos positivos que tiene el incremento de los salarios sobre la demanda agregada, que no afectará a la inflación si los aumentos de los costos salariales no repercuten sustancialmente en los costos de producción general porque cuando el incremento de los salarios incrementa más la demanda que la reducción del consumo de los propietarios ello redundará sensiblemente en el crecimiento económico.
Escribí en mi libro “El poder de las conversaciones para movilizar el cambio social” lo siguiente:
“no todas las cegueras cognitivas son eternas, más bien pocas lo son. En algún momento se abren los velos cognitivos que potencian las visiones reforzadas, las cegueras cognitivas. Empero, estas cegueras no cambian porque se Introduzca en el sujeto otra visión o porque en un momento de lucidez el “ciego cognitivo” atisbe un horizonte luminoso al que podría acceder… los cambios en el pensamiento y en el modo de percibir la realidad, no proceden tanto de la evolución del propio pensamiento, tanto como de los quiebres externos, exógenos, que convierten en innecesarias esas interpretaciones dominantes del momento.”
Creo que estamos asistiendo, al mayor hundimiento de apotegmas, visiones y paradigmas de los últimos tiempos. Ello crea incertidumbres. Pero también es un gran caudal de posibilidades. Todo depende de la capacidad para afrontar la realidad con otros ojos. Solo para que la realidad sea la que se vea desde perspectivistas diferentes. Esto incluye también a los análisis económicos, como lo han reconocido, en su día Olivier Blanchard, y Daniel Leigh que estudiando el impacto de las políticas de austeridad recomendadas por el FMI generando inútiles padecimientos en los ciudadanos sin los efectos esperados en el empleo, el consumo privado, etc.
Los sacrosantos paradigmas de los economistas neoliberales empiezan a mostrar las comisuras.
Una buena noticia para todos, porque como dijo Heráclito de Éfeso en el siglo V A C.:
“Dado que el camino que sube y que baja es el mismo, y la puerta que abre y que cierra también es la misma, la realidad no presenta una única y homogénea perspectiva, sino que es más bien el resultado de una armonía tensa, como la del arco y la flecha”.