El largo camino del western: de Maverick a Abel Crow

por Antonio Ostornol

Mi relación con el western arranca de dos momentos esenciales: las matinés del cine Egaña donde se pasaban las películas del Llanero solitario y su fiel acompañante, Toro, y las películas en 8 m.m., con Hopalong Cassidy y su caballo blanco como protagonistas, que mi padre proyectaba en una máquina que, en esos primeros años sesenta, era toda una modernidad. Pero mi verdadero arraigo al género se produjo cuando llegó a Chile la televisión y en mi barrio, en la casa de los D´Angelo, por unos pocos escudos y en horario estelar del día sábado podíamos disfrutar de Bret Maverick, el legendario tahúr que prefería arrancar a tener que enfrentarse con algún siniestro pistolero. Entremedio hubo historietas que coleccionaba donde los héroes se llamaban Red Ryder o Roy Rogers, y cuyas vestimentas más de alguna vez usé. Exceptuando a los Maverick (eran varios hermanos), todos los demás eran unos héroes que, a la luz de los años, hoy se ven como bastante bobalicones. Más tarde vendría Clint Eastwood y su saga de western italianos que con el tiempo devinieron en historias cada vez más metafísicas o existencialistas. Por supuesto, con “Los imperdonables” como película ícono. Hace un buen rato que las historias de cowboys dejaron de moverme. Pero una exquisita novela escrita a partir de las claves prototípicas del género –la cantina, el pistolero, los duelos en mitad de la calle principal, las historias de colonos e indios, los grandes espacios donde la naturaleza se impone en toda su majestad- me permitió un reencuentro de carácter epifánico de la condición humana, con mis viejos vaqueros enfrentados a la inmensidad y salvajismo del legendario “far west”. Se trata de la última novela de Alessandro Baricco (Abel. Anagrama, 2024) en que, como una señal de su equívoco original, narra la historia de un sheriff llamado Abel.

Baricco posee el talento de lograr que lo mínimo se amplifique en una reverberación de sentidos que parecieran dispararse hasta el infinito. En apenas un centenar de páginas, construye el mundo alucinante que pudo haber sido la llamada “conquista del oeste”. Es verdad que no vemos las caravanas de los colonos que avanzan hacia el poniente en busca del futuro, pero sí nos encontramos con lo que esa procesión fue dejando abandonado en un territorio inabarcable y violento. Es un espacio que uno puede imaginar: a lo lejos, en el horizonte, apenas se dibuja el perfil de las montañas rocallosas, mientras las enormes praderas o desiertos de expanden y sus límites se difuminan. Ahí se han ido instalando pequeñas ciudades –Tucson la más nombrada- donde todo se está haciendo, donde todo comienza, y la línea entre lo correcto y lo incorrecto, lo moral o lo inmoral, lo bueno o lo malo, recién se va estableciendo mientras los personajes viven en esa frontera, teniendo que elegir de qué lado ubicarse sin disponer de referencia más o menos precisos. Abel Crow es un joven sheriff de 27 años que, en sentido estricto, fue abandonado por su madre en medio de un rancho sin límites, y su padre murió asesinado. Él, como hijo mayor, siendo un adolescente apenas inaugurado, se queda a cargo de sus cinco hermanos menores.

La imposibilidad de asumir esa condición de vida hace que cada uno comience un viaje diferente. El protagonista y narrador en primera persona, decidirá ser sheriff porque ha descubierto que posee un talento singular: su habilidad para matar, que ha perfeccionado hasta transformarse en un pistolero imbatible gracias a la compleja relación que establece con el “Maestro”. Uno podría pensar que su decisión obedece a un proceso meditado, pero se trata de un fenómeno mucho más intuitivo, menos racional. La definición que hace del acto de disparar es un anticipo de cómo se mira el mundo y se le intenta comprender:


Siento una vibración, entonces disparo.

No sé, es como una vibración.

Desenfundo y disparo.

Un minúsculo temblor del mundo, eso es.


Ciertamente, el personaje define su condición existencial en ese acto. Como lo dice en el momento inaugural del relato, “aprendí a percibirlo siendo muy pequeño, en las grandes soledades donde primero fui niño, luego un hombre a los once años y al final un anciano a los diecinueve, cuando mi padre John John, hizo mutis por el foro –lo degollaron, yo diría que, con hastío, así fueron las cosas- “. Estas líneas abren la novela y, con el mínimo de recursos, nos instala lo esencial del mundo que descubriremos: violencia, instintos, la vida como una flecha, los seres humanos lanzados a una tierra donde si no devoran serán devorados: El trabajo era sobrevivir nos comenta como si fuera una obviedad el narrador. Esta breve vida –que a su vez es infinita- se nutre del encuentro con una galería memorable de personajes. Sus hermanos, tan iguales y tan distintos al mismo tiempo; la madre, cuya presencia se marca por el amor a los caballos y se vuelve crucial en el desenlace, es, en último término, perturbadora, dibujando una relación entre amor y maternidad difícilmente visible en condiciones de la vida que hoy asumimos como normal; el maestro, un pistolero ciego iluminado por la filosofía clásica; su amada, Hallelujah, mujer impredecible, blanca de nacimiento, dakota de formación, definida como “mujer infinita”. 

En fin, Baricco usa pocas palabras, pero construye imágenes precisas y contundentes. No necesita más. La novela, en su construcción, se asemeja a su otra gran novela “Seda”. Por momentos, el relato pareciera críptico, misterioso, indescifrable. Pero los sentidos posibles se van infiltrando en la lectura y cada lector, en el uso de su propia mirada, comienza a habitar esos territorios por conquistar en el oeste norteamericano, que no son otra cosa que la absoluta necesidad de construirse un lugar propio en el mundo, por muy salvaje que este sea. Y para eso, como los horizontes en el desierto, no hay límites.

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3 comments

Matilde Rioseco noviembre 22, 2024 - 7:37 pm

Bueno, bien escrito y muchas personas recordarán ese cine que tu nombraa

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Matilde Rioseco noviembre 23, 2024 - 11:25 pm

Bueno y muy bien escrito. No fue mi realidad, sin embargo muchos y muchas faltaban al Liceo o escuela para ver esas películas. Yo sicosie cuando conocí el cine de Hamberstone

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Andrea Graciela Dyvinetz Pinto noviembre 24, 2024 - 2:36 pm

Me encanta Baricco
Tengo un hermoso libro de él
«Seda»y lo fui a escuchar cuando vino.

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