Cada vez es más patente que pensar está sobrevalorado. A la luz de la evolución de la sociedad global, la explosión de las redes sociales y el ecosistema digital, desde el 2010 cristalizó un fenómeno inquietante: la disminución de la inteligencia promedio. Durante el siglo XX, las puntuaciones de las pruebas de coeficiente intelectual (CI) mostraron una tendencia ascendente, década tras década; un proceso conocido como el «efecto Flynn» (estudiado por la comunidad científica desde 1938). Sin embargo, investigaciones recientes en países del primer mundo y en sociedades emergentes han puesto en entredicho esta tendencia, sugiriendo un estancamiento o incluso una reversión, demostrado en algunos casos que las puntuaciones del CI -incluidas las destrezas cognitivas, la comprensión de lectura y el procesamiento de datos matemáticos- han disminuido en promedio siete puntos por generación desde la década de 1970 (como lo detalla un reciente artículo del columnista del Financial Times, John Burn-Murdoch).
¿Menos neuronas = mayor felicidad?
La simplificación extrema del pensamiento y la glorificación de la ignorancia como estilo de vida marca el tránsito de la era del Homo Sapiens al Homo Scrollens, donde el acto de reflexionar se ha vuelto una rareza y la atención se diluye en un sinfín de notificaciones y memes. Hoy prima el impacto rápido y el infoentretenimiento periodístico vacío, porque después de todo leer es más propio de las generaciones boomers y X -de adultos nacidos en el contexto post Segunda Guerra Mundial y que son parte de la tercera edad actual, o de los nacidos entre mediados de los años 60 hasta 1980. Para las generaciones que les siguen lo verdaderamente importante es que los titulares sean llamativos, aunque la realidad que describen sea un sinsentido.
En este mundo de banalidad rentable y la estupidez se ha convertido en el nuevo oro. Y los medios las explotan con una precisión quirúrgica en la medida que los recursos de la publicidad tradicional escasean: menos neuronas, más clics, cero problemas. Así, de paso, la democracia entra en modo avión, liderada por un votante populista, fanático e incivilizado que consume información como si fueran snacksultraprocesados y en envases llamativos/marketeros, sin digerir ni cuestionar nada. Mientras los algoritmos nos empujan con dulzura hacia un estado de idiotez colectiva, de pensamiento fácil que nos impulsa directo a la nada o al eterno retorno.

Es la antesala del fin del pensamiento crítico, pero ¡qué importa si hay memes! Es el glorioso ascenso de la ignorancia viral hiperconectada: más pantallas; menos cerebro… adiós problemas.
Este fenómeno, aunque alarmante, no puede atribuirse a cambios en la biología humana en un período de tiempo tan corto. Más bien, factores ambientales, tecnológicos y socioculturales parecen estar desempeñando un papel fundamental. Entre ellos, la transformación del ecosistema mediático, la banalización de la información, la disminución del tiempo dedicado a la lectura profunda, al arte más complejo, sumado al impacto del entorno digital en la atención y la memoria de trabajo.
Entorno digital y pensamiento crítico
Uno de los principales factores asociados al declive cognitivo es la transformación del ecosistema digital. El auge de las redes sociales y los contenidos de consumo rápido ha alterado nuestra forma de procesar la información y el tiempo subjetivo para paliar las pulsiones. Estudios recientes han indagado en el cambio de artículos extensos y argumentativos a publicaciones breves y autocontenidas, con la consiguiente afectación de la capacidad de los usuarios para analizar información de manera crítica, compleja, multicausal, multivariable o multidisciplinaria.

La sobreexposición a notificaciones constantes y a una avalancha de información ha derruido la capacidad de atención, debido entre otros factores a que el uso excesivo de dispositivos móviles genera déficits en la memoria de trabajo, una función cognitiva esencial para el pensamiento analítico y la resolución de problemas. En este sentido, la dependencia del consumo pasivo de información está afectando la neuroplasticidad, reduciendo la capacidad del cerebro para adaptarse y aprender de modo creciente.
Del entretenimiento a la banalización

Los medios de comunicación desempeñan un papel central en la formación del conocimiento colectivo. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha priorizado la difusión de contenido ligero, impactante y de fácil consumo, en detrimento de la información compleja y analítica. La lógica del clickbait y la rentabilidad publicitaria ha impulsado un ecosistema informativo en el que predominan las noticias sensacionalistas y el infoentretenimiento, dejando en segundo plano el periodismo de investigación y los contenidos culturales profundos.
Este proceso ha afectado particularmente a la televisión abierta local, un ejemplo patente de sobredosis de emociones hiperinfladas, de pastiches magazinescos marcados por las reglas tóxicas de la telerrealidad (éxito fácil, personajes sociopáticos de sobrevivencia astuta, conflictos maqueteados y vacío). Una TV cuya involución en diversidad, profundidad y complejidad en la programación de contenidos de segundo orden, racionales o intelectualmente más demandantes, cedieron paso a la deriva y deterioro homologado de una oferta absolutamente prescindible.
Lo peligroso de esto refiere a las implicancias directas que tiene en la calidad del debate público y la formación de ciudadanos críticos. A medida que las audiencias consumen menos contenido reflexivo, se reduce la capacidad de discernimiento y aumenta la vulnerabilidad a la manipulación informativa. Ya en la década pasada, un informe de la Universidad de Stanford sobre alfabetización mediática encontró que el 80% de los estudiantes de secundaria estadounidenses no podían distinguir entre una noticia real y una falsa en redes sociales.
Banalización política y auge del populismo

La disminución del pensamiento crítico y analítico tiene efectos directos en la política. Un electorado menos informado y más influenciable es terreno fértil para el auge del populismo y la desinformación. Investigaciones recientes han demostrado que el populismo político prospera en contextos donde la ciudadanía no tiene las herramientas cognitivas para evaluar críticamente los discursos políticos.
A esto se suma el impacto de la polarización digital. Los algoritmos de recomendación de contenido en redes sociales tienden a reforzar creencias preexistentes, creando burbujas informativas que reducen la exposición a perspectivas diversas. Este fenómeno, conocido como «cámaras de eco«, contribuye a la radicalización de posturas políticas y a la fragmentación del debate democrático, afecto a modas volátiles, como sucedió en el devenir desde el estallido social del año 2019, la alternancia de proyectos políticos en La Moneda y el fallido ciclo electoral para redactar una nueva Constitución Política (sin olvidarse de los vaivenes de tendencias en los comicios municipales y de gobernadores 2021 y 2024).
El deterioro de la educación y la pérdida de la cultura humanística
La reducción del pensamiento analítico también se refleja en los sistemas educativos. La disminución del tiempo dedicado a la lectura profunda y al análisis crítico en la educación formal ha impactado negativamente en la comprensión lectora y el razonamiento lógico de las nuevas generaciones. Estudios de la OCDE han demostrado que el rendimiento en pruebas internacionales de lectura y matemáticas ha descendido en varios países desarrollados en la última década. Lo mismo que en Estados Unidos mediante el Monitor del Futuro, una investigación que mide de modo comparado en el tiempo las capacidades cognitivas de los alumnos que finalizan el ciclo escolar.
A su vez, las disciplinas humanísticas, que tradicionalmente han fomentado el pensamiento crítico y la reflexión sobre la sociedad, han sido marginadas en muchos currículos educativos (como en Chile). La reducción de la enseñanza de filosofía, historia del arte y literatura en favor de materias orientadas a habilidades técnicas ha contribuido a un empobrecimiento del bagaje cultural de las nuevas generaciones.
¿Cómo revertir esta tendencia?
Si bien los desafíos son significativos, existen estrategias para contrarrestar esta tendencia. Entre ellas, se podría debatir respecto de:
- Fomentar la alfabetización mediática con la inclusión de programas educativos que enseñen a los ciudadanos a discernir entre información veraz y desinformación es fundamental para fortalecer el pensamiento crítico.
- Regular el ecosistema digital mediante políticas que promuevan la transparencia en los algoritmos de recomendación y reduzcan la difusión de información falsa pueden contribuir a mejorar la calidad del debate público.
- Revalorizar la educación humanística y reintroducir la filosofía, la literatura y la historia del arte en los planes de estudio puede ayudar a desarrollar habilidades analíticas y de argumentación.
- Promover hábitos de lectura comprensiva profunda mediante el Incentivo para abordar textos complejos, cuya reflexión sostenida puede mejorar la capacidad de concentración y razonamiento lógico.
Un necesario salto cuántico
El declive en la inteligencia promedio no es un destino inevitable -aunque hoy parezca una travesía para cruzar el Universo a través de un black hole-, sino el resultado de transformaciones socioculturales que pueden ser corregidas. Sucesivas investigaciones del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo lo vienen abordando con claridad en nuestro país desde hace décadas, así como la UNESCO a nivel regional y mundial.
La digitalización, la inmediatez informativa y la banalización de los contenidos han contribuido a una reducción en la capacidad de análisis y en la calidad del debate democrático. Sin embargo, con políticas adecuadas y un esfuerzo colectivo por fomentar la educación crítica y la cultura del conocimiento, es posible revertir esta tendencia y garantizar una sociedad más informada, reflexiva y resiliente. Un esfuerzo del que no se puede desligar de responsabilidades compartidas al ecosistema de medios de comunicación, sus agendas y sus objetivos editoriales, de influencia en la opinión pública, y en última instancia de defensa de proyectos políticos, ideológicos, culturales, religiosos o económicos. Un terreno donde es sabido que ni la objetividad ni la absoluta independencia existen.