Con frecuencia, y particularmente en tiempos adversos, vemos el estallido de luchas intestinas en los partidos políticos, en algunos casos muy cruentas y que acaban en recriminaciones cruzadas y fraccionamientos. Algunas veces ello conduce a la desaparición de las organizaciones y, en otros casos, al inicio de una nueva etapa. Sin embargo, a veces el origen de todo está en la crisis existencial del sujeto social que buscan representar.
El desarrollo de los sistemas políticos y las democracias representativas en Occidente va de la mano de la consolidación de instituciones llamadas a canalizar corrientes de opinión de la ciudadanía y representar los intereses de los grupos en que tienen su origen. Se trata de los partidos políticos.
Estas instituciones han estado en el centro del análisis teórico de la ciencia política, en particular durante el siglo XX, tratando de responder preguntas acerca del origen, los derroteros que siguen y el papel que cumplen en el funcionamiento de la democracia.
La ciencia política se ha acercado al fenómeno desde distintas perspectivas: como una propuesta programática que persigue, en última instancia, un cierto tipo de reorganización del Estado;[1] como el fruto de la elección racional de individuos que persiguen fines particulares,[2] los “tontos racionales” que definía Amartya Sen;[3] como el resultado de grandes cataclismos sociales que provocan divisiones dicotómicas en la sociedad que los sufre,[4] entre otras.
Con independencia de la manera en que se puedan concebir, en tanto agentes del sistema político, están expuestos a las contradicciones sociales presentes en una sociedad de clases, y experimentan los efectos que ellas tienen en el tiempo sobre los grupos de referencia cuyos intereses buscan representar y declaran defender.
La vieja lucha de clases
Toda sociedad está enfrentada a contradicciones diversas, derivadas de intereses contrapuestos entre los distintos grupos sociales presentes en ella. Las hay generacionales, ideológicas, de género, territoriales, etc. Esto significa que los intereses de unos son distintos a los de otros, y ello es fuente de conflictos. Sin embargo, entre los distintos tipos de contradicciones sociales existen las de carácter antagónico, y de ellas, la principal es la contradicción de clases. Su particularidad distintiva respecto a otro tipo de contradicciones es que cualquier incremento en el bienestar de un grupo (maximización de sus objetivos), es siempre y necesariamente a costa del bienestar del otro.
Al final del día, toda la riqueza creada en el proceso productivo se reparte entre trabajadores y empresarios. Los primeros reciben remuneraciones, y los segundos, ganancias. Si los trabajadores incrementan sus remuneraciones, ello significa que los beneficios empresariales sufren el efecto inverso, y viceversa; esto, con independencia de los incrementos de productividad, que resultan de la mayor eficacia del trabajo aplicado.
En ese entendido, la sociedad vive cruzada por esas contradicciones, antagónicas y no antagónicas, y ello dinamiza su evolución histórica. Ese devenir adquiere momentos de cierta estabilidad en que la lucha de clases no desaparece, pero su expresión tiende a quedar solapada bajo otras dinámicas de la sociedad. Es el caso en que se producen avances sociales que mejoran la situación de los trabajadores y ello reduce la conflictividad que se expresa abiertamente, por ejemplo, a través de las huelgas. Es el caso también del incremento del ingreso indirecto debido a políticas públicas que aumentan los bienes sociales disponibles: salud, educación, vivienda, etc., o el bienestar social derivado de políticas de promoción cultural, de inclusión, etc. Por el contrario, en periodos de crisis económica, cuando el nuevo valor creado se reduce, la disputa entre capital y trabajo se hace feroz, y la lucha de clases adquiere una mayor preeminencia en la conflictividad social.
En uno y otro momento, las organizaciones que participan del sistema político, como es el caso de los partidos políticos, enfrentan cambios en su peso relativo y en el espectro ideológico programático; su presencia tiene una importancia relativa que es variable. Esto significa que, en periodos de agudización de la lucha de clases, los extremos del espectro incrementan su peso específico en detrimento del centro político. En la situación inversa, de menor intensidad del conflicto social, ocurre lo contrario, y el centro político se fortalece.
La clase media en Chile
La dinámica de la adhesión a determinados postulados ideológicos y programáticos, según el estado en que se encuentre la lucha de clases, consolida su presencia con la aparición de las llamadas capas medias o clase media, o incluso clases medias, en atención a su heterogeneidad.
El siglo XX en Chile es el periodo en que ocurre el ocaso del Estado oligárquico con la emergencia del desarrollismo y sobre la base del fortalecimiento del Estado, la aparición de grupos sociales de funcionarios (personal sanitario, profesorado, funcionariado público, etc.) que se suman a un emergente conjunto de pequeños productores, comerciantes y diversos segmentos sociales que comparten el hecho de no formar parte de la emergente clase obrera ni tampoco de segmentos oligárquicos o de la aún débil burguesía nacional.
El periodo desarrollista de las décadas del 40 al 60 es una etapa en que se consolida la sociedad urbana, y los trabajadores ven mejorada su posición en el reparto del excedente social. Junto con ello, se evidencia un avance notable en los derechos de los grupos tradicionalmente postergados, lo que en conjunto contribuye a la formación de un clima de mayor estabilidad social y reducción de la conflictividad, en su primera etapa, acompañado de la emergencia de un nuevo actor del sistema político: el centro. Este espacio sociopolítico será representado preferentemente por el Partido Radical, que entierra sus raíces en las revoluciones liberales del siglo XIX y en el espíritu de la Ilustración.
El centro político en Chile
El Partido Radical representó los intereses y las aspiraciones de esa clase media que emergía en la sociedad chilena, alcanzando diversos otros grupos que el cambio de época había postergado. Así, entre las corrientes y sectores que confluían en este actor, estaban incluso antiguos sectores oligárquicos que tenían contradicciones con la burguesía urbana, y que con su presencia lograrían evitar durante el periodo desarrollista una reforma agraria que era indispensable para el desarrollo armonioso de la industrialización.
Sin embargo, la propia expansión de la clase media la fue diversificando como sector de la sociedad, y paulatinamente el segmento del funcionariado del Estado y cuentapropistas, fue perdiendo ascendiente frente al crecimiento de los empleados y los trabajadores de servicios, los que Upton Sinclair llamó “white-collar worker”, propios de una economía en su etapa de modernización. Este segmento social encontró otro referente que interpretaba más adecuadamente su visión de mundo y sus expectativas: la Democracia Cristiana (DC).
El carácter de este partido refleja el segmento al que buscaba representar y que, entre sus rasgos más distintivos, está la resistencia a entenderse parte de los trabajadores y, por tanto, con las mismas contradicciones con el empresariado que tiene el resto de los asalariados. Pero, con todo, ofreció una alternativa transformadora a quienes inquietaba la alternativa socialista para Chile. En la primera elección de diputados a la que concurrió como partido político, cosechó 213 mil votos, y tan solo cuatro años después obtuvo casi un millón y, con ello, 83 de 144 diputados.[5] La DC leía adecuadamente a su segmento social de referencia, lo que justamente ya no era capaz de hacer el Partido Radical, que no lograba comprender la nueva heterogeneidad de su mundo.
El abandono
Un rasgo característico de la izquierda y la derecha política es que tienden a mantener la adhesión en el tiempo de sus sectores sociales de referencia. En periodos que le son adversos políticamente, se puede apreciar que parte de las personas que comparten idearios de izquierda o de derecha, tienden a desafectarse de la política, aumentando la abstención electoral y disminuyendo la participación política. Pero no se observa un flujo de adhesiones en dirección contraria. Caricaturizando, en periodos de “vacas flacas” los izquierdistas se refugian en la cultura, y los derechistas en los negocios. No fluyen en dirección opuesta hacia los nuevos sectores hegemónicos; por el contrario, los grupos medios son un agente político veleidoso que pueden girar en 180 grados sus preferencias, provocando verdaderos cataclismos en el devenir de los procesos políticos. En sociedades ya modernizadas y de economías preferentemente urbanas, el peso de ese segmento resulta decisivo.
A principios de los años 60, la clase media comenzó a percibir el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones, en la forma de un incremento del costo de la vida que afectaba su bienestar y una mayor conflictividad que le hacía temer por su integridad. Adhirió con fuerza al ideario reformador de Frei Montalva, que prometía una nueva época, pero exenta de la incertidumbre que le provocaba la alternativa del socialismo al estilo cubano. Cuando la llamada “revolución en libertad” mostró sus limitaciones, se inclinó tímidamente por la “Vía Chilena al Socialismo”, pero, a corto andar, se rindió frente al golpismo de la derecha que, sin mucho esfuerzo, logró aterrorizarla. En los años siguientes fue decidido sostén de la dictadura, hasta cuando los horrores de la represión la incomodaron y la crisis de inicios de los años 80 la empobreció de manera importante. A mediados de esa década alimentó la movilización social en contra de la tiranía y luego la dejó decaer cuando observó cómo progresivamente se radicalizaba el proceso. Temerosa nuevamente frente a la incertidumbre, se decantó por una transición no traumática hacia una democracia sin azúcar y sin gluten. Pero tras largos años, cual Bella Durmiente, despertó para constatar que estaba viviendo en medio de la impunidad y el abuso, y estallando en rebeldía se volcó a las calles. Sin embargo, fiel a su ADN, rápidamente se restó a la senda de la insurgencia. Quiso tocar el cielo con la mano, pero sin que nadie la amenazara, sintió temor de hacerlo y, cerrando los ojos, se unió silenciosa al coro del Rechazo.
Vida y pasión de la DC
La Democracia Cristiana irrumpió con fuerza en la vida política chilena y ello fue obra de una generación que supo leer el espíritu de su época y forjar una identidad política alrededor de ese sector social de dinamismo ascendente. Junto a la clase media, la DC fue promoción social, fue centros de madres y fue juntas de vecinos, dinámicas territoriales cuando justamente el anhelo paradigmático de su sector era la casa propia. Fue Concilio Vaticano II para grupos sociales cuya religiosidad exigía romper con el conservadurismo beato y pechoño de esa iglesia preconciliar que tan a gusto se arremolaba en brazos de la derecha política.
De la mano de Jacques Maritain, que proponía una sociedad abierta, entendida como un sistema democrático que tiene como condición sine qua non la participación social y la libertad de pensamiento y de creencias. Alejado del individualismo burgués por la prevalencia de la persona sobre el mercado y del ateísmo comunista por hallarse opuesto a sus dogmas cristianos, promueve una noción de bien común fundada en la redistribución de la riqueza, la autoridad y la moralidad de la justicia.[6] Frente al Humanismo, que alimenta la ilustración de sello secular, Maritain levanta la noción del Humanismo Cristiano.
Esa es la arquitectura ideológica que acompaña al pensamiento democratacristiano chileno en su encuentro con la clase media. Ese grupo social que se sabe ajeno a la élite en una sociedad de fuertes rasgos estamentales y distinto a los sectores populares, cuya noción de justicia deriva de la contradicción antagónica de la cual se saben parte, comulga con un ideario que le permite y justifica el funambulismo que, en periodos de menor intensidad del conflicto social, más que una cuerda floja, le parece una ancha vereda.
Una interrogante necesaria nos hablaría de la vigencia de este locus político, y la respuesta, naturalmente, debiera contemplar la prevalencia de los rasgos esenciales de los componentes de esta comunión: la Democracia Cristiana y la clase media.
El Partido Demócrata Cristiano ha mantenido, en rasgos generales, su perfil tradicional, pasando en distintos momentos desde definir los derroteros de los acuerdos políticos a arbitrar negociaciones con sus parlamentarios. En términos económicos, abandonó el socialismo comunitario con el cual asaltó el cielo de la mano de Frei Montalva, para abrazar el libre mercado, aunque este fuera “cruel”, tal como reconocía Patricio Aylwin. En términos valóricos, le costó horrores arrimarse hasta el siglo XX. Resistió mientras pudo una ley de divorcio, el reconocimiento de las minorías sexuales y sus derechos, y muchas otras iniciativas que implicaran una mayor apertura ideológica y cultural de cara al siglo XXI. De ese modo arribó a inicios de la transición.
Si bien la DC era, a grandes rasgos, el partido de siempre es indudable que ese no era el caso de su grupo social de referencia. De lo contrario no se explica cómo se pueden evaporar cerca de un millón y medio de votos, hasta llevar al PDC a la situación de un partido residual en el sistema político.
La nueva clase media
Una sociedad estamental tiene como característica distintiva cierta estabilidad y solidez. El extremo de este modelo es el sistema de castas en India, en que la transitividad era prácticamente nula y ello no era motivo de un malestar especial. Muchas otras cosas propias de una sociedad pobre y cruzada de injusticias podían serlo, pero no el lugar social que a cada individuo le “correspondía” por su origen.
La sociedad chilena, como muchas otras, era y sigue siendo una sociedad estamental; esto a pesar del incremento del ingreso per cápita y la nueva modernización de las últimas décadas que, si bien la ha cambiado profundamente mediante el acceso a bienes y servicios que no habríamos imaginado en el pasado, no ha modificado su estructura en lo esencial.
Ello implica la existencia de mecanismos que defienden la estructura del sistema de estratificación, de las sacudidas que la modernización y la lucha de clases provocan constantemente.
Quienes hoy se encuentran en el tramo inferior de la estructura social, independiente del grado de cercanía que tengan respecto a la línea de pobreza, tienen una altísima probabilidad de provenir de familias del mismo segmento, y sus hijos de permanecer en ella. El notable incremento en el acceso a estudios superiores no los saca de una condición de vulnerabilidad puesto que su inserción en el mercado laboral es precaria, y ante cualquier alteración en la senda de crecimiento de la economía, se ven devueltos a su condición original. Un Painemán, un Martínez o un González, tiene una probabilidad de llegar al directorio del Club de Golf o de la Bolsa de Santiago, con un valor que hay que buscar muy, pero muy a la derecha de la coma.
En el mismo sentido, quienes pertenecen a los estratos que más beneficios obtienen del modelo de crecimiento económico, forman parte de un entramado de relaciones destinado a salvaguardar su posición. Una mala decisión o la ausencia absoluta de talentos para el autosustento, los puede sacar de los lugares de privilegio al interior de su segmento, pero nunca los hará caer significativamente en la estructura de la sociedad.[7] La élite chilena está compuesta de un puñado de apellidos y un extenso entramado de relaciones patrimoniales y de parentesco. La probabilidad de que las malas decisiones lleven a un Larraín a terminar habitando en una vivienda social en San Ramón o La Granja es de un valor ridículamente insignificante.
La “liquidez” de la clase media
Si la estratificación social conserva solidez en los extremos dado su carácter estamental, la clase media fue impactada por la nueva modernización, al punto de licuarse, en la perspectiva de Zygmunt Bauman.[8]
Entre los procesos que la globalización catapultó, provocando una transformación profunda de las sociedades, están el consumo y la flexibilidad. La era del dinero barato y la bancarización agresiva puso a nuestro alcance un mundo de cosas que ni Marx podría haber imaginado cuando definió a la sociedad capitalista como “un enorme arsenal de mercancías”.[9] Para gozar del bienestar asociado a su consumo vendimos nuestra alma al sistema financiero, y los niveles de satisfacción con la sociedad en que nos tocaba vivir estuvieron en línea con el saldo disponible en nuestras tarjetas de crédito.
Si bien la flexibilidad nos golpeó a todos, los pobres se expusieron a empleos de peor calidad, pero ello no les suponía un cambio cualitativo en su devenir. En cambio, a la clase media la empujó hacia la incertidumbre y el miedo: miedo a lo desconocido y a la incertidumbre de no saber qué tan precarios podían ser sus logros materiales, esos que le habían dado solidez y un bienestar a que aferrarse.[10] La sociedad debía asumir la admonición del marxismo que anunciaba en el Manifiesto Comunista que “todo lo sólido se desvanece en el aire.”[11] La nueva modernidad le había generado un estatus, pero que era precario y carente de esa solidez tan confortable.
La angustia existencial de la nueva clase media está radicada en el hecho de ya no conocer el lugar social que ocupará mañana; en saber que el consumo que hoy le provee bienestar es perecedero y nadie puede asegurarle que podrá realizarlo mañana. Pero no solo teme por su posición. Teme por un entorno social que se descompone al no encontrar solución a las contradicciones que lo cruzan. En ese interregno, su veleidad se agudiza y la capacidad del sistema político para representar sus intereses se hace cero.[12]
El ocaso de la DC
El derrotero seguido por la DC es el resultado de la profunda transformación que ha experimentado su sector social de referencia. Sin embargo, si bien es cierto que una cara de la medalla es el carácter de la nueva modernización iniciada por la dictadura y profundizada en la transición, y cómo la nueva sociedad resultante, que ya cumplió su vida útil, observa inmóvil cómo, según diría Antonio Gramci, “lo viejo no acaba de morir mientras que lo nuevo, no acaba de nacer”. La otra cara de la medalla es la de una organización incapaz de leer el espíritu de su época y los anhelos y temores de su grupo de referencia, aquel que le da sentido y razón de ser. No muy lejos se encuentra una capilla ardiente en que la izquierda llora la desaparición de la clase obrera. Pero eso es otra historia.
En vistas de lo acontecido en la historia política, la
elegancia a la hora de morir no es la característica distintiva de los partidos
y, probablemente, de muy pocas personas. Quizás la DC desaparezca en medio de
cruentas disputas o siga la senda del radicalismo, que disfrutó cómodamente
durante largos años de una posición que le permitía arbitrar mayorías
circunstanciales, con su exigua representación parlamentaria. Pero lo que
parece improbable es que la DC vuelva a ocupar un lugar de privilegio dentro
del sistema político, en atención a sus características institucionales y a los
rasgos que dibujan el perfil actual de la sociedad chilena.
[1] Cerroni, U. (1979) “Teoría marxista del partido político” Ed. Cuadernos Pasado y Presente 7, México.
[2] Strom, K. (2013) “Una teoría sobre el comportamiento de los partidos políticos competitivos” en https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632013000300006
[3] Sen A. (1977) Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory, Philosophy and Public Affairs, https://cdn.uclouvain.be/public/Exports%20reddot/cr-cridis/documents/sen_on_TCR_rational_fools.pdf
[4] Lipset, S. y Rokkan, S. (1967) “Estructuras de división y sistemas de partidos” https://sociologiapoliticauba.files.wordpress.com/2020/03/lipset-y-rokkan.pdf
[5] https://www.bcn.cl/historiapolitica/partidos_politicos/wiki/Partido_Dem%C3%B3crata_Cristiano
[6] https://www.jacquesmaritain.com/pdf/01_LE/03_LE_FilPol.pdf?link=03_LE_FilPol.pdf
[7] https://www.ciperchile.cl/2019/01/14/por-que-los-larraines-prosperan-y-dirigen-y-los-gonzalez-mucho-menos/
[8] https://margencero.es/biblioteque/modernidad-liquida-bauman/
[9] Marx, K. (1975) “El Capital. Crítica de la economía política” Libro I. Ed. Siglo XXI. México. Pág. 43.
[10] https://revistas.ucm.es/index.php/NOMA/article/view/NOMA0808320309A/26351
[11] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
[12] Más allá del huevo o la gallina, la fractura de la DC frente al plebiscito de salida, es también el intento de representar un sujeto social, que corre en círculos como un pollo sin cabeza.