El pasado como futuro, un viejo Dios resucitado

por Mario Valdivia

Los dioses venerables son porfiados para morir, poseen la terca costumbre de resucitar y reencarnarse… Será por añoranza de vivir…

El término de la Guerra Fría marca el triunfo de la versión menos puritana y más individualista de la encarnación Moderna del antiguo Dios cristiano. Trae desde el pasado al futuro el viejo laissez fairereconvertido en neoliberalismo; un liberalismo con fuerzas renovadas arrolladoras especialmente de las economías. Las derechas y los capitalistas del mundo se encantan con este Dios pasado resucitado, a quien tanto habían oído mentar como creador de una época dorada de leyenda.

Sin embargo, el neoliberalismo económico es solamente un atributo del Dios reencarnado a comienzos de los noventa como divinidad global. En su raíz se trata de un Dios liberal, con el atributo acompañante de la democracia. El Dios que, urbi et orbi, es aclamado como definitivo. Las izquierdas y los anticapitalistas del mundo que se hacen cargo de la muerte de la versión puritana, leninista, del Dios de la Modernidad, antes que sufrir la marginación de los perdedores condenados, acompañan a las derechas en la ceremonia de recepción del Dios liberal reencarnado, trayendo del pasado la versión menchevique, la vieja idea de un socialismo democrático, con libertades personales. Es que el poder del Pulento de la libertad individual y los mercados libres es arrollador, arrasa sobre todo con las psiquis y los ánimos mediante argumentos y emociones gravitantes.   

Quizás todos nos sentimos bien bajo el viejo Dios resucitado, el de antes, el aceptador, el comprensible, el no violento ni arbitrario. Con El, la máxima aventura resulta del impredecible acercarse de unos a una democracia que les era históricamente un tanto ajena, y de los otros a una libertad con un pretérito cargado de indigestiones no demasiado agudas. Peccata minuta, buena para darle un poco de swing al asunto. Es indudablemente el fin de la historia, cada parte se cacha su particular lección definitiva.

Lo malo es lo mucho que cambia en un siglo. La tecnología de producción, transporte y comunicación hace volar por los aires las viejas relaciones de producción e intercambio (no es necesario creer en la verdad trascendente de esta contradicción clásica, basta con aceptar que la intuición  que la concibió fue un acto de genio, aunque no dé para ley universal ni principio absoluto) A mediados de siglo, Lo Real había sido sustituido con todo por modelos causales matemáticas, que más tarde son reemplazados por bancos de datos y prestos algoritmos que controlan el mundo sin razón reconocible. Es difícil que la venerable antinomia fundamental “medios de producción” vs “fuerza de trabajo”, resista, a pesar de lo clara como el agua que era en un mundo de materialidad indiscutible, y es probable que las nuevas prácticas comunicativas globales socaven la democracia, como ya lo están haciendo, al llevar al extremo la libertad de los individuos de inventar sus propias verdades personales. El mundo se hace demasiado etéreo, fragmentado, veloz, sin fundamento ni verdad, para los protocolos, ritmos, relaciones y estabilidades acostumbrados: un substrato poco fructífero para el Dios resucitado, aunque sea en una versión poco puritana de libertades personales.      

Es lo que nos pilla bastante en pelotas. Confiar en que el Dios resucitado era for real, como dicen los gringos (algo se aprende de los gringelis en chores y gringas sin sostenes que mochilean en los veranos en Trilaleo), una suerte de conservadurismo provinciano muy chileno, aunque la verdad es que ahorita anda asustada en Youtube, por lo mismo, mucha filósofa y socióloga de la aivilig, que le dicen, tan desubicadas como nosotros. Igual, en Trilaleo nunca tanto, por lo menos por algo inventamos nuestro Círculo Ontoteológico.         

(Ultima pasada que le doy a este autoproclamado ontoteólogo de Trilaleo). Conozco la estrategia de esta clase de pelados, no por nada he sido consultor de organismos internacionales, que consiste en plagiar una culebra más o menos novedosa y llamativa, para dedicarse el resto de la existencia a servirla estofada, asada, como mousse, en salpicón o sopa; una especie de gastronomía imaginaria del paper y la columna de opinión. Ultima vez, le dije, y lo voy a cumplir. Ahora, puede que Villagrán le dé cabida por su cuenta, sospecho de una amistad antigua y opaca entre ellos, pero eso no es asunto mío)          

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