Lo que comenzó con Edgar Allan Poe en “Los crímenes de la calle Morgue”; en la actualidad se trata de una literatura que representa la problemática contingente con signos de espanto que le hacen un llamado al lector a dejarse remecer.
Fue en 1841, cuando las calles de Estados Unidos se iluminaban con lámparas de gas –10 veces más brillantes que las de aceite – que Edgar Allan Poe pensó que, debido a que las noches dejaban de ser una “boca de lobo”, la delincuencia dejaría de quedar impune. En este escenario dio vida a Chevalier Auguste Dupin, detective protagonista de “Los crímenes de la calle Morgue”, cuento que inició el género policial en la literatura.
La estructura estaba lista: un investigador –con algún problema físico, adicción y solitario – era el único capaz de resolver un caso delictual. Con el tiempo el protagonista dejó de ser policía convirtiéndose en cualquier personaje con capacidad de dilucidar los hechos, y hasta se desordenó la estructura de la trama entregando al lector el nombre del asesino y del muerto, dejándole para sí el gusto de descubrir el por qué los eventos tomaron un rumbo trágico.
En la actualidad, la narrativa policial va de la mano del misterio, del terror, del descontento social, de lo prohibido o de lo sobrenatural. El personaje poderoso del investigador puede no existir y es el lector quien lleva las riendas de interpretar el relato. Los márgenes están abiertos y un mismo relato puede encasillarse en varios géneros. El escritor Andrés Montero señala que distingue dos corrientes marcadas, “una literatura de la memoria o la intimidad, y una literatura punk o rebelde. (…) Los de la memoria hablaban de la dictadura o de la infancia o de las dos cosas, y sus escenas eran familiares, caseras, le daban mucha importancia a los recuerdos. Los punk salían (al menos en sus libros) a la calle, pateaban piedras, se quejaban (…). Parecía que la literatura de la memoria hablaba desde el diván y que la rebelde lo hacía desde un bar de mala muerte”.

Destacan actualmente a nivel latinoamericano las escritoras Mariana Enriquez (Argentina), María Fernanda Ampuero (Ecuador) y Mónica Ojeda (Ecuador) quienes, quienes -según el sitio cultural colombiano Hjck, son las nuevas voces que han reinterpretado el género, integrando temas de violencia, desigualdad y trauma social en un contexto realista.

Y si hablamos de la escena nacional, el año pasado se publicó Cuentos para el insomnio, de Pamela Órdenes, obra que a través de siete relatos explora temas actuales como la soledad, la necesidad de encontrar respuestas, la ansiedad, la vida después de la muerte.
“Mi primo, en un acto reflejo, me empujó dentro del ataúd y cerró la puerta conmigo adentro. (…) Me quedé callada, pero mi corazón no dejaba de palpitar y todas mis pesadillas se materializaban en ese segundo. (…) Y… apareció otro latido, que no provenía de mi propio cuerpo. Dos latidos juntos, casi sincronizándose”.
(“Ataúd cerrado”, Cuentos para el insomnio)
El escritor Richard T. Kelly es claro al definir el objetivo de la literatura “negra” que se escribe actualmente: “Para asustar al lector, tiene que haber peligro detrás de cada esquina, pero también un héroe (…) Hay mucho peligro ahí afuera, pero también se puede resistir”.
Algo que no debería suceder

La literatura de terror-policial-misterio actual tiene un componente que la define, eso que la hace ser lo que es y no otra cosa, su esencia: lo siniestro forma parte de lo familiar. Nos encontramos con hechos extraños, que no deberían suceder, pero que no por ello dejan de sernos familiares.
Elsa Drucaroff lo explica en su texto «Terror, grotesco y unheimlich en la narrativa argentina actual: algunas reflexiones«, cuando señala que “para que el mal presagio genere en una ficción efecto ominoso tiene que enredarse con algo muy atávico y negado de quien escribe, pero también de quien lee: la sensación de que lo que se pronuncia no es sólo malo, no debería pronunciarse, debería quedar oculto”.
Estas características se dan a nivel latinoamericano, pues el género está ligado de forma estrecha al contexto social y los hechos políticos; lo que se traduce en violencia, traumas -personales y colectivos- y realismo que puede llegar a ser brutal, como es el caso del cuento “El chico sucio”, de Mariana Enríquez, del libro Las cosas que perdimos en el fuego.

El chico sucio y su madre duermen sobre tres colchones tan gastados que, apilados, tienen el mismo alto que un somier común. La madre guarda la poca ropa en varias bolsas de basura negras y tiene una mochila llena de otras cosas que nunca alcanzo a distinguir. Ella no se mueve de la esquina y desde ahí pide plata con una voz lúgubre y monótona. La madre no me gusta. No sólo por su irresponsabilidad, porque fuma paco y la ceniza le quema la panza de embarazada o porque jamás la vi tratar con amabilidad a su hijo, el chico sucio.
(“El chico sucio”. Las cosas que perdimos en el fuego).

Eddie Morales Piña, académico chileno,explica que los relatos actuales de terror dejan al lector frente a sucesos que asombran y que obligan a entrar en el juego del misterio o lo inaudito. Es decir, “el poder” no lo tiene solo quien narra, sino también quien recibe la obra. Hay derecho a la interpretación y con ello interactúan emisor y receptor. “La percepción que se tiene en el acto de lectura es que estamos en historias, tramas, asuntos, personajes, asuntos, espacios, atmósferas desconcertantes. El horizonte de expectativas en este tipo de relatos requiere de un lector/a que entre en este entramado”.
Ayer y hoy
“Mi interés por la escena fue profundizándose a medida que avanzaba la noche,
ya que no sólo cambiaba materialmente el carácter general de la multitud (…)
sino también la luz de las farolas de gas que (…) arrojaba sobre todas las
cosas un lustre irregular e intenso”. (Edgar Alan Poe)

La noche se volvió el escenario que el criminal hizo suyo para montar su obra, que puede ir desde el robo más simple a un siniestro asesinato. Poe, con Los Crímenes de la calle Morgue, unió, como si de siameses se tratara, a un investigador que va tras las pistas de un delito: componentes esenciales que dieron vida a un género oscuro, poco valorado por los críticos literarios, más de gusto popular que de las élites, y que, pese a tener todo en contra, ha trascendido al tiempo y a las tendencias narrativas.
La literatura policial se dio a la par del auge de la burguesía; clase social en donde la razón, el diálogo, la avasalladora tecnología y la vida bohemia de los cafés, eran vistos como valores que tenían como meta ejercer el control en nuevas ciudades, las cuales se adaptan a los cambios (con calles numeradas, rincones con nombres y apellidos, casas de té y tugurios nocturnos) que, finalmente, servían de pistas para un investigador sediento de la verdad.

Tras Dupin, aparecieron Sherlock Holmes (Arthur Conan Doyle) y Hércules Poirot (Agatha Christie). A mediados del siglo XX, Ernesto Sabato revolucionó la escena con El túnel, en donde Juan Pablo Castel parte el relato contando que asesinó a María Iribarne, por lo que el eje de la intriga se mueve al por qué de los hechos. Y luego entró en escena Roberto Bolaño, quien toma las bases de la novela policial e ironiza el género con detectives incapaces carentes de olfato investigativo.

Y entonces llegué como volando a la cocina y en la cocina encontré a dos hombres y a una mujer, que hablaban animadamente de un muerto. Y yo cogí un sándwich de jamón y me lo comí y después me tomé dos sorbos de coca-cola para que me pasara el sándwich por la garganta. El pan estaba como reseco. Pero era rico, así que cogí otro sándwich, ahora uno de queso, y me lo comí, pero no de golpe (…) me acerqué un poco más a ellos y oí lo que decían: hablaban de un cadáver y de un entierro, hablaban de un amigo mío, un arquitecto que había muerto, y en ese momento a mí me pareció apropiado decir que lo conocía.
(Los detectives salvajes. Roberto Bolaño)
El filósofo estadounidense Noël Carroll es enfático al señalar que “los monstruos han de entenderse como violaciones de categorías culturales vigentes”. Con ello se puede comprender por qué para Poe la luz fue el detonante de “Los crímenes de la calle Morgue” y la razón de que en la actualidad los embates de la vida diaria sean los ejes de un género que se niega a morir rearmándose una y otra vez de la mano de nuevos autores.
“A mis treinta y tres siempre he dormido medicada (…) Ella comenzó a medicarme a los siete años (…) Soy esta enfermedad porque tiene todo de mi y se come mis días”.
“Un día, mientras manejaba mi camioneta, escuché en la radio que una mujer se había suicidado prendiéndose fuego. Recalcaron que era miembro hace un año y medio del grupo religioso ‘Los Índigos de Dios’”.
(“La cura”. Cuentos para el insomnio).