El pintor británico, famoso por sus luces crepusculares entre el cielo y el mar, retrató de manera magnífica el traslado de un buque que perteneció a la armada inglesa, pero que ya había cumplido su vida útil.
El Temerario o Temerarie fue un barco de 98 cañones que tuvo una gran participación en la batalla de Trafalgar escoltando al Victory, buque insignia del almirante Nelson. Después de que terminó su vida útil, decidieron sacarle las piezas más importantes y remolcar el casco al desguace para vender la madera. El transporte por el rio Támesis atrajo una considerable atención por parte de la prensa de la época, ya que hasta ese momento era el buque más grande remolcado por el río londinense para su desmantelamiento.
Joseph Mallord William Turner (1775 – 1851) aprovechó la oportunidad para pintar el traslado del Temerario. Lo hizo en 1838 cuando ya era conocido por el uso del color, por sus marinas y su característica combinación de luces crepusculares entre el cielo y el mar. Llevaba 40 años pintando, era un consagrado cuando hizo esta notable obra que actualmente se encuentra en la National Gallery de Londres.
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La gracia que tiene este cuadro es que el Temerario, como muchos podrían pensar, no es el centro de atracción de la obra, lo que destaca es un triángulo azul que se encuentra al costado derecho de la pintura. Al lado del Temerario destaca un remolcador viejo y oscuro que tira mucho humo. La bandera del buque remolcado es blanca y no inglesa, Turner lo hizo así porque el barco ya había perdido su esplendor y no pertenecía a la armada británica.
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Cuando la obra fue presentada en 1839, un poema de Thomas Campbell fue leído a la concurrencia con uno de sus más sentidos versos: “La bandera ya no te pertenece”. La embarcación sin su símbolo patrio perdió todo el honor y honra que alguna vez tuvo.
Vengo de una familia de marinos, mi abuelo, mis tíos abuelos, mi tío, el marido de mi madrina. Todos amaban el mar por sobre todas las cosas. Incluso, algunos de ellos, tuvieron la misión de rescatar buques o embarcaciones en apuros en algún período de sus vidas. Al igual que Turner lo hizo con este cuadro en su oficio de pintor mostrando la esencia crepuscular de un buque fantástico, en mi oficio de periodista también tuve que escribir sobre el rescate de un barco. Hace más de diez años trabajaba en una agencia de comunicaciones y me tocó reemplazar a un amigo y compañero que se estaba tomando sus vacaciones o su postnatal. Tuve que ir a la Sociedad Nacional de Oleoductos (SONACOL) con su filial marítima SONAMAR, encargada del transporte terrestre y marítimo de petróleo y combustible. Las oficinas estaban en Las Condes y tendría que estar pendiente de las comunicaciones de la empresa al menos una o dos semanas. Cuando llego lo primero que me cuentan es que un buque que cargaba petróleo tuvo un accidente y quedó abandonado cerca del Estrecho de Magallanes, en alguno de los canales del extremo sur.
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Afortunadamente la embarcación fue rescatada por un avezado capitán que luchó con todas sus fuerzas por recuperar el barco. Me dieron su teléfono. Estaba en alta mar, por lo que lo contacté por vía satelital. Se escuchaba muy bien, casi al lado. Su entusiasmo para describir la situación me recordó las épicas hazañas del escritor Francisco Coloane en el sur del mundo. Escribir esa nota para la revista de la empresa, fue para mí un regalo del periodismo. Cuándo me iba a imaginar yo que iba a estar en una situación parecida a la de Turner, guardando las distancias, contemplando con las palabras un remolcador que recupera un barco. Nunca. Hablé un rato largo con el capitán. Lamentablemente, con el pasar de los años, he olvidado su nombre. Me describió con destalles la proeza de rescatar a la embarcación del mar y trasladarla, a pesar de las inclemencias del tiempo, a tierra firme. La situación, más que la de un hombre contra el mar, jugaba a favor del amor propio, la vida misma para rescatar la esencia de un barco, su petróleo, el sustento de la empresa y el combustible que alimenta la energía de los buques y el transporte de la gente.
Desconozco si la revista donde apareció el artículo sigue existiendo, lo cierto es que en ese entonces me sentí importante, describiendo la historia de un marino que arriesgó su vida por remolcar un buque accidentado. El pintor romántico inglés hizo lo mismo con su brocha. Desde la herida abierta, que marcó el final del Temerario, construyó una de sus mejores obras, una en la que el crepúsculo invade las aguas para estampar un humeante remolcador y un esplendoroso buque que quedó para siempre en la eternidad, en la memoria colectiva.