Los recientes triunfos electorales de la socialdemocracia en los países escandinavos, en Alemania y en Italia significan una inversión de la tendencia adversa que los afectaba desde hace ya bastante tiempo. En algunos lugares, como Grecia o Francia, pasaron de ser fuerza gravitante a la irrelevancia, superados en un caso por el centro de Macron y en otro por su izquierda más radical liderada por Tsipras; por su parte, el laborismo inglés sigue en baja desde el final del New Labour de Blair y Gordon Brown. Durante ese tiempo se mantuvieron el PSOE en España con el lema “Somos la izquierda” de Sánchez y el Partido Socialista en Portugal pactando con sectores a su izquierda, alianza hoy en cuestión.
Los avances recientes del socialismo europeo se dan en el marco de regímenes parlamentarios y, para formar gobierno, deben buscar alianzas principalmente con los Verdes y los Liberales, a veces con la nueva izquierda. Italia es un caso aparte: el actual gobierno de Mario Draghi se sustenta en un amplio espectro que va desde parte de la derecha hasta la izquierda.
Los éxitos electorales en Escandinavia, Alemania e Italia dan un nuevo impulso al socialismo europeo, sobre todo frente a la amenaza de fuerzas nacionalistas de extrema derecha en casi todo el continente. Pero están sujetos a frágiles equilibrios políticos y a los vaivenes de un electorado fluctuante. ¿Marcarán una tendencia duradera?
Distancia entre América Latina y Europa
Resulta innecesario señalar la distancia que hay entre la política europea y la de América Latina, pese a la influencia que aquélla siempre ha tenido. Más como espejismo que como espejo.
Mientras en Europa se ha logrado construir una unidad entre los Estados basada en valores y principios democráticos, con diversos niveles de integración, pero con un derecho comunitario prevaleciente, situación que sirve de marco estabilizador a la contienda política de cada Estado, en América Latina no existe esa referencia supranacional. Los sistemas de integración son parciales y más bien de índole comercial con algunas referencias en el campo social y político. En la región prima hoy la dispersión ideológica y la confrontación.
Los avatares actuales de la democracia se viven de diversa manera a una y otra orilla del Atlántico. En ambos continentes hay crisis de los partidos políticos, falta de representatividad de las instituciones, movimientos sociales y fenómenos populistas de distinto signo. En Europa, hasta ahora, las expresiones nacional-populistas si bien tensionan la UE (Polonia y Hungría), no la amenazan. Incluso movimientos de ese tipo como Cinque Stelle en Italia decantan hacia posiciones compatibles con la UE y sus exigencias. Algo análogo ha sucedido con partidos de la nueva izquierda radical al participar en el gobierno en Grecia y en España.
Entre nosotros los fenómenos populistas o de nueva izquierda suelen ser disruptivos y polarizantes. Pensemos en Bolsonaro, Bukele o Castillo, para no hablar de las experiencias bolivarianas.
El logro de las ideas socialistas ha sido también diverso. En Europa han dado origen al Estado de Bienestar de post guerra en sus diversos modelos: escandinavo, alemán, sajón y latino. La globalización puso en crisis esa gran conquista y los partidos socialistas perdieron apoyo electoral, luego de algunos intentos más o menos exitosos por adecuarse a los nuevos tiempos siguiendo los derroteros de la llamada “tercera vía” diseñada por A. Giddens. Su actual repunte electoral, ¿traerá consigo un nuevo impulso renovador?
En América Latina las fuerzas de inspiración socialista son variadas y su postura actual se ha forjado principalmente en la defensa de los derechos humanos durante las dictaduras, su papel en la reconstrucción democrática y en el rechazo al neoliberalismo. No tienen a su haber un éxito político claro que defender. Son más proclives a la crítica que a la propuesta. En palabras de E. Krause algunos de sus dirigentes han sido brillantes redentores en busca de un proyecto más o menos utópico para conformar un Estado-nación en forma, saldando una deuda que arranca desde la colonia. No siempre han tenido experiencias de gobierno significativa, como sí ha sucedido en Chile.
En muchos casos tienen que lidiar con un movimiento político fuerte de raigambre popular, con el cual deben a la vez competir y aliarse. Y en las últimas décadas enfrentar el autoritarismo de la nueva izquierda bolivariana, como ocurre actualmente en Venezuela y Nicaragua. En Cuba comienza a manifestarse una incipiente oposición socialista al régimen.
A esta altura el socialismo tiene un punto seguro: su relación umbilical con la democracia como ideario y como procedimiento. Ya lo había señalado Juan B. Justo en Argentina a comienzos del siglo XX y con claridad meridiana Salvador Allende en Chile. La república en la independencia llegó del brazo de las elites conservadoras y mantuvo siempre rasgos de su origen autoritario. Por eso el vínculo entre liberalismo y socialismo fue más bien débil. Eugenio González afirmaba que el principal deber del socialismo en América latina es luchar por la implantación y desarrollo de la democracia.
Pero la democracia se ha vuelto más compleja en la misma medida en que la sociedad ha incrementado sus vínculos y se ha imbricado en la globalización. Surgen las interrogantes que plantea Daniel Innenarity: “¿tenemos hoy una teoría política a la altura de la complejidad que describen las ciencias más avanzadas?, ¿son capaces nuestras instituciones de gobernar un mundo con una complejidad increíblemente creciente?, ¿puede sobrevivir la democracia a la complejidad del cambio climático, de la inteligencia artificial, los algoritmos y los productos financieros?, ¿o hemos de concluir resignadamente que esa complejidad constituye una verdadera amenaza para la democracia?[1].
En busca de un nuevo paradigma
El auge del socialismo en algunos países europeos, para marcar una tendencia, debe ir acompañado de un cambio de paradigma. Eugenio González señalaba: “Para ser eficaces, las ideas políticas tienen que ceñirse al ritmo del devenir social; cuando así no sucede, dejan de ser factores dinámicos para convertirse en estériles dogmas, en fórmulas muertas, en mecánicas consignas”. Esta exigencia se vuelve imperiosa a partir del derrumbe del socialismo real en la URSS y Europa Oriental y las crisis de la globalización de los últimos años.
Según el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, hay una izquierda latinoamericana que padece de un “síndrome de identidad…que se ha quedado metida en el túnel del tiempo y no puede orientarse hacia la salida del siglo XXI” añorando el modelo soviético, y están también “los viejos guerrilleros ideológicos que ven en la lucha armada un reino perdido”. Esa anomia conceptual puede también extenderse como una neblina en el socialismo democrático induciéndolo a aferrarse a esquemas gastados o a epopeyas pasadas.
Para proyectar la tradición socialista se requiere hoy un nuevo impulso renovador capaz de redefinir los parámetros que pueden orientar y dar sentido a la acción política. Como diría Marx, esos criterios no caen del cielo, sino que surgen del dinamismo histórico, del propio proceso de transformación que estamos viviendo. Debemos dirigir la mirada hacia las posibilidades de cambio que están surgiendo sin que les prestemos mayor atención: me refiero al aumento del espacio de lo común y compartido. Así el socialismo podrá volver a ser un polo de atracción para los ciudadanos y, en especial, para los jóvenes.
Se necesita -como lo afirmó Alain Touraine– un nuevo paradigma[2]. Ni más, ni menos.
Hay que estar atentos a lo que está sucediendo en Europa con el socialismo. No para imitar, sino para desentrañar elementos que ayuden a renovar las propuestas socialistas en nuestra región. Un intercambio de experiencias será siempre positivo.
El gran desafío de los partidos socialistas y otras fuerzas políticas progresistas tiene hoy una proyección internacional en la búsqueda de reglas adecuadas para la globalización.
Para que los actuales avances electorales socialistas en Europa tengan una proyección en el tiempo es fundamental que vayan acompañado de un nuevo esquema de ideas. Hay que superar la crisis de proyecto sin caer en el utopismo.
A una recopilación reciente de sus columnas en el diario Le Monde Thomas Piketty le puso por título “¡Viva el socialismo![3]Para indicar -según él mismo lo sostiene – que la reacción frente al hiper capitalismo debe ir en la dirección de una nueva forma de socialismo participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico y feminista, lo que sólo se producirá cuando los ciudadanos dispongan de las herramientas que les permitan organizar su propia vida colectiva.
[1] Daniel Innenarity, Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI. Barcelona 2020 Galaxia Gutenberg.
[2]Touraine, Alain. Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy. Barcelona: Paidós, 2005.
[3] Tomas Piketty, ¡Viva el socialismo!, Editorial Deusto, España 2021.