“Entró, silencioso, lejano, con no sé qué inabordable mansedumbre. Estaba en el cuarto y no estaba. En su porte hay algo de la altivez en llamas. Algo de ese desdén soberano con que miran a quien las mira. Pero una dulzura avasalladora mitiga la altivez. A pesar de sus 64 años (la edad de mi padre, pienso) ni una arruga en la frente, como si ninguna preocupación hubiera podido alterar la tranquilidad de esa piel dorada (…) Como lo había previsto, la presencia real de ese hombre, tan íntimo a mi corazón, cuando no sabía de él más que sus poemas, me paralizó”. (Victoria Ocampo describiendo su primer encuentro con Tagore).
En este tiempo de introspección obligada por el confinamiento, busco cada día nuevos temas para leer, temas que me apasionan, que despiertan mi curiosidad, y que pocas veces tuve tiempo de abordar en aquellos días en que trabajaba a jornada completa en medios de comunicación y empresas propias o ajenas, mientras criaba a mis hijos, la mayor parte del tiempo sola, como la gran mayoría de las mujeres que habitan este país y el mundo.
Y en estos recorridos, hace algún tiempo me reencontré con este notable genio de la sensibilidad, entre muchas otras cosas, que fue Rabindranath Tagore, aquel bengalí que se convirtió en el primer no europeo en obtener el premio nobel de literatura allá, en un lejano 1913, hace más de un siglo atrás.
De Tagore se ha escrito y se escribirá durante mucho tiempo aún. Otro polímata de la historia (ha habido más de los que quisiéramos reconocer), de un talento extraordinario que escribió novelas, cuentos, ensayos, poesías y canciones; un hombre sabio que trató de unir las culturas occidental y oriental. Un internacionalista que abominaba de los nacionalismos. Un pintor de excelencia, aunque tardío. Dos himnos nacionales son composiciones de su autoría: “Amar Shonar Bangla » de Bangladesh y » Jana Gana Mana » de India.
«Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas». Rabindranath Tagore
Tagore escribió sus textos —todavía difíciles de cuantificar— en bengalí, una lengua extraordinariamente musical originada en el sánscrito. Al día de hoy, solo una pequeña parte de su extensa obra ha sido traducida al inglés. Y menos aún, al castellano y otros idiomas. Las primeras traducciones al inglés que se conocen fueron hechas por el mismo Tagore que dominaba el idioma y, al hacerlas, no se ciñó al original, sino que adaptó las ideas e imágenes para hacerlas entendibles para un público extranjero y así trasladó sus poemas al verso libre o a la prosa y eliminó leyendas y hechos locales para hacer sus textos más comprensibles a una cultura totalmente distinta.
Sé que en la tarde de un día cualquiera
el sol me dirá su último adiós,
con su mano ya violeta,
desde el recodo de occidente.
Como siempre habré musitado una canción,
habré mirado una muchacha,
habré visto el cielo con nubes
a través del árbol que se asoma a mi ventana….
Y no sabré que es por última vez…
Antes de partir, quiero demorarme un momento, con el pie
en el estribo, para acabar la melodía que vine a cantar.
¡Quiero que la lámpara esté encendida para ver tu rostro, Señor!
Y quiero un ramo de flores para llevártelo, Señor,
sencillamente.
Tagore (Fragmento de El último viaje)
Pero, como dije en un principio, no es la idea hablar de la obra de Tagore ni de su filosofía, sino contar una anécdota que lo acerca a nuestras vidas cotidianas…a nuestra América austral: la intensa relación de amistad y quizás al amor platónico que desarrolló con Victoria Ocampo, la también tremenda escritora argentina.
Tagore ya había recibido el Nobel cuando viajó a estas tierras, con un destino claro… Perú, donde no llegó. Una fuerte gripe lo hizo detenerse en Buenos Aires para recuperarse y Victoria, al enterarse de su llegada, sin conocerlo personalmente, pero enamorada de su obra e imagen, le ofreció y consiguió una quinta para su estadía y recuperación. Tres meses estuvo Tagore en esas tierras. Tres meses en que Victoria lo visitaba diariamente. Tres meses que cimentaron una amistad de por vida. Victoria tenía 34 años, Tagore había cumplido 64.
“Su llegada sería el gran acontecimiento del año. Para mí, fue uno de los grandes acontecimientos de mi vida”, se lee en la primera página de Tagore en las Barrancas de San Isidro, una confesión que marca el libro escrito por Victoria.
Tagore llegó en auto junto a Victoria. “Aquella tarde el cielo se puso cada vez más amarillento, con nubarrones oscuros. Nunca había visto nubes tan pesadas, tan amenazantes y a la vez tan radiantes”, escribe Victoria. Lo primero que hizo fue mostrarle el balcón de la habitación donde se alojaría: la vista al río. “Ese paisaje era el único regalo de él y no lo olvidaría”. Y, por supuesto, no lo olvidó.
A través de las muchísimas cartas que Tagore le escribiría a Viyaya (como la apodó traduciendo su nombre al sánscrito) a lo largo de los años, él evocaría “el juego constante de los colores sobre el gran río”. En los tres meses que estuvo Tagore en aquella quinta, vivieron una especie de amistad romántica, un amor platónico. Esta relación fue representada en la película Pensando en él, de Pablo César, una coproducción argentino-india realizada el 2018. Tagore vivió todos aquellos meses en San Isidro, salvo una semana en que se fue a la costa: estuvo en Mar del Plata y en Chapadmalal junto a Victoria.
Diez años antes de su encuentro, Victoria Ocampo, había leído y se había enamorado de la traducción francesa de Gitanjali, publicada originalmente en 1910, a cargo de André Gide y también de la versión inglesa de 1913 que reúne junto a Gitanjali, unos cuantos poemarios más a cargo del irlandés William Butler Yeats bajo el título Song Offerings.
El vínculo establecido entre ambos escritores no es solo interesante para nosotros, lectores del fin del mundo. También en la década del ochenta, en el siglo XX, la poeta e investigadora india Ketaki Kushardi Dyson reconstruyó esta historia en el libro Un encuentro fecundo: Rabindranath Tagore y Victoria Ocampo, pero el título original debería ser traducido como En tu floreciente jardín de flores... acorde al elemento poético que circula en la relación entre ambos autores.
Otro libro que aborda la amistad de Tagore y Victoria es el de Rani Chandra, Alapchari Rabindranath, traducido al inglés en 1942, donde Tagore, que es entrevistado, habla latamente de Victoria como “una persona altamente cultivada, muy leída e informada” y se muestra sorprendido por su actitud servicial, reflexionando que
“Las mujeres, en Occidente, expresan su amor a través de acciones positivas, a través de algún servicio tangible. Su amor es una clase de amor que eleva, que enaltece”.
“Poco a poco Tagore domesticó al joven animal salvaje y dócil a la vez que era yo, y que no dormía, de noche, como un perrito cualquiera, simplemente porque estaba fuera de los usos y costumbres”, escribe Victoria. Hay un diálogo que está en el libro y también en la película Pensando en él. Ella le dice: “Usted debió ser un muchacho muy buen mozo cuando estudiaba en Inglaterra. Todas las inglesas debían estar perdidamente enamoradas de usted, ¿no?” “Off course” responde él y se echa a reír para después abrazarse.
Mediante los poemas de Tagore, Victoria cruzó al Oriente, al hinduismo, y logró reconciliarse con la religiosidad, muy diferente a la de su infancia, alejada de ese “Dios vengador, exigente, mezquino, implacable, limitado”, en el que ya no creía, sino a la de un “Dios que me entiende y a quien yo no entiendo”. En el prefacio de Song Offerings, Yeats escribió que un lector indio le dijo que Tagore “es el primero de nuestros santos que no ha rehusado vivir, pero ha hablado desde la Vida misma, y por eso lo amamos”. Victoria no fue una excepción.
Pero como todo en la vida, el tiempo compartido entre ambos terminó. Siguieron escribiéndose y solo se volvieron a ver en París en 1930. Victoria se enteró de su visita a la capital francesa y viajó al encuentro. Una vez allá, gestionó para él una exposición de sus cuadros en París. Fue su último encuentro. Tagore moriría en 1941, a los ochenta años de edad. Victoria lo sobreviviría varias décadas, para morir en 1979.
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Que hermosa historia