Entre los cafés, los escritores y el auge de la literatura

por Karen Punaro Majluf

 La relación entre las cafeterías y la literatura se estableció desde el siglo XVII con los románticos alemanes que hicieron de este espacio un lugar de tertulias que buscaban establecer la cultura como eje de la nación. En los siglos siguientes proliferaron por toda Europa, llegando a Latinoamérica a finales del siglo XIX y siendo también reducto de artistas, escritores y pensadores.  

 Todo partió en una casa

Johann Wolfgang von Goethe fue uno de los autores que plantó los cimientos del romanticismo alemán. Ligado al movimiento Sturm und Drang, que concedía a los artistas libertad de expresión, subjetividad y emoción, se convirtió en fuente de inspiración para los poetas que conformaron la primera generación de románticos: William Wordsworth (inglés), Samuel Taylor Coleridge (inglés) y William Blake (inglés). Los sucesivos escritores, pertenecientes ya a la segunda generación: George Gordon Byron (inglés), Mary Shelley (inglesa) y John Keats (inglés), fueron los autores de clásicos universales leídos hasta en la actualidad y de una prolífica creación de cuentos infantiles. 

Ángel Rama plantea en La ciudad letrada, que durante el siglo XVI la urbe estaba invadida por los que sabían leer que formaban el “anillo protector del poder y el ejecutor de sus órdenes” compuesta por escritores, educadores, el clero, e intelectuales. Sobre lo mismo, Richard Burton añade, en Masters of the English Novel: a Study of Principles and Personalities, que en el siglo XVIII la novela se gestó gracias a la relación del hombre con su entorno motivado por tres razones: los cafés, la prensa y los teatros; estableciendo la correlación entre los autores y la relación que establecían con sus pares.

Es la reunión social el núcleo de crecimiento del primer romanticismo. El “epicentro” se situó en la ciudad de Jena – centro-este de Alemania- en el salón de Caroline Schelling, intelectual que trascendió por llevar la obra de William Shakespeare al alemán. Es interesante recalcar que a las tertulias asistían artistas y pensadores de diferentes clases sociales y que se le dio un espacio a la mujer que comenzaba su emancipación intelectual. Esta mistura responde a lo que buscaba el movimiento en cuanto a una sociedad mixta y liberal, donde la cultura fuera el punto en común. 

Rüdiger Safranski afirma, en Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, que quien mejor define el período es Georg von Hardenberg -más conocido por su pseudónimo Novalis- quien lo explicó a través de un juego de contradicciones: “en cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizo (Ich romantisiere)”.

De París a Buenos Aires: oh la la

Manuel Peña en su obra Los cafés literarios en Chile, comienza haciendo un repaso por la capital francesa y el auge de los cafés. El autor comenta que fue en 1675 cuando se fundó en París el café Le Procope, el cual ya en el siglo XIX fue visitado por los escritores Víctor Hugo, Teófilo Gautier, Alejandro Dumas, George Sand (Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant), Maximilien Robespierre y Paul Verlaine.

El “poderío” de Le Procope duró 110 años hasta que se fundó el Café Riche, siendo frecuentado por Gustave Flaubert, los hermanos Edmond y Jules de Goncourt y René Albert Guy de Mauppasant. 

Peña señala que, en los lugares de reunión, “a partir de los años ‘20, el movimiento surrealista encabezado por André Breton se desarrolla en París en los cafés, principalmente en el de la Place Blanche o en el de La Côte d’or (…) Pasaron Jean Paul Sartre, Ernest Hemingway, Albert Camus y Pablo Picasso”. 

Fue en el mismo siglo XX que en Buenos Aires se inauguró el Café Tortoni, fundado por un inmigrante francés de quien solo se recuerda su apellido, Touan. Sin embargo, recién cuando lo adquirió –el también francés- Celestino Curutchet se convirtió en el “epicentro” de la elite porteña estudiosa y amante de las artes y la filosofía. Sus tertulias las engalanaron figuras como Alfonsina Storni, Federico García Lorca, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Teresa Wilms Montt, José Ortega y Gasset, Leopoldo Marechal, Juan Rulfo y Baldomero Fernández entre tantos otros. Fue precisamente este último, poeta y médico rural, quien escribió los siguientes versos a modo de honrar el enorme café ubicado en la Avenida de Mayo:

A pesar de la lluvia yo he salido a tomar un café.

Estoy sentado bajo el toldo tirante y empapado de este viejo Tortoni conocido.

(Fragmento poema “Viejo Café Tortoni).

Aunque es preciso señalar y destacar que no solo en el Tortoni se gestaba la vida cultural bonaerense, pues en 1929 el español Francisco Piccaluga fundó el Hotel Castelar, que además de poseer uno de los más elegante salones de café, era admirado por sus 33 metros de altura. Entre sus paredes nació el “Grupo de Florida”, conformado por Oliverio Girondo, Evar Méndez, Samuel Glusberg, Jacobo Fijman, Xul Solar, Leopoldo Marechal, Raúl González Tuñón y Macedonio Fernández, quienes planteaban que si en París la literatura se hacía en los cafés, Argentina no podía quedarse atrás. 

Hasta acá solo la élite tenía acceso a las tertulias y relaciones culturales que se establecían los salones; es por ello que toma tanta importancia el “Grupo de Boedo”, integrado por Elías Castelnuovo, Roberto Arlt y Leónidas Barletta, quienes se reunían en el Café Margot, que abrió sus puertas en 1904 y se encuentra en un viejo barrio en el centro-oeste de Buenos Aires (avenida Boedo esquina San Ignacio). 

Estos autores, asiduos también –sobre todo Arlt- al bar-café El Japonés, (fundado en la década de 1920 por uno de los primeros inmigrantes nipones a Argentina, Motokichi Yamagat) planteaban que la literatura debía reflejar la realidad, ser cercana al pueblo y a la clase obrera; todo en medio de un escenario que, de la mano de Hipólito Irigoyen, llevó por primera vez a las clases medias al poder cambiando el escenario establecido durante décadas.

Roberto Arlt hizo parte de su vida literaria entre las paredes de El Japonés e incluso lo menciona en la novela Los siete locos (1929). 

Al poner una mano en el bolsillo encontró que tenía un puñado de billetes y entonces entró en el bar Japonés. Cocheros y rufianes hacían rueda en torno de las mesas. Un negro con cuello palomita y alpargatas negras se arrancaba los parásitos del sobaco, y tres «polacos» polacos, con gruesos anillos de oro en los dedos, en su jerigonza, trataban de prostíbulos y alcahuetas”.

Lugares de reunión, crimen y pasión

Frente a la Pérgola de las flores (que inspiró la obra musical del mismo nombre escrita por Isidora Aguirre) se encontraba la pastelería y salón de té La Isleña, recinto de mesas de hierro y espejos en las paredes que recibió a la cantante Nelly Melba -en su debut en Chile-; al escritor Roberto Sarah –psiquiatra que se volcó a la literatura- autor de A nadie daré una droga mortal y Mi querido infierno, entre otras obras narrativas y de teatro-. 

Otro de los lugares que destacó por su público ligado a las letras fue el Café Iris -cuya construcción comenzó en 1913 y funcionó hasta 1976-. En este centro de reunión, según indica Oreste Plath en El Santiago que se fue. Apuntes de la memoria, su clientela habitual era de “intelectuales, artistas y periodistas”, entre los que destacan los poetas Julio Vicuña Cifuentes y Andrés Sabella; los escritores Manuel Rojas, José Santos Gonzáles Vera y Carlos Vattier; y la periodista María Lefebre, entre muchos otros personajes destacados. 

Sin embargo, el salón de té que mayor trascendencia tuvo, tanto por quienes lo frecuentaban como por los escándalos que albergó, fue el del Hotel Crillón. Conocido a nivel de toda América, este local recibió a la más alta alcurnia capitalina. No por nada Joaquín Edwards Bello escribe La chica del crillón (1935), novela que cuenta la historia de una joven de familia adinerada, que tras perderlo todo sigue frecuentando sus salones ocultando su “nueva realidad”. 

El novelista  hizo del Crillón su punto de encuentro con escritores y pensadores chilenos de mediados del siglo XX; “Ismael Edwards Matte, director de la revista Hoy; los poetas jerónimo Lagos Lisboa, Chela Reyes, Patricia Morgan, Blanca Luz Brum, Victoria Barrios; los novelistas Luis Durand, Pepita Turina, Efraín Szmulewicz; Benedicto Chuaqui (…); Luis Alberto Sánches, peruano, ensayista y crítico de la literatura americana (….); Magda Arce, investigadora de la literatura latinoamericana”, explica Plath.

Sin embargo, el Crillón no solo apareció en las páginas culturales y sociales de El Mercurio, sino que fue también protagonista de la crónica roja. 

Dos escritoras se dejaron llevar por los celos e hicieron del Hotel escenario de balaceras, escándalo y muerte: María Luisa Bombal y María Carolina Geel. 

Tras un intento de suicidio y pensando que dejar Chile la llevarían a olvidar a Eulogio Sánchez, María Luisa Bombal se fue a Buenos Aires a instancias de su amigo, el entonces cónsul Pablo Neruda. En la capital trasandina comparte con Victoria Ocampo, Alfonsina Storni, Luigi Pirandello, Federico García Lorca y Jorge Luis Borges, entre otros; ambiente que estimula su seguridad y creatividad, lo cual culmina con la redacción de La última niebla (1931). Pero ni el éxito literario la hicieron olvidar a Sánchez, por lo cual regresa a Chile. 

El 26 de enero de 1941 fue al encuentro de Eulogio quien se encontraba en el Hotel Crillón. Al verlo salir, Bombal empuñó el arma que llevaba escondida y le disparó cinco balazos. El aviador quedó herido y con un proyectil en su cuerpo de por vida. La escritora fue detenida pero absuelta a los seis meses. Siempre recordaría los hechos afirmando que Sánchez “me arruinó la vida, pero nunca pude olvidarlo”.

Quince años después el Crillón nuevamente fue el lugar elegido para culminar una relación amorosa: la escritora María Carolina Geel asesinó de dos balazos a su amante, Roberto Pumarino; quien había decidido terminar la relación e irse con una mujer más joven. Es posible encontrar en la prensa de la época imágenes de Geel abrazando el cadáver mientras la policía intentaba tomarla para llevarla detenida. 

Geel fue condenada a tres años de presidio, pero no llegó a cumplirlos. Gabriela Mistral, desde Nuevo York, ciudad donde ejercía como cónsul, pidió al presidente Carlos Ibañez del Campo la conmutación de la pena. 

“Respetuosamente suplicamos a V.E. indulto cabal para María Carolina Geel que deseamos las mujeres hispanoamericanas. Será ésta, una gracia inolvidable para todas nosotras»

(Fragmento de “Disparó en contra de su amante”, Memoria Chilena).

Tomando en cuenta la importancia de quien hizo la petición, el Primer Mandatario respondió a Mistral: 

“Respetada Gabriela: He vacilado un instante en la forma cómo dirigirme a mi ilustre compatriota. Pero sus admirados libros crean una familiaridad que permite el trato tan directo. Sepa mi estimada amiga, que en el instante en que usted formula una petición, esta es un hecho atendido y resuelto. Es de enorme magnitud lo que Gabriela Mistral ha realizado por Chile por lo que sería incomprensible que el Presidente de la República no escuchase una súplica nacida del corazón de nuestra gran escritora. Considere, pues, desde ya indultada a María Carolina Geel. Con la cordialidad y admiración de siempre le saluda su amigo y Presidente, para quien ha sido gratísimo el poder aceptar esta petición tan humana y emotiva».

(Fragmento de Disparó en contra de su amante, Memoria Chilena).

¿El fin?

No se está claro si fue porque durante la dictadura se coartó la cultura y las posibilidades de narrar fielmente la realidad se vieron mermadas; por la llegada –ya en los ’90- de los “cafés con piernas” que fomentaban la fantasía sexual más que la creatividad artística; por la proliferación del internet que fomenta la creatividad en solitario, las publicaciones online y la posibilidad de sacar novelas de publicaciones en blogs; que, desde mediados de los ’70 hasta la actualidad, los cafés ya no son un punto concreto de encuentro de artistas… aunque siempre es posible hallar a un romántico escribiendo a mano en una pequeña libreta algunas ideas sueltas que pueden llegar a conformar una obra literaria. 

“Minga de café. Abstención completa. ¿Y qué le queda a usted? Reducirse al capuchino, al innoble y seductor capuchino, que es una mezcla, por partes iguales, de leche y café, servida en una tacita de café. La tacita, para que usted se haga la ilusión de que se manda a bodega una ración de achicoria, y para engañar la visión, como los cocainómanos que cuando no tienen con qué doparse, toman por la nariz ácido bórico o magnesia calcinada. El caso es hacerse la ilusión…»

Elogio agridulce del capuchino, Roberto Arlt (Fragmento de Aguafuerte publicada en diario Crítica entre 1928/32).

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