Europa en peligro: Los ultras enfrente del Rubicón

por Juan. G. Solís de Ovando

Aunque es cierto que en las pasadas elecciones para elegir el parlamento europeo la sangre no llegó al río, no es menos cierto que la ultraderecha europea se acercó peligrosamente a cruzar el Rubicón, como cuando Julio César violando las leyes y los edictos del senado romano puso a sus legiones en territorio prohibido.

Y, en algunos países, como Francia constituyó una verdadera bomba: Después que la ultraderecha liderada por Mary Le Pen consiguiera el 30 por ciento de los votos el presidente Macron disolvió el parlamento y convocó a elecciones como una forma (bastante arriesgada) de confirmar mayorías parlamentarias juntando apoyos anti ultras. También en Bélgica, en cuya capital, Bruselas -que lo es también de Europa-, un desconsolado Alexander De Croo, primer ministro, renunciaba ante el descalabro que significaba para la victoria de la derecha nacionalista N-VA y Vlaams Belang en Flandes (Norte) y a los independentistas liberales francófonos (MR) en Bruselas. Algo parecido ocurrió en Austria, donde la ultraderecha de del Partido de la libertad (FPO), obtuvo una sonada victoria, cosechando el 25,5% de los sufragios logrando imponerse por los populares austríacos la OVP. La socialdemocracia queda relegada a un tercer lugar.

También fueron significativas la derrota sin paliativos de los partidos de la coalición de gobierno alemán que dirige el canciller Olaf Sholz, compuesta por socialdemócratas (SPD), y los Verdes y liberales (FDP). Derrota humillante, pues fueron sus propios electores los que les dieron la victoria a la ultraderecha germana. 

Los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AFD) se impusieron en todos los territorios de la ex RDA, la Alemania comunista de antaño, y obtuvieron un 14,2 % de la votación total. Un desastre para el gobierno socialdemócrata que es derrotado claramente por la derecha de la Unión Cristiano demócrata (CDU).

La victoria de Giorgia Meloni es significativa en varios aspectos. Porque los Hermanos de Italia (Fratelii) no solo obtienen el 28,8 % de los votos mejorando los resultados electorales de las elecciones generales sino porque siendo uno de cinco gobiernos de Europa gobernados por la ultraderecha se transforma en líder de este segmento emergente en el continente y, además, porque se auto propone como bisagra entre los ultras y la derecha democrática, algo que, a la izquierda europea, aterra.

No obstante, conviene no confundirse: Los ultras no solo cosecharon victorias en estas elecciones, aunque si es verdad que algunas de ellas fueron ruidosas. 

Al fin, lo cierto es que la próxima composición del parlamento europeo quedará con una amplia mayoría de los partidos de derecha europeísta, socialdemócratas y liberales: que suman los 186 escaños de los Populares, los 135 de los socialdemócratas, y los 79 de RE, los centro izquierda/centro – liberales son 400 escaños que representan el 55,5% de los 720 escaños del parlamento europeo actual. Esto sin considerar los escaños de la izquierda y los verdes. Todo indica que la actual presidenta de la comisión europea Ursula von der Leyen, sea reelegida.

Sin embargo, nada provoca tanto ruido como el ascenso de la ultraderecha hasta ahora irrefrenable. Por consiguiente, en estas elecciones, la primera clave a comprender es el contexto en que se desarrolla este crecimiento que hasta hace menos de una década habríamos considerado imposible.

Y, aunque se trata de una situación política, lo que hay que comprender, primeramente, es que la ultraderecha europea actual es hija de cambios sociales más profundos que lo que se puede explicar en el análisis corto de una coyuntura.

Un poco de historia. La Europa de la posguerra devastada y agotada destruida físicamente y dividida entre los dos grandes bloques geopolíticos había vertido la sangre de generaciones en guerras y conflictos que habían tenido allí el escenario de las dos guerras mundiales. Fue en ese contexto que los líderes europeos cayeron en la cuenta de que solo unidos en un proyecto común podrían sobrevivir e intentar una nueva oportunidad de construir una Europa en paz y progreso. 

Pero tenían varios problemas. En primer lugar, si querían resistir a ese mundo convulso y dividido deberían tener autonomía en una cuestión clave: las materias primas. Por eso el primer acuerdo fue el del mercado común del acero y el carbón.

Los europeos tardaron relativamente poco tiempo, en términos históricos, en reconstruirse y levantarse sobre sus ruinas y, aunque es cierto que los norteamericanos contribuyeron con el financiamiento del Plan Marshall, no hay que menospreciar el esfuerzo del milagro europeo. (Recordemos que Venezuela recibió una cantidad mayor durante el auge de los petrodólares, de la década del 70 y ya hemos visto los resultados).

Pero ese progreso europeo no fue fácil ni simple. El capitalismo se desarrolló allí vigorosamente, pero con una gran dependencia de las finanzas mundiales, o sea de Estados Unidos, preferentemente. Además, necesitaban abundante mano de obra barata porque la europea se había reducido y se encarecía, dadas las condiciones de trabajo, incrementalmente favorables a los trabajadores. (No olvidemos que, la competencia con el campo socialista obligaba a mostrar que el progreso económico se distribuía).

Europa echó mano a un viejo sistema: la importación de mano de obra barata siguiendo el patrón que el sistema colonial que habían fundado hacía siglos le había enseñado. Por eso en el paisaje humano de los europeos, se fue entretejiendo la presencia de otras etnias provenientes de África, Asia y otros continentes.

Entretanto, la Unión Europea fue encontrando grandes posibilidades de potenciar las economías nacionales en la medida en que se reforzaban con nuevos y mayores acuerdos comerciales y políticos. Llegó un momento en que la única manera de asegurarlo era construyendo instituciones que se fueron articulando en una arquitectura con los poderes representativos clásicos: Poder ejecutivo (Consejo Europeo y Comisión Europea) poder judicial (Tribunal de Justicia de la Unión Europea) y poder legislativo (Parlamento Europeo), junto con otras instituciones de representación general.

Y, para poder crecer sostenidamente potenciando y protegiendo sus economías debían integrarse en una política económica común: de allí la necesidad de tener una moneda común, el Euro, y un banco central común: el Banco Europeo.

Europa progresaba, pero además crecía en número de países. Entre los años 1951 de su fundación en la que solo participaban AlemaniaFranciaItaliaPaíses BajosBélgica Luxemburgo, o sea 6 estados, Europa se extendió a lo que es la actual Unión Europea con 27 miembros, y 5 que están en lista de espera, para integrarse.

En el sinuoso camino de la cooperación y los desencuentros hubo una pérdida: el Reino Unido que con el proceso del denominado Brexit terminó abandonando la casa. Un trauma que nadie en Europa -y cada vez menos los ingleses-, quiere recordar.

La Europa actual constituye una potencia económica: la tercera economía mundial medida en PIB: 15.5 billones de dólares. Detrás de los 18 billones de dólares de la República Popular China. No es poco.

Pero, la Europa que crece económicamente, se desarrolla social y culturalmente y se integra en instituciones cada vez más sólidas lo hace -recordando al barbudo alemán- no sin contradicciones; contradicciones que se muestran en el debate político actual.

En primer término, las que surgen del agotamiento de los beneficios del estado bienestar que en los países más desarrollados se hacen sentir entre las nuevas generaciones. Esas que ya no pueden aspirar a los mismos niveles de prosperidad que sus padres: sin buenas perspectivas de empleo y sin posibilidades de adquirir o arrendar una vivienda que les permita tener a las nuevas parejas una vida independiente y con incertidumbres con relación a las pensiones futuras y las prestaciones sanitarias.

En segundo, la dependencia. Pero esta vez, no lo es de los Estados Unidos como en la décadas de los años 60-80, sino de China.  Una dependencia que no procede solo del control del capital financiero y ni siquiera del desequilibrio comercial sino de algo mucho pero mucho más importante: esos diminutos chips de silicio que sustentan nuestro modo de vida contemporáneo: los semiconductores.  El centro del futuro tecnológico. Si hoy se acentúa la disminución de la oferta de éstos, la industria automovilística española podría entrar en una crisis grave, por ejemplo. Pero mucho más importante es que de esos chips dependen los procesos de guiado, comunicación, detección y procesamiento de los sistemas de información que emplea la industria robotizada, la Inteligencia Artificial y las fuerzas armadas.

En tercer lugar, la caída del muro de Berlín en la década del 90, si bien reafirmó el triunfo de la Europa Occidental respecto de la Europa comunista, le llevó todos sus problemas: el atraso de su industria; la inadecuación profesional de sus trabajadores; la demanda por bienes y servicios, entre otros. Además, eran países y sociedades desiguales: los habían atrasados y rurales como Rumanía y avanzados y urbanos como la República Checa.

En cuarto lugar, la Europa inicial siempre fue desigual: Los países del norte, industriales y más desarrollados, como Alemania, Francia y los Países Bajos contrastaban con la Europa del sur, Italia, Grecia, España y Portugal con mayor predominio del sector agrícola y menos industrializados. Y, aunque siempre entre ellos pudieron llegar a acuerdos para sostenerse y potenciarse mutuamente, con la entrada de los países del este todo esto se complicó. 

En quinto lugar, la Europa que se desarrolló merced a la obra barata de los inmigrantes una vez recuperado su potencial demográfico, empezó a reaccionar a las nuevas oleadas de inmigración ilegal que, sin control ni orden, vinieron a reforzar el negocio de la trata de personas, entre otros delitos.

En sexto lugar, se ha ido acentuando la contradicción sobre implementar políticas medioambientales o garantizar el crecimiento industrial y especialmente la agricultura europea en crisis. Los ultras de derecha hacen de esto un afluente rico en prejuicios y mentiras, pero funciona. Mientras Europa paga por medidas estrictas de cuidado del medioambiente debe competir con productos agrícolas africanos y latinoamericanos que los desconocen, afirman en sus eslóganes.

Y, por último, y hay que decirlo, la entrada de la Europa del Este trajo la guerra: la invasión de Putín en Ukrania -país que solicita su ingreso a la Unión-, comprometió a sus estados miembros a participar cada vez más directamente en esa guerra. Lo que ha traído gasto, inmigración, y reequilibrios geoestratégicos en el ámbito militar. Recordemos que antes de la invasión de Ukrania la OTAN se encontraba en franco y retroceso y después de esta ha sucedido todo lo contrario: Suecia y Finlandia ingresan a la Alianza Atlántica por presión de sus pueblos. Pero lo más importante es que existe una Europa más armada y dispuesta a aumentar el gasto militar.

El auge de los ultraderechistas europeos bebe de todos estos descontentos distintos y distantes, pero han logrado componer una música común que tiene sus temas favoritos y compartidos. Y, sobre todo, son temas que navegan bien en el sustrato cultural europeo. Entre ellos, la más importante es la xenofobia que, aunque siempre existió, tiene ahora sus componentes nuevos: el más importante, el islamismo. Para la Europa blanca, occidental y cristiana la existencia de movimientos extremistas de cultura musulmana y que estos tengan militantes pertenecientes a segundas y terceras generaciones de árabes nacidos y educados en suelo europeo, es el mejor ejemplo de la incapacidad de integración de estas minorías al modelo social, político y cultural europeo.

Además, la impronta autoritaria de todos ellos bebe de la cultura conservadora y también tradicionalista, que, en su enfrentamiento con el feminismo y su expresión cultural, la ideología de género, se reclama defensora de la familia.

Se expresa también, en la lucha contra las políticas medioambientales que, desde un franco negacionismo de unos, y el proteccionismo de otros, cuestiona las metas europeas de reducción de la huella de carbono, emisiones contaminantes, entre otras.

Más difícil de comprender son las políticas soberanistas en tanto son intrínsicamente contradictorias por cuanto se presentan a un parlamento europeo cuya autoridad niegan, pero es una expresión de rebeldía a las leyes europeas que protegen los derechos humanos, de los inmigrantes entre otros.

¿Por qué estas posiciones antieuropeas crecen y ponen en peligro el proyecto mismo de la Unión?Probablemente por todo lo anterior y también porque las nuevas generaciones de votantes, especialmente jóvenes y de sexo masculino, solitarios en su cultura, ignorantes de su historia, y descreídos de su futuro, solo valoran los proyectos de corto plazo y la prosperidad conseguida en los caminos cortos.

Estas elecciones son, pues, un llamado de atención: Los ultras no cruzaron el Rubicón, pero se acercaron. Se acercaron demasiado. 

Este es un momento para que, retrucando al alcalde de ese pequeño pueblo de Móstoles, Torrejón de Ardoz, en el Madrid invadido por los franceses imprimiera las célebres palabras: europeos, la Unión está en peligro, ¡acudid a salvarla!

También te puede interesar

Deja un comentario