«Él se convirtió en uno de los mejores fotógrafos de guerra del siglo XX y ella quedó como una nota al pie de su historia: ‘La novia de Capa'».
«Cuando se conocieron, se vestía muy mal y se veía extremadamente pobre (lo era). Taro creía que una buena apariencia era de vital importancia para influir en las personas que podrían comprar sus fotografías, por lo que ella insistió en que se vistiera con elegancia y se cortara el cabello» (Jane Rogoyska, autora de la biografía Gerda Taro, Inventing Robert Capa)
En este extraño invierno en que julio llegó y se fue sin casi derramar una gota de agua sobre la Pachamama y con el cartel de ser uno de los más calurosos de la historia, tanto que en algunas jornadas podía olvidar que estábamos en lo más álgido del invierno y sentir ad portas la primavera o el mismo verano, circulé como nunca por las redes investigando temas que por angas o por mangas llaman mi atención cuando, de pronto, un peculiar apodo me hizo detenerme a explorar el por qué.
Se desplegaba en la pantalla un artículo sobre El pequeño zorro rojo, título lleno de poesía que atrapó mi atención y empecé a introducirme en una historia increíble, ignorada e impensada…me di de bruces con dos nombres: Gerta Pohorylle y André Ernő Friedman, que en principio no me dijeron nada, pero nada, nada y que estoy medianamente segura, tampoco significan algo para la mayoría de los que están leyendo estas líneas.
Gerta Pohorylle, nació en Alemania en una familia burguesa de judíos polacos, y con el tiempo devendría en Gerda Taro, apodo elegido porque era fácil de pronunciar y su sonido recordaba a Greta Garbo. Fue la primera fotoperiodista corresponsal de guerra, también la primera reportera gráfica en morir en un frente de batalla -no vivió más que 27 años (aunque murió seis días antes de cumplirlos)- y fue la inventora, la creadora del mito de Robert Capa, un nombre que ilumina el mundo de la fotografía y que también vivió escasos 40 años
Gerda Taro vivía en Leipzig en los albores del nazismo y adhirió a los izquierdistas en franca rebeldía al régimen, siendo detenida muy joven (en 1933) por hacer campaña contra el gobierno nazi. Después de aquel susto se vio obligada a emigrar del país, escapando con una amiga a París y separándose para siempre de su familia. Allí tuvo que sobrevivir ejerciendo los más diversos trabajos tales como niñera, camarera, mecanógrafa y, finalmente, secretaria en la agencia Alliance Photo donde, junto con descubrir su vocación de fotógrafa, conoció a André Ernö Friedman, un joven fotógrafo judío/ húngaro. Se vieron, se gustaron y se enamoraron, y André compartió con Gerda su vida y sus conocimientos de fotografía.
Eran jóvenes sin experiencia y necesitaban con urgencia generar ingresos. Sus nombres y su condición de extranjeros hacían difícil triunfar en el París de entonces y a Gerda se le ocurrió la extraordinaria idea de crear un personaje al que bautizó como Robert Capa, promoviéndolo como un afamado fotógrafo de Estados Unidos, que llegaba a trabajar a Europa. Por su fama (supuesta) y el hecho de ser estadounidense, sus fotos se podían vender al triple del valor que las que un francés. Los representantes en Francia serían, Friedman y Pohorylle. Pero como sus nombres era difíciles de pronunciar, ella eligió como seudónimo Gerda Taro e inventó para André el nombre de Robert Capa. Esta idea se transformó en una excelente fuente de ingresos y marcó el estilo de las fotografías realizadas por ambos y de las cuales, hasta hoy, resulta difícil adivinar el autor. Misterio que probablemente se mantenga así.
«Como refugiados extranjeros, con nombres obviamente judíos (Friedmann y Pohorylle), que intentaban encontrar trabajo en el mercado francés, altamente competitivo, eran muy conscientes de su estatus inferior», afirma Rogoyska.
Es entonces cuando se inicia, en 1936, la Guerra Civil en España y motivados por sus ideales revolucionarios y también por el afán de encontrar reputación y fama, se incorporan al bando republicano donde fueron testigos de innumerables episodios de la guerra y realizaron reportajes fotográficos que fueron reproducidos en medios como “Regards”, “Vu” o “Ce Soir”. Ambos se complementaban y en algún momento, mientras André grababa con una cámara, ella tomaba fotografías con su Leica. Su trabajo fue tan estrecho que la mayoría de los fotogramas de las películas tomadas por Capa son similares a las imágenes de la fotógrafa apodada por los milicianos como ‘Pequeño zorro rojo’ por su juventud, astucia y color de pelo y, sobre todo, por su habilidad para conseguir siempre el mejor sitio para la mejor foto. Es así que fue definida por testigos de su trabajo, como una persona con ojo de fotógrafo, alma de periodista y coraje de guerrero.
En 1937, el último año de vida de Gerda, se produjo un tonto alejamiento entre ambos, al parecer porque Taro rechazó la propuesta de matrimonio de André. Desde ese instante, el último año de su vida, sus carreras se separaron y ella se acercó a intelectuales antifascistas europeos como George Orwell o estadounidenses como Ernest Heminway, comercializando su trabajo como Photo Taro en publicaciones como ‘Illustrated London News’, ‘Life’ y ‘Volks Illustrierte’. Capa, por su lado, fundó la agencia Magnum Photo. Durante este último año su estilo se consolidó, reflejando «su confianza y habilidad, así como su creciente disposición para involucrarse en temas difíciles» y tomó fotografías impactantes de víctimas de atentados con bomba en morgues, de niños desplazados y heridos, tomas de acción de la primera línea. Un trabajo espeluznante para muchos.
Uno de los reportajes más relevantes de Gerda Taro fue el de la primera fase de la batalla de Brunete, en la que fue testigo del triunfo republicano y le dio prestigio internacional. Sin embargo, poco después las tropas franquistas iniciaron el contraataque y Gerda decidió volver al frente de batalla. Allí fue testigo de los bombardeos de la aviación y de la derrota del bando republicano. Realizó muchas fotografías y fue el lugar donde perdió la vida en un accidente durante el repliegue del ejército pues al subirse al estribo del coche del general Walter (miembro de las Brigadas Internacionales) pasaron unos aviones a baja altura desatando el pánico en el convoy en el que viajaba Gerda quien cayó tras un pequeño montículo en el terreno. En ese momento, un tanque republicano dio marcha atrás saltando sobre la elevación y cayendo sobre Taro que se encontraba tras ella. No falleció de inmediato, sino que muy malherida fue trasladada a un hospital donde murió a las pocas horas. Su cuerpo fue trasladado a París donde se le rindieron honores como heroína republicana y fue enterrada en el cementerio Pére-Lachaise, donde su tumba es frecuentemente visitada.
Pero esa joven, llamada Gerda Taro, permaneció en el olvido durante décadas, y quizá aún sea desconocida para muchos
El día que Gerda murió, Capa no la acompañaba. Fue una de las raras ocasiones en que no lo hizo y al parecer, Capa nunca se perdonó no haber estar estado allí. Luego de la muerte de Taro, Capa se encerró por semanas a beber y cuando resurgió, “El joven refugiado húngaro Andre Friedmann, que se había enamorado tan fácilmente de Gerda Pohorylle y le pidió que se casara con él, se había ido. En su lugar estaba un bebedor, jugador, mujeriego y arriesgado Robert Capa» que nunca se perdonó haberla dejado ir sin él.
«A partir de ese momento, Capa rara vez se refirió a Taro en público y, aunque estuvo vinculado románticamente con muchas mujeres, nunca volvió a comprometerse con nadie» y lo condujo a su muerte recién cumplidos los 40 años al pisar una mina terrestre mientras tomaba fotografías en la guerra en Indochina.
Hoy en día, el nombre de Capa es internacionalmente reconocido, pero el de Taro recién empieza a tomar su lugar en la historia y se ha convertido en culto entre las generaciones más jóvenes, especialmente entre las mujeres. Estuvo en el olvido hasta finales de la década de 1980 cuando empezó a salir de las sombras por el trabajo del biógrafo de Capa, Richard Whelan, seguido por una serie de investigaciones del Centro Internacional de Fotografía (ICP) que analizó la obra de Capa.
Pero la mayor parte de su obra salió a la luz recién en el 2007 con la llamada “maleta mexicana”, que en realidad eran tres cajas con miles de negativos perdidos de fotografías de la Guerra Civil española tanto de Capa como de Taro y de su colega David Seymour (Chim). Estas cajas habían estado en poder del embajador de México, el general Francisco Aguilar, desde que Capa se las entregó para sacarlas de Francia en 1939. El embajador las llevó a su casa y las olvidó. Así, estos negativos estuvieron perdidos durante medio siglo hasta la muerte de Aguilar cuando las fotografías pasaron a manos de un pariente, Benjamin Tarver, cineasta mexicano que se dio cuenta del valor de lo que había heredado y se contactó con el Centro Internacional de Fotografía. Pero, aunque el primer contacto se realizó en 1995, solo el año 2007 se logró negociar la donación de lo que se ha conocido como la maleta mexicana que permitió identificar el trabajo de Gerda Taro. A pesar de esto, se cree que algunas fotografías atribuidas a Capa son en realidad de Taro, pero eso “nunca lo sabremos con seguridad” asegura la experta Rogoyska.
…” y la fotógrafa ha adquirido un estatus de culto, especialmente entre las mujeres jóvenes», dice Rogoyska.
Es indudable que la Guerra Civil española, opacada por la Segunda Guerra Mundial, el hecho que Franco eliminara el trabajo de los fotógrafos republicanos y que a Taro se la asociara con los comunistas, silenciaron su trabajo, pero en estas primeras décadas del siglo XXI ha vuelto a ser reconocida como documentalista de la cruenta guerra civil sufrida por los españoles…
Para terminar… una nota curiosa… al terminar el siglo XX, las redes difundieron de manera casual la última fotografía de Gerda Taro cuando, herida, era atendida por un doctor húngaro de las Brigadas Internacionales.