Como a Lucila Godoy Alcayaga que caminó desde Montegrande hasta Estocolmo sin pasar por universidad alguna y a regañadientes le otorgaron el Premio Nacional de Literatura; a Hernán Rivera Letelier, un talquino que ha pasado su vida en la pampa del norte chileno y que realizó a pulso sus estudios, obtuvo el Premio Nacional de Literatura 2022, luego de descartarse cuatro veces su nominación.
Pese a una obra monumental, a los laudatorios comentarios más allá de las fronteras y a miles de lectores que aplauden su escritura, es ignorado por la mayoría de los académicos y críticos literarios, que se resistieron a galardonarlo, aunque sus narraciones han hecho florecer el desierto.
Hernán Rivera Letelier nació en Talca, pero eso es solo una anécdota ya que la mayor parte de su vida ha transcurrido en la pampa salitrera del norte… Hernán, considerado hoy uno de los mejores narradores de la literatura chilena, solo comparable a autores como Antonio Skármeta, Isabel Allende o Luis Sepúlveda, por nombrar algunos, ha sido distinguido con el Premio Nacional de Literatura 2022, luego de ser nominado varias veces a este galardón. Cualquiera que no fuera Rivera, habría perdido las esperanzas de obtenerlo, pero Hernán no es como cualquier otro.
Intentar abordar la vida y obra de este pampino no es fácil, porque introducirse en el espíritu de ese niño que quedó huérfano a los 11 años cuando su madre murió a causa de la mordedura de una araña de rincón, y optó por quedarse en Antofagasta, mientras el padre y sus cuatro hermanos se iban a trabajar a las minas, que habitó una choza de latón ubicada detrás de la estación… representa un desafío mayor. Nada parece haber sido imposible… nada que atravesara esa corteza dura en que se convirtió su piel bajo el sol del desierto donde trabajó y descubrió las palabras…su papá, “el viejo”, que bajaba de la mina sólo una vez a la semana, apenas supo en esos años de él y de sus andanzas… “por las mañanas vendía diarios en el centro y en la tarde iba a la escuela. Iba poco; me convertí en un cimarrero empedernido”. Solo completó la enseñanza básica. Pero fue suficiente para que comenzara a escribir y, por supuesto, como casi todos los que hacen sus primeros pinos en la escritura, comenzó con poemas.
Cumplidos sus 18, recorrió a dedo el país durante tres años, viaje que se interrumpió abruptamente con el golpe militar, impidiéndole la libre circulación, menos a dedo por las carreteras. En ese tiempo no leía. En su casa de evangélicos, el único libro disponible era la Biblia. Nunca había tenido oportunidad de conocer un escritor y cuando empezó a leer lo que tenía a mano era pura basura literaria. Lo más intelectual a que accedió fueron las selecciones del Reader’s Digest.
Como ya no podía seguir recorriendo el país, volvió a las salitreras, pero allí no había nadie que escribiera, ni que hablara de poesía. Sin embargo, tuvo la fortuna de descubrir un libro en la librería de la oficina salitrera que vendía de todo, menos libros, pero que afortunadamente, por mera casualidad, exhibía por primera vez uno: la Antología de la poesía chilena contemporánea de Alfonso Calderón, libro que lo atrapó y marcó su espontánea vocación. A través de esta Antología, Rivera conoció a Parra, Huidobro, Pablo de Rokha, Neruda, Gabriela Mistral, Manuel Silva Acevedo, Gonzalo Millán. Sintió que todo lo que había escrito hasta entonces valía nada y, sin pensarlo, hizo una fogata y lo quemó.
“Tomé toda mi producción y la quemé, porque ahí descubrí que la poesía era otra cosa, yo andaba por otro lado”, confesó el escritor.
Se casó ese mismo año con Soledad, apenas una niña de 17 años (él tenía 24), su mujer y compañera desde entonces y con la que tuvo cuatro hijos (ya están muy cerca de cumplir el medio siglo juntos). Después partió a Pedro de Valdivia a trabajar como obrero. Ahí les entregaron una pieza, como a todos los casados para que vivieran con sus hijos; una sola habitación para dormir, comer, y donde los niños veían tele. En fin, igual lograba concentrarse y escribir. Como él dice, no había con quien hablar de poesía, pero si podía leer, y luego de los autores chilenos, ya cumplido el cuarto de siglo, se introdujo en la escritura de García Márquez, Vargas Llosa, Rulfo (al que sigue releyendo hasta hoy) y de escribir poesía, pasó al cuento y luego a la novela.
Tenía una mesa chica de un metro cuadrado y estaba la cocina, la mesa, la tele y yo escribiendo al medio, los niños viendo tele y mi señora haciendo la comida. A veces estoy en el café con mi computador y la bulla puede ser tremenda, pero estoy concentrado. Una vez un tipo se me acercó, porque había una bullanga extrema en el café, y me dice “don Hernán, se puede concentrar con toda esta bulla”, y sin levantar la cabeza del computador le digo “siempre que no venga un hueón y me hable”.
El año 1988 apareció su primer libro “Poemas y pomadas” y dos años después “Cuentos breves y cuescos de brevas”.
Antes del resonante éxito de su tercer libro, en el cual trabajó cuatro años y fue su primera novela: La Reina Isabel cantaba rancheras, terminó séptimo y octavo básicos en la escuela nocturna. La novela fue un éxito de ventas y Rivera Letelier se hizo conocido a lo largo del país. Cursó la enseñanza media en Inacap en formato dos años en uno. Dio la Prueba de Aptitud Académica y sacó uno de los más altos puntajes de la región
Hay gente que confunde poesía con poemas y el poema es un envase de la poesía. He visto poemas sin una gota de poesía y he visto novelas llenas de poesía. La poesía es el motor del arte y un cuadro sin ella es un cuadro muerto. Soy un poeta que escribe novelas, porque escribí poemas durante 15 años, después pasé al cuento y a la novela.
Este hombre de rasgos curtidos y espíritu de poeta conoció en sus inicios a Nicanor Parra en la Ergo Poesía de 1984. A Hernán ya lo habían premiado por diversos trabajos, pero todavía era invisible para la comunidad literaria. Entonces, en un acto de audacia, venció su timidez y se atrevió a leerle a Parra su poema Zooliloquio: Arrullé y me dieron de comer en la mano. Rebuzné y me aliviaron la carga. Ladré y palmoteáronme el lomo. Rugí y fui ungido Rey. Hablé… y desde entonces estoy solo. Y a Nicanor Parra le gustó tanto que le dijo “este poemita yo lo firmaría de mil amores”. Pero tímidamente confesaría Rivera, no volvió a verlo a pesar de que el antipoeta lo invitó a su casa en La Reina.
La producción literaria de Hernán Rivera Letelier es abundante y más que notable producto del talento, pero también del sudor y la disciplina porque como él mismo dice, un día sin escribir, es un día perdido. Entre sus títulos más notables hay que partir por La Reina Isabel cantaba rancheras que fue llevada al teatro con notable éxito en la década de los noventas, además de ser distinguida con el Premio Novela del Consejo Nacional del libro en 1994; siguiendo con Himno del ángel parado en una pata que obtuvo el mismo galardón en 1996. La secuencia narrativa es más que abundante: Los trenes se van al purgatorio; Fatamorgana de amor con banda de música; Donde mueren los valientes; Santa María de las flores negras; El fantasista; La contadora de películas; El arte de la resurrección; Romance del duende que me escribe las novelas, conforman parte de sus más de 38 libros. Creación que lo hizo merecedor del Premio Arzobispo Juan de San Clemente, el Premio Alfaguara de novela y ser nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras en Francia, junto con el reconocimiento internacional de su trabajo.
En sus libros habitan las mujeres de su vida: la aludida reina Isabel; su mamá; una polola que inspiró a Uberlinda Linares de “Los trenes se van al purgatorio”, y que tiene el nombre de una primera polola, a la que le decía “Ubres Lindas”; una hermana evangélica de quien se enamoró siendo niño, inspira a Guacolda, la investigadora secuestrada de una de sus últimas novelas. Y pocos años atrás, impactado por la belleza de Camila Recabarren, ex miss Chile a la que conoció en un evento nortino, recuperó su voz de poeta y le escribió La luna lésbica lloró de no haberte visto.
Sus lectores aumentan y su fama traspasó hace mucho nuestras estrechas fronteras, pero los críticos chilenos suelen ningunearlo. “A diferencia de los españoles y de los de otros países, los críticos chilenos me enmierdan con ventilador. Pero yo nunca he escrito para ellos; escribo para sus mamás. No escribo para los sofisticados; escribo para el pueblo”.
“Los colores del desierto empalidecieron ante la majestad de tu belleza. La aridez de la arena se hizo más suave al ungimiento de tus manos de miss. El corazón de piedra de la piedra se desgajó como un fruto al golpe de tus ojos. El sonido de tu risa purificó el silencio sideral de los cerros pelados. Ante las dunas de tu cuerpo el sol no halló donde esconder su erección de macho cabrío. Por la noche la luna lésbica lloró de no haberte visto”. Fragmento de La luna lésbica lloró de no haberte visto, poema improvisado de Hernán Rivera a Camila Recabarren, ex miss Chile
La posteridad no es algo que le guite el sueño. Lo ha sostenido a través de los años, mientras lo postulaban una y otra vez al Nacional y Rivera sostenía que quizás como persona no merecía el premio, pero su obra sí por la perseverancia y el trabajo desarrollado. Ha hecho suya la máxima de que en la creación el talento es apenas un 1 %, el sudor y la perseverancia componen el 49% y el resto es pura suerte. Por eso hoy debe sentir satisfacción porque la suerte le ha permitido recibir este reconocimiento en vida.
“Incluso le dije a mi mujer que el día que muera no le avise a nadie, que sencillamente me entierren y chao pescado. Que me entierren en uno de esos cementerios antiguos que están en la pampa, perdidos en el desierto, cosa que para el día del escritor no lleguen los poetas”
A Hernán Rivera Letelier fue el desierto el que lo empujó a escribir, la libertad de la inmensidad absoluta. Durante su infancia y adolescencia no recibió consejo alguno y se tuvo que hacer solo, a costalazos y leyendo, leyendo, leyendo. El único consejo que entrega a los jóvenes que quieren convertirse en escritores es que lean porque sin leer no se llega a parte alguna.
Hernán Rivera Letelier: “Mi mujer dice que soy tan inteligente… que no sirvo para nada”
Lo suyo es escribir y por eso comenta que su mujer que es una gran cocinera, que es capaz de cambiar un enchufe, solucionar problemas de gasfitería y todo aquello que se requiera en el diario vivir, ha comentado por ahí que el problema con su marido es que es muy inteligente y que, por tanto, no sirve para nada… salvo y esto lo agrego yo, para mostrar al mundo las aventuras y desventuras de los habitantes del norte de Chile y encantar al mundo con historias que sigue escribiendo a pesar de su hablamiento dañado y su paso cansino, producto del parkinson que lo afecta desde hace 7 años.
“Aún no me llegan los temblores, pero se me ha alterado el sueño. Me acuesto a la una de la madrugada para despertarme a las seis de la mañana, porque no logro dormir más de cinco horas corridas. Y se me ha vuelto el tranco lento”.
4 comments
Que bueno que Cristina Wormull nos trae a este escritor, «contador de historias» como se denomina él. Por fin el Premio Nacional cae en manos de un autodidacta fantástico. Gracias a ella que nos describe y cuenta al hombre, al escritor, al Premio Nacional
Como siempre, en estilo apretadito, Cristina nos entrega una amplia MIRADA y hondos contenidos.
Hermosa crónica sobre uno de los más importantes creadores y amigo querido, Hernán Rivera Letelier, a quien conocí personalmente en Viña del Mar en el primer encuentro de poetas en Democracia. Allí me regaló su libro “Poemas y pomadas”. Era la hora de almuerzo en una mesa gigantesca con todos los poetas invitados. Yo me puse a leer el libro de inmediato, y sorprendida, se lo presenté a Maura Brescia. Tal vez esa fue la primera entrevista que le hicieron al gigante Hernán.
Muy merecido reconocimiento con el Premio Nacional de Literatura.
Buen trabajo, poeta Cristina Wormull.
Gran crónica de la poeta Cristina Wormull como homenaje a otro poeta: Hernán Rivera Letelier que este año ha obtenido, por fin, el Premio Nacional de Literatura. Casi siempre, los grandes escritores (cuentistas y novelistas) comienzan escribiendo poesía. Mistral tenía razón: un poeta puede convertirse en un gran narrador, no así, un narrador en poeta. También la historia literaria lo ha demostrado.
Conozco a Hernán desde el año 1990 cuando se realizó el Primer congreso nacional de poesía organizado en democracia. Desde distintos lugares de Chile, los convocados llegamos a Viña del Mar. Durante el almuerzo el primer día, en una mesa gigantesca, Hernán me regaló su primer libro. Lo leí de inmediato y corrí donde Maura Brescia a presentárselo. Ella, también impresionada de este hallazgo, le hizo una entrevista. Quizá, la primera que se le haya hecho al amigo tan querido, Hernán Rivera Letelier. Sé que Alfonso Calderón lo admiraba mucho y eran grandes amigos; a menudo sostenían largas charlas en la Biblioteca Nacional de Chile. Alfonso, junto a Mariano Aguirre y otros escritores , formaron parte del jurado que premió “La reina Isabel cantaba rancheras” en la primera versión del concurso de Novela inédita, del Consejo del libro, y firmada con seudónimo. Era una obra voluminosa escrita a máquina que cautivó al jurado que se manifestó de manera unánime a su favor.
Gran trabajo de Cristina Wormull que da a conocer la importancia y trayectoria de un autor extraordinario.