Es el tiempo del alma que huele a polvo e historia. Florecen las camelias rojas y los aromos amarillos. El presidente camina por el país con un megáfono (no) interventor, conciliador y negociador. Ahora busca acuerdos. Su feble y errático equipo de apoyo político lo ha obligado a asumir directamente el liderazgo en la “primera línea”. A manejar con coraje el riesgo y la incertidumbre.
Unas luces veloces iluminan las líneas blancas y negras de una carretera perdida, oscura y serpenteante sin fin, que conduce ¿a la luz? ¿a la oscuridad total? Apenas se distinguen unas gigantografías antiaborto que invitan a “considerar al ser humano en el vientre de la madre como un ser vivo”. En una excelente película de 1981 se muestra como introducen en el abdomen de una persona viva y sólo con la mano un video tape que cambia su vida. Hoy se pretende hacer lo mismo, pero con una constitución franjeada de forma tediosa en la TV. ¡Aburrida! ¿Por qué no haberla hecha con un con Lynch y Cronenberg al ritmo de una música híbrida urbana dura, con algo de electrónica y rock clásico?
Todo este preámbulo para afirmar en el centro de esta columna el problema generacional, y que Jackson tiene razón con lo qué afirmó antes de su obligada abjuración. La generación del gobierno, como performance continua twittera y posmoderna, (donde sobre el cambio permanente cristalizan de forma líquida la novedad como un “torbellino de acontecimientos” que disuelven la identidad y coquetean con el caos), no son comprendidos ni entendidos por una generación anterior que intuye con temor su próxima muerte y degradación política, obligados a convivir con la nueva plena vitalmente. Para muchas personas, agrupaciones y partidos, esta realidad se percibe (erróneamente), como algo espuria, ilegítima y algo malsana para el progreso de un país en transformación.
La vieja generación política, con sus usos, costumbres y valores, pretenden un cambio, pero sin modificar los mismos “usos que la sostienen”. La gran mayoría de la generación milenio que gobierna quiere cambiar el mundo con sus nuevos usos, valores y costumbres, pero desde su propio mundo cerrado, con “una actitud y modo existencial radicalmente diferentes”. Tiene razón Carlos Peña en plantear que “Jackson tiene razón”, aseveración fundamentada en que “la vivencia del tiempo, la situación espacial, la sexualidad (y las formas de amar), las formas de vida y la concepción de bienestar, son para esta generación muy otras que para las más viejas”. Las realidades, los objetos, las instituciones, comportamientos y personas generadoras y portadoras de sentido han mutado y a veces desaparecido de formas diferentes para ambas generaciones. Ya no son compartidas. Son parte de otro campo de sentido ético y moral. Según Peña, hasta el análisis lógico no es compartido en esta época de la ruptura intergeneracional y de “la fractura social”.
¿“No country for old men”? “Estoy cansado de que me molesten (¿y de que me critiquen’”) dijo molesto un senador Socialista de 79 años.
Es el tiempo de la desorientación y la estupefacción turbada. Es el tiempo de una generación de jóvenes intelectuales de izquierda que gobiernan soñando de manera arrogante y singular, con ansias de resplandecer para siempre en medio de un “surf (sobre) todas las líneas de fuga” que la llevarían a un éxito en una deconstrucción esperanzadora del capitalismo neoliberal y su reemplazo por una democracia social de derechos.
Todo esto en medio de una realidad psico sociocultural que Éric Sadin describe como la era del “individuo tirano” y de la “sociedad ingobernable”. Del “espíritu irritado y del “odio acumulado” que deriva hacia la violencia. Afirma que viviríamos “en el advenimiento de un resentimiento personal a la vez aislado y extremo, y que sin embargo se siente en una amplia escala”. (¿Acaso la nueva Constitución no es más que un espejo distorsionado de lo anterior?)
No sólo eso. Para el autor, sería la hora para esta nueva generación de “un ajuste de cuentas”, donde se buscaría “cueste lo que cueste una revancha personal sobre las (viejas) instituciones de poder, y más ampliamente, sobre el orden (injusto) del mundo” …y de nuestro país.
En el actual punto de bifurcación histórico que vive nuestro país, emerge el deber moral y político de entenderse generacionalmente. Esforzarse por entender esas lógicas que de pronto parecen extrañas y aberrantes para comprender a quienes las defienden y desde distintos puntos de vista legítimos, “evitando un moralismo inútil”, sin sacrificar los principios y valores que creemos fundamentales, mirando el bien común solidario en una “pluralidad de conciencias”.
De esta forma, se podrá trabajar de forma compartida y pluri generacional “en la naturaleza de nuestras condiciones de existencia y todo lo que obstaculiza el despliegue de los seres humanos y la implementación de solidaridades virtuosas en un “marco compartido (…) y “sin negociar con la adversidad de la época”.
Porque existen “valores trascendentes de nuestra humanidad común más allá de nuestras subjetividades irreductibles” suficientes para votar por el apruebo, pero para ¿para transformar o mejorar? Eso no lo tengo claro. (Puede que sea un problema de mi generación).
(Las numerosas citas, del libro de Éric Sadin, “La era del individuo tirano”;2022)