Ya está todo escrito, ya está todo dicho, Pepe. Sólo nos quedamos con toda tu ausencia, que lo envuelve todo, que se instala, pesada en el alma. Nosotros, con los labios partidos por la pena profunda, como huérfanos mudos. Sabíamos que te irías en cualquier momento -ésta sí que fue la crónica de una muerte anunciada- pero no por eso duele menos. Partiste justo una semana antes de cumplir 90 años, sin ruido, sin fanfarria. Como eras tú: sobrio, humilde, austero, rayano en lo franciscano. “Dicen que soy un presidente pobre. Pobres son lo que precisan mucho. Yo aprendí a vivir liviano de equipaje”, remataste hace poco. Y así te fuiste.
América Latina se viste de luto: uno a uno los presidentes destacan tu liderazgo político, tu testimonio de vida, tu calidez. Sólo el estridente Milei guarda elocuente silencio. Tu presidente Yamandú Orsi dijo a través de las redes sociales: “Militante, referente y conductor. Te vamos a extrañar mucho viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo.” El revolucionario tranquilo, te llamaban. El exguerrillero carismático, el tupamaro convertido en leyenda, el hombre de siete vidas, ícono de la izquierda latinoamericana, ejemplo a seguir de jóvenes y no tan jóvenes repartidos por la región. Un bicho raro, como te definiste tú mismo en una ocasión.
“Te vas físicamente, pero te quedas para siempre. Te prometo que el olivo que plantamos en febrero en tu chacra florecerá. Un abrazo gigante a Lucía que es otra gigante de América, a tu pueblo uruguayo que tanto quisiste, y al mundo entero que te tomó prestado. Gracias por la vida y las enseñanzas. Contigo será imposible el olvido”, escribió Boric.

Cierro los ojos y veo tu melena gris, desgreñada y abundante, tus cejas hirsutas, erizadas, tu boca que dibuja una mueca que no alcanza a ser sonrisa, tus ojos pícaros, la espalda encorvada. De aspecto insignificante. Los zapatos enlodados, la camisa de franela mitad guardada dentro del pantalón, la otra mitad afuera. Pareces un campesino, un hombre bonachón. A tu lado, Manuela, tu perra de tres patas, tus animales de granja, tu tractor que no es amarillo, pero igual sirve y, un poco más allá, tu legendario escarabajo celeste que te acompaña hace casi cuatro décadas (un jeque árabe ofreció un millón de dólares por él).
Estás en tu rancho, tu hogar desde 1985, desde que te indultaron. Rodeado de tus hortalizas, en tu chacra de Rincón del Cerro, a media hora por carretera de Montevideo. Ahí estás con Lucía Topolanzky – la rucia, le decías- tu compañera, que conociste durante una operación clandestina cuando ambos eran jóvenes. Durante los años de cautiverio apenas intercambiaron unas cartas y se reencontraron definitivamente cuando saliste de la cárcel. Fue ella, la senadora más votada, quien te colocó la banda presidencial el 2010 porque había llegado al senado en 2005 por el Frente Amplio. Siete años más tarde sería vicepresidenta de Tabaré Vázquez.
“El amor tiene edades. Cuando eres joven, es una hoguera. Cuando eres viejo, es una dulce costumbre. Si estoy vivo es porque está ella”, dijo Mujica.
–Hasta acá llegué-, remataste en enero pasado cuando informaste a la prensa que el cáncer que te habían descubierto en el esófago-hace un año-se había expandido al hígado. Débil y agotado, aceptabas la derrota. Las secuelas del tratamiento te impedían alimentarte. Te sentías débil y cansado. Pero tu advertencia fue clara: “No vivas temblando frente a la muerte. Acéptala como los bichos del monte«.

Ni siquiera el poder te tentó para dejar el rancho: en tu primer día como senador llegaste en moto, vestido de paisano. Y como presidente, despreciaste la alfombra roja, descartaste la corbata, el servicio doméstico, el dispositivo de seguridad, tuteabas a los reyes, donaste casi todo tu sueldo, y seguiste cultivando tus crisantemos. Pero también hiciste cosas importantes para el país: despenalizaste el aborto, legalizaste el matrimonio igualitario y el consumo y cultivo de marihuana. Antes habías sido diputado y senador, y en el 2005 fuiste ministro de Ganadería y Agricultura del primer gobierno del Frente Amplio. “Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de igualdad«, dijiste en una entrevista cuando eras presidente.

En 1964 Mujica se sumó a los tupamaros y cayó preso por primera vez en un asalto frustrado a la empresa textil Sudamtex en Montevideo. Pasó a la clandestinidad cinco años más tarde. Durante la dictadura uruguaya participó de la toma de la ciudad de Pando, luego se enfrentó a la policía a balazos. Fue herido gravemente. Se fugó dos veces de la cárcel de Punta Carretas. Estuvo preso trece años en condiciones infrahumanas. Fue confinado a un pozo de poco más de un metro cuadrado. Apenas podía moverse. “Estuve siete años encerrado. Sin un libro, sin nada para leer. Me sacaban una vez al mes, dos veces al mes, a caminar por un patio media hora. Estuve a punto de volverme loco. Aprendí a caminar legua adentro, para allá y para acá. Para mantenerme cuerdo me puse a recordar cosas que había leído, cosas que había pensado cuando joven. Después me dediqué a cambiar el mundo y ahí no leí nada.”
Dos de esos años lo tuvieron en el fondo de un aljibe, sin luz, sin movimientos. Como no le daban agua, bebía su propia orina. Perdió todos sus dientes, también un riñón. Oía voces siniestras, aprendió a escuchar a las hormigas: “En el pozo descubrí que las hormigas gritan: basta con acercarlas al oído para comprobarlo”, recordaría más tarde.

“Soy un anciano que está muy cerca de emprender la retirada al lugar del que no se vuelve”, dijo en el cierre de campaña de su partido Movimiento de Participación Popular (MPP), dio en octubre pasado. “La muerte es una señora complicada, que no perdona, que está siempre ahí. Pero, si no existiera la muerte, la vida no sería tan sabrosa, sería un aburrimiento. La muerte hace de la vida una aventura.”