Tras conocer a Idea Vilariño, el autor uruguayo cayó en una espiral de sufrimiento y euforia amorosa que se refleja en el rol que cumple la mujer en sus cuentos, quienes no son personajes con características propias sino más bien arquetipos.
Juan Carlos Onetti (1909-1995) a quien Julio Cortázar llamó «el más grande novelista latinoamericano”, nació en Montevideo en 1909 y con 21 años viajó a Buenos Aires por primera vez. Se encontró con una sociedad totalmente culturizada en donde los intelectuales se juntaban en cafés (Tortoni, Japonés) a conversar sobre letras, pintura, filosofía, música… Fue en medio de este huracán de conocimientos que se fundó la Revista Número -por Emir Rodríguez Monegal, Mario Benedetti, Manuel Claps e Idea Vilariño- y fue “gracias” a esta publicación que nació la historia de amor que marcaría su prosa y verso y lo llevaría al abismo de la pasión.
Con la crítica que Revista Número le hizo a su novela La vida breve, ignorada por la prensa especializada de Buenos Aires, se afianzó la incipiente amistad que ya tenía con la poetisa, ensayista y crítica literaria, Idea Vilariño. Romance escandaloso que revolucionó la comidilla de la capital porteña y la vida de ambos autores hasta que “la muerte los separó”.
En búsqueda del lado oscuro
Onetti en su vida literaria escribió 47 cuentos en donde la temática común son la marginalidad y la derrota. Destacan en esta lista “Un sueño realizado” (1941), “Bienvenido, Bob” (1944), “Esbjerg, en la costa” (1946), “El infierno tan temido” (1957), y “Jacob y el otro” (1961). Todos comparten haber unido –con un equilibrio perfecto- el mundo en descomposición, desolado y oscuro.
Así como la trama tiene su factor común, los personajes poseen un rasgo que muchos comparten: a razón de que suelen sobrellevar existencias grises y anodinas; o que viven asediados por el fracaso, llega un momento en el cual una encrucijada de hastío o derrota los obliga a buscar una salida. Y, en caso de revelarse que la vida es insufrible, dan un salto de vértigo pensando en habitar en un lugar distinto, llevando el relato a un entorno fantasioso que da vida a un “mundo sucedáneo”.
Es en “El posible Baldi” publicado en La Nación de Buenos Aires (1936), donde conocemos esta realidad alternativa. Del personaje protagónico partimos sabiendo que es un hombre común que ejerce como abogado. Tiene una novia, Nené, con quien tiene una cita. Además, porta en su bolsillo una cantidad de dinero que tiene destinado a cubrir los gastos de la salida.
Mientras anda por la calle, una pequeña mujer, ingenua y de grandes ojos azules, camina muy cerca suyo. Viene asustada porque un hombre de largos bigotes la asedia, la persigue. Baldi, al percatarse, se les acerca, con lo cual el bigotudo huye.
Este acto galante le lleva a Baldi que la muchacha de los ojos azules se prende de él y comience a interrogarlo con una curiosidad extrema: con la intención de deshacerse rápidamente de la mujer inventa una extravagante historia, afirmando que vigilaba esclavos negros en las minas de diamantes en Sudáfrica a los cuales asesinaba a sangre fría cuando intentaban escapar. Como la chica no se asusta, y al contario, se interesa justificándolo, Baldi incrementa la crueldad del relato sin conseguir su cometido.
Sin embargo, con la fantasía que inventa, Baldi se da cuenta que su vida es insulsa, “porque había cerrado los ojos y estaba entregado, como todos. Empleados, señores, jefes de las oficinas”.
Panorama similar encontramos en “Bienvenido, Bob”, cuento en donde Bob reaparece luego de muchos años y se reencuentra con un amigo de adolescencia, partner al que le “arruinó la vida” al entrometerse en la relación que tenía con la hermana.
El narrador busca venganza y se aprovecha de lo cambiado que está Bob: ya no es el muchacho de pelo largo atractivo para las mujeres, sino que es un gordo manduqueado por su esposa. “Igualmente lejos -ahora que se llama Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando tose- del Bob que tomaba cerveza, dos vasos solamente en la más larga de las noches, con una pila de monedas de diez sobre su mesa de la cantina del club, para gastar en la máquina de discos”.
Su vida en secreto
En la entrevista televisiva que le concedió Onetti a Joaquín Soler Serrano en 1977, el escritor afirmó que “me preguntan ¿cuándo empezó usted a escribir? Y yo no puedo saber. Recuerdo sí que en mi infancia empecé a mentir; es decir, yo volvía a mi casa contando aventuras que nunca habían ocurrido, ni ocurrirán, ¿no? Y a los chicos del barrio también, los amigos míos, les contaba mentiras; así que, para mí, el escritor empezó ahí, mintiendo. Después sigue mintiendo ahí en todos los libros, seguro”.
Onetti trató de mantener su infancia en secreto. Sí siempre se supo que contrajo matrimonio a los 21 años y a los 22 fue padre. Sin estudios universitarios y ante la necesidad de mantener a su familia, el uruguayo comenzó a desempeñarse en duros oficios mal remunerados.
Vargas Llosa le dedicó un estudio a Onetti en el cual recorre cronológicamente su vida y su obra. En el texto, el Nobel cita un evento que le ocurrió a Onetti cundo tenía 13
“Abandonó el colegio apenas había empezado el liceo, es decir, la secundaria. Había ingresado a él a duras penas, con una calificación pobrísima —Regular Deficiente—, y la explicación de su deserción escolar que dio más tarde, que se debió a ‘que nunca pudo aprobar el curso de dibujo’, no parece muy convincente”. Sobre este mismo hecho, sus biógrafos dan otras razones: la depresión que le produjo que un compañero le robara su impermeable el primer año del liceo; el terror que le causaban los exámenes; las dificultades económicas de la familia.
Aún sin asistir al colegio, la lectura fue una de sus pasiones desde muy niño. Fue un autodidacta y William Faulkner marcó su literatura profunda y diversamente; heredando del norteamericano (al igual de Gabriel García Márquez y Juan Rulfo) la necesidad de crear un mundo ficticio, ciudad a la que llamó Santa María.
Aunque este escenario por primera vez en el cuento “La casa de arena” (1949), fue en su cuarta novela, “La vida breve” (1950), donde se construiría de un modo ya más exuberante esta ciudad imaginaria; ocasión en la que la llegada de la modernidad, la vida de ciudad, la incomunicación y el desencanto se tomaron el espacio narrativo. El crítico Emir Rodríguez Monegal comento que “Juan Carlos Onetti ha incrustado en la realidad del mundo rioplatense un territorio artístico que tiene coordenadas claras y se compone de fragmentos argentinos y uruguayos”.
Así como Macondo con García Márquez se transforma en escenario común de sus narraciones; Santa María logró potenciar la significación de los cuentos y novelas de Onetti. El lector, aunque comprende a plenitud cada relato, accede a una dimensión de trascendencia y con ello logra establecer comunicación entre las historias y aumentar el conocimiento de los personajes y sus historias.
En “Tan triste como ella” (1963) no se aclara dónde suceden los hechos, ni se conocen los nombres de la pareja protagonista. Solo se sabe que las infidelidades y tedio han ido destruyendo el romance. Conocemos el alma de los personajes: “durante aquellas mañanas él no trataba, en realidad, de mirarla; se limitaba a mostrarle los ojos, como un mendigo casi desinteresado, sin fe, que exhibiera una llaga, un muñón”.
El rol de la mujer
Pilar Rodríguez Alonso en su artículo “Algunas consideraciones sobre los personajes femeninos en la obra de Onetti” comenta que una gran parte de los críticos se han quedado atrapados “en las mismas redes existencialistas postuladas por ellos mismos para definir el universo onettiano”. Y una parte de este universo es la noción sobre la que Donald Shaw menciona, en su artículo “Onetti and the 1940s”, que dentro de la ficción en general hay un alejamiento “del amor como parte de cualquier posible solución o atenuación de la acomodación del hombre a la condición humana, ahora vista cada vez más en términos negativos”.
En la obra del uruguayo -en general- un aspecto del cual se debe tener en cuenta, por lo controvertido que ha sido en la crítica, es el rol de la mujer y lo anulada que es su función. Con esto no se quiere decir que las mujeres cómo tales no existen en su obra, sino más bien que son personajes con características propias. Existen como símbolos o arquetipos.
Mark Millington, en “Tierra de nadie: La representación de la mujer en Onetti”, se refiere a cuatro tipos: “La esposa, la prostituta, la niña y la loca”. Además, los protagonistas (casi exclusivamente hombres) buscan la nostalgia de la juventud que en muchos de los casos es simbolizada por la muchacha adolescente, mientras que la vejez y la angustia se simboliza por la esposa.
“Cuando llegó el momento de que yo no pudiera desear otra solución que casarme con Inés cuanto antes, Bob y su táctica cambiaron. No sé cómo supo mi necesidad de casarme con su hermana y de cómo yo había abrazado esa necesidad con todas las fuerzas que me quedaban. Mi amor por aquella necesidad había suprimido el pasado y toda atadura con el presente. No reparaba entonces en Bob; pero poco tiempo después hube de recordar cómo había cambiado en aquella época y alguna vez quedé inmóvil, de pie en la esquina, insultándolo entre dientes” (“Bienvenido, Bob”)
El fracaso final del amor se debe entonces a la propia manera de encararlo. Millington explica que “ni siquiera hay un interés en lograr amor recíproco porque el deseo no es por ellas sino vía ellas”.
El verdadero fracaso
Se conocieron en una de las tantas tertulias artísticas que se daban en Buenos Aires a mediados de los años ‘30. Inmediatamente conectaron, aunque ella era inexpresiva y él un “maldito”. Sin embargo, la primera cita de romance entre Juan Carlos Onetti e Idea Vilariño fue en un café de Montevideo.
La historia de lo que ocurrió entonces fue revelada por ella a María Esther Gilio y Carlos M. Domínguez en la biografía que ambos periodistas publicaron sobre Onetti. “Estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré’. Burro, perro, bestia. Pero el encuentro definitivo demoraría algunos meses más”.
Tras meses de enviarse cartas el amor se hizo real. “Es el último hombre de quien debí enamorarme porque éramos lo más imposible de ligar que había. Nunca entendió el ABC de mi vida, nunca me entendió como ser humano, como persona. (…) Todavía me pregunto por qué aguanté tanto, por qué volví tantas veces. Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba. Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y me fui”.
Fue en 1961 cuando las amenazas de terminar para siempre se convirtieron en realidad. Onetti amenazó a la poetisa con abandonarla si ella se iba. Sin tomarse en serio el ultimátum, Idea se dirigió a la reunión a la que estaba invitada. “Pero en cuanto pude me escapé y regresé a casa. Cuando vi la luz prendida pensé que estaba, pero cuando abrí la puerta sentí como si me golpearan en el pecho. Había dejado una nota insultándome y diciéndome un montón de barbaridades. Y mis poemas, unos poemas de amor que le había dado, estaban arrugados y tirados a los pies de la cama”.
El último encuentro fue en 1974 a raíz del cierre del diario Marcha (cuyo primer jefe de redacción fue Onetti) por la censura del régimen militar. Para evitarlo se reunieron firmas de Jean-Paul Sartre, Jorge Luis Borges y Arturo Jauretche, sin embargo, la publicación de un cuento que fue interpretado como antimilitar determinó el fin del medio y el encarcelamiento del uruguayo. Al salir de prisión recibió la visita de su antigua amante quien recordó el reencuentro en un texto que entregó para el libro de Gilio y Domínguez:
“Quedamos solos y callados. Callados. Pero yo no soy como entonces; algo aprendí; algo me enseñó el recuerdo; siempre sentí no haber tenido más madurez para tratarlo entonces. O es la diferencia entre estar y no estar enamorada (…) Y me miraba por momentos; por momentos volcaba la cabeza; se mordía el labio superior. (…) La primera vez que entré a tu sala del Museo quedé loco por vos. Nunca entendí lo que me pasaba; pero estaba loco por vos’. Nunca me lo dijiste’. Nunca entendí aquel deseo de posesión, aquel afán dominador. (Yo no recordaba nada parecido). No te dejaba ir a clase (es cierto). No podía soportarlo. Y no se trataba de deseo; si no, no sentiría esta horrible ternura que siento por vos’”.