Julian Assange… o de secretos, democracia y transparencia

por Luis Breull

Recién liberado de una prisión que comenzó el 11 de abril del 2019 -al ser arrestado por la policía británica dentro de la embajada de Ecuador, por una orden de extradición de Estados Unidos al considerarlo un peligro para su seguridad nacional en la divulgación de documentos militares y de Gobierno a través de WikiLeaks-, termina un proceso que afectó al principal filtrador de informes reservados y correos que desafiaron al poder global, en sus formas y en su fondo. Un amante de la transparencia informativa a cualquier precio, como forma de evitar la corrupción a costa de ser tratado como un criminal, donde debió declararse culpable ante los tribunales norteamericanos de uno de los 18 cargos que lo mantenían recluido. 

Después de Assange nada es lo mismo 

Demonizado por Hillary Clinton cuando fue secretaria de Estado y luego candidata presidencial, por Donald Trump que en redes sociales lo tildó de espía desagradecido, lo mismo que las intensas voces críticas de exfuncionarios de la CIA, el polémico periodista australiano Julian  Assange se transformó en el centro del combate contemporáneo por la libertad de expresión versus el derecho de los gobiernos al resguardo de sus políticas estratégicas de defensa y sus diplomacias (incluyendo el resguardo a colaboradores secretos).

Nacido el 3 de julio de 1971 en Townsville, Australia, desde su adolescencia mostró un talento informático notable, introduciéndose en el mundo de los hackers bajo el alias de «Mendax». Así se perfiló una ruta profesional donde en 2006 fundó WikiLeaks como una organización sin fines de lucro, consagrada a publicar noticias y divulgar documentos de fuentes anónimas o provenientes de filtraciones del más alto nivel, desarrollando al mismo tiempo una plataforma segura quienes denunciaran irregularidades en el mundo del poder, sin miedo a represalias.

Desde su creación, WikiLeaks ha publicado millones de documentos clasificados con un impacto significativo en el ámbito global, como los archivos de las guerras en Irak y Afganistán, documentos de los trabajos en la base de Guantánamo, cables diplomáticos de gobiernos, además de develar el entramado de operaciones de desinformación interesadas para generar efectos geopolíticos o de despliegue militar, particularmente de Estados Unidos y la OTAN.

En entrevista con el New York Times, Daniel Ellsberg, reconocido filtrador de los Papeles del Pentágono, manifestó su apoyo a Assange, por considerar que su acción responde a la mejor tradición del periodismo investigativo. Lo mismo hizo el periodista ganador del Pulitzer, Glenn Greenwald, argumentando que las filtraciones de WikiLeaks expusieron información verídica que el público tenía derecho a conocer. Tal como sucedió con el “British Dossier”, los “Diarios de la Guerra de Afganistán” o los “Registros de Guerra de Irak”, que revelaron la manipulación mediática y la generación de significativas bajas civiles antes no reportadas, uso de drones en estos ataques, el empleo de fuerzas especiales del ejército estadounidense o la colaboración reservada de diversos países en operaciones de combate, sumado a actos de corrupción de grupos afganos aliados. Así como la aplicación de torturas y otras prácticas abusivas en el conflicto con Irak. Las revelaciones de WikiLeaks tuvieron entonces un impacto significativo al mostrar la instrumentalización periodística y la exageración de la inteligencia para justificar la invasión de Irak. Estos documentos ayudaron a entender mejor cómo se construyó un “caso” para la guerra y las motivaciones políticas no reconocidas.

Assange como agente de cambios globales

Su trabajó rompió un cerco, cruzó un límite que hasta la Guerra Fría se podía especular, pero sin tener un acceso fluido a información secreta, contrastable y divulgada sin filtro desde las fuentes primarias.

Por eso, los efectos políticos y sociales para las democracias a escala global que derivan de WikiLeaks y del propio Assange dialogan de modo fluido con los aportes teóricos provenientes de distintos pensadores. 

Tal es el caso del filósofo francés Edgar Morin y su defensa de una política para la civilización, asumiendo la incertidumbre y la complejidad como fenómenos inherentes a las democracias contemporáneas. Particularmente el fomento de una acción ética de responsabilidad democrática que comprometa la participación y deliberación social en todo nivel, mediante la transparencia de las acciones y el flujo de la información. Esto, dentro de sistemas que cohabitan con la organización y desorganización al mismo tiempo, fruto de la multidependencia y la complejidad de los fenómenos políticos.

Manuel Castells pone el acento en otro aspecto del que se vale el trabajo de Assange, la sociedad red y el impacto de las tecnologías de la información en la estructura social y política. Las redes de comunicación digital hoy son fundamentales para la organización social y el ejercicio del poder en tanto base tecnológica de la sociedad informacional. Assange y WikiLeaks serían entonces actores clave en la sociedad informacional para desafiar las dimensiones hasta ahora no reveladas del poder político y corporativo. La transparencia vista al mismo tiempo como un nuevo eje para dotar de poder a los ciudadanos.

Al pasar por el prisma de los aportes teóricos de la filósofa alemana Hannah Arendt respecto del totalitarismo y sus orígenes, la pluralidad y la libertad de expresión -dos de los motores que promueve el periodista australiano-, emergen como pilares de las sociedades democráticas. La verdad y la política siempre han estado en una relación tensa, según la autora, y la esencia del totalitarismo es hacer de la mentira una realidad cotidiana, por lo que la libertad de expresión se transforma en el eje central de toda sociedad que se precie de ser democrática. El acento de Assange aquí es perfilarse como un actor de resistencia a los resabios de totalitarismo al hacer pública información que los gobiernos y las corporaciones preferirían mantener oculta, o los intentos por controlarla y homogeneizarla, protegiendo así la pluralidad y la capacidad de los ciudadanos para actuar y decidir informadamente.

Por eso se refuerza desde una perspectiva más radical la figura de Assange -en tanto su acción de transparencia pudo colocar o dejó en riesgo a muchos colaboradores secretos de distintos gobiernos, particularmente el estadounidense-, como la defensa de la libertad de expresión para una verdadera sociedad democrática que hizo el ensayista, periodista y escritor británico Christopher Hitchens: “La única libertad que realmente cuenta es la libertad de expresión. Sin ella, las demás libertades se desvanecen”. Así como la censura, según planteaba, protege a los tiranos, mientras que la búsqueda de la verdad solo puede emerger del libre debate y confrontación de ideas. 

Un último y quizá más fundamental, al tiempo que peligroso efecto que nos deja el trabajo de WikiLeaks y Assange, se plasma al enmarcarlo en concepto de habitus del sociólogo francés Pierre Bourdieu, entendido como el conjunto de disposiciones internalizadas que guían las acciones y percepciones de los individuos («el habitus es una estructura estructurada predispuesta a funcionar como estructura estructurante«). Así, las prácticas sociales son el resultado de la relación entre el habitus y los distintos campos sociales en donde se desenvuelve siendo duraderas pero no inmutables. 

Assange -quiéralo o no- desestructuró las prácticas culturales que reproducían las estructuras de poder como se habían validado en el campo de la diplomacia, la política de defensa y la política exterior de diversos países hasta antes de la aparición de WikiLeaks, modificando de paso el habitus de diferentes grupos sociales para valorar, interpretar y responder a la transparencia y la divulgación de secretos de Estados y corporaciones. En otras palabras, un jaquea al poder y la instalación de un nuevo tablero para el juego.

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