La figura de la madre en la literatura contemporánea. Lejos de la dulce mujer que hornea galletas para sus niños

por Karen Punaro Majluf

A pocos días de celebrar el Día que más ventas acumula en el comercio, superando incluso a la Navidad; he escogido mostrar el lado “B” de las progenitoras, aquellas desposeídas de instinto protector y que las ha llevado a liderar una tipología de personaje en la narrativa actual.

La figura de la madre ha estado siempre presente en la narrativa, sin embargo con la llegada de la modernidad, la rotura de estereotipos que introdujo el Boom Latinoamericano y el quiebre en el orden narrativo; han permitido introducir un nuevo tipo de personaje: una progenitora carente de devoción por sus hijos, poco cariñosa, egoísta e incluso más malvada que la madrastra de los cuentos clásicos.

La figura de la madre negativa, por lo general es utilizada por el autor para dar vida a las dinámicas familiares que llevan a los personajes al borde del avismo y al sufrimiento, transformándolos en adultos catigadores que proyectan su carencia de amor infantil castigando a las mujeres que los rodean en su vida cotidiana. A través de esta nueva “mamá”, los escritores han podido explorar temas como la opresión, la represión y la alienación en contextos políticos, culturales y sociales diversos.

A través de esta nueva “mamá”, los escritores han podido explorar temas como la opresión, la represión y la alienación en contextos políticos, culturales y sociales diversos.

Basándonos en los planteamientos de Sigmund Freud –los que sentaron las bases de la Psicocrítica de Charles Mauron- podemos afirmar que la relación que se establece entre madre e hijo, desde los primeros años de vida, es fundamental para la formación de la personalidad del niño. “La madre es la primera figura de autoridad para el niño y su relación con ella puede influir en su desarrollo emocional y psicológico”, plantea.

¿Pero qué pasa cuando la madre es castigadora, como sucede en Sobre héroes y tumbas; o es egoista, mentirosa y con cero empatía como en la saga Flores en el ático; o simplemente es “falsamente” religiosa y decide por la vida de su hijo tal cual sucede en Tieta de Agreste?

Freud argumentó que una mujer puede llegar a ser una mala madre si ella misma ha experimentado problemas en su propia relación con su madre o en su vida amorosa. En las novelas anteriormente citadas es posible encontrar ese nexo con el pasado, ya sea de manera clara en la narración o infiriéndose por lo relatado a través de otros personajes.

Una visión complementaria entrega la socióloga Nancy Chodorow, quien plantea que “las niñas (…) tienen a una mujer como primera cuidadora (…)”, ya que es la madre la figura central en el desarrollo – desde la más temprana edad- de la hija.  Mas, vale mencionar que, según la autora, en el trascurso de esta relación ocurren hechos que  pueden dejar en evidencia a las mujeres-madres, quienes fueron marcadas cuando les tocó ser mujeres-hijas, repitiendo el patrón a través de generaciones, patón que hay quienes asocian a las estructuras patriarcales de la sociedad.

Protectora, ausente y comprensiva

El pisquiatra Carl Jung (colega, amigo y enemigo de Freud) fue un teórico de los paradigmas y en cuanto a figura de la madre planteó que es “un arquetipo universal”, es decir, un patrón psicológico presente en todas las culturas y épocas.

Como una madre amorosa que se preocupa por el bienestar de sus hijos, es el arquetipo de la Protectora. Si bien la teoría expresa que está dispuesta a darlo todo por sus hijos, ¿es posible que se extrapole coartándoles la libertad de vivir?

Cuando Paul McCartney canta “Let it be” y dice que al estar sumido en problemas   y Mamá Mary va hacia él con unas palabras sabias de apoyo; nos escontramos ante el arquetipo de la comprensiva, aquella madre sabia, con experincia y capacidad para ayudar a sus hijos a enfrentar los desafíos.

Diferente a Mother Mary es la madre devoradora, obsesiva y dominante. Este arquetipo se caracteriza por causar dolor a sus hijos a traves de su temperameto controlador.

Y teminamos con la madre ausente, aquella capaz de abandonar física o psicológicamente, arquetipo que provoca en sus hijos una eterna soledad y temor al abandono. Este se puede proyectar en las relaciones que mantenga de aduto.

Hijos dolientes

Cuando Jorge Amado escribe Tieta de Agreste en 1977 plantea la historia de una pastora de cabras que es expulsada de su tierra por su propio padre tras mantener relaciones sexuales en la explanada a vista de todos los conservadores del pueblo. Tras veinticinco años regresa a Santana a vengarse, sin embargo los planes se tuercen cuando se enamora de Ricardo, un joven seminarista. 

Es acá donde entra la figura de la madre, pues Cardo es sobrino de Tieta, hijo de Perpetua, una viuda ultraconservadora de doble moral que ha ofrecido a su hijo mayor a la Iglesia a modo de “comprarse un espacio en el Cielo”, sin considerar que el joven jamás quiso ser sacerdote. “Perpetua es un personaje que representa un sector social aferrado a la religión (…) Su accionar está circunscrito a detener cualquier elemento o acción en los planes trazados por ella”. Explica Gustavo Hernández Castro en su texto Las mujeres de Jorge Amado.

Siguiendo con el perfil de madre dominante, la encontramos en Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato. Hay un aspecto en el comportamiento del joven protagonista que llama la atención del lector y es su rechazo desmedido a la materia o a lo materno. “Lo cual es lógico si entendemos que la madre de Martín quiso expulsarlo de su vientre, abortar, matar al hijo que contenía en su interior y que su desahuciado padre vive resignado a su maligna suerte de pintor fracasado y es incapaz de ejercer una acción positiva que otorgue vitalidad a su hijo. El mismo Martín referirá de su madre en muchos momentos de la novela: ‘Mi madre es una cloaca’”, explica Alejandro Hermosilla en su análisis titulado El camino americano de Martín en Sobre héroes y tumbas.

“Su madre (pensaba), su madre carne y suciedad, baño
caliente y húmedo, oscura masa de pelo y olores,
repugnante estiércol de piel y labios calientes. (…) pero él
había dividido el amor en carne sucia y en purísimo
sentimiento; en purísimo sentimiento y en repugnante,
sórdido, sexo que debía rechazar, aunque (o porque)
tantas veces sus instintos se rebelaban, horrorizándose
por esa misma rebelión con el mismo horror con que
descubría, de pronto, rasgos de su madrecama en su
propia cara. Como si su madrecama, pérfida y reptante,
lograra salvar los grandes fosos que él desesperadamente
cavaba cada día para defender su torre, y ella como
víbora implacable, volviese cada noche a aparecer en la
torre como fétido fantasma, donde él se defendía con su
espada filosa y limpia”.

Rompiendo con este esquema de mamá-cruel, VC Andrews en Flores en   el ático, presenta a una progenitora dulce, buena, cariñosa y amable… hasta que enviuda. Corrine lleva a sus cuatro hijos a la mansión de sus padres y en complicidad con su madre (abuela de los menores) los encierran en el entretecho durante años.

Las razones que mueven a Corrine, a primera vista parecen ser motivadas por el miedo a su castigador padre, pero con el avance del texto se devela una trama oscura, con incestos justificados por el narrador, mentiras que traspasan generaciones y la imposibilidad de salir del círculo que deja el maltrato infantil. Si bien la novela fue mal evaluada por la crítica, al mismo tiempo fue un boom en ventas.

Cuando tiempo después le preguntaron a Andrews por qué tuvieron tanto éxito sus libros y de dónde surgían esos argumentos tan enrevesados, la escritora contestó, “¿Tú no lees los periódicos, cariño? Esas cosas pasan. Lo que me interesa es conocer esos mecanismos psicológicos que llevan a alguien a ejercer el mal”, escribe Paula Corroto en un artículo para El Confidencial.

Pero no solo la madre progenitora puede tomar este rol, sino también quien ejerce el cuidado de un niño. En El gran cuaderno, de Agota Kristof, Claus y Lucas, gemelos, llegan a vivir a casa de su abuela en medio de la II Guerra Mundial, anciana que los recibe con desprecio llamándolos constantemente “hijos de perra”.

Agota Kristof comienza la novela como si fuera un cuento infantil. Dos gemelos van por primera vez a casa de su abuela. Es su madre quien los tiene que dejar por problemas económicos que le impiden mantenerlos. Además, ella hace muchos años que no ve a su propia madre, quien ha pasado a ser una desconocida. Cuando abandona la casa, no se ha dado cuenta que, “como en los relatosinfantiles, ha dejado a sus hijos en manos de una bruja”, explica Luis Alvarado en su análisis La desolación del mal.

Y es que quizás, si estas “madres” que han protagonizado las novelas anteriormente citadas, hubiesen actuado según su deseo y no lo establecido, la “trama” habría sido completamente distinta.

Así, tal como plantean Mónica Moreno y Alicia Mira, en su estudio La historia de las madres, desde la Edad Media hasta hoy la maternidad ha sido entendida como “práctica intrahistórica y esencialista al subrayar que en el deseo de ser madre intervienen factores de tipo social, biológico o psicoafectivo”; sin embargo, el rol no debe ser dogmatizado por una pauta, sino que nacer del deseo de cuidar, criar y amar. Y es que quizás, si estas “madres” que han protagonizado las novelas anteriormente citadas, hubiesen actuado según su deseo y no lo establecido, la “trama” habría sido completamente distinta.

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