El libro de cuentos de Andrés Montero penetra en las profundidades del paisaje chileno, explorando lo más profundo de la soledad y tristeza de personajes que parecen venir desde el fondo del mundo.
Con un título tan singular como llamativo, “La Muerte viene estilando” (2021) atrae desde un principio por adentrarse en las profundidades del paisaje chileno con personajes vinculados entre sí que se ubican en el presente y el pasado, siempre con el fundo Las Nalcas como telón de fondo. La destreza del escritor Andrés Montero se encuentra en el lenguaje que viene de la narración oral que el autor ha explorado en los campos chilenos y que lo hizo merecedor del Premio de la Academia Chilena de la Lengua el año pasado. Existe en el libro una búsqueda importante por entregar el testimonio del dolor oculto, el patriarcado, el abuso de los patrones, las pasiones escondidas de los inquilinos, la vida campesina.
Es la muerte la que guía, la que engaña a arrieros, bandoleros, pescadores, mujeres solas, niños, madres e hijas. La llegada de la “Pelada” se manifiesta como una constante que duele y estira el padecimiento de los corazones, la pobreza, el sometimiento. Los cuentos se cruzan entre sí e incluso en algunos de ellos aparece un auto como el ejemplo de modernidad, el escape de un mundo urbano hacia otro anacrónico y distante. Algo así como lo que manifiesta el DeLorean de la película “Volver al futuro”, la máquina del tiempo que se asoma como el reflejo de una realidad que existe, pero que de verdad no puede estar presente.
La narrativa del libro es bastante pareja y cuenta con relatos conmovedores. Si hay que rescatar algunos de ellos optaría por el “El velorio”, que marca el inicio del libro con un oficinista que maneja un auto y llega por un contratiempo al fundo Las Nalcas. Los lugareños lo ayudan, pero es confundido con otra persona lo que le causa una serie de inconvenientes.
La muerte está siempre presente en lo que vive el personaje, quien se pregunta si se encuentra dentro de una pesadilla campesina o en la vida misma, dudando de su pasado y también de su futuro. Este singular relato a ratos me recordó la novela “El socio”, de Jenaro Prieto, por esa sensación permanente de ambigüedad, la confusión de ser otro, la irracionalidad del ambiente que rodea al oficinista que debe adaptarse a un mundo que no es propio y que de verdad lo agobia.
Otro de los cuentos que me llamó la atención fue “Ahijada”, que narra la historia de “La Negra”, una mujer de campo que espera y está acostumbrada a que la vida se tome su tiempo. Llegó al lugar donde vive sin un nombre, sin familia y donde uno de sus enamorados la llamó Rayén, aunque ella siempre quiso ser conocida como “La Negra”. “Yo soy el charco donde caen mis recuerdos. Yo estoy hecha de recuerdos, hecha de la espera, soy un charco negro de lluvia negra, porque mi memoria es oscura y porque yo soy oscura”, dice la mujer con resignación. Lo interesante de este relato es el tono lúgubre que le da Montero al personaje principal. A través de una identidad femenina que refleja a muchas mujeres abandonadas a su suerte y abusadas sexualmente en el campo, sin mayor destino que el de convertirse en empleadas domésticas, el autor crea a “La Negra” con sus verdades, anhelos y que espera al Cholo, su pareja, que se ha ido y no sabe si va a volver. “La Negra” aguarda por la vida, la pérdida de los seres queridos y también por la resurrección.
Sin ir más lejos, “La Muerte viene estilando”, obra ganadora de varios premios, recoge vertiginosamente la existencia de campesinos y pescadores chilenos en el fundo Las Nalcas y la caleta, respectivamente. Para ellos parece no existir el tiempo o la demora. Todo lo que ven es lo que les ha tocado vivir. Son la voz de los que se fueron y de los que siguen ahí. Son los dueños del relato, los herederos de la historia que se traspasa de persona a persona. Son también las víctimas de un mundo condenado al dolor y la deshonra.