La Nación

por Mario Valdivia

Reflexiones dieciocheras en anticipación de fondas y parada.

Para mí lo más revelador de una nación es ser un nosotros producido por reconocimiento mutuo. Reconocernos como chilenas y chilenos es la atadura más honda de la nación. Un   reconocimiento fundado en una afectividad compartida, que define de antemano, antes de todo lo demás, la agrupación humana que se propone organizarse políticamente. Nosotras, las aquí ya autoconvocadas, declaramos que nos regiremos por tales y cuáles principios políticos… En este sentido, de las virtudes tricolores de la revolución francesa, libertad, igualdad y fraternidad, la más primordial y fundante es la fraternidad. Cuando la afectividad compartida falla o no existe, no hay modo de crear democracias o liberalismos. Por eso Yugoslavia tuvo que dar origen a 6 naciones antes de producir democracia en su suelo; Checoslovaquia, dos; América del Sur, las que son. Es inútil porfiar por producir igualdad o libertad en una agrupación que no se reconoce afectivamente como ´nosotros´.

El afecto, ¿de dónde viene?, ¿qué lo produce? El amor tira más que una yunta de bueyes, es el dicho huaso, algo así, pero mejor no preguntar sobre su origen. Puro y simple misterio. Contingencias. Encuentros. Fatalidades. Acostumbramiento. Alianzas de familias e infatuaciones. Liberaciones y subordinaciones. Triunfos y derrotas. Orgullos y vergüenzas. Descuidos topográficos. Geomensuras imaginarias… Para explicar el sentimiento de nación a veces se destaca la historia, la lengua, las tradiciones compartidas; lo que deja afuera lo más importante, precisamente: la disposición afectiva. Hay ejemplos y ejemplos. A veces del odio se pasa bruscamente al amor, de las divisiones históricas al aprecio por el pasado compartido, aunque sea como división, en ocasiones el afecto muere. Lo que importa es el nosotros autosostenido en un reconocimiento mutuo movilizado anímicamente. Nada más diferente a la nación que el orden estatal jurídico que se pone sobre ella, las organizaciones contractuales, la burocracia, el orden transaccional…

Surgido misteriosamente, el afecto debe ser cuidado, como se sabe. Para que dure, florezca, se ponga serio, se pueda contar con él en las buenas y en las malas, nos expanda la vida a todos. A veces, como ahora, creo que lo olvidamos, obsesionándonos con la letra de las reglas de igualdad y libertad que queremos auto imponernos, como si en ellas se nos fuera la democracia, y matamos el afecto mutuo en una conversación asesina. Y hay que dar por seguro que sin el nosotros de la nación reconocido mutuamente no hay democracia que valga. ¿Qué impulsa a las mayorías a cuidar a las minorías? ¿A integrar los casos marginales, las excepciones, las rarezas? ¿Qué impide migrar? ¿Rebelarse, violentar, guerrear, independizarse? La anomia siempre está cerca, el cinismo, el nihilismo…

Y quizás, quizás, con el afecto cuidado y crecido, podemos crear las relaciones necesarias que permitan reconocernos unos a otros como merecedores de respeto. Entonces la vida valdrá realmente la pena en el nosotros de la nación.   

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