Tanto en El túnel como en Sobre héroes y tumbas, el protagonista se encuentra consternado con la imagen femenina a la cual ve como un enemigo que se supera solo a través de la muerte. ¿Cuánto tienen del escritor Juan Pablo Castel y Martín?
Hace solo tres años que ha finalizado la Segunda Guerra Mundial y muchas de las víctimas sobrevivientes del Holocausto han encontrado refugio en Argentina. La sociedad se halla desolada cuestionándose cómo es posible que de existir un Dios ocurrieran situaciones tan atroces como las que se vivieron en tiempos de beligerancia. La corriente filosófica existencialista toma fuerza y Ernesto Sábato se adscribe a ella.
El existencialismo centra el interés por la realidad vital concreta, que derivó en el irracionalismo: aparecen nombres como los de Søren Kierkegaard, William James, Henri Bergson, Miguel de Unamuno y Oswald Spengler. El hombre ya no es soberano y la razón no da sentido de trascendencia… Arrebatar la vida humana es la afirmación de la vida.
Es en este contexto que Sábato escribe El túnel. Recluido en su casa de Córdoba y tras el nacimiento de su primer hijo, da vida a esta novela negra que se revela desde el Yo freudiano y que confronta al hombre moderno con la crisis de la civilización occidental del siglo xx.
Un elemento constante en El túnel, y que hace de nexo con Sobre héroes y tumbas, es el tema de la ceguera. Para Sábato la literatura es una manera de mostrar el lado oscuro del alma humana a través de sus propias obsesiones. Según indica José Miguel Oviedo, se trata de buscar las razones de la ceguera moral y emocional que dan origen a las catástrofes de la humanidad.
La segunda novela de Sábato -escrita trece años después de El túnel– Sobre héroes y tumbas, es nuevamente una historia de amor que termina en tragedia, pero no es el crimen en sí lo que debe importar al lector, sino conocer a través del relato por qué los hechos desencadenaron en la muerte de la protagonista: Martín desarrolla una obsesión por Alejandra, igual que Castel por María.
Encontramos en Sobre héroes y tumbaspersonajes y símbolos que ya conocimos en El túnel, que han transitado y evolucionado, convirtiéndose esta novela en una obra más profunda y compleja. Martín no necesita matar a Alejandra, es ella quien termina con la relación suicidándose. Presenciamos un carácter morboso de la pasión, es decir, no basta con amar y pretender ser correspondido, sino que los personajes masculinos desean entender, poseer y dominar el sentimiento de la mujer. “Hay una semejanza profunda entre ambas [novelas] porque (…) el núcleo de la historia es la búsqueda de lo absoluto a través de una relación erótica”, señala Miguel Ángel Oviedo.
Así como en El túnel cuando Castel mata a María está asesinando a la vez –simbólicamente- a su madre; en Sobre héroes y tumbas, Martín tiene una relación destructiva con su madre, a quien considera una cloaca, pues ella nunca quiso tenerlo.
Al igual que en El túnel, en Sobre héroes y tumbas Sábato traduce la tragedia de su tiempo en el personaje masculino presentado como un hombre deshumanizado, en donde la seguridad solo se encuentra apuñalando el objeto de la incertidumbre. Tanto Castel como Martín idealizan al amor, pero al mismo tiempo se dejan consumir por sus demonios, los que nacen de la ambigüedad en la que se mueven María y Alejandra.
En ambas novelas la ciudad cumple un rol fundamental, pues Sábato y Buenos Aires están unidos y eso se traduce en la narración. Los protagonistas masculinos hacen de la ciudad parte importante de la historia en ocasión que la relacionan con sus estados de ánimo. Castel se sitúa constantemente en la zona de la Recoleta. Cuando ha sentido el amor de María, es capaz de mirar a las personas que transitan por la ciudad y no despreciarlas. Si, por el contrario, sus demonios internos lo han llevado a ver la escoria humana en la mujer que ama, la misma zona de Buenos Aires pasa a ser el resumidero de sus desgracias.
Sábato se refiere al período en que escribió El túnel como un momento de su vida en donde se vio arrastrado por sentimientos poco claros y variados impulsos inconscientes, “muchas veces me detenía perplejo a juzgar lo que estaba saliendo, tan distinto a lo que había previsto (…) Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad concreta”.
El Parque Lezama es el escenario de amor y muerte en el que se desarrolla Sobre héroes y tumbas. Bajo los árboles deshojados de la plaza, Martín mira la casona de los Vidal Olmos y desde ese mismo espacio comprende que él para Alejandra ha sido una vía de escape –a la relación incestuosa que tiene con su padre- que no se atrevió a tomar.
La relación personaje-escritor
Los celos, la pasión y el crimen conforman la triada que mueve a los personajes masculinos de ambas novelas. Se establece la importancia que tiene la relación de Castel y Martín con sus madres para entender el rol que cumplirán las mujeres en la vida de ambos.
Es en este último punto donde se funda la conexión de la vida de Sábato con la de sus personajes masculinos, pues el escritor vio influida su infancia por el fuerte rol materno. Su familia era de Rojas, Argentina. Fue el décimo hijo entre once hermanos y su vida se vio marcada, pues nació (1911) a los pocos días de muerto su hermano número nueve, quien se llamaba también Ernesto. La tragedia familiar volvió a la madre de Sábato, Juana María Ferrari, una mujer posesiva, “tiránica… [que] obligó al niño a volverse sobre sí mismo”, escribe el biógrafo de Sábato, Carlos Catania.
“Yo sé que sufrí porque era excesivamente sensible y mi padre era muy severo, casi autoritario. Yo fui de los últimos y mi madre no me dejó moverme de su lado. En cambio, mis hermanos mayores tuvieron una vida más libre, menos sujeta que la mía”, comentó el autor en una entrevista que concedió el 2002 a La Nación Revista.
Cuando Castel describe a su madre, puede inferirse que se trata de Sábato recordando su infancia: “Cuando yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre debía morirse un día (…), no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano”.
Con Martín, en Sobre héroes y tumbas, encontramos una relación mucho más compleja entre madre e hijo, él se sabe no deseado y su relación con Alejandra se ve marcada por ese rechazo que vivió de niño. «¿No había intentado ya suicidarse a causa de esa especie de albañal que era su madre? (…) ¿no había vuelto, después de semejante desastre, a tener fe en las mujeres al encontrarse con Alejandra?«.
El rol del padre también marcó la vida de Sábato. El autor, en una entrevista concedida a la Televisión Española (TVE) en 1977, comentó que recién siendo un adulto comprendió que su progenitor fue un hombre bueno. Catania añade que siendo Francisco Sábato un hombre áspero y enérgico, también era “candoroso, violento, pero puro”.
Es en Sobre héroes y tumbas donde encontramos la presencia del padre como un detonante de la personalidad del protagonista. Martín ve a su progenitor como un hombre que no lo defendió de las agresiones de su madre: “años después, cuando su padre estaba pudriéndose en la tumba, comprendiendo que aquel pobre diablo había sufrido por lo menos tanto como él (…) Pero eso lo entendió después de sus duras experiencias, cuando ya era tarde«.
Puntos de vista de la narración
Los personajes de Sábato tienen una tridimensionalidad: el presente desde el que narran, el pasado que rememoran y su infancia, que marca los pasos con que desatan los hechos que los llevan a infortunados desenlaces.
Si aplicamos los conceptos del Yo, Ello y Superyó -puntos en los cuales se basa el análisis psicocrítico propuesto por Charles Mauron en 1964- al personaje de Juan Pablo Castel, nos encontramos con que el Yo del personaje nos muestra a un exitoso pintor, aclamado por una crítica que desprecia. Solitario, insolente, engreído, con pocos amigos, busca al menos a una persona que comprenda su obra.
Su Ello, o deseos, se manifiestan al conocer a María Iribarne, quien se transforma en el objeto de su obsesión. A Castel no le bastan sus sentimientos, le es imprescindible asirse con la vida de la mujer, pues, como si se tratara de una profecía, ella fue la única persona que comprendió su obra.
Si bien en el comienzo de la relación con María el Superyó de Castel le reprimió sus instintos posesivos, al irla conociendo –o desconociendo- sus deseos comenzaron a dominarlo hasta el punto de descontrolarlo y al no poder poseerla opta por asesinarla. Respecto al amor y la no correspondencia, Freud expuso que “el instinto de destrucción entra regularmente al servicio del Eros para los fines de descarga” que por lo general –en casos de neurosis obsesivas- derivan en la aparición del instinto de muerte.
El psicoanalista austriaco analizó que cuando “el Yo del enfermo se rebela (…) contra la supuesta culpabilidad (…) pide auxilio al médico para rechazar dicho sentimiento”. Esto mismo le sucede a Castel, quien tras matar a María escribe un libro en búsqueda de que al menos una persona que lo lea entienda y apoye las razones que lo llevaron a cometer el crimen.
Respecto a Martín, para lograr comprender su consciente e inconsciente, se hace imprescindible abarcar otros aspectos de la teoría psicoanalítica referidos a la vida y la muerte, Eros y Tánatos. Freud plantea que “basándonos en reflexiones teóricas, apoyadas en la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte, cuya misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado inanimado, en contraposición al Eros, cuyo fin es complicar la vida (…) la vida sería un combate y una transacción entre ambas tendencias.
Si se asocian los instintos de conservación y muerte al Yo y Superyó, aparece un nuevo concepto: la melancolía. Ésta se genera cuando el objeto de deseo es reprimido en el inconsciente y se manifiesta de forma de tristeza en el consciente.
Martín se muestra (Yo) como un joven tímido, silencioso, amable, moldeable a cada situación; sin embargo, lleva un huracán en su mente, donde dos fuerzas se enfrentan, el asco que le provocan las mujeres como su madre (superficial y frívola, sucia y ególatra) y la admiración que le causa Alejandra (a quien ve como una virgen pura y heroica). Mientras su Ello lucha por amar libremente a Alejandra, su Superyó se manifiesta para salvarlo del abismo. «Sufrí con ella tanto que muchas veces estuve al borde del suicidio (…). Y, no obstante, aun así, aun sabiendo de antemano todo lo que luego me sucedió, habría corrido a su lado«.
Martín manifiesta un Yo hipermoral y esto se entiende por la fuerte represión que su Superyó tiene sobre el Ello provocado por la repulsión que le causa su progenitora, ya que no desea encontrarse en su vida con una mujer que no tenga instinto de madre -que prefiera la vida mundana antes que cuidar de una casa y que no le demostrara amor- por lo cual divide a las mujeres entre libertinas y castas, demostrando su fuerte castración emocional hacia el rol materno.
La teoría freudiana plantea que “cuanto más limita el hombre su agresión hacia el exterior, más severo y agresivo se hace en su Superyó (…). La moral general y normal tiene ya un carácter severamente restrictivo y cruelmente prohibitivo, del cual procede la concepción de un ser superior que castiga implacablemente”.
Así, Martín por un lado ve a Alejandra como una mujer ideal, pero por otro no deja de desconfiar de ella, de sus amores pasados, de la relación que tiene con cada hombre que la rodea, incluido su padre. La melancolía se apodera de él constantemente, pues su deseo de estar con Alejandra se ve frustrado tanto porque ella frecuentemente desaparece y porque él mismo –en muy pocas ocasiones- huye de la relación. Su angustia se genera como reacción al peligro exterior –estar con Alejandra- y por un proceso interior –su Superyó se enfrenta al Ello– lo que lo llevan al abismo de la rabia contra su madre, de la melancolía para enfrentar la vida, de un constante instinto de muerte como única forma de ser libre, de necesidad de amor frente a Alejandra y de odio por su padre, un pintor frustrado (pintor, igual que Castel) que jamás lo defendió.
La importancia de la ciudad: Buenos Aires como escenario fatal
Cuando Sábato escribe lo hace desde su corazón argentino, no acomoda las palabras al español “universal”, sino que las deja tal y como hablan los personajes que habitan en su mundo. Es por ello que el escenario no puede ser otro que la ciudad más cosmopolita del país, su capital, Buenos Aires. Es pertinente aclarar que tanto en El túnel como en Sobre héroes y tumbas no encontramos paisajes turísticos de la ciudad, sino más bien rincones lúgubres, con personajes nocturnos de una colectividad que representan a la escoria social al unísono que la destrucción psicológica.
Desde el punto de vista psicocrítico, la ciudad es fundamental pues Sábato tiene la obsesión de ubicar a sus personajes en entornos reales. Esto le da arraigo al personaje a un lugar concreto y así la ciudad asimila, cual espejo, el sentir del protagonista.
Buenos Aires pasa de ser una ciudad de luz a una de tinieblas, tal como los personajes de El túnel y Sobre héroes y tumbas, que se mueven entre la esperanza y la nula visión positiva del futuro.
El lector se encuentra con un escenario real y frente a hechos que se narran de manera verosímil –en ambas novelas-, lo que lo lleva a entablar una relación con la obra, ya sea desde el punto de un lector-detective que desea entender los sucesos o entablando una identificación con alguno de los personajes.
Castel, antes de cometer su crimen, en medio de una enajenación mental que lo introdujo en una vorágine de alcohol y sexo, llegó a los bares más oscuros de Buenos Aires y entre las mujeres escogió a la que le pareció más experimentada. Tras pasar la noche con la prostituta, fue a por María (a la que en ese momento consideraba una ramera) y la asesinó.
Situación similar se encuentra en Sobre héroes y tumbas, cuyo título ya nos sitúa en una ciudad que valora a sus mártires patrios y que hay quienes viven inmersos en el plano de los recuerdos, como la familia de Alejandra. En un barrio que tuvo su esplendor en el pasado, cercano al Parque Lezama, es donde comienza a forjarse la historia de amor entre Alejandra y Martín, mismo escenario desde donde él vio el fuego que consumió su historia de desamor y esperanza de ser querido. Martín, tras enterarse de la muerte de Alejandra e intentar suicidarse, es rescatado por una prostituta (nuevamente una mujer que vende su cuerpo es el detonante del fin) y luego de pasar noches en un estado febril logró decidir que lo mejor era dejar Buenos Aires, por lo menos hasta que la cordura se apoderara nuevamente de él.
Tras la muerte de las protagonistas: después del fin
Esquemáticamente ambas novelas comienzan por el desenlace y el lector, al conocer qué sucederá con las figuras femeninas del relato, se involucra en la trama para comprender qué hechos fueron los que determinaron los trágicos finales.
En El túnel, desde un principio queda claro que Castel busca la aprobación, le “anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA”. En detalle el protagonista narra cómo fue el romance y qué situaciones lo llevaron a matar a María Iribarne, pero ¿qué pasa después? ¿Qué sucede cuando ya se conoce el fin y los detonantes de éste? Por su parte, Castel en un frenesí de adrenalina corre a casa de Allende a contarle que María no solo lo engañaba con Hunter, sino que también con él. Luego, tal cual un poseído, se entrega a la policía, sin mostrar remordimientos ni evaluar otras opciones más allá que la del asesinato.
Nuevamente aparece la personalidad narcisista de Castel. En todo momento se ha presentado como una víctima que se vio envuelto en un huracán de mentiras y traiciones de una mujer que era capaz de “engañar a un ciego” y aún cuando reconoce que debió dejar de lado la vanidad y la soberbia, pudo más la ira por la afrenta a su orgullo. Esta novela negra pone al lector en el lugar de espectador y detective. Los hechos narrados lo llevan a entender el desenlace ya conocido desde un principio, sin mermar por ello la sorpresa.
Si realizamos un paralelo con Sobre héroes y tumbas, Martín queda devastado con el suicidio de Alejandra. A diferencia de Castel, Martín idolatró a Alejandra hasta que se enteró de su muerte: fin de su vida que llegó en conjunto con el fin de la fantasía. En búsqueda de conocer la verdad, Martin se reúne con Bruno quien conoció desde niño a Fernando y por ello entendía la tóxica dinámica familiar de los Vidal Olmos: Fernando tuvo una hija –Alejandra- con su prima Georgina, a quien nunca quiso y abandonó para casarse con una mujer de alta alcurnia bonaerense. Martín se entera de que Alejandra no era huérfana de madre, amaba eróticamente a su padre, se prostituía por venganza y de que su instinto de muerte la llevó a matar a balazos a su padre y quemar a toda su familia. El oasis de fe en la vida que había encontrado Martín se desmorona, y la tendencia suicida que arrastra desde niño vuelve a poseerlo.
El punto en común en ambas novelas que se convierte en la principal figura mítica de las obras de Ernesto Sábato es la muerte, presente constantemente en su relato, tanto por el desenlace de las protagonistas femeninas como por el instinto suicida que mueve a los protagonistas masculinos.
La muerte entendida como fuerza del existencialismo, que ve al suicidio como la única forma de tener total control sobre la vida, ante la ausencia de figuras que expliquen y den sentido a los fenómenos naturales y mundanos; “el suicidio seduce por su facilidad de aniquilación”, dice el mismo Sábato. La muerte como única salida a los problemas que llegan en conjunto con el amor, la inseguridad, los celos y la locura. De la dominación del Ello por sobre el Superyó.