El presente siglo ha sido testigo privilegiado de un empoderamiento radical de las mujeres. Distintos hitos relacionados con su lucha por derechos y libertades han fijado una impronta en la historia de las últimas dos décadas. No obstante, todo ello ocurre en la superficie de un mar agitado. En las profundidades de los procesos sociales venía ocurriendo la verdadera rebelión de las mujeres: la postergación de la maternidad y la abstención.
Una de las aristas de la crisis climática es el comportamiento demográfico de los seres humanos, en el contexto de una cultura de consumo exacerbado. Se ha planteado que, para luchar contra el cambio climático, más eficaz que hacerse vegano o comprarse una bicicleta, es tener un hijo menos.[1] Cada nuevo individuo en el planeta supone la adición de una nueva unidad de consumo, que en ciertos ámbitos acaba multiplicando varias veces su impacto. Al final del día, se resume todo en una demanda mayor de energía. Como es evidente, no se puede omitir que un nacimiento en el África Subsahariana afecta menos la demanda total de energía que uno en el medio oeste norteamericano o en el corazón de Madrid.
El impacto económico de los cambios que se producen en la demografía es multidimensional. La expansión provoca cuentas alegres en un sistema económico que se basa en la producción de bienes de obsolescencia programada y que estimula una cultura de consumo desenfrenado, especialmente entre los más jóvenes. Al mismo tiempo, genera pavor en quienes deben atender a las crisis de subsistencia que se producen en distintos lugares del mundo y que se transforman fácilmente en conflictos sociales y políticos que empujan procesos de migración descontrolados. En este mismo contexto, el crecimiento del número de personas que habitan el planeta, resultado del aumento de la esperanza de vida, causa los desvelos de aquellos llamados a gestionar los sistemas de seguridad social que deben mantener delicados equilibrios entre la masa de trabajadores activos con cuyas cotizaciones se financian las pensiones que reciben quienes, por edad, ya han dejado de pertenecer a la fuerza de trabajo.
Según datos del Banco Mundial, en promedio, hasta el año 1975, en el mundo la gente moría al jubilarse,o poco antes, en tanto la esperanza de vida era de 60,2 años. En Chile, en 1967 se habían superado los 60 años, mientras que en el África Subsahariana, ello solo ocurrió el año 2016. Si atendemos a la evolución de este indicador de esperanza de vida, tenemos que en el mundo la gente está viviendo entre ocho y diez años luego de abandonar el trabajo, y en algunas regiones, entre 20 y 25 años.[2] En poco más de medio siglo, la población mundial ha ganado 21,4 años de esperanza de vida, en Chile 22,4 años, en España 13,2 años y en la región de Asia 35,1 años.[3] Ello supone la acelerada mutación de la sociedad joven que caracterizó el siglo XX, para convertirse en una más vieja, con todas las implicancias que eso tiene en los sistemas de seguridad social y en la morbilidad tipo de los nuevos conglomerados sociales. Nuestra salud, de aquí en más, se caracterizará por tener una fuerte prevalencia de las enfermedades mentales, entre las variadas patologías que nos afectarán más intensamente dada la mayor longevidad.
El noviembre pasado el mundo alcanzó la inimaginable cifra de ocho mil millones de habitantes para congoja de los boomers que nos criamos bajo la admonición de la explosión demográfica que, como una espada de Damocles, pendía sobre nuestras cabezas y nos llevaba a imaginar un mundo que semejaba esos trenes de la India, colmados de gente.
Este cuadro, cuya tendencia parecía irreversible hace algunas décadas, ha cambiado drásticamente en los últimos años, al punto que ya avizoramos el momento en que la población mundial llegará a su nivel máximo para, de allí, comenzar a descender. Eso, según las estimaciones demográficas de la ONU, debiera ocurrir hacia el año 2080, alcanzando una población total en torno a los diez mil cuatrocientos millones de habitantes, para luego descender.[4]
Esta situación nos pone frente al fenómeno de la pérdida de población. Mientras ahora las cuentas alegres se sacan en la vereda de la protección ambiental, quienes miden con fruición el crecimiento del PIB experimentan recurrentes crisis de pánico ante tal horroroso panorama de consumidores de avanzada edad que, salvo medicamentos, necesitan muy poco para sobrevivir.
Los datos del declive
Según el jefe de la división de Población de la ONU, John Wilmoth, el cambio de tendencia y las actuales proyecciones datan del año 2016, cuando China entregó sus nuevos parámetros demográficos, los que fueron confirmados el 2020 con el último censo de población. Ellos daban cuenta de una tasa de fertilidad más baja de lo esperado.[5] No en vano lo que ocurra en este aspecto en China es determinante para las tendencias generales, puesto que todavía cuenta con un sexto de la población mundial. Sin embargo, según los parámetros actuales, esa participación caería drásticamente en el futuro. Se espera que, hacia fin de este siglo, China tenga una población que no supere los 800 millones.
Un cuadro de declive de la población ocurre cuando se reduce la Tasa de Fertilidad, la que refleja la cantidad de hijos por mujer. El valor de 2,1 es el que permite la reposición de aquellos que mueren. Por debajo de ese valor, la población comienza a estancarse y luego se produce una pérdida neta. Al año 2020, el promedio mundial era 2,3 hijos por mujer, menos de la mitad de hace sesenta años. Distintas regiones observadas ya están por debajo del límite señalado, y la única que sostiene el índice en un valor positivo (por encima de 2), es África Subsahariana.
En el contexto de América Latina ya podemos encontrar países que han iniciado su declive poblacional, lo que implica que están experimentando una pérdida neta de habitantes.
El saldo demográfico de la izquierda en los gráficos anteriores, refleja la diferencia entre nacimientos y defunciones, mientras que a la derecha se observa el mismo resultado más el saldo migratorio. Si bien Cuba y Uruguay son casos en que ya se está experimentando una variación negativa de la población, América Latina en su conjunto está en una situación similar. Al año 2020 sufrió una pérdida neta de población de 155 mil habitantes. Otros países como Chile, están cerca de enfrentar un cuadro de este tipo, lo que solo se evita en el presente por el efecto migratorio.
Para ayudar a explicar inicialmente este fenómeno podemos hallar que, junto a la caída tendencial de la natalidad, están presentes los efectos del aumento del ingreso, el acceso a mejores servicios sanitarios y, en general, mayores condiciones de bienestar en promedio en el continente; todo ello reduce la mortalidad.
Lo señalado respecto al saldo demográfico se refleja también en los gráficos anteriores. Chile tenía, al año 2020, 11,83 nacimientos y 7,22 defunciones por cada mil habitantes, mientras que el caso de España era prácticamente inverso, con 7,1 nacimientos y 10,4 defunciones por cada mil habitantes.[6]
La situación de los países de Europa experimenta cierta corrección como resultado del saldo migratorio, cuya contrapartida está en el resto de las regiones que ven mermar su población por el mismo efecto.[7] Ello se refleja con claridad en el África Subsahariana, con el agravante que las personas que emigran de sus países de origen, forman parte de la fuerza de trabajo y disponen de cierto nivel formativo, lo que acaba reduciendo la disponibilidad de capital humano en la región.
El escenario descrito es mucho más grave en algunos países de Asia, como es el caso de Japón y Corea del Sur, los que, junto con China, están desarrollando políticas activas para incrementar la tasa de natalidad, temiendo las consecuencias económicas que acarrea la reducción poblacional.
A lo señalado respecto a los desafíos de provisión de bienes públicos como son los servicios sanitarios para una población de mayor edad y lo que supone asegurar el pago de pensiones a un contingente cada vez mayor y durante más tiempo, se agregan las transformaciones sociales necesarias para un mundo con menos infantes y jóvenes: un sistema educativo de tamaño menor, una reestructuración de esos sistemas sanitarios e incluso los gastos en defensa para una sociedad con menos soldados.
Actualmente, Corea del Sur tiene la Tasa de Fertilidad más baja del mundo con 0,8 hijos por mujer, mientras que hace sesenta años, era siete veces mayor. La diferencia en el caso de China es de tres veces y media, y en el caso de Japón, hace sesenta años la Tasa de Fertilidad era solo un 50% mayor.
En sesenta años el panorama se ha transformado radicalmente. En 1960 solo cuatro países se encontraban por debajo de la tasa de reemplazo (Estonia, Hungría, Japón y Letonia), mientras que en la actualidad se encuentra en esa condición el 55% del total.
La Teoría de la Transición Demográfica
Los datos de la ONU sobre las proyecciones de población han suscitado un debate por momentos acalorado, aunque cueste imaginar un pugilato entre demógrafos. En términos generales están los que creen que la población mundial se está estabilizando para iniciar un descenso hacia fines de siglo, que es la perspectiva optimista de la ONU, y aquellos que ven el tema más grave y creen que la estabilización será más temprana, a un nivel más bajo (nueve mil cuatrocientos millones) y con un descenso que comenzará antes, en el 2070.
Se trata de la Teoría de la Transición Demográfica (DTT en inglés). En síntesis, este enfoque plantea que existen una serie de etapas sucesivas por las que atraviesan los conglomerados humanos, en el contexto de un desarrollo en ascenso que supone mayor acceso a bienes y servicios que incrementan el bienestar.
En la Etapa 1 tenemos tasas de fertilidad y de mortalidad equivalentes, con lo cual las poblaciones son de un número limitado y mayoritariamente estables; en la Etapa posterior (2) las mejoras en el saneamiento reducen la tasa de mortalidad, mientras la fertilidad permanece sin cambios; en la Etapa 3 se produce una caída en las tasas de fertilidad debido al incremento de la urbanización, el declive de la agricultura de subsistencia y un mayor acceso a la educación, sobre todo de mujeres (el mayor acceso al mercado laboral y la masificación en el uso de métodos anticonceptivos están en la base de los cambios en esta etapa, en la que aún continúa creciendo la población debido al impulso demográfico inercial de su estructura de edad); en la Etapa 4 el cambio en la estructura demográfica conduce a que los nacimientos vuelvan a empalmarse con las defunciones, y la población se estabiliza a un nivel más alto (de allí en adelante, comienza un descenso irreversible[8]).
En todo este proceso de transformación demográfica, la clave se encuentra en las dinámicas de urbanización de las sociedades y el consiguiente abandono de la agricultura de subsistencia que ocupaba todos los recursos humanos disponibles en la familia. En la antigua condición, las mujeres tenían muchos hijos para contrarrestar la alta mortalidad infantil y asegurar el sostenimiento de los ancianos en ausencia de sistemas de seguridad social. Así, el impacto primordial de la urbanización se expresa en un mayor acceso a la educación por parte de las mujeres y su consecuente ingreso en el mercado laboral.
El debate actual se enmarca en los escenarios probables y su cercanía. Mientras que para la ONU[9] el death line está cerca del 2080, sin precisar claramente el momento de inicio del declive, para la DTT ello ocurre una década antes, y supone un inmediato descenso de la población mundial. La razón de la divergencia entre las corrientes de la demografía es esencialmente técnica, y se refiere a la manera en que se modela matemáticamente la incidencia de la mayor educación de las mujeres en la tasa de fertilidad.
¿Por qué hay menos nacimientos?
En términos globales la caída de la natalidad es resultado de la postergación del embarazo. En Europa la edad media de la madre al primer parto se ha incrementado entre 6 y 8 años en poco más de medio siglo, disminuyendo fuertemente los nacimientos en madres menores de treinta años e incrementándose en las mayores de cuarenta.[10]
A medida que se posterga la llegada del primer hijo o hija, surgen o se agravan los problemas de salud relacionados con embarazos de mayor riesgo, con lo cual las razones de salud comienzan a aparecer como causa importante de la no maternidad.
En España, entre la población de mujeres nacidas a finales de los años setenta, el 25% ha decidido no tener hijos, y de esa proporción, entre las razones principales que manifiestan está el no contribuir al cambio climático.[11]
En Corea del Sur, una sociedad con un tradicionalismo acendrado, las mujeres, que han enfrentado grandes obstáculos para incorporarse al mercado laboral, observan cómo la maternidad anula sus proyecciones profesionales, y han tomado la decisión consciente y voluntaria de no tener hijos y priorizar su carrera profesional. Al final del día, supone un rechazo frontal al modelo de sociedad patriarcal en que se desenvuelven, lo cual también aplica para el caso japonés. Las tasas de fertilidad del gráfico anterior muestran con claridad este cuadro.
En Europa los países nórdicos han buscado enfrentar el problema desde la óptica de los derechos y la corresponsabilidad entre ambos géneros. Los derechos apuntaban a beneficios de bajas laborales de nueve meses y un conjunto de otras ayudas, al tiempo que la corresponsabilidad, a repartir más equitativamente las cargas asociadas al cuidado de los hijos e hijas. Esto permitió, en el caso de Suecia, recuperar la tasa de fertilidad hasta el 2,1 para caer nuevamente en el presente. Una situación similar, han experimentado sus vecinos.
Esta situación es una línea sugerente de análisis. Un conjunto de políticas públicas que facilitan el cuidado de hijos e hijas y un nuevo pacto cultural entre los géneros, permite revertir un cuadro de estancamiento. Sin embargo, tiene una vigencia limitada, y la hipótesis más plausible es que aún persisten asimetrías en el mundo laboral y en los hogares. Ello explicaría que las mujeres se resistan a tener un segundo hijo o hija. Un escenario futuro en que se haga efectiva una real corresponsabilidad en el cuidado y la protección familiar, y en que no exista penalización alguna en el espacio laboral para las mujeres que deciden procrear un nuevo ser humano, parece ser la única vía para cambiar las tendencias hoy prevalecientes. Pero aun así…
La sociedad patriarcal acorralada (…y todos con ella)
Nuestro viejo capitalismo ya no es viable. Esto no es un alegato ideológico o cultural, perspectivas desde las cuales se ha apuntado con bastante munición hacia el corazón del sistema capitalista desde hace siglo y medio al menos.
Vimos los primeros embates contra el capital a manos de la clase obrera, portadora de la contradicción principal entre los obreros y la clase burguesa. Pero el capitalismo fragmentó sus colectivos de lucha con la ayuda de la tecnología. Con esto, su capacidad y disposición para hacer frente al conflicto de clases se vio fuertemente mermada. Luego vinieron los jóvenes que resistieron el orden social burgués que buscaba someterlos a un régimen disciplinario que cautelara la estética del sistema de dominación y asegurara los grados de satisfacción necesarios para permitir el crecimiento de la productividad. Sin embargo, la propia condición efímera de la juventud los condenaba a abandonar este campo de batalla. Lo que mejor se refleja en el aforismo de W. Churchill: “Quien a los veinte años no es liberal, no tiene corazón. Pero quien a los cuarenta no es conservador, no tiene cerebro”.
La lucha ambientalista no ha estado ausente, y a medida que el cambio climático se convertía en una amenaza, sus disparos se han multiplicado. Pero el capitalismo se ha vestido de verde y va en bicicleta. Las huestes del ambientalismo en la actualidad siguen siendo uno de los adversarios más enconados del orden social capitalista, aunque choca con comportamientos sociales aprendidos que son difíciles de desterrar. Es nuestra propia demanda por la energía la que está en la base del colapso que vive el planeta, pero esa demanda tiene una base adictiva y ya no se trata simplemente de develar su perversidad para revertir las conductas.
La lucha feminista incubó su fuerza en el último cuarto del siglo pasado, teniendo como antecedente una larga pugna con el orden patriarcal por derechos humanos básicos negados a las mujeres por su sola condición de serlo. El siglo XXI ha visto la emergencia de un movimiento social maduro y que con fuerza inusitada ha impuesto sus reivindicaciones en pocas décadas. Sin embargo, no ha contado con una estrategia de poder con la cual preparar el asalto al cielo. No define con claridad quiénes son o pueden ser sus aliados y quiénes sus enemigos fundamentales.
Estos procesos que se dan en la superficie y se evidencian en el devenir social cotidiano, han escondido una dinámica silenciosa. Una resistencia sorda, en que alguien finalmente pulsó el “botón rojo”, ese que decía “no tocar”. La verdadera rebelión de las mujeres, en términos de impacto, ha sido el abstenerse de tener descendencia o más descendencia, y ello es prácticamente irreversible.
El descenso poblacional es ciertamente una buena noticia para el planeta, pero no para los seres humanos. Pero eso es en el contexto de un orden social históricamente determinado como es el capitalismo. La tasa de fecundidad es un problema de gravedad extrema, pero solo si queremos conjugar un modelo de crecimiento económico capitalista con una población en declive.[12]
“Durante años, el capitalismo ha buscado mantener una población creciente, hasta el punto de limitar los derechos reproductivos de las mujeres. Esta es una de las principales razones por las cuales el capitalismo es patriarcal.”[13]
Me detengo en medio del borrador de este texto y pregunto a mi compañera que se encuentra afanada en la lectura: ¿Por qué no querías tener hijos cuando eras joven? Y constato, muy tarde, que debí decir “cuando eras ‘más’ joven” (pero bueno…, ya metí la pata hasta el fondo). Levanta la vista de su libro y me responde: “Por la libertad”.
[1] Diario ARA. Diumenge 12 de febrer del 2023. Catalunya, pág. 06.
[2] https://datos.bancomundial.org/indicador/SP.DYN.LE00.IN?view=chart
[3] https://datos.bancomundial.org/indicador/SP.DYN.LE00.IN?view=chart
[4] https://datos.bancomundial.org/indicador/SP.POP.TOTL?view=chart
[5] https://www.un.org/es/observances/world-population-day
[6] https://datos.bancomundial.org/indicador/SP.POP.TOTL?view=chart
[7] https://www.ced.cat/PD/PerspectivesDemografiques_030_ESP.pdf
[8] Darrell Bricker, John Ibbitson (2019) “Empty Planet: The Shock of Global Population Decline” Ed. Robinson. Londres, UK.
[9] https://www.un.org/development/desa/es/about/desa-divisions/population.html
[10] https://www.ine.es/jaxiT3/Tabla.htm?t=1579
[11] Diari ARA. Op. Cit. Pág. 10.
[12] https://www.climatica.lamarea.com/entrevista-jason-hickel-capitalismo/
[13] Jason Hickel. Entrevistado por Diario ARA.
1 comment
Al final del interesante análisis sociológico, deberíamos burdamente recordar en los 70′ a los agoreros Iracundos uruguayos que cantaban » el mundo está cambiando, y cambiará mas».