Tras perder definitivamente a sus hijas, la escritora chilena decidió poner fin a su vida tras ingerir una dosis altísima de un barbitúrico. Fue la Nochebuena de 1921, cuando vivía en Francia y era adicta a los opiáceos y al alcohol.
Las fiestas de fin de año traen consigo la melancolía por lo que se termina, la incertidumbre a causa de no conocer lo que viene y un “cachetazo” de soledad para quienes están lejos de su familia. No necesariamente fueron estos los sentimientos que agobiaron a Teresa Wilms Montt en diciembre de 1921, pero lo cierto es que fue en la Nochebuena de ese año que ella murió.
La escritora desde niña manifestó tendencias suicidas, lo que sumado a la seguidilla de hechos que la llevaron a perder a sus hijas, la sumieron en el alcohol y drogas. Todo aunado a permanentes fluctuaciones anímicas; adicción a los opiáceos debido a sus jaquecas; barbitúricos para poder dormir; y tabaco negro con café para despertar.
Ya en sus diarios de vida, los cuales comenzó a escribir siendo una niña, hay 37 alusiones al suicidio, considerándola la única forma de liberación eficaz. Para su muerte, eran cinco años de haber perdido a sus hijas tras haber huido a Buenos Aires con la ayuda del poeta Vicente Huidobro, quien la liberó del convento La Preciosa Sangre donde su marido, Gustavo Balmaceda, la encerró por haberle sido infiel.
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Recién entre 1919-1920, en París, pudo volver a ver a Elisa y Sylvia, por un breve período en encuentros que parecían casuales; pero cuando su suegro, José Balmaceda, quien se encontraba en misión diplomática en Francia, se enteró, decidió regresar a Chile con las niñas alejando para siempre a Wilms Montt de sus hijas.
Madre: veo también a mis hijas, a mis dos ángeles adorados, mirarte, graves, con los ojos extáticos, sintiendo en sus almas infantiles la raíz de aquel dolor, que al nacer de mi heredaron. Todas estaban contigo… ¡Pero tú estabas sola! Mi ausencia en ese momento debió serte toda una vida, porque al cerrar los ojos, se ve el camino de las almas, y, en una larga mirada, viste la senda por mi recorrida. Debiste sufrir, madre mía, y en ofrenda a esa angustia tuya, lloro estas lágrimas tan lejos de tu fosa, ya que el destino inclemente me niega hasta la dulzura de llorarte cerca.
Tres días
El último año de vida de Teresa Wilms Montt fue de soledad, pobreza, alcoholismo y consumo de drogas. “Me siento mal físicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me abandone. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido», dice en su diario.
Abandona la escritura en diciembre de 1921. La única forma que había encontrado para permanecer anclada en esta tierra deja de funcionarle y ya no vuelve a salir de la cama; vive ahora “enclaustrada” por decisión propia en su pequeño departamento ubicado en la avenida Montaigne nº 6, en el barrio de Champs Elysées.
Fue el jueves 21 cuanto se tomó un frasco completo de Veronal; el 22 por la mañana la encontraron su única amiga, Marguerite, y la portera del edificio quienes la llevan al Hospital Läennec – fundado en 1634 para recibir a enfermos incurables y pobres- y es internada en la sala 18; agoniza dos días, falleciendo el 24 de diciembre a los 28 años. El parte médico –quizá para evitar un escándalo diplomático- afirma que la joven escritora muere por “causas desconocidas”.
Sus últimas palabras fueron publicadas por la revista argentina “Nosotros”, donde fue colaboradora en 1917: “Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido”.
Alejandra Costamagna relata en “De tumba en tumba” que Teresa “es enterrada el 30 de diciembre de 1921 en el Cementerio de Père-Lachaise. A pocos metros de Oscar Wilde, (…) y no muy lejos de Molière. A un costado de los amantes Eloísa y Abelardo, en la división 82 del antiguo camposanto. Es una tumba gris, de paredes lisas y limpias, como todas las tumbas, con una inscripción de honor en letra firme: “Teresa Wilms Montt: Egregia Escritora Chilena”
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Es Vicente Huidobro quien le rinde uno de los homenajes más reconocidos. Lo hace en Vientos Contrarios, (1926) cuando escribe:
Teresa Wilms es la mujer más grande que ha producido la América. Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta de elegancia, perfecta de educación, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual, perfecta de gracia. A veces cree uno encontrar otra mujer casi tan hermosa como ella, pero resulta que le falta el alma, el temple de alma de Teresa, que sólo aquellos que la vieron sufrir pueden comprender. Otras, pueden tener el alma magnífica de Teresa, pero les falta su inteligencia, su inteligencia rica y variada. La fantasía creadora de Teresa era algo fantástico. Fue grande en el amor como en el dolor. Ella no pertenecía a esa casta de mujeres frívolas y de alma baja que reniegan e insultan el nombre de un sueño vivido por miedos o pequeñas debilidades.
Entre las páginas del diario de Julián Dox había este retrato de Teresa Wilms. Me parece muy exacto y por eso lo he entresacado cuidadosamente, como una flor de emoción: (…)
¡Oh Teresa! Tu alma era un terremoto de flor, y las delicadezas de tu alma no fueron ni sospechadas por la vulgaridad humana.
(…) Se fue… Ahora, ¿veis que hacía falta? En la noche de Pascua de Jesús del año 1921, cuando el Pére Noel traía a la tierra los más hermosos juguetes del cielo, se llevó al cielo el más hermoso juguete de la tierra.
A ojos ajenos
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El historial médico de Wilms Montt indica que sufría de estados de ánimo cambiantes, pasando de la euforia a la depresión. Fue en los períodos de hastío cuando encontraba en el huir una forma de volver a empezar. “La escritora, consumidora de medicamentos opiáceos durante toda su vida, sufría los síntomas físicos de una intoxicación crónica, junto con una tendencia depresiva y la falta de parámetros de conducta social —anomia—, lo que terminó derivando en una neurosis de angustia o auténtica psicosis depresiva que la llevó al prematuro final”, señala Ruth González Vergara, biógrafa de la autora.
Sus hijas, ya de adultas, han de evocar aquella tarde en que se reencontraron con su madre, a quien por cierto no recordaban. Para Sylvia, la menor, se trató de una impresión muy fuerte: “Yo tenía seis o siete años. Con mi hermana y mi mamita íbamos por Les Champs Elysées cuando se detuvo un taxi y nos hizo señas una mujer con una capelina negra. Nos acercamos. Yo la quedé mirando abismada de su belleza (…). No sabía que era mi madre. Se acercó para abrazarme y me dijo: ¡Mi amor, yo soy tu mamá!”.
El recuerdo de Elisa resulta desgarrador por el daño que su padre le hizo al negarle la posibilidad de convivir con Teresa: “Nosotras éramos dos niñitas que no sabíamos que teníamos una madre. Soñábamos con ella. Nuestra madre para nosotras era un sueño. Nunca nos hablaban de ella. No teníamos un contacto con mamá Teresa. Y mediante esas almas caritativas de mi mama Rosa y algunos criados de los Balmaceda pudimos encontrarnos con ella en los jardines …”
Fueron buenos tiempos para Wilms Montt. Llegó a creer que podría divorciarse de Balmaceda, volver a casarse con su pretendiente, André Citroën, –fundador de la automotora francesa- y tener una familia. Se siente en el cielo, las visitas se han regulado y se dedica por completo a las niñas, quienes la llaman cariñosamente Teresina.
Se siente en paz y accede a ser entrevistada por la periodista Sara Hübner. Se encontraron en el Hotel Donou, en el corazón del barrio de la Ópera de París, cerca del Museo Louvre y la Place Vendome.:
- Es una fumadora empedernida. ¡Cuánto fuma! ¿No le hace daño la nicotina, el opio? … ¿Tiene algún problema de salud?
- El médico dice que mi corazón y mis pulmones no andan bien.
- ¿Le ha compensado usted esta vida que lleva de destierro involuntario (…)?
- Sí, me ha compensado. Esta vida también me aburre, pero otra cualquiera me aburriría más.
- ¿Ha amado usted mucho?
- No he amado nunca
- Teresa ¿por qué miente usted?
- No miento. ¡Pero sí! Espérese usted. He amado a ese hombre, después que se mató por mí (se refiere a Anuarí, Horacio Ramos Mejía).
Meses después, en octubre, los Balmaceda regresan a Chile dejándole en claro a Teresa que no volverá a ver a las niñas. Todos sus proyectos, como la reedición de la revista La Guirlande, le parecen absurdos. Ya en noviembre ha perdido las fuerzas y en diciembre se aleja de todo lo mundano. “Quiero reposar en la tierra solamente envuelta en una sábana o si es posible en un pedazo de tierra de la fosa común”.