Las butacas de Agustín.

por Felipe de la Parra Vial

Sentado en la punta de una de las butacas de la Sala Antonio Varas, en el año 1964, fui testigo de una de las actuaciones más brillantes del teatro chileno. Agustín Siré brindaba un monólogo en “¿Quién le tiene miedo al lobo?” de Edward Albee. En el teatro no volaba ni una mosca. Siré sentado en un sillón, con solo una luz cenital, decía su texto de manera magistral. Su susurro se escuchaba hasta el último rincón.

Duró algo como quince minutos. Su actuación se basaba en el teatro de la palabra. No necesitaba efectos especiales, ni comparsa coreográfica. Su expresión corporal era solo la de un hombre afectado por los sentimientos. Todos quedamos impresionados con su sentir y su verdad arriba el escenario.

Sentado en una de las butacas del Teatro Antonio Varas, que ya tenían 10 años de uso desde su inauguración, sentí que era un adolescente privilegiado. En ese entonces, íbamos al teatro todos, los de las poblaciones y los del barrio alto. Eran tiempos que el escenario se llenaba de personajes de todo el mundo y de las historias chilenas. Todos íbamos a ver las obras de Shakespeare, Sievieking, Beckett, Peter Weiss, Pirandello, Isidora Aguirre, Ionesco, Armando Moock, Antonio Acevedo Hernández, Brecht, Germán Luco Cruchaga, Moliere, Egon Wolf y tantos otros. Eran temporadas que duraban meses.

Crecimos sentados en sus butacas desde Noche de Reyes de Shakespeare. Me acuerdo haber encontrado, en esa obra, al tío Roberto Parada vestido de militar en los pasillos del teatro esa noche de estreno.

Agustín Siré

Lo terrible de estos recuerdos es que ya han pasado 68 años y todavía hoy me siento en las mismas butacas en que vi a Agustín Siré actuando. Ahora, son butacas de la tercera edad, patrimonio nacional, dignas de un museo.

Esa es la alegoría del abandono que vive el primer teatro de Chile: el Teatro Nacional Chileno. Es una vergüenza nacional.

Este 22 de junio se conmemoraron 81 años del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, de cuando se fundó el teatro en Chile y no fue noticia. Ni hubo homenajes oficiales y “pasó la vieja”, como se decía en mis tiempos.

El Teatro Nacional Chileno, TNCH, debe ser el único teatro en el mundo -al menos en América Latina- que no cuenta con cuerpos estables y un teatro propio. Hace 68 años, la Sala Antonio Varas, es “arrendada” en un comodato especial por el Banco Estado, su propietario, en Morandé 25.

En un conversatorio hace un tiempo atrás, Ramón Griffero, premio nacional de arte y que fue director del TNCH, contaba de un encuentro con directores de los teatros nacionales de Sudamérica, que sentía pena cuando exponían a sus iguales de la región. Le daba vergüenza confesar que solo cerca de una veintena de funcionarios mantenían a flote una programación, muchas veces prestadas de otras compañías. Sus colegas directores contaban con centenares entre actores, tramoyas, administrativos y técnicos.

Las “temporadas” de hoy se limitan a pocos días porque los presupuestos no alcanzan. Las nuevas generaciones creen que teatro es así: líquido.

Los directores de los últimos treinta años del TNCH y, particularmente, sus trabajadores y trabajadoras, han hecho gala de un talento maravilloso para darle siempre una dignidad profesional a sus presentaciones todos estos años. Acomodadores, directores de escena, tramoyas, administrativos, han tenido que actuar en más de una obra teatral a falta de elenco.

Encomiable, pero lamentable.

Aquellos locos lindos

Un 22 de junio de 1941, cuando Chile construía un Estado Cultural y el analfabetismo era derrotado en los sectores populares, un grupo de estudiantes venidos del Pedagógico –“unos locos lindos”, según las voces de sus propios fundadores- estrenaron “La Guarda Cuidadosa” de Cervantes y “Ligazón”, «esperpento» de Ramón del Valle Inclán, en un domingo, al mediodía, en el Teatro Imperio. “Su antecedente directo fue el Conjunto Artístico del Pedagógico (CADIP), creado y dirigido por Pedro de la Barra, cuyo primer estreno, el 1 de agosto de 1934, fue Estudiantina, de Edmundo de la Parra”[1].

Desde aquel entonces, el teatro chileno dejó atrás los consuetas y los apuntadores. Las morcillas, los inventos fuera de texto, fueron reemplazadas por el texto estricto de la dramaturgia del autor. Hicieron el teatro en serio. Fundaron el Teatro Escuela; crearon un ambiente teatral; subieron a las tablas los grandes dramaturgos del teatro clásico y moderno; y presentaron nuevos valores nacionales. Hicieron un cambio civilizatorio en el país.

El Consejo Británico creó una beca de perfeccionamiento a los actores y actrices del Experimental en Londres en el National Theather de Londres y nuestros actores y actrices destacaron en todas las generaciones.

Los fundadores María Maluenda y Roberto Parada, en su pasantía londinense en plena Segunda Guerra Mundial, fueron las voces en español de las trasmisiones de BBC de Londres.  El director Eugenio Guzmán -en otro momento- dirigió a Sean Connery y Karl Malden (Las calles de San Francisco, TV) como sus actores en una obra. Ese era el prestigio de nuestros teatristas.

Así, generaciones de grandes comediantes marcaron una nueva estatura a las artes escénicas chilenas. El texto teatral fue dicho en la “voz hablada” de Rubén Sotoconil en todas las escuelas venideras. Estos “locos lindos” impulsaron la creación de los teatros en Concepción y Antofagasta.

La Universidad Católica, al año siguiente de la fundación del Teatro Experimental, creó el Teatro de Ensayo.

Después, vinieron todos.

Aludiendo a Aristóteles y a su “Poética”, al final el Teatro Nacional Chileno fue destruido por la dictadura cívico-militar, donde todos mueren al final del drama.

De hecho, las bombas de los Hawker Hunter a La Moneda todavía impregnan el aire de la Sala Antonio Varas que queda al frente.

Nadie ha entendido la importancia de tener un teatro nacional a la altura de quienes lo fundaron y lo desarrollaron como Teatro Experimental, Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, ITUCH y Departamento de Teatro de la Universidad de Chile, DETUCH.

De hecho, en los 30 años recientes, el Teatro Nacional Chileno fue ninguneado y se censuró de hecho a las grandes obras que obligan a grandes elencos, como lo son las obras de Shakespeare, Brecht o Lope de Vega.

No se pueden montar y menos por una temporada larga. No hay plata, dicen.

Que lo hagan los privados, dice la vieja Constitución.

Por mientras, los chilenos seguirán sentándose en las butacas de Agustín.

¿Quién le tiene miedo al lobo?


[1] Teatro Experimental. Memoria Chilena. Biblioteca Nacional.

También te puede interesar

1 comment

Reynaldo Lacamara junio 23, 2022 - 3:02 pm

Un texto brillante, gracias por mantener en alto nuestra historia.

Reply

Deja un comentario