Las hijas del buen teatro de Conchalí y Paihuano

por Felipe de la Parra Vial

Una de las grandes herencias de la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile -hace ya 84 años- fue sentar una regla fundamental: la creencia de lo que sucedía arriba del escenario fuera cierto, real

Esta inmersión, desde la butaca al sentimiento y a la emoción, marcó a la humanidad en el amor al teatro. La reflexión, la catarsis descubierta hace miles de años por los griegos, que cantaron, bailaron e hicieron del drama, la vida, trazaron el acimut de las artes escénicas y a la maestría en general, del teatro nacional chileno.

Desde ese entonces, esta regla principal, -la excelencia- determina cuando una obra de teatro nos convence en la comedia, en el drama o, en la ternura encontrada. 

Y mi experiencia reciente estuvo marcada por dos obras de teatro de autoría naciente, mayoritariamente, de mujeres, en teatristas, directoras, dramaturgas, actrices, técnicas y jóvenes magas del teatro emergente chileno. Dos obras de teatro que instalaron la verdad teatral arriba de sus escenarios.

Hablo de dos estrenos de la cartelera, ahora en mayo, que corroboran la buena salud que vive nuestro teatro nacional. Aunque solo estén destinados a una breve pasantía por ese miserable destino de la laxitud presupuestaria, que vive y viene de los ministerios de antes, de hoy y, probablemente, de los futuros gobiernos, de mirar para al lado con la cultura… 

(¡Esa mirada aviesa que cruza la realidad -que la elude- en el decoro de desconocer el pan de las artes, como el medio litro leche para sobrevivir y encontrar la belleza en la vida!)

Las obras “Atenea” de la Compañía “Las Ateneas”, que se exhibe en la Sala de Sidarte, del sindicato de los trabajadoras y trabajadores del teatro y de la puesta en escena de “Flora y Flora”, de la Compañía “Teatro Hierba Mala”, en el Antonio Varas del Teatro Nacional Chileno, son una muestra viva -insisto- de la valía del teatro chileno en la actualidad.

“Atenea” de Conchalí

Cinco estudiantes de un taller de teatro deciden camino a clases contar sus luces y sombras de la adolescencia. Su puesta en escena recurre al juego, a la adivinanza de la vida, al canto y baile, al sueño por delante. Cantan y se confiesan en la expresión entretenida de la dinámica que da la impaciencia y las ganas de imaginar la existencia.

Su territorialidad está marcada por la esperanza y la alegría. El Conchalí popular se retrata por cinco jóvenes que se reúnen para hacer el camino hasta la estación más esperada, la del Amor. Finalmente, en la trastienda más secreta de la propuesta teatral, su buen dramaturgo Tomás Henríquez, nos enseña desde su experiencia como profesor, los códigos que subyacen en el devenir de nuestras colegialas. Al finito, resulta en la paradoja, como una obra política, de las que apuestan a la belleza y al afecto. Sin mencionarsiquiera una palabra desde el panfleto. Todo sucede en el leguaje de las coreografías, las canciones y la trastienda de la vida.

La teatralidad dirigida por Catarina Vásquez es clave. La premura en la correcta ejecución de una actuación y, por extensión, de una puesta en escena poética de manera simultánea, determinan el manejo preciso, entretenido de la puesta en escena en el vértigo sin pausa. 

El tempo es un espiral que sube y baja con actuaciones talentosas de sus intérpretes. Cada una de ellas nos muestran el valor de la individualidad y del sentido del colectivo. A anotar sus nombres: Camila Oliva, Maite Pino, Yashira Zomosa, Sol Barrera y Tamara Herrera.

Todas son reinas y todas son obreras a la vez, como lo era en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Su decir, su calidad musical, son un regalo arriba de las tablas. La labor de Vásquez es de gran nivel e idoneidad, logrando que todas sus dirigidas sean protagónicas y lleven la medalla de la credibilidad al público. Grandes actuaciones y talentosa dirección.

Valga el reconocimiento también a la labor de la asistencia en voz de la destacada actriz Nicole Vial y a la asistencia coreográfica de la actriz y bailarina Camila Ortiz de Zárate, y del compositor musical Pablo Barbatto, lo que permite estar ante un trabajo teatral de calidad.

El aplauso entusiasta, al final de la obra, premia a esta historia venida desde el Conchalí querido.

“Flora y Flora” de Paihuano

El contrapunto teatral lo escenifica la propuesta escénica de la Compañía de Teatro “Hierba Mala”: Flora y Flora. Se trata de un dialogo dramático entre una clarividente y una joven embarazada que componen una tragedia, que evidencia el abuso intrafamiliar, la perversión del silencio y la esperanza, entrelazados. Todo sucede en el norte, en la comuna de Paihuano.

Se trata del teatro de la palabra. Sostenido en el buen decir y con una actuación convincente, hacen que la historia, el dialogo, sean cercanos con la platea. La verdad teatral es relevante, en ese sentido. 

No necesitan de ningún artilugio escenográfico. Podrían haber actuado, perfectamente, con cámara negra, con una luz sobre los personajes. Sus destacadas actuaciones construidas en gestos menores, en las distintas escalas de sus voces, sin aspavientos y sobreactuaciones, trazan la veracidad teatral de manera notable.

Los espectadores se adentran a los secretos de la historia de las Flora, entre el humor y el dolor, durante toda la obra. 

Las actuaciones son soberbias. A Catalina Saavedra, no se le va a descubrir ahora. Su condición de maga nos brinda risas y dolencias, encanto y humanidad. Una vez más, otra vez, nos asalta con su innegable gracia de las grandes actrices que pueblan el teatro chileno. 

Y a tanta excelencia, el valor de esta puesta en escena recae también en el talento emergente de su oponente, la actriz Belén Herrera, quién la interpela con su historia dañada por el destino, que se repite en el abuso intrafamiliar y en el sentido de la dignidad, de la puerta abierta a la vida. 

Herrera desencadena el drama con brillantez en la construcción de su personaje. Su talento se desborda desde pequeños gestos, en una expresión corporal precisa y en la verdad de su sobriedad. El manejo de su voz es valioso. Lo hace como solo lo hacen las buenas actrices. Una estrella destacada en el observatorio astronómico de la dramática nacional.

El teatro chileno en cartelera -fugaz- nos deja el entusiasmo que nos brindan estas compañías, como el mejor homenaje a la partida del valiente y talentoso Claudio Di Girólamo, que se atrevió a distribuir la palabra verdad en plena dictadura con el Teatro Ictus. Es también un guiño al Día del Teatro de mayo, de inspiración en Andrés Pérez y a los viejos teatristas que fundaron, en el mes de junio, el teatro chileno universitario, el Teatro Experimental de la Universidad de Chile

De alguna manera, las y los teatristas dicen en voz alta, arriba del escenario, el nombre de Claudio Di Girolamo para que no muera. Y así sucede. Se cumple.

El teatro chileno sigue vivo y actuando. Bien, muy bien.

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1 comment

Enrique Fernández mayo 29, 2025 - 10:47 pm

Brillante… Después de leer este artículo uno quiere ir de inmediato a ver y sentir la obra, como lo describe Felipe de la Parra.

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